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6,0
2.151
6
28 de agosto de 2021
28 de agosto de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida y obra de una diva francesa en el ocaso de su carrera trae de vuelta a la siempre fantástica Catherine Deneuve ahora bajo las órdenes de Hirokazu Koreeda. Para no ahondar en la conocida trayectoria y los múltiples galardones del director nipón, nos avocaremos en intentar desmenuzar lo que se oculta entre sus líneas. Es la historia de Fabienne (magnífica Catherine Deneuve) una de las grandes actrices del cine francés que ha construido su brillante carrera sobre una remota relación familiar, la más golpeada es Lumir (eficiente Juliette Binoche) su hija guionista. El reencuentro entre madre e hija se da cuando Lumir, acompañada de su esposo Hank (un grisáceo Ethan Hawke) y su pequeña hija Charlotte (Clémentine Grenier), viajan de Nueva York a París para la presentación del libro de memorias de su madre. Enfrentar las dolorosas heridas que las separaron en el pasado será inevitable.
El cine dentro del cine se planta para regalarnos una panorámica entre bambalinas desde los ojos de Lumir, a su madre en plena filmación de la que afirma no será una buena película: ‘‘Memorias de mi madre’’, al lado de una joven promesa del cine francés. La trama espacial es un eco constante de perdón por la ausencia, la misma de Fabienne con Lumir. Pero vayamos por partes.
Lumir, una luna eclipsada.
‘‘Había una vez una bruja que tenía el corazón tan duro como una piedra, y convertía a sus enemigos en animales’’ le lee Lumir a su hija, con el afán de que ‘‘La bruja del bosque de Vincennes’’ se convierta también en su cuento favorito. A ella se le da mejor escribir historias que interpretarlas. Cuando la hizo del león en la puesta ‘‘El mago de Oz’’ estuvo pésima, nos confirma Fabienne en un intento por justificar el no alentar la que hubiera podido ser una prolífica carrera como actriz, quizá porque hubiera podido superarla. A sus callados resentimientos se suman el ajetreo de un marido alcohólico, actor de media pinta, y una hermosa hija que se deslumbra en los estudios de grabación, una futura actriz.
Verdades, sueños y mentiras.
La verdad que guarda celosa nuestra soberana actriz, pende en la ingravidez. Al revelarla, —no quiero spoilear— el momento se desvanece casi tan instantáneamente como un parpadeo. El cálido abrazo que se antoja dure mil años luz, pretende ser utilizado por la diva para mejorar su legado fílmico. Y es que Deneuve tampoco es permisiva, la gracia de sus gestos, elegante sarcasmo y contenidas muestras de afecto, hacen pensar si de verdad aquella diva se mimetiza con ella misma. Como si fuera la bruja del bosque de Vincennes, nuestra protagonista hace creer a su nieta que tiene los poderes de convertir a quienquiera en animal, muestra de lo anterior es la tortuga que vive en los jardines de la casa, y que asegura, es su abuelo que ya la tenía cansada.
El brillo de una estrella muerta.
En diversos momentos se habla de Sarah, sin saber a ciencia cierta si se trata de otra hija, una actriz rival más joven y más guapa, posiblemente más talentosa, o la futura piedra en el zapato. Dejando abierta la posibilidad, como todas las leyendas de la pantalla grande, fuese Fabianne en sus inicios, que tuvo que renunciar al papel de madre amorosa para resurgir en una femme fatale, vanidosa y perfeccionista que no le importa pasar por encima de nada ni nadie para alcanzar sus sueños. Nunca lo sabremos.
El banquete dispuesto por Koreeda logra atrapar la esencia de la belle parisienne, pero no deja que otros sabores distraigan al comensal del ingrediente principal. Deneuve es la carne magra, Binoche la dulce y fina noix de muscade. Todo lo demás se cuece aparte.
Notal final.
