You must be a loged user to know your affinity with Pensadero Público
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

8,2
73.464
7
17 de agosto de 2021
17 de agosto de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
He vuelto a ver, por tercera o cuarta vez, Vértigo (De entre los muertos) de Alfred Hitchcock, 1958. Debo confesar que cada vez la encuentro menos disfrutable. Y no sólo porque ya esté enterado de la trama sino porque, precisamente, el argumento me parece cada vez más inverosímil. De verdad que no se sostiene ni adosándole resistente andamios de elogios y cantidades industriales de adjetivos laudatorios al film que indudablemente se los merece.
No pensaba escribir esta nota (que no crítica) porque con las casi 250 que me han precedido, ¿qué oportunidad tengo de que alguien me lea? Además, al ver las calificaciones que ha obtenido y las elogiosas primeras críticas, mi desánimo fue mayor. Pero, oh sorpresa, también encontré por ahí algunas opiniones nada positivas lo que me ha animado a escribir este texto.
De entrada, estoy de acuerdo que el arte no tiene porque ser fiel reflejo de la realidad ni mucho menos. Cualquier manifestación artística se basa en un acuerdo implícito de que quien la consuma acepta la lógica interna de dicha manifestación. Así, una película o una novela sólo tienen que ser congruentes consigo mismas. Son universos que se contienen a sí mismo en su propia lógica. El espectador y el lector aceptan tácitamente las reglas del juego que son establecidas por el mismo autor.
En eso consiste la magia de arte. En suspender el juicio y dejarnos sorprender por la capacidad inventiva de los grandes creadores. Sus obras alimentan nuestro espíritu ensanchando nuestra imaginación y sensibilidad con experiencias que sólo a través de estos medios podemos disfrutar. Se trata de la sana evasión que expande nuestras capacidades como seres humanos gracias a la música, la literatura, el cine, la danza, el teatro, la pintura y un largo etcétera.
Pero una cosa es aceptar las convenciones propias de la obra y otra muy diferente es que nos quieran ver la cara. Y creo que Hitchcock abusó de nuestra buena fe en esta cinta al introducir giros argumentales verdaderamente absurdos e inaceptables de acuerdo a la misma naturaleza de la historia y de los personajes. Muchas de estas incongruencias ya han sido señaladas por otros participantes en este foro. Yo sólo me limito a insistir en una o dos que me parecen insostenibles.
No pensaba escribir esta nota (que no crítica) porque con las casi 250 que me han precedido, ¿qué oportunidad tengo de que alguien me lea? Además, al ver las calificaciones que ha obtenido y las elogiosas primeras críticas, mi desánimo fue mayor. Pero, oh sorpresa, también encontré por ahí algunas opiniones nada positivas lo que me ha animado a escribir este texto.
De entrada, estoy de acuerdo que el arte no tiene porque ser fiel reflejo de la realidad ni mucho menos. Cualquier manifestación artística se basa en un acuerdo implícito de que quien la consuma acepta la lógica interna de dicha manifestación. Así, una película o una novela sólo tienen que ser congruentes consigo mismas. Son universos que se contienen a sí mismo en su propia lógica. El espectador y el lector aceptan tácitamente las reglas del juego que son establecidas por el mismo autor.
En eso consiste la magia de arte. En suspender el juicio y dejarnos sorprender por la capacidad inventiva de los grandes creadores. Sus obras alimentan nuestro espíritu ensanchando nuestra imaginación y sensibilidad con experiencias que sólo a través de estos medios podemos disfrutar. Se trata de la sana evasión que expande nuestras capacidades como seres humanos gracias a la música, la literatura, el cine, la danza, el teatro, la pintura y un largo etcétera.
Pero una cosa es aceptar las convenciones propias de la obra y otra muy diferente es que nos quieran ver la cara. Y creo que Hitchcock abusó de nuestra buena fe en esta cinta al introducir giros argumentales verdaderamente absurdos e inaceptables de acuerdo a la misma naturaleza de la historia y de los personajes. Muchas de estas incongruencias ya han sido señaladas por otros participantes en este foro. Yo sólo me limito a insistir en una o dos que me parecen insostenibles.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La que considero más grave es la situación en la que el personaje principal, Scottie, huye de la escena del suicidio/crimen de la protagonista femenina Madeleine. ¿Cómo explicar que estando tan enamorado de ella (lo cual también es muy extraño por la falta de ética que supone una conducta así en un personaje que hasta ese momento había sido todo corrección y buena conducta), se aleje del objeto de amor y la abandone a su suerte tomando en cuenta, además, que él no tenía ninguna responsabilidad en el hecho? Una actitud así tendría que haber derivado, cuando menos, en una sospecha de posible homicidio.
La escena inicial de la persecución contradice totalmente esta actitud del personaje. Ya que ahí queda establecido que se trata de un profesional tenaz y celoso de su deber. Que no le importa arriesgar su vida con tal de llevar a cabo la tarea que le ha sido encomendada. Y cuando en una situación similar quien ha caído en desgracia es precisamente la mujer de la que se ha enamorado, ¡entonces huye! Francamente, eso va en contra del más elemental sentido común. Se entiende que si el protagonista permanecía en la escena del ‘accidente’ terminaría percatándose de que el cadáver no era el de Madeleine y entonces todo saldría a flote. Pero precisamente esa podría ser una posible línea argumental que le diera continuidad a la historia por otros derroteros con mayor coherencia e interés.
En fin, habría más que decir al respecto pero prefiero dejarlo así. No sin antes aclarar, de nuevo, que la película en sí tiene muchos elementos notables en cuanto a la producción y las actuaciones. Eso ni quien lo discuta. Pero sigo creyendo que el guión tiene graves defectos, lo cual no obsta para aceptar la enorme calidad de Hitchcock como director.
