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7
22 de febrero de 2017
22 de febrero de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ingenioso hallazgo, perfectamente integrado en la trama, el del leitmotiv musical que adquiere categoría de leitmotiv circunstancial puntuando la narración.
Los recursos habituales que permiten crear suspensión están habilmente empleados, mediante una sucesión de escenas que adoptan el sincopado ritmo de una partitura de jazz, con sútiles elipsis del relato, estimulantes colisiones de escenarios dispares, irrupción de misteriosos personajes.
Cierto que se le ocultan al espectador pormenores que le permitirían dal cabal significado a acontecimientos y conductas intrigantes, pero siempre proporcionando las suficientes pistas como que para que en el momento del desenlace, se diga: ¡Vaya tonto de no haber dado en el clavo!
Jesús Franco logra centrar la atención del espectador sobre la inmediatez de la acción, sin darle tregua para que reflexione sobre los motivos ocultos que mueven a los actores del drama.
Consigue así sorprender con el desenlace, que sin esa maestría narrativa pudiera aparecer previsible
Nuestro director ha sabido dar un toque personal a un material clásico, que ha manejado con soltura, ordenando un rompecabezas donde todas las piezas acaban por encajar sin dejar cabos sueltos.
Ciertas escenas que en primera instancia parecen reñidas con la verosimilitud adquieren a la postre su cabal justificación. Así el aparentemente demasiado fácil allanamiento nocturno de la casa del sospechoso.
Cabe resaltar la eficacia de las escenas de pelea. Los mamporros que se arrean los contrincantes saben a puñetazos de verdad.
No faltan detalles transgresivos de ciertas normas de la época en que fue rodada la cinta, por ejemplo el hecho que una agraciadísima blanca esté amancebada con un pescador la mar de negro.
Con esta película, Jesús Franco desmiente la fama que arrastra de mediocre stakhanovista del cine, tal que me inducía a desconfiar de su manejo del legado quijotesco abandonado por Orson Welles. Puede que ahora me anime a examinar ese trabajo suyo.
Los recursos habituales que permiten crear suspensión están habilmente empleados, mediante una sucesión de escenas que adoptan el sincopado ritmo de una partitura de jazz, con sútiles elipsis del relato, estimulantes colisiones de escenarios dispares, irrupción de misteriosos personajes.
Cierto que se le ocultan al espectador pormenores que le permitirían dal cabal significado a acontecimientos y conductas intrigantes, pero siempre proporcionando las suficientes pistas como que para que en el momento del desenlace, se diga: ¡Vaya tonto de no haber dado en el clavo!
Jesús Franco logra centrar la atención del espectador sobre la inmediatez de la acción, sin darle tregua para que reflexione sobre los motivos ocultos que mueven a los actores del drama.
Consigue así sorprender con el desenlace, que sin esa maestría narrativa pudiera aparecer previsible
Nuestro director ha sabido dar un toque personal a un material clásico, que ha manejado con soltura, ordenando un rompecabezas donde todas las piezas acaban por encajar sin dejar cabos sueltos.
Ciertas escenas que en primera instancia parecen reñidas con la verosimilitud adquieren a la postre su cabal justificación. Así el aparentemente demasiado fácil allanamiento nocturno de la casa del sospechoso.
Cabe resaltar la eficacia de las escenas de pelea. Los mamporros que se arrean los contrincantes saben a puñetazos de verdad.
No faltan detalles transgresivos de ciertas normas de la época en que fue rodada la cinta, por ejemplo el hecho que una agraciadísima blanca esté amancebada con un pescador la mar de negro.
Con esta película, Jesús Franco desmiente la fama que arrastra de mediocre stakhanovista del cine, tal que me inducía a desconfiar de su manejo del legado quijotesco abandonado por Orson Welles. Puede que ahora me anime a examinar ese trabajo suyo.