Inmersa en su propio bosque, una casa flanqueada de jardines, Fabianne —curiosamente es el segundo nombre de Catherine— tal vez si sea una bruja vanidosa que ha despertado en otra dimensión y por alguna extraña razón desea enmendar el camino, pues ya la memoria ha comenzado a confundir el reflejo de la vida en el trabajo del artista.
El cine dentro del cine se planta para regalarnos una panorámica entre bambalinas desde los ojos de Lumir, a su madre en plena filmación de la que afirma no será una buena película: ‘‘Memorias de mi madre’’, al lado de una joven promesa del cine francés. La trama espacial es un eco constante de perdón por la ausencia, la misma de Fabienne con Lumir. Pero vayamos por partes.
Lumir, una luna eclipsada.
‘‘Había una vez una bruja que tenía el corazón tan duro como una piedra, y convertía a sus enemigos en animales’’ le lee Lumir a su hija, con el afán de que ‘‘La bruja del bosque de Vincennes’’ se convierta también en su cuento favorito. A ella se le da mejor escribir historias que interpretarlas. Cuando la hizo del león en la puesta ‘‘El mago de Oz’’ estuvo pésima, nos confirma Fabienne en un intento por justificar el no alentar la que hubiera podido ser una prolífica carrera como actriz, quizá porque hubiera podido superarla. A sus callados resentimientos se suman el ajetreo de un marido alcohólico, actor de media pinta, y una hermosa hija que se deslumbra en los estudios de grabación, una futura actriz.
Verdades, sueños y mentiras.
La verdad que guarda celosa nuestra soberana actriz, pende en la ingravidez. Al revelarla, —no quiero spoilear— el momento se desvanece casi tan instantáneamente como un parpadeo. El cálido abrazo que se antoja dure mil años luz, pretende ser utilizado por la diva para mejorar su legado fílmico. Y es que Deneuve tampoco es permisiva, la gracia de sus gestos, elegante sarcasmo y contenidas muestras de afecto, hacen pensar si de verdad aquella diva se mimetiza con ella misma. Como si fuera la bruja del bosque de Vincennes, nuestra protagonista hace creer a su nieta que tiene los poderes de convertir a quienquiera en animal, muestra de lo anterior es la tortuga que vive en los jardines de la casa, y que asegura, es su abuelo que ya la tenía cansada.
El brillo de una estrella muerta.
En diversos momentos se habla de Sarah, sin saber a ciencia cierta si se trata de otra hija, una actriz rival más joven y más guapa, posiblemente más talentosa, o la futura piedra en el zapato. Dejando abierta la posibilidad, como todas las leyendas de la pantalla grande, fuese Fabianne en sus inicios, que tuvo que renunciar al papel de madre amorosa para resurgir en una femme fatale, vanidosa y perfeccionista que no le importa pasar por encima de nada ni nadie para alcanzar sus sueños. Nunca lo sabremos.
El banquete dispuesto por Koreeda logra atrapar la esencia de la belle parisienne, pero no deja que otros sabores distraigan al comensal del ingrediente principal. Deneuve es la carne magra, Binoche la dulce y fina noix de muscade. Todo lo demás se cuece aparte.
Notal final.
Inmersa en su propio bosque, una casa flanqueada de jardines, Fabianne —curiosamente es el segundo nombre de Catherine— tal vez si sea una bruja vanidosa que ha despertado en otra dimensión y por alguna extraña razón desea enmendar el camino, pues ya la memoria ha comenzado a confundir el reflejo de la vida en el trabajo del artista.

5,7
2.465
8
14 de mayo de 2018
14 de mayo de 2018
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las festividades más importantes para la comunidad cristiana es la Semana Santa, momento de la pasión y muerte de Cristo que recogen con santo y seña en las sagradas escrituras los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Los manuscritos habrían servido de inspiración para varios filmes, entre los que destacan los dirigidos por Pasolini, Scorsese y Gibson; todos culminando con el triunfo de la resurrección. Pero hasta ahora ninguno había sido detallado bajo la interpretación femenina, y mucho menos desde los ojos de María Magdalena.