Jesús Magaña Estrada
La escena inicial de la persecución contradice totalmente esta actitud del personaje. Ya que ahí queda establecido que se trata de un profesional tenaz y celoso de su deber. Que no le importa arriesgar su vida con tal de llevar a cabo la tarea que le ha sido encomendada. Y cuando en una situación similar quien ha caído en desgracia es precisamente la mujer de la que se ha enamorado, ¡entonces huye! Francamente, eso va en contra del más elemental sentido común. Se entiende que si el protagonista permanecía en la escena del ‘accidente’ terminaría percatándose de que el cadáver no era el de Madeleine y entonces todo saldría a flote. Pero precisamente esa podría ser una posible línea argumental que le diera continuidad a la historia por otros derroteros con mayor coherencia e interés.
En fin, habría más que decir al respecto pero prefiero dejarlo así. No sin antes aclarar, de nuevo, que la película en sí tiene muchos elementos notables en cuanto a la producción y las actuaciones. Eso ni quien lo discuta. Pero sigo creyendo que el guión tiene graves defectos, lo cual no obsta para aceptar la enorme calidad de Hitchcock como director.
Jesús Magaña Estrada

7,3
590
9
6 de septiembre de 2021
6 de septiembre de 2021
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Canoa, película mexicana de 1976 dirigida por Felipe Cazals y con guión de Tomás Pérez Turrent. Basada en un hecho real de linchamiento de un grupo de jóvenes trabajadores de la Universidad de Puebla a manos de los habitantes la comunidad de San Miguel Canoa, en el estado mexicano de Puebla, a donde había llegado para intentar escalar el cerro de La Malinche. Estos acontecimientos tuvieron lugar la madrugada del 14 al 15 de septiembre de 1968. Apenas seis semanas antes del fatídico 2 de octubre.
1968 fue para México el año de las Olimpiadas. Del 12 al 27 de octubre de ese año se llevaron a cabo las competencias de la XIX edición de los Juegos Olímpicos. Pero, para la mayoría de los mexicanos, 1968 fue el año en el que el autoritarismo y la represión de un gobierno totalitario y anquilosado puso en práctica las formas más brutales de represión política y social.
El 2 de octubre de ese año un mitin pacífico de estudiantes universitarios en huelga que se desarrollaba sin incidentes en la Plaza de las Tres Culturas, fue violentamente reprimido por el ejército y grupos paramilitares causando la muerte de cientos de personas e incontables heridos. El hecho ha pasado a la historia como ‘La Matanza de Tlatelolco’. Pero nos engañaríamos si sólo consideráramos estos acontecimientos como un hecho aislado. La verdad es que en esa época se vivía un auténtico clima de terror y represión cotidiano en todo el país. Otra muestra brutal de esta situación opresiva que se vivía en ese momento son los hechos que se narran en la película que nos ocupa.
Como seguramente recordarán quienes vivieron en esos años, la efervescencia política y social se extendió prácticamente por todo el mundo. El Mayo del 68 francés, las protestas contra la Guerra de Vietnam y la invasión del ejército soviético en Checoslovaquia fueron los catalizadores que encendieron la mecha para el surgimiento de movimientos juveniles de protesta y reivindicativos. Las sociedades de todo el mundo estaban divididas entre jóvenes y adultos, conservadores y progresista, comunistas y capitalistas, etc. Y todo lo que se pedía era apertura política, mayor participación de la sociedad en las decisiones política (particularmente de los jóvenes) y vigencia de las libertades básicas.
En la película de Cazals podemos ver ilustrada con gran maestría esa polarización. San Miguel Canoa es el perfecto microcosmos de lo que se estaba viviendo a nivel global. La llamada Guerra Fría en todo su esplendor. Pero en el caso mexicano la lucha se libró con especial encono por un ingrediente que si bien no estaba ausente en otros países, no tenía el mismo peso ideológico e histórico que había adquirido en nuestro país a lo largo de los siglos: el factor religioso. El catolicismo más retrógrado y dogmático en el que fueron ‘educadas’ las sucesivas generaciones de mexicanos desde la época colonial hasta bien entrado el siglo XX.
Canoa da cuenta puntual de ese estado absurdo de control y enajenación ideológica que ejercía el clero católico sobre pueblos enteros. Con caracterizaciones que reflejan puntualmente lo siniestro de esos ‘pastores de almas’ y que para los no enterados pudieran parecer caricaturas exageradas, pero que no son sino un fiel reflejo de la realidad que se vivía. El perverso cura del pueblo que azuza e incita a los pobladores al linchamiento de los ‘estudiantes comunistas’ tiene su complemento en la figura de Gustavo Díaz Ordaz, Presidente de la República y responsable de la represión generalizada en el país. El poder político y el poder clerical eran uno y lo mismo.
Por otra parte, la película tiene grandes virtudes que le confieren valor por sí misma más allá de los hechos que narra y que a la distancia de los años no tiene el mismo significado para las nuevas generaciones. El guión está muy bien construido y mezcla con sabiduría elementos documentales y de ficción narrativa. Otro gran acierto es la inclusión de un ‘Testigo’ con tintes brechtianos que narra, comenta y da cuenta de los hechos a manera de cronista o corifeo. El tiempo narrativo también está muy bien trabajado con cortes y saltos temporales que agilizan el relato e incrementa el interés del espectador. Por último cabe destacar las actuaciones de los tres principales personajes (además de los jóvenes trabajadores): El Testigo (Salvador Sánchez), el cura Enrique Meza (Enrique Lucero) y Lucas, el lugareño que da hospedaje a los jóvenes (Ernesto Gómez Cruz).