21 de febrero de 2017
21 de febrero de 2017
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Gila recordaba un remoto trozo de chiste radiofónico que rezaba más o menos... y tenía tanta fuerza que apretó un pulpo y salió un tintero... Tan graciosillo como el que cuenta en la peli del loro que no era de la mujer ni del marido , sino que era el(oro) del americano.
¿Que más decir? Tal escena ha despertado mi añoranza de aquellos viajes en vagón de tercera, con sus asientos de madera, donde la bota de vino acompañaba a la hogaza de pan ahuecada repleta de empanadillas de carne.
La carreta de los gitanos me ha recordado los tiempos a jamás huidos en que había lugar de soñar, envidiándola, su vida errante sin ataduras ni raices y sólo ruedas.
La partida de siete y media en la posada no tiene malaje pero en definitiva, cuando se trata de resumir la impresión que me ha dejado la película, sólo me viene en mente la palabra que Gila emplea sin cesar en ella: ¡Que pesada!
¿Que más decir? Tal escena ha despertado mi añoranza de aquellos viajes en vagón de tercera, con sus asientos de madera, donde la bota de vino acompañaba a la hogaza de pan ahuecada repleta de empanadillas de carne.
La carreta de los gitanos me ha recordado los tiempos a jamás huidos en que había lugar de soñar, envidiándola, su vida errante sin ataduras ni raices y sólo ruedas.
La partida de siete y media en la posada no tiene malaje pero en definitiva, cuando se trata de resumir la impresión que me ha dejado la película, sólo me viene en mente la palabra que Gila emplea sin cesar en ella: ¡Que pesada!
21 de febrero de 2017
21 de febrero de 2017
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lei la novela de James en un ayer demasiado lejano como para tenerla en mente. Estoy sin embargo seguro que no la percibí como una historia de fantasmas, a tal punto que cuando tuve posteriores noticias de adaptaciones cinematográficas o televisivas, me sorprendió sobremanera que diesen por sentado que sí lo fuese.
¿Falta de atención mía debida al irremediable tedio que me provoca el bueno de Henry, tal que me arredró ante la eventualidad de una relectura más detenida que me hiciese recapacitar sobre lo que mi distracción pasó por alto?
Bienvenida sea pues la interpretación que de la novela ofrece Eloy de la Iglesia, ya que corrobora en cierto modo la mía propia.
El documentado trabajo de Pascale Catala "Apparitions & maisons hantées" (Apariciones y casas tomadas) tiende a demostrar que todos los eventos supuestamente sobrenaturales que se ha tenido la posibilidad de estudiar y analizar objetivamente están siempre ligados a la presencia insustituible de cierto ser humano de carne y hueso, en la mayoría de los casos un adolescente perturbado o un adulto joven aquejado de trastornos psicológicos.
Nada de almas insustanciales vagando por paraisos, infiernos o purgatorios consistentes en mansiones otrora escenario de horrendos hechos, que visitan mediante fétidos olores, corrientes de aire helado, desplazamiento de objetos o estruendosos golpes.
Ese folklore deriva de nuestras supersticiones, del mero hecho que no queramos resignarnos a admitir que la muerte constituya el fin de los fines.
Existen, eso sí, seres vivos y coleantes capaces de inducir fenómenos paranormales semejantes a los expuestos más arriba, pero jamás de forma voluntaria, y sin que ellos mismos sean conscientes de ser la causa de los tales.
Es el caso del maestro, ya que lo que Eloy de la Iglesia sugiere claramente a mi entender, es que la amenaza que se cierne sobre los niños no proviene de la fantasiosa presencia maligna de la pareja muerta, sino del propio maestro, de sus inconscientes poderes alucinatorios y de sus obsesiones íntimas, quizás derivadas de una religiosidad pervertida, como lo insinúa las laceraciones que se inflije.
