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Críticas ordenadas por utilidad
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8
4 de septiembre de 2007
4 de septiembre de 2007
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Particular relato retrato de la figura del asesino en serie despojada de todo sentimentalismo (tan habitual en toda producción hollywoodiense) con una más que interesante labor de montaje que se imbrica con el relato y facilita el desarrollo y comprensión de la historia.
Pocas veces habremos podido presenciar escenas paralelas en continuo movimiento, ora confusas, ora genialmente sencillas (sirva de ejemplo la escena con los dos protagonistas en el mismo coche), a veces sobrecargadas, otras de una pulcritud quirúrgica (esos tonos blancos de la sala de interrogatorio). La presentación de las escenas, a veces desde multitud de ángulos, otras desde dos ángulos, desde dentro y desde fuera, coordinándose y unificándose al final, como un desdoblamiento. Y todo esto en una película ¡¡de 1968!! Simplemente extraordinario.
Con una curtida y fondista pareja protagonista, y aunando elementos característicos de las películas de suspense (el poli bueno -Fonda- y el poli malo –el compañero, empeñado en encerrar a cada sospechoso-), el constante goteo de pistas que calman nuestra sed de información, continuos cambios de sospechosos, falsas averiguaciones, que, pese a algunas breves «desvaríos» (ese elaboradísimo sistema de engaño empleado por el estrangulador para adentrase en casa de sus victimas y la aún más débil resistencia de estas para dejarle entrar, el desconocido sistema de selección de víctimas, el oportuno método de hipnosis, la percepción extra sensorial…), no desmerecen en absoluto el notable esfuerzo innovador del relato.
Inmerecido desgalardonamiento del personaje de Curtis, con unos minutos finales que deberían..., que han pasado a la historia del cine.
FIN.
Pocas veces habremos podido presenciar escenas paralelas en continuo movimiento, ora confusas, ora genialmente sencillas (sirva de ejemplo la escena con los dos protagonistas en el mismo coche), a veces sobrecargadas, otras de una pulcritud quirúrgica (esos tonos blancos de la sala de interrogatorio). La presentación de las escenas, a veces desde multitud de ángulos, otras desde dos ángulos, desde dentro y desde fuera, coordinándose y unificándose al final, como un desdoblamiento. Y todo esto en una película ¡¡de 1968!! Simplemente extraordinario.
Con una curtida y fondista pareja protagonista, y aunando elementos característicos de las películas de suspense (el poli bueno -Fonda- y el poli malo –el compañero, empeñado en encerrar a cada sospechoso-), el constante goteo de pistas que calman nuestra sed de información, continuos cambios de sospechosos, falsas averiguaciones, que, pese a algunas breves «desvaríos» (ese elaboradísimo sistema de engaño empleado por el estrangulador para adentrase en casa de sus victimas y la aún más débil resistencia de estas para dejarle entrar, el desconocido sistema de selección de víctimas, el oportuno método de hipnosis, la percepción extra sensorial…), no desmerecen en absoluto el notable esfuerzo innovador del relato.
Inmerecido desgalardonamiento del personaje de Curtis, con unos minutos finales que deberían..., que han pasado a la historia del cine.
FIN.
20 de diciembre de 2008
20 de diciembre de 2008
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante largometraje de Bohdan Sláma acaparador de premios en diversos festivales europeos y que nos presenta la historia de Toník, un joven superviviente en un doble terreno hostil: por un lado, el del paisaje gris y áspero de la zona industrial que habita (alguna indeterminada ciudad en la República Checa); por otro, el de su vida diaria, en donde la bondadosa apatía del protagonista le lleva a afrontar las desdichas que acompañan a sus vecinas y amigas de la infancia como propias: Dasha, desorientada madre soltera, con dos hijos pequeños y querencias depresivas; y Monika, en la encrucijada entre marcharse a América, donde trabaja su novio, o mantenerse en su tierra al cargo de los hijos de su inestable amiga y de la que Toník está enamorado. Un oscuro lienzo en el que los personajes tendrán que «sobremorir».
Drama social de frío desenlace que se sustenta en un guion emotivo pero efectivo, un correcto plantel de actores (Monika tiene esa cierta candidez que recuerda a Marta Etura) y una pausada realización.
Película que se resumen en la lapidaria frase que el padre de Monika masculla cuando regresa de fiesta junto a Tonik embriagado de sinceridad: “Blando… Cuando eres blando, se acabó”.
FIN.
Drama social de frío desenlace que se sustenta en un guion emotivo pero efectivo, un correcto plantel de actores (Monika tiene esa cierta candidez que recuerda a Marta Etura) y una pausada realización.