No quiero terminar este texto sin hacer mención del valioso aporte ideológico que para mí y las personas de mi generación significo ésta y otras películas similares que dieron cuenta con inteligencia, valentía y calidad estética de la descomposición social en la que estábamos inmersos merced a un gobierno corrupto, cínico y represor y un clero católico dogmático, retrógrado y extremista. En una escena impactante durante el linchamiento de los jóvenes, un individuo totalmente enajenado danza blandiendo un machete alrededor de los cuerpos caídos y repitiendo una y otra vez mecánicamente: “Cristianismo sí, comunismo no.” Esa escena por sí misma desnuda de manera incontrovertible la pobreza ideológica y estupidez de las creencias religiosas.
Jesús Magaña Estrada
06/09/21
[email protected]
1968 fue para México el año de las Olimpiadas. Del 12 al 27 de octubre de ese año se llevaron a cabo las competencias de la XIX edición de los Juegos Olímpicos. Pero, para la mayoría de los mexicanos, 1968 fue el año en el que el autoritarismo y la represión de un gobierno totalitario y anquilosado puso en práctica las formas más brutales de represión política y social.
El 2 de octubre de ese año un mitin pacífico de estudiantes universitarios en huelga que se desarrollaba sin incidentes en la Plaza de las Tres Culturas, fue violentamente reprimido por el ejército y grupos paramilitares causando la muerte de cientos de personas e incontables heridos. El hecho ha pasado a la historia como ‘La Matanza de Tlatelolco’. Pero nos engañaríamos si sólo consideráramos estos acontecimientos como un hecho aislado. La verdad es que en esa época se vivía un auténtico clima de terror y represión cotidiano en todo el país. Otra muestra brutal de esta situación opresiva que se vivía en ese momento son los hechos que se narran en la película que nos ocupa.
Como seguramente recordarán quienes vivieron en esos años, la efervescencia política y social se extendió prácticamente por todo el mundo. El Mayo del 68 francés, las protestas contra la Guerra de Vietnam y la invasión del ejército soviético en Checoslovaquia fueron los catalizadores que encendieron la mecha para el surgimiento de movimientos juveniles de protesta y reivindicativos. Las sociedades de todo el mundo estaban divididas entre jóvenes y adultos, conservadores y progresista, comunistas y capitalistas, etc. Y todo lo que se pedía era apertura política, mayor participación de la sociedad en las decisiones política (particularmente de los jóvenes) y vigencia de las libertades básicas.
En la película de Cazals podemos ver ilustrada con gran maestría esa polarización. San Miguel Canoa es el perfecto microcosmos de lo que se estaba viviendo a nivel global. La llamada Guerra Fría en todo su esplendor. Pero en el caso mexicano la lucha se libró con especial encono por un ingrediente que si bien no estaba ausente en otros países, no tenía el mismo peso ideológico e histórico que había adquirido en nuestro país a lo largo de los siglos: el factor religioso. El catolicismo más retrógrado y dogmático en el que fueron ‘educadas’ las sucesivas generaciones de mexicanos desde la época colonial hasta bien entrado el siglo XX.
Canoa da cuenta puntual de ese estado absurdo de control y enajenación ideológica que ejercía el clero católico sobre pueblos enteros. Con caracterizaciones que reflejan puntualmente lo siniestro de esos ‘pastores de almas’ y que para los no enterados pudieran parecer caricaturas exageradas, pero que no son sino un fiel reflejo de la realidad que se vivía. El perverso cura del pueblo que azuza e incita a los pobladores al linchamiento de los ‘estudiantes comunistas’ tiene su complemento en la figura de Gustavo Díaz Ordaz, Presidente de la República y responsable de la represión generalizada en el país. El poder político y el poder clerical eran uno y lo mismo.
Por otra parte, la película tiene grandes virtudes que le confieren valor por sí misma más allá de los hechos que narra y que a la distancia de los años no tiene el mismo significado para las nuevas generaciones. El guión está muy bien construido y mezcla con sabiduría elementos documentales y de ficción narrativa. Otro gran acierto es la inclusión de un ‘Testigo’ con tintes brechtianos que narra, comenta y da cuenta de los hechos a manera de cronista o corifeo. El tiempo narrativo también está muy bien trabajado con cortes y saltos temporales que agilizan el relato e incrementa el interés del espectador. Por último cabe destacar las actuaciones de los tres principales personajes (además de los jóvenes trabajadores): El Testigo (Salvador Sánchez), el cura Enrique Meza (Enrique Lucero) y Lucas, el lugareño que da hospedaje a los jóvenes (Ernesto Gómez Cruz).
No quiero terminar este texto sin hacer mención del valioso aporte ideológico que para mí y las personas de mi generación significo ésta y otras películas similares que dieron cuenta con inteligencia, valentía y calidad estética de la descomposición social en la que estábamos inmersos merced a un gobierno corrupto, cínico y represor y un clero católico dogmático, retrógrado y extremista. En una escena impactante durante el linchamiento de los jóvenes, un individuo totalmente enajenado danza blandiendo un machete alrededor de los cuerpos caídos y repitiendo una y otra vez mecánicamente: “Cristianismo sí, comunismo no.” Esa escena por sí misma desnuda de manera incontrovertible la pobreza ideológica y estupidez de las creencias religiosas.
Jesús Magaña Estrada
06/09/21
[email protected]
26 de septiembre de 2021
26 de septiembre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La invención de Hugo Cabret (Hugo) película estadounidense de 2011 dirigida por Martin Scorsese con guión de John Logan basado en el libro ‘La invención de Hugo Cabret’ de Brian Selznick. La historia trata de Hugo Cabret (Asa Butterfield), niño huérfano que vive en catacumbas elevadas de la estación de trenes de París. Aficionado a crear y reparar artefactos mecánicos está obsesionado con un autómata herencia de su padre (Jude Law) muerto en un incendio en el museo donde trabajaba.