Su cerebro crea las apariciones, las ve en el sentido literal de la palabra, y por tanto queda plenamente convencido de su realidad. Esa auto-persuasión, junto a sus explícitas pulsiones pedófilas, le compelen a desear encarnizadamente que los niños se sumen al juego malsano que su mente ha fantaseado. Se convierte así en un instrumento de perversión para los niños, queriendo, o queriendo creer, ser su ángel custodio.
Impresionante película, con actores certeramente elegidos y bien dirigidos.
¿Falta de atención mía debida al irremediable tedio que me provoca el bueno de Henry, tal que me arredró ante la eventualidad de una relectura más detenida que me hiciese recapacitar sobre lo que mi distracción pasó por alto?
Bienvenida sea pues la interpretación que de la novela ofrece Eloy de la Iglesia, ya que corrobora en cierto modo la mía propia.
El documentado trabajo de Pascale Catala "Apparitions & maisons hantées" (Apariciones y casas tomadas) tiende a demostrar que todos los eventos supuestamente sobrenaturales que se ha tenido la posibilidad de estudiar y analizar objetivamente están siempre ligados a la presencia insustituible de cierto ser humano de carne y hueso, en la mayoría de los casos un adolescente perturbado o un adulto joven aquejado de trastornos psicológicos.
Nada de almas insustanciales vagando por paraisos, infiernos o purgatorios consistentes en mansiones otrora escenario de horrendos hechos, que visitan mediante fétidos olores, corrientes de aire helado, desplazamiento de objetos o estruendosos golpes.
Ese folklore deriva de nuestras supersticiones, del mero hecho que no queramos resignarnos a admitir que la muerte constituya el fin de los fines.
Existen, eso sí, seres vivos y coleantes capaces de inducir fenómenos paranormales semejantes a los expuestos más arriba, pero jamás de forma voluntaria, y sin que ellos mismos sean conscientes de ser la causa de los tales.
Es el caso del maestro, ya que lo que Eloy de la Iglesia sugiere claramente a mi entender, es que la amenaza que se cierne sobre los niños no proviene de la fantasiosa presencia maligna de la pareja muerta, sino del propio maestro, de sus inconscientes poderes alucinatorios y de sus obsesiones íntimas, quizás derivadas de una religiosidad pervertida, como lo insinúa las laceraciones que se inflije.
Su cerebro crea las apariciones, las ve en el sentido literal de la palabra, y por tanto queda plenamente convencido de su realidad. Esa auto-persuasión, junto a sus explícitas pulsiones pedófilas, le compelen a desear encarnizadamente que los niños se sumen al juego malsano que su mente ha fantaseado. Se convierte así en un instrumento de perversión para los niños, queriendo, o queriendo creer, ser su ángel custodio.
Impresionante película, con actores certeramente elegidos y bien dirigidos.
7
11 de febrero de 2019
11 de febrero de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asumo una percepción decididamente subjetiva de esta película. Para mí, su principal interés, la virtud que la distingue, es de índole idiomática, ya que para apreciarla plenamente se requiere, si no dominar, por lo menos tener asaz buenos conocimientos de italiano, francés y español, lo cual conlleva, claro está, visionarla en su versión original con el eventual respaldo de subtítulos.
Como consecuencia, es posible que los que no posean tal preadquirida base la tachen de baladí, de mera variación en torno al consabido esquema de la reunión familiar en el curso de la cual se acaban por sacar a relucir trapos mugrientos y malolientes y se destapan descarríos, podredumbre acumulada debajo de la alfombra de las apariencias.
Confieso pues haber estado a veces más atento a percibir la sutil riqueza de matices que se percibe en los acentos de los diversos personajes, que en la sustancia misma de los diálogos.
Tenemos al sabroso entrecruce entre español e italiano que salpica el decir de Segunda, alias la desbordante Candela Peña, que se dirige alternativamente a un mismo interlocutor en las dos lenguas, entreverando a veces en una misma frase los dos idiomas.
Está Stéphanie, rebelándose de continuo contra el Stefania con el que se empeñan en rebautizarla, con su tremendo y genuino acento francés, lengua con la que parece reoxigenarse cuando telefonea a su psicanalista.