Película que se resumen en la lapidaria frase que el padre de Monika masculla cuando regresa de fiesta junto a Tonik embriagado de sinceridad: “Blando… Cuando eres blando, se acabó”.
FIN.

6,7
588
7
4 de marzo de 2008
4 de marzo de 2008
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La ubicua pareja formada por Gustave de Kervern y Benoît Delépine (directores-guionistas-protagonistas) se estrenan en el largometraje con una particular revisión de la «road movie» al uso protagonizada por una pareja de vecinos no bien avenida que emprende un viaje a lomos de sendas sillas de ruedas en busca de una indemnización económica desde su localidad natal (una zona rural en el norte de Francia) hasta la fábrica de maquinaria agrícola Aaltra (con sede en Finlandia), culpable esta de verse inmovilizados tras un percance con uno de sus vehículos.
Durante el camino, y con el viaje como excusa, la historia escarba con corrosivo humor la superficie de lo denominado como políticamente correcto para ver emerger los límites de la paciencia cívica ante la falta de educación de los protagonistas, en su nueva condición de minusválidos, de aquellos que, con buena voluntad, tratan de ayudarles en su particular odisea.
Con un final singular en su simpleza, se pone en liza en sus 92 minutos de metraje un relato minimalista en sobrio blanco y negro, hábil y sugerente en el empleo del fuera de campo y parco en palabras (lo que le evita tener que perderse en justificaciones), en donde los ademanes de unos hastiados e irreverentes protagonistas logran tornar en indignación la compasiva actitud inicial del espectador.
Sinceridad altamente recomendable.
Durante el camino, y con el viaje como excusa, la historia escarba con corrosivo humor la superficie de lo denominado como políticamente correcto para ver emerger los límites de la paciencia cívica ante la falta de educación de los protagonistas, en su nueva condición de minusválidos, de aquellos que, con buena voluntad, tratan de ayudarles en su particular odisea.
Con un final singular en su simpleza, se pone en liza en sus 92 minutos de metraje un relato minimalista en sobrio blanco y negro, hábil y sugerente en el empleo del fuera de campo y parco en palabras (lo que le evita tener que perderse en justificaciones), en donde los ademanes de unos hastiados e irreverentes protagonistas logran tornar en indignación la compasiva actitud inicial del espectador.
Sinceridad altamente recomendable.

6,3
501
5
1 de febrero de 2017
1 de febrero de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sucede que las películas, como los hijos, son víctimas de su tiempo, por ello, cuando contemplamos La isla del viento (2015), resulta difícil no atisbar entre los propósitos de su director el del ensalzamiento de la pétrea y clarividente figura de don Miguel de Unamuno, protagonista absoluto del filme, «en estos tiempos tan carentes de voces independientes que se enfrenten al poder», según reconocía el propio director, Manuel Menchón, en una entrevista a Días de cine. Tal es la falta de figuras referentes y grande el legado del escritor, que la figura de Unamuno acabará cobrando en esta producción hechuras quijotescas frente a los gigantes molinos de un fascismo en auge.
Sucede también que una película está llena de minipelículas y, así, en el discurrir de esta su primera obra de ficción, su director va dibujando, a la sombra del insigne escritor y filósofo vasco, otras criaturas, menos consistentes y de escasa profundidad psicológica-emocional, que irán componiendo entre altibajos el cuadro completo de una época (la de los cruentos inicios de la Guerra Civil española), no tan lejana a la actual, de igualmente encarnizada batalla (dialéctica), también por la subsistencia, pero, en nuestro caso, la subsistencia del Estado del bienestar.
Sucede, en definitiva, que pese a contar con ingredientes narrativos de calidad contrastada y disponer de los medios técnicos necesarios, resulta que el conjunto no termina de cuajar y se nos termina cortando la salsa cinematográfica, bajo pena de sufrir una mala digestión. Quizá porque se nos colaron en la receta personajes secundarios de escasa calidad nutricional. Puede que, en un intento por forzar instantes supuestamente emotivos, se nos fuese la mano con las especias musicales o la cámara a fuego lento; tal vez, porque se nos pasó la fecha de caducidad del producto (la película se rodó en 2015, pero no sería estrenada hasta un año después —misterios de la distribución española—); o porque, simplemente, lo de meternos a chefs audiovisuales resultó no ser lo nuestro. Vaya usté a saber.