Dirigida por el australiano Garth Davis —aclamado por Lion en 2017, con seis nominaciones al Óscar—, la película cuenta las andanzas de María —interpretada por Rooney Mara— una joven que desafía a su familia en búsqueda de una nueva identidad. La mujer lo dejará todo para unirse a Jesús —Joaquin Phoenix—, un influyente predicador, a pesar de las restricciones propias del género de la época.
Está por demás decir que los filmes bíblicos abundan en estas fechas, y nos cuentan una y otra vez la historia bien conocida por casi todos. Sin embargo, Davis desmonta esos conceptos añejos y deja al descubierto las distintas acepciones de un único mensaje. Demuestra que existe una versión mejorada que redime por fin el apostolado de una mujer que, sin necesidad de intermediarios, asumió de manera correcta y coherente la idea de que el nuevo reino del que hablaba su mesías residía, única y exclusivamente, en aquellos que tenían fe.
Por más de dos mil años la figura callada y adúltera de María Magdalena —incluso vinculada sexualmente con el mesías por Dan Brown en El código Da Vinci— que después se arrepiente, por fin cobra justicia en una visión realista que tienen su fundamento en las declaraciones hechas por el Vaticano en voz del Papa Francisco en 2016, redimiéndola y elevándola a los altares para festejarla cada 22 de julio como cualquier otro santo del calendario.
De Jacqueline Logan en King of Kings a Juliette Binoche en El Evangelio Prohibido, del cameo a Charlotte Graham en El código Da Vinci, a Barbara Hershey en La última tentación de Cristo, hasta la española Carmen Sevilla en Rey de reyes, pasando por la inolvidable Monica Bellucci en La pasión de Cristo, ninguna Magdalena volverá a ser la misma después de la reinvención en la piel de Rooney Mara, quien la expone como apóstol de los apóstoles.
Difamada y olvidada por el simple hecho de ser mujer, la película María Magdalena llega en el momento preciso para derrumbar falsas creencias, y recordarnos que la libertad no es propia de hombres. En tiempos del empoderamiento femenino, bien vale la pena rendir pleitesía a esta figura, que contra todo supo reconocer el verdadero significado del amor al prójimo.
Dirigida por el australiano Garth Davis —aclamado por Lion en 2017, con seis nominaciones al Óscar—, la película cuenta las andanzas de María —interpretada por Rooney Mara— una joven que desafía a su familia en búsqueda de una nueva identidad. La mujer lo dejará todo para unirse a Jesús —Joaquin Phoenix—, un influyente predicador, a pesar de las restricciones propias del género de la época.
Está por demás decir que los filmes bíblicos abundan en estas fechas, y nos cuentan una y otra vez la historia bien conocida por casi todos. Sin embargo, Davis desmonta esos conceptos añejos y deja al descubierto las distintas acepciones de un único mensaje. Demuestra que existe una versión mejorada que redime por fin el apostolado de una mujer que, sin necesidad de intermediarios, asumió de manera correcta y coherente la idea de que el nuevo reino del que hablaba su mesías residía, única y exclusivamente, en aquellos que tenían fe.
Por más de dos mil años la figura callada y adúltera de María Magdalena —incluso vinculada sexualmente con el mesías por Dan Brown en El código Da Vinci— que después se arrepiente, por fin cobra justicia en una visión realista que tienen su fundamento en las declaraciones hechas por el Vaticano en voz del Papa Francisco en 2016, redimiéndola y elevándola a los altares para festejarla cada 22 de julio como cualquier otro santo del calendario.
De Jacqueline Logan en King of Kings a Juliette Binoche en El Evangelio Prohibido, del cameo a Charlotte Graham en El código Da Vinci, a Barbara Hershey en La última tentación de Cristo, hasta la española Carmen Sevilla en Rey de reyes, pasando por la inolvidable Monica Bellucci en La pasión de Cristo, ninguna Magdalena volverá a ser la misma después de la reinvención en la piel de Rooney Mara, quien la expone como apóstol de los apóstoles.
