Últimamente se está volviendo costumbre hacer películas con animales generados por ordenador. Hay casos como El Rey León o El Libro de la Selva en los que está justificado ya que los animales hablan, cantan o bailan. En el caso que tratamos, no. En esta nueva versión de la novela de Jack London todo es falso. Todos los animales son de mentira, desde las libélulas a los lobos.
No podemos empatizar con un perro de dibujos que sonríe, mira de reojo y pone caras (solo le falta la cara de preguntarle a Ford qué hace metido en este berenjenal).
Un guion flojo e infantiloide simplifica la novela de tal forma que nos da igual lo que le pase a cualquiera de los personajes, perro incluido. Señores productores: los niños son niños pero no tontos.
A esto le añadimos unos efectos en muchos casos bochornosos, donde los espectaculares paisajes canadienses se convierten en escenarios de píxeles sin vida. Hay una escena en la que Ford juega con el perro para que le devuelva el sombrero en la que el actor no mira ni un momento al lugar donde se supone que está el animal. Un despropósito.

No hay quién se crea esta tomadura de pelo.