Como decíamos al comienzo, en estos tiempos líquidos que nos ha tocado vivir, huérfanos de mentes preclaras, en los que el pensamiento crítico es repudiado, se hace necesaria la existencia de voces poderosas que eleven el nivel sobre la mediocridad circundante para tratar de creer que no todo está perdido…, aunque queda la duda de si debe ser a cualquier precio.
«Venceréis, pero no convenceréis», proclamaba Unamuno ante un auditorio lleno de fascistas durante su célebre discurso de inauguración del curso académico de 1936 en la Universidad de Salamanca. En el caso de La isla del viento, es bastante probable que no venza todo lo deseado por sus creadores en la taquilla; el problema es que, tras los créditos finales, tampoco parece haber logrado convencer.
Sucede también que una película está llena de minipelículas y, así, en el discurrir de esta su primera obra de ficción, su director va dibujando, a la sombra del insigne escritor y filósofo vasco, otras criaturas, menos consistentes y de escasa profundidad psicológica-emocional, que irán componiendo entre altibajos el cuadro completo de una época (la de los cruentos inicios de la Guerra Civil española), no tan lejana a la actual, de igualmente encarnizada batalla (dialéctica), también por la subsistencia, pero, en nuestro caso, la subsistencia del Estado del bienestar.
Sucede, en definitiva, que pese a contar con ingredientes narrativos de calidad contrastada y disponer de los medios técnicos necesarios, resulta que el conjunto no termina de cuajar y se nos termina cortando la salsa cinematográfica, bajo pena de sufrir una mala digestión. Quizá porque se nos colaron en la receta personajes secundarios de escasa calidad nutricional. Puede que, en un intento por forzar instantes supuestamente emotivos, se nos fuese la mano con las especias musicales o la cámara a fuego lento; tal vez, porque se nos pasó la fecha de caducidad del producto (la película se rodó en 2015, pero no sería estrenada hasta un año después —misterios de la distribución española—); o porque, simplemente, lo de meternos a chefs audiovisuales resultó no ser lo nuestro. Vaya usté a saber.
Como decíamos al comienzo, en estos tiempos líquidos que nos ha tocado vivir, huérfanos de mentes preclaras, en los que el pensamiento crítico es repudiado, se hace necesaria la existencia de voces poderosas que eleven el nivel sobre la mediocridad circundante para tratar de creer que no todo está perdido…, aunque queda la duda de si debe ser a cualquier precio.
«Venceréis, pero no convenceréis», proclamaba Unamuno ante un auditorio lleno de fascistas durante su célebre discurso de inauguración del curso académico de 1936 en la Universidad de Salamanca. En el caso de La isla del viento, es bastante probable que no venza todo lo deseado por sus creadores en la taquilla; el problema es que, tras los créditos finales, tampoco parece haber logrado convencer.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como decíamos, para este autodestierro al mundo de la ficción, Menchón nos sitúa no mucho tiempo ha, en los días de exilio de Unamuno en la isla de Fuerteventura como consecuencia de sus críticas al régimen dictatorial de Primo de Rivera. Allí, este vasco hidalgo de los de palabra en astillero, solemnidad antigua, contorno flaco y verbo corredor, entrará en contacto con otra realidad diametralmente distinta a la que dejó en Salamanca: la de la escasez de agua, de escuelas y de fe.
Pero sucede que, en raras ocasiones, la vida ofrece segundas oportunidades para poner a prueba nuestras convicciones, para demostrarnos a nosotros mismos si seguimos fieles a nuestros principios, y será en este entorno hostil donde Unamuno encontrará los ejemplos necesarios de superación y gallardía (otra cosa es que resulten creíbles) que le permitan afrontar sus últimos días como rector de la Universidad de Salamanca, cuando las hordas fascistas, tuertamente encabezadas por Millán Astray, amenacen con silenciar su voz.
Pero si la figura de Unamuno resulta creíble en su reconocida tozudez y sapiencia en manos de Menchón y, aún más, en la figura de José Luis Gómez, más difícil es tragar con los escuderos que acompañan a don Miguel en esta aventura en la ínsula canaria.
El primero de ellos será don Ramón Castañeyra (Enekoiz Noda), hijo de una adinerada familia local que gestiona el negocio de agua potable en la isla. Hombre de bien pero inmerso en su ambiciosa vida burguesa, ajeno a las penurias de sus vecinos, será la idealista presencia de Unamuno la que le abra los ojos y le anime a tratar de recuperar un viejo molino que abastezca gratuitamente de agua a todos, para lo que tendrá que enfrentarse a su hermano mayor.