Difamada y olvidada por el simple hecho de ser mujer, la película María Magdalena llega en el momento preciso para derrumbar falsas creencias, y recordarnos que la libertad no es propia de hombres. En tiempos del empoderamiento femenino, bien vale la pena rendir pleitesía a esta figura, que contra todo supo reconocer el verdadero significado del amor al prójimo.

7,3
20.831
9
14 de mayo de 2018
14 de mayo de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película animada Isla de Perros, dirigida por Wes Anderson, muestra el viaje del héroe en busca de su propia identidad en un Japón futurista.
La utópica ciudad de Megasaki es azotada por un extraño brote de gripe canina, la epidemia obliga al malencarado Alcalde Kobayashi ordenar el exilio de todos los perros hacia la Isla de la Basura para purgar la enfermedad. Al poco tiempo, Atari, sobrino del Alcalde con apenas 12 años de edad, emprenderá una misión secreta por la isla en busca de su mejor amigo.
Después del éxito con El gran hotel Budapest en 2014, el prolífico director estadounidense Wes Anderson, regresa con una fábula rodada bajo la técnica de stop motion, cargada con pequeñas dosis de activismo político y social en un Japón futurista, —que aplican para cualquier nación del mundo— nada alejadas de la realidad actual.
Cada cuadro del filme desborda una excéntrica estética pop al cadencioso ritmo del taiko, sushis, luchadores de sumo, y wasabi; que se aderezan con el idioma japonés que hablan los humanos —pocas veces se traducen sus líneas al espectador— y los perros ladrando el inglés, advierten la poca atención que los seres humanos representan en la trama. Las voces que llenan de vida a estas mágicas criaturas son figuras asiduas en el cine de Anderson: Bill Murray, Bryan Cranston, Edward Norton, Bob Balaban, Jeff Goldblum, Greta Gerwig, Frances McDormand, Scarlett Johansson, Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Yoko Ono, Tilda Swinton, Ken Watanabe, Liev Schreiber, Roman Coppola y hasta Anjelica Huston complementan el drama perruno con infinidad de matices como cuadros por segundo.
Perdidos en el absurdo de una isla, lejos del mundo —solo el ser humano se puede cansar de su mejor amigo— la simpática jauría demuestra muchas más atribuciones sociales, encaminadas todas, a la construcción de relaciones afectivas y duraderas con sus amos. Parece que confiar en los seres humanos fue su único delito.
Un recurso evidente y recurrente de Anderson que termina siendo un agasajo visual, es la simetría de sus tomas que se amalgama a la perfección con los acordes del compositor francés Alexandre Desplat —ganador del Óscar a la mejor banda sonora por La forma del agua de Guillermo del Toro— ejemplifican magistralmente el totalitarismo nipón añadiendo un sinnúmero de sentimientos fruto del rechazo social de los galgos.
El filme Isla de Perros logra transmitir con sus marionetas la sensibilidad necesaria para impactar a todo tipo de audiencia, la empatía que destilan los perros, quizá no hubiera funcionado con gatos. Notablemente arriesgada, por la vigencia de sus temas políticos, y la tensa relación de occidente con la tierra del sol naciente, el prolijo ejercicio no defrauda, y pone un megáfono a segmentos vulnerables de la sociedad: los niños y sus mascotas, —representados dignamente con Atari Kobayashi y la activista de intercambio Tracy Walker— que desde su inocente percepción alzan la voz cuando no se siente cómodos dentro de las estructuras impuestas por los adultos.
Una parábola apabullante que destila lealtad, intentando descifrar la entrega absoluta de un ser vivo que pareciera no esperar nada a cambio. Wes Anderson y su Isla de Perros darán batalla durante la ceremonia del Óscar el siguiente año.
La utópica ciudad de Megasaki es azotada por un extraño brote de gripe canina, la epidemia obliga al malencarado Alcalde Kobayashi ordenar el exilio de todos los perros hacia la Isla de la Basura para purgar la enfermedad. Al poco tiempo, Atari, sobrino del Alcalde con apenas 12 años de edad, emprenderá una misión secreta por la isla en busca de su mejor amigo.