Me ha resultado una sorpresa la unanimidad de los elogios con los que se describe a esta cinta por parte de los críticos profesionales y un buen número de los aficionados. A medida que me adentro en el ámbito de la crítica cinematográfica me voy percatando que existe una especie de trato comercial entre las productoras cinematográficas y los críticos profesionales para ‘promover’, mediante desmedidos elogios determinadas obras de ciertos autores o estudios cinematográficos. ¿A cambio de qué?; se puede preguntar uno. De generosos ‘estímulos monetarios’ supongo yo con todo el sospechosismo y la mala leche de que soy capaz. No me puedo explicar de otra manera la unanimidad con la que ‘opinan’ estos profesionales. Y menos aún que haya aficionados a la crítica mucho más centrados, incisivos, certeros y aviesos que esos otros que la ejercen como modus vivendi.
Porque vamos a ver, la película es agradable, simpática, tierna, bonita y toda clase de adjetivo al uso que no nos dicen nada pero que suelen ser tan socorridos. Quizá hasta resulte entretenida para algunos, ¿por qué no? Pero nada más. El guión es de lo más inverosímil y fantasioso y lo único que la salva es el homenaje que se le rinde a Méliès. De no ser porque trata del Mago del Cinematógrafo, la cinta no pasaría de ser un subproducto al estilo Disney..
El personaje de Hugo Cabret carece de la magia y el carisma de los personajes verdaderamente entrañables. Es un niño soso y despistado que a no ser por su amiga Isabelle (Chloë Grace Moretz) estaría perdido. Hay algunos otros personajes secundario que son de puro relleno y sin ningún peso o significado en la trama. Eso sí, la producción es de primera como corresponde a una película con un presupuesto de 150 millones de dólares. Sería el colmo que con semejante fortuna a su disposición, la cinta no tuviera calidad técnica.
Y esto me lleva a otra consideración que creo relevante. Podemos decir que, quizá involuntariamente, Scorsese puso en evidencia la falta de talento de muchos directores actuales que suplen sus deficiencias con aparatosos recursos técnicos y, desde luego, con críticas ‘favorables’ previamente acordadas. Todo esto influye de manera decisiva en el ánimo del público poco informado y fácilmente impresionable para encumbrar obras mediocres haciéndolas pasar ‘obras maestras’.
Y no digo que Scorsese sea ejemplo de esta categoría de directores. En muchas otras de sus obras ha dado muestra de un gran talento. Sólo que en el caso de Hugo, las cosas no salieron del todo bien. Lo que me interesa resaltar es la genialidad de pioneros como Méliès y otros mucho que sin contar con los enormes recursos de que se dispone hoy para elaborar un filme, fueron capaces de sentar las bases del arte más representativo del siglo XX: el cinematógrafo. Y todo gracias a un elemento que ni todos los millones de Hollywood puede comprar: el talento creativo. Y si hay un paradigma de tal fenómeno ese es, precisamente, Georges Méliès.
Mucho del cine que se produce ahora está contaminado por la mercadotecnia y los negocios. Por desgracia el cine no es el único ámbito que se ha visto secuestrado por los intereses monetarios. Lo mismo ocurre el las artes plásticas, la literatura, la música y casi cualquier rama de la creación artística. La sociedad mercantilizada y consumista en la que nos desenvolvemos ha pervertido todas las manifestaciones estéticas. Pero en el caso del cine resulta particularmente grave ya que se trata de una manifestación verdaderamente popular y masiva. Al alcance de prácticamente cualquier individuo. Lo que no ocurre necesariamente con las otras artes.
Si tomamos en cuenta la enorme cantidad de basura cinematográfica que se produce y consume con el exclusivo fin de ‘divertir’ y enajenar para exprimir los bolsillos de los espectadores, el panorama se vislumbra sombrío. Sobre todo porque hay ‘cómplices’ consientes o inconsciente que se dedican a alabar sin medida manifestaciones artísticamente mediocres o de plano malas.
Y eso me lleva a una reflexión más: creo que es hora de promover un retorno al cine clásico. A su visionado. Hay ya un acervo enorme de obras maestras del cine a las que deberíamos recurrir para revisar o conocer por vez primera. Dicen los que saben que el mejor criterio para conocer el valor de una obra de arte es su permanencia en el tiempo. Resulta muy irresponsable, por ejemplo, decir que Hugo (en este caso) es una ‘obra maestra’ desde el momento mismo de su estreno como algunos críticos lo han expresado. Y para comenzar a revisar la historia del cine a través de sus grandes creaciones nada mejor que, precisamente, la obra de Georges Méliès.
Con la ventaja de que resulta además muy fácil hoy en día tener acceso a prácticamente cualquier cinta que uno desee revisar o conocer. Nunca antes habíamos tenido esta facilidad. Consumir obras clásicas nos proporciona además enormes ventajas: refinamos nuestro gusto y sensibilidad, ampliamos nuestro horizonte de experiencia, adquirimos una visión temporal de largo plazo, no el inmediatismo del que sólo conoce lo que está de moda. En fin y, sobre todo, nos vuelve universales.
[Continúa en la zona spoilers, aunque no es spoilers]
Jesús Magaña Estrada
26/09/21
[email protected]
Me ha resultado una sorpresa la unanimidad de los elogios con los que se describe a esta cinta por parte de los críticos profesionales y un buen número de los aficionados. A medida que me adentro en el ámbito de la crítica cinematográfica me voy percatando que existe una especie de trato comercial entre las productoras cinematográficas y los críticos profesionales para ‘promover’, mediante desmedidos elogios determinadas obras de ciertos autores o estudios cinematográficos. ¿A cambio de qué?; se puede preguntar uno. De generosos ‘estímulos monetarios’ supongo yo con todo el sospechosismo y la mala leche de que soy capaz. No me puedo explicar de otra manera la unanimidad con la que ‘opinan’ estos profesionales. Y menos aún que haya aficionados a la crítica mucho más centrados, incisivos, certeros y aviesos que esos otros que la ejercen como modus vivendi.