Sucede a menudo que el dinero nubla el entendimiento y la buena voluntad de las personas, impidiéndonos ver las cosas importantes, pero pocos casos de celeridad clarividente como el de don Ramón: de brazo ejecutor de los cobros en la empresa familiar a mesías del agua gratis para todos en apenas unos cuantos días. Récord olímpico, seguramente.
Sucede, asimismo, que, por divina providencia, la duda puede asaltar nuestra fe (en la religión, en la sociedad, en el mojo picón o en lo que sea). Y dudas es lo que sufrirá don Víctor (Víctor Clavijo), el cura de la isla: hombre docto, pero de triste figura, imparte clases a los niños de Fuerteventura desde su iglesia local. No se le conocen otras actividades, ni tan siquiera feligreses, pero, ¡oiga!, qué cansado que es hacer repetir pasajes de la Biblia a los alumnos. Su escaso vigor en su día a día colegial revelará a Unamuno que se trata de un cura «sin fe en los niños» y, por ende, sin fe en la humanidad.
«Un papel en blanco puede ser cualquier cosa, solo hay que saber verlo», comenta Unamuno con una de las niñas. Esta imagen alegórica, que bien podría ser aplicada a los niños de la isla y su potencial futuro, es la mejor definición para don Víctor: un papel en blanco… pintarrajeado por algún aprendiz de guionista.
Por último, y por si no hubieran sido suficientes representaciones maniqueas, hará acto de presencia en la isla sin previo aviso la escritora argentina Delfina Molina (Ana Celentano), amante epistolar no correspondida por Unamuno.
En este caso, sucede ya por último que, en ocasiones, la realidad y la ficción comparten colchón, pero donde la realidad nos legó una historia sin dramatismos, nos topamos en la ficción una representación suicida de la misma, paradigma de las peores telenovelas (seguramente también de las mejores), en donde las aventuras amorosas deben aparecer por decreto, según el buen manual para estrategias de guión cinematográfico.
«El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor», volverá a indicar sabiamente Unamuno.
Pero sucede que, en raras ocasiones, la vida ofrece segundas oportunidades para poner a prueba nuestras convicciones, para demostrarnos a nosotros mismos si seguimos fieles a nuestros principios, y será en este entorno hostil donde Unamuno encontrará los ejemplos necesarios de superación y gallardía (otra cosa es que resulten creíbles) que le permitan afrontar sus últimos días como rector de la Universidad de Salamanca, cuando las hordas fascistas, tuertamente encabezadas por Millán Astray, amenacen con silenciar su voz.
Pero si la figura de Unamuno resulta creíble en su reconocida tozudez y sapiencia en manos de Menchón y, aún más, en la figura de José Luis Gómez, más difícil es tragar con los escuderos que acompañan a don Miguel en esta aventura en la ínsula canaria.
El primero de ellos será don Ramón Castañeyra (Enekoiz Noda), hijo de una adinerada familia local que gestiona el negocio de agua potable en la isla. Hombre de bien pero inmerso en su ambiciosa vida burguesa, ajeno a las penurias de sus vecinos, será la idealista presencia de Unamuno la que le abra los ojos y le anime a tratar de recuperar un viejo molino que abastezca gratuitamente de agua a todos, para lo que tendrá que enfrentarse a su hermano mayor.
Sucede a menudo que el dinero nubla el entendimiento y la buena voluntad de las personas, impidiéndonos ver las cosas importantes, pero pocos casos de celeridad clarividente como el de don Ramón: de brazo ejecutor de los cobros en la empresa familiar a mesías del agua gratis para todos en apenas unos cuantos días. Récord olímpico, seguramente.
Sucede, asimismo, que, por divina providencia, la duda puede asaltar nuestra fe (en la religión, en la sociedad, en el mojo picón o en lo que sea). Y dudas es lo que sufrirá don Víctor (Víctor Clavijo), el cura de la isla: hombre docto, pero de triste figura, imparte clases a los niños de Fuerteventura desde su iglesia local. No se le conocen otras actividades, ni tan siquiera feligreses, pero, ¡oiga!, qué cansado que es hacer repetir pasajes de la Biblia a los alumnos. Su escaso vigor en su día a día colegial revelará a Unamuno que se trata de un cura «sin fe en los niños» y, por ende, sin fe en la humanidad.
«Un papel en blanco puede ser cualquier cosa, solo hay que saber verlo», comenta Unamuno con una de las niñas. Esta imagen alegórica, que bien podría ser aplicada a los niños de la isla y su potencial futuro, es la mejor definición para don Víctor: un papel en blanco… pintarrajeado por algún aprendiz de guionista.