Después del éxito con El gran hotel Budapest en 2014, el prolífico director estadounidense Wes Anderson, regresa con una fábula rodada bajo la técnica de stop motion, cargada con pequeñas dosis de activismo político y social en un Japón futurista, —que aplican para cualquier nación del mundo— nada alejadas de la realidad actual.
Cada cuadro del filme desborda una excéntrica estética pop al cadencioso ritmo del taiko, sushis, luchadores de sumo, y wasabi; que se aderezan con el idioma japonés que hablan los humanos —pocas veces se traducen sus líneas al espectador— y los perros ladrando el inglés, advierten la poca atención que los seres humanos representan en la trama. Las voces que llenan de vida a estas mágicas criaturas son figuras asiduas en el cine de Anderson: Bill Murray, Bryan Cranston, Edward Norton, Bob Balaban, Jeff Goldblum, Greta Gerwig, Frances McDormand, Scarlett Johansson, Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Yoko Ono, Tilda Swinton, Ken Watanabe, Liev Schreiber, Roman Coppola y hasta Anjelica Huston complementan el drama perruno con infinidad de matices como cuadros por segundo.
Perdidos en el absurdo de una isla, lejos del mundo —solo el ser humano se puede cansar de su mejor amigo— la simpática jauría demuestra muchas más atribuciones sociales, encaminadas todas, a la construcción de relaciones afectivas y duraderas con sus amos. Parece que confiar en los seres humanos fue su único delito.
Un recurso evidente y recurrente de Anderson que termina siendo un agasajo visual, es la simetría de sus tomas que se amalgama a la perfección con los acordes del compositor francés Alexandre Desplat —ganador del Óscar a la mejor banda sonora por La forma del agua de Guillermo del Toro— ejemplifican magistralmente el totalitarismo nipón añadiendo un sinnúmero de sentimientos fruto del rechazo social de los galgos.
El filme Isla de Perros logra transmitir con sus marionetas la sensibilidad necesaria para impactar a todo tipo de audiencia, la empatía que destilan los perros, quizá no hubiera funcionado con gatos. Notablemente arriesgada, por la vigencia de sus temas políticos, y la tensa relación de occidente con la tierra del sol naciente, el prolijo ejercicio no defrauda, y pone un megáfono a segmentos vulnerables de la sociedad: los niños y sus mascotas, —representados dignamente con Atari Kobayashi y la activista de intercambio Tracy Walker— que desde su inocente percepción alzan la voz cuando no se siente cómodos dentro de las estructuras impuestas por los adultos.
Una parábola apabullante que destila lealtad, intentando descifrar la entrega absoluta de un ser vivo que pareciera no esperar nada a cambio. Wes Anderson y su Isla de Perros darán batalla durante la ceremonia del Óscar el siguiente año.
8
28 de agosto de 2021
28 de agosto de 2021
Sé el primero en valorar esta crítica
Las historias que recoge el documental ''Te nombré en el silencio'' de José María Espinosa de los Monteros, demuestran lo que muchos todavía se niegan a creer: Las más de 72,000 personas desaparecidas en nuestro país.
Cielo, infierno y purgatorio es lo que viven las mujeres que conforman el grupo de Las Rastreadoras del Fuerte, lideradas por Mirna. Ante la indiferencia de las autoridades a ellas las une la misma pena, buscar a sus hijos desaparecidos, no buscan culpables, buscan sus tesoros.
El poderoso documental confirma que el negocio sucio trafica con mucho más que droga, destruye sueños y secuestra el derecho a vivir en libertad.
Cielo, infierno y purgatorio es lo que viven las mujeres que conforman el grupo de Las Rastreadoras del Fuerte, lideradas por Mirna. Ante la indiferencia de las autoridades a ellas las une la misma pena, buscar a sus hijos desaparecidos, no buscan culpables, buscan sus tesoros.