En labios del políglota Jordi Mollà, el italiano se desdibuja en una indistinguible internacionalidad, y la gran Marisa Paredes nos deleita con una auténtica gollería: es un regalo para los oidos su maridaje del bronco y contundente español con la leggerézza cantarina del italiano.
Sería sin embargo injusto restarle méritos a un guión que sabe sacar el mejor provecho de recursos manidos.
La idea de centrar la trama en torno a la trayectoria vital y profesional de un galán italiano, el Latin lover del título original, permite un divertido repaso por algunos de los diversos movimientos y tendencias que se han desarrollado en el seno de la industria cinematográfica. Se devanan referencias explícitas al neorealismo italiano, a The bad and the beautiful de Minnelli, a las inquietudes existencialistas de Bergman, a Un homme et une femme de Lelouch, al western spaghetti, etc.
El trazado de la personalidad del héroe en hueco alrededor de quien giran las vivencias de los demás personajes tiene indiscutibles visos de verosimilitud, de fino aprovechamiento de circunstancias reales. Los seres que descollan, en cualquier campo que sea, suelen ser de una pasta vital arrolladora, fuente de asombro y envidia para el común de los mortales. Ateniéndonos al mundillo del espectáculo, basta con repasar la biografía de los famosos para comprobar que la mayoría ha navegado por la impetuosidad de los torrentes, y no por la apacibilidad de los mansos ríos, y que por ejemplo no sean raros los casos de actores aficionados tanto a la caña como al corcho.
En resumidas cuentas, con este trabajo nuestra Cristina no ha desmerecido de su ilustre papá.
Como consecuencia, es posible que los que no posean tal preadquirida base la tachen de baladí, de mera variación en torno al consabido esquema de la reunión familiar en el curso de la cual se acaban por sacar a relucir trapos mugrientos y malolientes y se destapan descarríos, podredumbre acumulada debajo de la alfombra de las apariencias.
Confieso pues haber estado a veces más atento a percibir la sutil riqueza de matices que se percibe en los acentos de los diversos personajes, que en la sustancia misma de los diálogos.
Tenemos al sabroso entrecruce entre español e italiano que salpica el decir de Segunda, alias la desbordante Candela Peña, que se dirige alternativamente a un mismo interlocutor en las dos lenguas, entreverando a veces en una misma frase los dos idiomas.
Está Stéphanie, rebelándose de continuo contra el Stefania con el que se empeñan en rebautizarla, con su tremendo y genuino acento francés, lengua con la que parece reoxigenarse cuando telefonea a su psicanalista.
En labios del políglota Jordi Mollà, el italiano se desdibuja en una indistinguible internacionalidad, y la gran Marisa Paredes nos deleita con una auténtica gollería: es un regalo para los oidos su maridaje del bronco y contundente español con la leggerézza cantarina del italiano.
Sería sin embargo injusto restarle méritos a un guión que sabe sacar el mejor provecho de recursos manidos.
La idea de centrar la trama en torno a la trayectoria vital y profesional de un galán italiano, el Latin lover del título original, permite un divertido repaso por algunos de los diversos movimientos y tendencias que se han desarrollado en el seno de la industria cinematográfica. Se devanan referencias explícitas al neorealismo italiano, a The bad and the beautiful de Minnelli, a las inquietudes existencialistas de Bergman, a Un homme et une femme de Lelouch, al western spaghetti, etc.
El trazado de la personalidad del héroe en hueco alrededor de quien giran las vivencias de los demás personajes tiene indiscutibles visos de verosimilitud, de fino aprovechamiento de circunstancias reales. Los seres que descollan, en cualquier campo que sea, suelen ser de una pasta vital arrolladora, fuente de asombro y envidia para el común de los mortales. Ateniéndonos al mundillo del espectáculo, basta con repasar la biografía de los famosos para comprobar que la mayoría ha navegado por la impetuosidad de los torrentes, y no por la apacibilidad de los mansos ríos, y que por ejemplo no sean raros los casos de actores aficionados tanto a la caña como al corcho.