Porque vamos a ver, la película es agradable, simpática, tierna, bonita y toda clase de adjetivo al uso que no nos dicen nada pero que suelen ser tan socorridos. Quizá hasta resulte entretenida para algunos, ¿por qué no? Pero nada más. El guión es de lo más inverosímil y fantasioso y lo único que la salva es el homenaje que se le rinde a Méliès. De no ser porque trata del Mago del Cinematógrafo, la cinta no pasaría de ser un subproducto al estilo Disney..
El personaje de Hugo Cabret carece de la magia y el carisma de los personajes verdaderamente entrañables. Es un niño soso y despistado que a no ser por su amiga Isabelle (Chloë Grace Moretz) estaría perdido. Hay algunos otros personajes secundario que son de puro relleno y sin ningún peso o significado en la trama. Eso sí, la producción es de primera como corresponde a una película con un presupuesto de 150 millones de dólares. Sería el colmo que con semejante fortuna a su disposición, la cinta no tuviera calidad técnica.
Y esto me lleva a otra consideración que creo relevante. Podemos decir que, quizá involuntariamente, Scorsese puso en evidencia la falta de talento de muchos directores actuales que suplen sus deficiencias con aparatosos recursos técnicos y, desde luego, con críticas ‘favorables’ previamente acordadas. Todo esto influye de manera decisiva en el ánimo del público poco informado y fácilmente impresionable para encumbrar obras mediocres haciéndolas pasar ‘obras maestras’.
Y no digo que Scorsese sea ejemplo de esta categoría de directores. En muchas otras de sus obras ha dado muestra de un gran talento. Sólo que en el caso de Hugo, las cosas no salieron del todo bien. Lo que me interesa resaltar es la genialidad de pioneros como Méliès y otros mucho que sin contar con los enormes recursos de que se dispone hoy para elaborar un filme, fueron capaces de sentar las bases del arte más representativo del siglo XX: el cinematógrafo. Y todo gracias a un elemento que ni todos los millones de Hollywood puede comprar: el talento creativo. Y si hay un paradigma de tal fenómeno ese es, precisamente, Georges Méliès.
Mucho del cine que se produce ahora está contaminado por la mercadotecnia y los negocios. Por desgracia el cine no es el único ámbito que se ha visto secuestrado por los intereses monetarios. Lo mismo ocurre el las artes plásticas, la literatura, la música y casi cualquier rama de la creación artística. La sociedad mercantilizada y consumista en la que nos desenvolvemos ha pervertido todas las manifestaciones estéticas. Pero en el caso del cine resulta particularmente grave ya que se trata de una manifestación verdaderamente popular y masiva. Al alcance de prácticamente cualquier individuo. Lo que no ocurre necesariamente con las otras artes.
Si tomamos en cuenta la enorme cantidad de basura cinematográfica que se produce y consume con el exclusivo fin de ‘divertir’ y enajenar para exprimir los bolsillos de los espectadores, el panorama se vislumbra sombrío. Sobre todo porque hay ‘cómplices’ consientes o inconsciente que se dedican a alabar sin medida manifestaciones artísticamente mediocres o de plano malas.
Y eso me lleva a una reflexión más: creo que es hora de promover un retorno al cine clásico. A su visionado. Hay ya un acervo enorme de obras maestras del cine a las que deberíamos recurrir para revisar o conocer por vez primera. Dicen los que saben que el mejor criterio para conocer el valor de una obra de arte es su permanencia en el tiempo. Resulta muy irresponsable, por ejemplo, decir que Hugo (en este caso) es una ‘obra maestra’ desde el momento mismo de su estreno como algunos críticos lo han expresado. Y para comenzar a revisar la historia del cine a través de sus grandes creaciones nada mejor que, precisamente, la obra de Georges Méliès.
Con la ventaja de que resulta además muy fácil hoy en día tener acceso a prácticamente cualquier cinta que uno desee revisar o conocer. Nunca antes habíamos tenido esta facilidad. Consumir obras clásicas nos proporciona además enormes ventajas: refinamos nuestro gusto y sensibilidad, ampliamos nuestro horizonte de experiencia, adquirimos una visión temporal de largo plazo, no el inmediatismo del que sólo conoce lo que está de moda. En fin y, sobre todo, nos vuelve universales.
[Continúa en la zona spoilers, aunque no es spoilers]
Jesús Magaña Estrada
26/09/21
[email protected]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Para finalizar quiero resaltar lo que sí me parece un acierto de Scorsese en su película: el reconocimiento y sentido homenaje que se hace de Georges Melies como figura señera en la génesis de este arte de masas. Creo no ser injusto al señalar también que la mejor y única actuación verdaderamente memorable es la de Ben Kingsley en el papel del Mago del Cinematógrafo. La breve recreación que se hace de la manera de trabajar (de crear) del mago Georges Méliès da cuenta de lo que señalábamos párrafos arriba: deja al descubierto lo lejos que se encuentran algunos directores de ser considerados verdaderos creadores. La parafernalia de efectos especiales y programas computarizados de la que se rodean no suple y más bien pone en evidencia su falta de talento.
Pero, a pesar de todo, hay esperanzas. Entre la avalancha de obras desechables y prescindibles siempre hay gente talentosa que a pesar de no contar con el apoyo de los grandes estudios y los grandes presupuestos siguen creando obras de inestimable valor estético. El espíritu de Georges Méliès sigue vivo. Afortunadamente.
Pero, a pesar de todo, hay esperanzas. Entre la avalancha de obras desechables y prescindibles siempre hay gente talentosa que a pesar de no contar con el apoyo de los grandes estudios y los grandes presupuestos siguen creando obras de inestimable valor estético. El espíritu de Georges Méliès sigue vivo. Afortunadamente.