El poderoso documental confirma que el negocio sucio trafica con mucho más que droga, destruye sueños y secuestra el derecho a vivir en libertad.

6,1
226
8
18 de septiembre de 2018
18 de septiembre de 2018
Sé el primero en valorar esta crítica
La vida es un libro en blanco que nuestras decisiones, buenas o malas, van escribiéndolo poco a poco. La pluma de Rosario Castellanos, era distinta. No solo por aportar a la literatura mexicana poesías, cuentos, ensayos y novelas; sino porque dio voz a los invisibles de su época, que curiosamente, a más de cuatro décadas de su partida, siguen siendo los mismos.
Considerada la escritora más sobresaliente del siglo XX en nuestro país, icono del feminismo después de Sor Juana Inés de la Cruz; su brillante obra, adelantada para su época, contrasta con las indulgencias que marcaron su vida íntima.
El zoom que la directora Natalia Beristáin —directora de tres episodios del fenómeno de Luis Miguel: La serie, y directora de casting en Las Tinieblas— hace de la escritora en su más reciente película titulada como una de sus poesías, Los Adioses, es tan solo un pasaje de su vertiginoso y efímero paso por este mundo. Depresiones por las constantes infidelidades de su marido Ricardo Guerra —interpretado en su edad adulta por el veterano Daniel Giménez Cacho— un profesor de filosofía con el que estuvo casada más de una década, y otras causadas por abortos involuntarios, fueron calvarios que padeció en silencio.
La historia de Chayo —una contenida Karina Gidi— comienza en 1950, en la Ciudad de México cuando apenas alcanzaba los tres millones de habitantes, y se vivía una época de grandes cambios. Aunque gobernados por el machismo, el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines concedería el voto por primera vez a la mujer. En ese contexto, se erige la carrera de la mujer que sería precursora de otras. La Castellanos fue una de las grandes, contemporánea de Dolores Castro, Jaime Sabines y Augusto Monterroso, por mencionar algunos de sus más allegados. Cuesta imaginar que las letras, de la también diplomática, plasmadas en tantas obras haciendo alusión a la opresión de las de su género, hubiera abierto campante las puertas de su hogar, para invitar a quedarse a todo aquello que tanto reprochaba.
Mención aparte merecen las actuaciones de Tessa Ia, que la interpreta en sus años mozos, a quien no debemos perderle la pista, y por supuesto la estupenda Karina Gidi, quien por momentos recuerda, sobre todo al principio del filme, a Beatríz, el personaje de la novela Demasiado Amor, de Sara Sefchovich, en donde ambas mujeres le dan otro sabor a las mieles del sexo. Su trabajo en ese entonces le valió una nominación al Ariel a Mejor Actriz, pero fue gracias a Castellanos que Gidi pudo alzar su primer Ariel. Su belleza de antaño, delicadeza y pequeñas dosis de furia, hacen creíble el personaje de amante y maestra; madre y escritora, que interpreta la formidable actriz.
La acompaña el no menos estupendo Giménez Cacho, haciendo mancuerna con Pedro De Tavira, quien da vida a su contraparte adolescente, completan el ensamble actoral en Los Adioses.
Ese pequeño instante en la vida de la señora Castellanos, saca a flote, una vez más, su lucha. Y no puede ser más ad hoc a los tiempos actuales. Ojalá se viralizaran sus letras, y un poco de su filosofía y coraje, ese que la vida cortó en plenitud a los 49 años cuando trabajaba como catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén y se desempeñaba como embajadora de Mexico en Jerusalén.
Abriendo brecha, aún con lo inesperado de su partida, en 1974 se fue una grande de las letras, viviendo en Tel Aviv, una descarga eléctrica le arrebataría su último aliento cuando acudía al llamado telefónico de su hijo Gabriel que la escuchó por última vez.