En resumidas cuentas, con este trabajo nuestra Cristina no ha desmerecido de su ilustre papá.
27 de enero de 2018
27 de enero de 2018
8 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por su carácter proteiforme, y al igual que la novela, la ficción cinematográfica se resiste a cualquier intento de encasillamiento definitorio. Entre La Diana de Montemayor y Úlises de Joyce media tamaña distancia que entre Lo que el viento se llevó y Week end de Godard... y se podrían aducir ejemplos aún más llamativos.
Si hubiere de situar nuestra peli en el ancho espectro que proponen las fábulas fílmicas, quizás se la debiera asentar junto a Un chien andalou de Buñuel, obra a la que por cierto hace explicitamente referencia en las escalofriantes escenas de operación de ojo.
Como en su hipotético modelo, dos autores entrelazan sus ocurrencias en una yuxtaposición de viñetas narrativas anejas a la escritura automática, conformando una tela compuesta de retazos que mantienen leves conexiones entre ellos.
Por su aspecto onírico, querer analizar el contenido de la cinta se me antoja tarea reservada a psicoanalistas. El espectador común sólo puede o debe entregarse sin prejuicios al fluir de las inasibles sensaciones que provoca, al sugerente estímulo generado por una sucesión de secuencias que me han mantenido entre hipotizado y alerta de principio a fin.
Dos aspectos me exigen comentario aparte.
En primer lugar la sorprendente y asaz burlona adaptación de Axolotl, el cuento de Cortázar. Un retintín de suave pitorreo creo discernir en la transposición del relato, como si los autores pretendieran mofarse de Cortázar al modo que éste, con feroz saña, ridiculizó al Pérez Galdós de Lo prohibido en el famoso capítulo 34 de Rayuela.
En segundo término la impactante presencia en el elenco, merced a su inolvidable rostro, de un Enrique Irazoqui que se diría transplantado de su papel en El evangelio según San Mateo, pues mantiene en todas sus escenas una brusquedad tajante de Jesús repartidor de ostias, y no precisamente benditas, ostias verbales y sopapos de veras destinados a su oíslo.
Si hubiere de situar nuestra peli en el ancho espectro que proponen las fábulas fílmicas, quizás se la debiera asentar junto a Un chien andalou de Buñuel, obra a la que por cierto hace explicitamente referencia en las escalofriantes escenas de operación de ojo.
Como en su hipotético modelo, dos autores entrelazan sus ocurrencias en una yuxtaposición de viñetas narrativas anejas a la escritura automática, conformando una tela compuesta de retazos que mantienen leves conexiones entre ellos.
Por su aspecto onírico, querer analizar el contenido de la cinta se me antoja tarea reservada a psicoanalistas. El espectador común sólo puede o debe entregarse sin prejuicios al fluir de las inasibles sensaciones que provoca, al sugerente estímulo generado por una sucesión de secuencias que me han mantenido entre hipotizado y alerta de principio a fin.
Dos aspectos me exigen comentario aparte.
En primer lugar la sorprendente y asaz burlona adaptación de Axolotl, el cuento de Cortázar. Un retintín de suave pitorreo creo discernir en la transposición del relato, como si los autores pretendieran mofarse de Cortázar al modo que éste, con feroz saña, ridiculizó al Pérez Galdós de Lo prohibido en el famoso capítulo 34 de Rayuela.
En segundo término la impactante presencia en el elenco, merced a su inolvidable rostro, de un Enrique Irazoqui que se diría transplantado de su papel en El evangelio según San Mateo, pues mantiene en todas sus escenas una brusquedad tajante de Jesús repartidor de ostias, y no precisamente benditas, ostias verbales y sopapos de veras destinados a su oíslo.
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