6,4
882
4
25 de agosto de 2021
25 de agosto de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crisis (Kris) película sueca de 1946 dirigida por Ingmar Bergman con guión del propio director basado en la obra teatral Moderhjertet (Corazón de madre) del dramaturgo danés Leck Fischer. La cinta fue estrenada el 25 de febrero de ese año y su importancia estriba en que se trata del primer film dirigido por Bergman cuando contaba con sólo 27 años.
La historia se ubica en un pequeño pueblo de la Suecia rural durante la posguerra. Nelly (Inga Landgré), una chica de 18 años aficionada al baile, vive con su madre putativa Mutti (Dagny Lind), una maestra de piano que se las ve muy duras para salir adelante económicamente. La película comienza cuando llega al pueblo Jenny (Marianne Löggre) la madre biológica de Nelly con la intención de recuperar a su hija para llevarla a la vivir con ella a la capital. Lo que viene a continuación es el desarrollo de la trama pero de eso ya no diré nada.
Me interesa dejar sentado desde un principio que la película me parece mala sin más. Creo que algunos colegas que aquí han aportado su críticas, muy respetables todas, se van con la finta de valorar positivamente la cinta sólo porque es de Bergman. Y estoy de acuerdo que el nombre pesa. Pero también estaremos de acuerdo que, probablemente, la están viendo con ojos ‘contaminados’ por las obras maestras que el buen Ingmar logró posteriormente. Yo he tratado de evitar en lo posible esa perspectiva tratando de evitar un juicio a posteriori y considerar la película a priori, como si la hubiera visto el día de su estreno y el tal Igmar Bergman no era el genio que ahora conocemos sino apenas un guionista poco conocido en el medio cinematográfico.
El mismo Bergman consideraba a este su primer trabajo de dirección un proyecto fallido. Así nos lo hace saber en su autobiografía La linterna mágica. En ese texto nos cuenta la enorme cantidad de dificultades que enfrentó el proyecto al grado que, en varias ocasiones, estuvo a punto de cancelarse. El entusiasmo inicial que en un arrebato de arrogancia lo llevó a concebirse como el sucesor de los grandes directores suecos (Sjöberg, Molander y Dreyer), fue diluyéndose poco a poco a medida que se enfrentaba a un sin fin de dificultades no previstas.
Los problemas comenzaron con la historia misma. A Bergman le pidieron que adaptara una obra teatral de un autor danés. El texto le pareció nefasto y de su autor dice que es un ‘escritorzuelo’. Pero escribió el guión con la esperanza de que se lo aprobaran y así fue. Lo que Bergman no sabía es que el estudio quería hacer una película, cualquiera, porque había que cumplir el contrato que ya tenía firmado con los actores y el equipo técnico.
Llama la atención lo endeble del argumento tomando en cuenta que Bergman ya tenía experiencia como guionista y hasta cierto prestigio ya que la cinta Tortura (Hets) dirigida por Alf Sjöber había obtenido el premio en Cannes en 1946 y Bergman había sido el autor del guión. Sólo que dicho guión fue escrito a partir de un texto que el mismo Bergman había escrito tomando como base sus experiencias personales como estudiante preparatoriano. Eso explica, de alguna manera, la mediocridad de la historia que se nos narra en Crisis.
La película resulta demasiado ‘teatral’ y las actuaciones son cuando mucho mediocres. Bergman llega a afirmar que algunos de sus protagonista no sabían actuar. Además de que no lo respetaban y tenían constantes roces. La fotografía no es ni remotamente lo que Bergman hubiera deseado. Le impusieron a un fotógrafo que sólo había trabajado en documentales sobre la naturaleza pero nunca con actores y en estudio. Para colmo, él y Bergman se odiaban cordialmente y se trataban como perros y gatos. En pocas palabras: un desastre.
Las peripecias de la realización del filme son innumerables y darían por sí mismas para una interesante película de ‘cine dentro del cine’. Las dificultades de Bergman llegaron a tal extremo que el estudio le consiguió la ‘asesoría’ del prestigioso director Victor Sjöström para que ayudara al novato a sacar adelante el proyecto con el que tropezaba a cada rato. Fue de esa forma como la cinta pudo llegar a buen término e Ingmar Bergman inscribir su nombre como director e iniciar una carrera que a la postre resultaría brillantísima. Pero, definitivamente, Crisis no fue un inicio sencillo y mucho menos satisfactorio. Todo estaba aún por escribirse.
Jesús Magaña Estrada
25/08/21
[email protected]
La historia se ubica en un pequeño pueblo de la Suecia rural durante la posguerra. Nelly (Inga Landgré), una chica de 18 años aficionada al baile, vive con su madre putativa Mutti (Dagny Lind), una maestra de piano que se las ve muy duras para salir adelante económicamente. La película comienza cuando llega al pueblo Jenny (Marianne Löggre) la madre biológica de Nelly con la intención de recuperar a su hija para llevarla a la vivir con ella a la capital. Lo que viene a continuación es el desarrollo de la trama pero de eso ya no diré nada.
Me interesa dejar sentado desde un principio que la película me parece mala sin más. Creo que algunos colegas que aquí han aportado su críticas, muy respetables todas, se van con la finta de valorar positivamente la cinta sólo porque es de Bergman. Y estoy de acuerdo que el nombre pesa. Pero también estaremos de acuerdo que, probablemente, la están viendo con ojos ‘contaminados’ por las obras maestras que el buen Ingmar logró posteriormente. Yo he tratado de evitar en lo posible esa perspectiva tratando de evitar un juicio a posteriori y considerar la película a priori, como si la hubiera visto el día de su estreno y el tal Igmar Bergman no era el genio que ahora conocemos sino apenas un guionista poco conocido en el medio cinematográfico.