No voy a dejar de ser mamá, no voy a dejar de ser maestra, y no voy a dejar de escribir, recita desde lo más profundo de sus entrañas Rosario Castellanos en una de las escenas, vaya forma de recordarnos que muchas veces la medalla, o el dulce, que tanto anhelamos se encuentra escondido en las pequeñas cosas, y peor tantito, tan absurdas como el sentarse a contemplar la blancura resplandeciente de una cocina. Por eso yo ya no espero, vivo.
Considerada la escritora más sobresaliente del siglo XX en nuestro país, icono del feminismo después de Sor Juana Inés de la Cruz; su brillante obra, adelantada para su época, contrasta con las indulgencias que marcaron su vida íntima.
El zoom que la directora Natalia Beristáin —directora de tres episodios del fenómeno de Luis Miguel: La serie, y directora de casting en Las Tinieblas— hace de la escritora en su más reciente película titulada como una de sus poesías, Los Adioses, es tan solo un pasaje de su vertiginoso y efímero paso por este mundo. Depresiones por las constantes infidelidades de su marido Ricardo Guerra —interpretado en su edad adulta por el veterano Daniel Giménez Cacho— un profesor de filosofía con el que estuvo casada más de una década, y otras causadas por abortos involuntarios, fueron calvarios que padeció en silencio.
La historia de Chayo —una contenida Karina Gidi— comienza en 1950, en la Ciudad de México cuando apenas alcanzaba los tres millones de habitantes, y se vivía una época de grandes cambios. Aunque gobernados por el machismo, el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines concedería el voto por primera vez a la mujer. En ese contexto, se erige la carrera de la mujer que sería precursora de otras. La Castellanos fue una de las grandes, contemporánea de Dolores Castro, Jaime Sabines y Augusto Monterroso, por mencionar algunos de sus más allegados. Cuesta imaginar que las letras, de la también diplomática, plasmadas en tantas obras haciendo alusión a la opresión de las de su género, hubiera abierto campante las puertas de su hogar, para invitar a quedarse a todo aquello que tanto reprochaba.
Mención aparte merecen las actuaciones de Tessa Ia, que la interpreta en sus años mozos, a quien no debemos perderle la pista, y por supuesto la estupenda Karina Gidi, quien por momentos recuerda, sobre todo al principio del filme, a Beatríz, el personaje de la novela Demasiado Amor, de Sara Sefchovich, en donde ambas mujeres le dan otro sabor a las mieles del sexo. Su trabajo en ese entonces le valió una nominación al Ariel a Mejor Actriz, pero fue gracias a Castellanos que Gidi pudo alzar su primer Ariel. Su belleza de antaño, delicadeza y pequeñas dosis de furia, hacen creíble el personaje de amante y maestra; madre y escritora, que interpreta la formidable actriz.
La acompaña el no menos estupendo Giménez Cacho, haciendo mancuerna con Pedro De Tavira, quien da vida a su contraparte adolescente, completan el ensamble actoral en Los Adioses.
Ese pequeño instante en la vida de la señora Castellanos, saca a flote, una vez más, su lucha. Y no puede ser más ad hoc a los tiempos actuales. Ojalá se viralizaran sus letras, y un poco de su filosofía y coraje, ese que la vida cortó en plenitud a los 49 años cuando trabajaba como catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén y se desempeñaba como embajadora de Mexico en Jerusalén.
Abriendo brecha, aún con lo inesperado de su partida, en 1974 se fue una grande de las letras, viviendo en Tel Aviv, una descarga eléctrica le arrebataría su último aliento cuando acudía al llamado telefónico de su hijo Gabriel que la escuchó por última vez.
No voy a dejar de ser mamá, no voy a dejar de ser maestra, y no voy a dejar de escribir, recita desde lo más profundo de sus entrañas Rosario Castellanos en una de las escenas, vaya forma de recordarnos que muchas veces la medalla, o el dulce, que tanto anhelamos se encuentra escondido en las pequeñas cosas, y peor tantito, tan absurdas como el sentarse a contemplar la blancura resplandeciente de una cocina. Por eso yo ya no espero, vivo.
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