Por último, y por si no hubieran sido suficientes representaciones maniqueas, hará acto de presencia en la isla sin previo aviso la escritora argentina Delfina Molina (Ana Celentano), amante epistolar no correspondida por Unamuno.
En este caso, sucede ya por último que, en ocasiones, la realidad y la ficción comparten colchón, pero donde la realidad nos legó una historia sin dramatismos, nos topamos en la ficción una representación suicida de la misma, paradigma de las peores telenovelas (seguramente también de las mejores), en donde las aventuras amorosas deben aparecer por decreto, según el buen manual para estrategias de guión cinematográfico.
«El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor», volverá a indicar sabiamente Unamuno.
7 de agosto de 2007
7 de agosto de 2007
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Había una vez un cine… lleno de color, un mundo de ilusión, pleno de alegría y emoción...podría haber dicho la vieja canción de los payasos desgastada ya por las cuerdas vocales de tantos niños. Yo no lo recuerdo desde la nostalgia de haberlo vivido, se lo debo a las maravillas de nuestro tiempo, a la magia de Google, que con afán investigador me ha permitido re-recordarlo. Pero, como decía, había una vez un cine que atraía a gentes sencillas gracias a sus complejos representaciones, que entretenía con ensoñaciones bajo su inmensa lona azul a pueriles padres y a curtidos hijos, a parejas ancianas y jóvenes sin pareja, con sus clásicas escenas de riesgo (no por ello menos arriesgadas), sus clásicos gags físicos (no por ello más graciosos),…
En conjunto, un interesante regreso al pasado con una (nueva) súper-producción con Cecille B. de guía, de jefe de pista de un espectáculo (porque, dónde está el autentico espectáculo ¿delante o detrás de las cámaras?) en el que nos muestra que, del mismo modo que en el circo, había una vez un cine en el que lo que importaba eran las historias, sencillas la mayoría de las veces aunque emocionantes, pero quizá todo ello demasiado clásico, inocente, para una época, la actual, que es difícil se sienta identificada con sus tramas… ¿quizá cuando salga para la play station?
En esta película todo gira entorno a temas amorosos: clásicos argumentos con enredo, clásicas escenas de riesgo que llegan en el momento inoportuno y clásicos finales felices, perfectas escenas dramáticas prefabricadas made in Hollywood (sin duda ésta debe ser de esas películas a las que los críticos llaman clásicos).
En definitiva un espectáculo quizá hoy día caduco que, como otras muchas cosas, encuentra su principal valor de cambio en la nostalgia.
Con todo, éste clásico previsible sale ganando en la comparación con los actuales hits palomiteros desprovistos de (auténticas) emociones, las de las gentes sencillas y humildes.
[Recomendación: es (siempre) aconsejable ver la película en v.o. subtitulada, porque además de poder disfrutar de las actuaciones de sus grandes intérpretes (quizá lo más reseñable de ella) no cabrá la posibilidad de despistarse con el acento francés del gran Sebastián (¿es francés o en realidad es que está constipado?)].
FIN.
En conjunto, un interesante regreso al pasado con una (nueva) súper-producción con Cecille B. de guía, de jefe de pista de un espectáculo (porque, dónde está el autentico espectáculo ¿delante o detrás de las cámaras?) en el que nos muestra que, del mismo modo que en el circo, había una vez un cine en el que lo que importaba eran las historias, sencillas la mayoría de las veces aunque emocionantes, pero quizá todo ello demasiado clásico, inocente, para una época, la actual, que es difícil se sienta identificada con sus tramas… ¿quizá cuando salga para la play station?
En esta película todo gira entorno a temas amorosos: clásicos argumentos con enredo, clásicas escenas de riesgo que llegan en el momento inoportuno y clásicos finales felices, perfectas escenas dramáticas prefabricadas made in Hollywood (sin duda ésta debe ser de esas películas a las que los críticos llaman clásicos).
En definitiva un espectáculo quizá hoy día caduco que, como otras muchas cosas, encuentra su principal valor de cambio en la nostalgia.
Con todo, éste clásico previsible sale ganando en la comparación con los actuales hits palomiteros desprovistos de (auténticas) emociones, las de las gentes sencillas y humildes.
[Recomendación: es (siempre) aconsejable ver la película en v.o. subtitulada, porque además de poder disfrutar de las actuaciones de sus grandes intérpretes (quizá lo más reseñable de ella) no cabrá la posibilidad de despistarse con el acento francés del gran Sebastián (¿es francés o en realidad es que está constipado?)].
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