El mismo Bergman consideraba a este su primer trabajo de dirección un proyecto fallido. Así nos lo hace saber en su autobiografía La linterna mágica. En ese texto nos cuenta la enorme cantidad de dificultades que enfrentó el proyecto al grado que, en varias ocasiones, estuvo a punto de cancelarse. El entusiasmo inicial que en un arrebato de arrogancia lo llevó a concebirse como el sucesor de los grandes directores suecos (Sjöberg, Molander y Dreyer), fue diluyéndose poco a poco a medida que se enfrentaba a un sin fin de dificultades no previstas.
Los problemas comenzaron con la historia misma. A Bergman le pidieron que adaptara una obra teatral de un autor danés. El texto le pareció nefasto y de su autor dice que es un ‘escritorzuelo’. Pero escribió el guión con la esperanza de que se lo aprobaran y así fue. Lo que Bergman no sabía es que el estudio quería hacer una película, cualquiera, porque había que cumplir el contrato que ya tenía firmado con los actores y el equipo técnico.
Llama la atención lo endeble del argumento tomando en cuenta que Bergman ya tenía experiencia como guionista y hasta cierto prestigio ya que la cinta Tortura (Hets) dirigida por Alf Sjöber había obtenido el premio en Cannes en 1946 y Bergman había sido el autor del guión. Sólo que dicho guión fue escrito a partir de un texto que el mismo Bergman había escrito tomando como base sus experiencias personales como estudiante preparatoriano. Eso explica, de alguna manera, la mediocridad de la historia que se nos narra en Crisis.
La película resulta demasiado ‘teatral’ y las actuaciones son cuando mucho mediocres. Bergman llega a afirmar que algunos de sus protagonista no sabían actuar. Además de que no lo respetaban y tenían constantes roces. La fotografía no es ni remotamente lo que Bergman hubiera deseado. Le impusieron a un fotógrafo que sólo había trabajado en documentales sobre la naturaleza pero nunca con actores y en estudio. Para colmo, él y Bergman se odiaban cordialmente y se trataban como perros y gatos. En pocas palabras: un desastre.
Las peripecias de la realización del filme son innumerables y darían por sí mismas para una interesante película de ‘cine dentro del cine’. Las dificultades de Bergman llegaron a tal extremo que el estudio le consiguió la ‘asesoría’ del prestigioso director Victor Sjöström para que ayudara al novato a sacar adelante el proyecto con el que tropezaba a cada rato. Fue de esa forma como la cinta pudo llegar a buen término e Ingmar Bergman inscribir su nombre como director e iniciar una carrera que a la postre resultaría brillantísima. Pero, definitivamente, Crisis no fue un inicio sencillo y mucho menos satisfactorio. Todo estaba aún por escribirse.
Jesús Magaña Estrada
25/08/21
[email protected]

7,5
4.873
9
21 de agosto de 2021
21 de agosto de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No matarás (Krótki film o zabijaniu), película polaca de 1988 dirigida por Krzysztof Kieślowski con guión de él mismo y Krzysztof Piesiewicz. La cinta, en formato de mediometraje, formó parte originalmente de la serie Decálogo que el director realizó para la televisión polaca a fines de los años 80 y que tiene como intención, a partir de la estructura de los Diez Mandamientos cristianos, analizar la conducta moral del hombre desde la perspectiva de la religión católica. La cinta de la que aquí damos cuenta es una versión extendida de aquel episodio, el número 5 de 10.
La película plantea una clara condena al crimen en cualquiera de sus modalidades. Ya sea el acto cometido por un asesino sin piedad, de manera absurda y sin sentido; o la pena de muerte aplicada por el Estado como castigo por ese crimen. Kieślowski fustiga por igual a unos y otros sin hacer concesiones y hasta me atrevería a decir que se puede inferir de su planteamiento, que considera como más aberrante la conducta revanchista de la sociedad para con los trasgresores de la ley. Sobre todo si tomamos en cuenta que hay ya evidencia suficiente para afirmar que no es aplicando la pena de muerte como disminuye la criminalidad.
La película es dura y desoladora. La historia se ubica en la Polonia de los años 80; precisamente durante el ‘reinado’ de Juan Pablo II. Karol Wojtyla despachaba en el Vaticano desde 1978 y, junto con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, formaron lo que yo llamo la Putísima Trinidad que tenía como encomienda destruir por cualquier medio el comunismo. Y a eso se dedicaron con singular entusiasmo. Sus baterías se enfocaron no sólo contra la URSS, que para entonces ya era una ruina política insostenible, sino contra todos los movimientos sociales que promovieran algún tipo de reivindicación: feminismo, contracepción, homosexualidad, movimientos anticoloniales, etc. Incluso en contra de la Teología de la Liberación a la que condenaron sin más.
Pues bien, esta catolíquísima Polonia que uno supondría una sucursal del paraíso terrenal por su fidelidad a la doctrina cristiana y que había dado al mundo dos próceres de la ‘democracia’ como Lech Walesa y el ínclito Karol; es una ciudad hostil, oscura, violenta y deshumanizada. Los personajes son antipáticos y desagradables en su mayoría. El único que muestra algún viso de humanidad y empatía es el abogado que, curiosamente, está caracterizado como un tipo simplón, aniñado e ingenuo. Su forma de ser contrasta grandemente con la manera de conducirse por la vida de sus conciudadanos.
Por todo lo anterior, sostengo que más allá de ser una dura denuncia en contra del crimen en cualquiera de sus modalidades y, muy particularmente en contra de la pena de muerte como recurso ‘legal´ para castigar a los transgresores, No matarás es también una crítica al fracaso de la doctrina cristiana como pedagogía moral de la sociedad occidental. Es por ello que sostengo que el decálogo es uno de los mayores fiascos históricos.
Me refiero, desde luego, al decálogo cristiano que conocemos con el nombre de los Diez Mandamientos; ese código moral que desde hace poco más de dos mil años rige, o debería de regir, la conducta de la mayoría de los pueblos occidentales. ¿El resultado? ¡Absoluto fracaso! No se necesita ser muy versado en la historia de la humanidad para saber que a lo largo de estos dos milenios prácticamente todas las disposiciones contenidas en el decálogo de marras han sido sistemáticamente violadas, transgredidas, desobedecidas; en fin, ignoradas.
Peor aún, quienes se suponen deberían ser los principales guardianes y promotores este código de conducta, han resultado ser los que menos lo han acatado a lo largo de la historia. Ejemplos sobran: las Cruzadas, la Inquisición, las guerras de religión, las conquistas y colonizaciones de los pueblos ‘bárbaros’ en nombre de la civilización cristiana son ejemplos claros del fracaso moral de una doctrina que se basa, en la realidad, en la exclusión y explotación del otro aunque su prédica proclame el “Amor al prójimo” como mandamiento fundamental.
La película es además un testimonio invaluable de cómo se llevó a cabo este proceso de transición que se dio a raíz del fin de la Guerra Fría y el advenimiento del libre comercio y el neoliberalismo. Los peores augurios que en el film están esbozados en este retrato de una sociedad casi distópica, se han cumplido a cabalidad. Lo cual habla de esa capacidad que tiene los artistas verdaderos para ver la realidad que se esconde más allá de la superficie.
En resumidas cuentas, sumamente recomendable por las múltiples razones que aquí he tratado de destacar y muchas otras que seguramente se me escapan.
Jesús Magaña Estrada
21/08/21
[email protected]
La película plantea una clara condena al crimen en cualquiera de sus modalidades. Ya sea el acto cometido por un asesino sin piedad, de manera absurda y sin sentido; o la pena de muerte aplicada por el Estado como castigo por ese crimen. Kieślowski fustiga por igual a unos y otros sin hacer concesiones y hasta me atrevería a decir que se puede inferir de su planteamiento, que considera como más aberrante la conducta revanchista de la sociedad para con los trasgresores de la ley. Sobre todo si tomamos en cuenta que hay ya evidencia suficiente para afirmar que no es aplicando la pena de muerte como disminuye la criminalidad.
La película es dura y desoladora. La historia se ubica en la Polonia de los años 80; precisamente durante el ‘reinado’ de Juan Pablo II. Karol Wojtyla despachaba en el Vaticano desde 1978 y, junto con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, formaron lo que yo llamo la Putísima Trinidad que tenía como encomienda destruir por cualquier medio el comunismo. Y a eso se dedicaron con singular entusiasmo. Sus baterías se enfocaron no sólo contra la URSS, que para entonces ya era una ruina política insostenible, sino contra todos los movimientos sociales que promovieran algún tipo de reivindicación: feminismo, contracepción, homosexualidad, movimientos anticoloniales, etc. Incluso en contra de la Teología de la Liberación a la que condenaron sin más.
Pues bien, esta catolíquísima Polonia que uno supondría una sucursal del paraíso terrenal por su fidelidad a la doctrina cristiana y que había dado al mundo dos próceres de la ‘democracia’ como Lech Walesa y el ínclito Karol; es una ciudad hostil, oscura, violenta y deshumanizada. Los personajes son antipáticos y desagradables en su mayoría. El único que muestra algún viso de humanidad y empatía es el abogado que, curiosamente, está caracterizado como un tipo simplón, aniñado e ingenuo. Su forma de ser contrasta grandemente con la manera de conducirse por la vida de sus conciudadanos.
Por todo lo anterior, sostengo que más allá de ser una dura denuncia en contra del crimen en cualquiera de sus modalidades y, muy particularmente en contra de la pena de muerte como recurso ‘legal´ para castigar a los transgresores, No matarás es también una crítica al fracaso de la doctrina cristiana como pedagogía moral de la sociedad occidental. Es por ello que sostengo que el decálogo es uno de los mayores fiascos históricos.
Me refiero, desde luego, al decálogo cristiano que conocemos con el nombre de los Diez Mandamientos; ese código moral que desde hace poco más de dos mil años rige, o debería de regir, la conducta de la mayoría de los pueblos occidentales. ¿El resultado? ¡Absoluto fracaso! No se necesita ser muy versado en la historia de la humanidad para saber que a lo largo de estos dos milenios prácticamente todas las disposiciones contenidas en el decálogo de marras han sido sistemáticamente violadas, transgredidas, desobedecidas; en fin, ignoradas.
Peor aún, quienes se suponen deberían ser los principales guardianes y promotores este código de conducta, han resultado ser los que menos lo han acatado a lo largo de la historia. Ejemplos sobran: las Cruzadas, la Inquisición, las guerras de religión, las conquistas y colonizaciones de los pueblos ‘bárbaros’ en nombre de la civilización cristiana son ejemplos claros del fracaso moral de una doctrina que se basa, en la realidad, en la exclusión y explotación del otro aunque su prédica proclame el “Amor al prójimo” como mandamiento fundamental.
La película es además un testimonio invaluable de cómo se llevó a cabo este proceso de transición que se dio a raíz del fin de la Guerra Fría y el advenimiento del libre comercio y el neoliberalismo. Los peores augurios que en el film están esbozados en este retrato de una sociedad casi distópica, se han cumplido a cabalidad. Lo cual habla de esa capacidad que tiene los artistas verdaderos para ver la realidad que se esconde más allá de la superficie.
En resumidas cuentas, sumamente recomendable por las múltiples razones que aquí he tratado de destacar y muchas otras que seguramente se me escapan.
Jesús Magaña Estrada
21/08/21
[email protected]
Más sobre Pensadero Público
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here