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Críticas ordenadas por utilidad
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8,1
32.912
7
2 de abril de 2008
2 de abril de 2008
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre he pensado, al hablar con algunos amigos de esta película, y ahora al leer detenidamente todas las críticas publicadas, que tiene demasiadas interpretaciones diferentes de los espectadores. Eso, que para algunos es una cualidad o signo de maestría, para mí no es otra cosa que una mala construcción del film.
Me explicaré: Yo no me creo que Laughton intentara, a un tiempo, mostrar: una visión onírica del bien y el mal, mostrar la vida como un cuento de hadas vista desde los ojos de los niños, hablar sobre el fanatismo religioso, el obras son amores, hablar sobre la crueldad infantil, la capacidad de adaptación y sufrimiento de los niños, etc. etc. etc... (solo hay que leer una por una todas las críticas).
A mí (y es una opinión muy personal) tantísima interpretación me da a entender que el autor no ha sabido concretar y legar un mensaje suficiéntemente diáfano. ¿Alguien es capaz de ponerse de acuerdo sobre la escena final del niño?
Ojo, no quiero decir que sea una mala película... pero sí que está hecha con menos maestría de la que el tiempo ha ido poniendo a sus espaldas.
En realidad, ver "La noche del cazador" es asistir a un juego de luces y sombras; es desesperarse con una película con demasiados altibajos como para considerarla "obra maestra". Secuencias absolutamente maravillosas como la del cadáver en el río, alternan con ridículas imágenes de animalitos (recien sacados de la granja) dispuestos al borde del rio el tiempo justo para ser filmados. A eso se le ha dado el tratamiento (vete tu a saber por qué) de "onírico". Pasajes memorables como la llegada del predicador a la pequeña comunidad, alternan con disparates como el modo en el que se le escapan los niños del sótano (dejándole caer encima una lejita con unos cuantos botes). En definitiva, un film muy poco compacto.
La película, y sus prometedores veinte primeros minutos, se va desinflando de forma irremisible hacia un final desalentador.
Me explicaré: Yo no me creo que Laughton intentara, a un tiempo, mostrar: una visión onírica del bien y el mal, mostrar la vida como un cuento de hadas vista desde los ojos de los niños, hablar sobre el fanatismo religioso, el obras son amores, hablar sobre la crueldad infantil, la capacidad de adaptación y sufrimiento de los niños, etc. etc. etc... (solo hay que leer una por una todas las críticas).
A mí (y es una opinión muy personal) tantísima interpretación me da a entender que el autor no ha sabido concretar y legar un mensaje suficiéntemente diáfano. ¿Alguien es capaz de ponerse de acuerdo sobre la escena final del niño?
Ojo, no quiero decir que sea una mala película... pero sí que está hecha con menos maestría de la que el tiempo ha ido poniendo a sus espaldas.
En realidad, ver "La noche del cazador" es asistir a un juego de luces y sombras; es desesperarse con una película con demasiados altibajos como para considerarla "obra maestra". Secuencias absolutamente maravillosas como la del cadáver en el río, alternan con ridículas imágenes de animalitos (recien sacados de la granja) dispuestos al borde del rio el tiempo justo para ser filmados. A eso se le ha dado el tratamiento (vete tu a saber por qué) de "onírico". Pasajes memorables como la llegada del predicador a la pequeña comunidad, alternan con disparates como el modo en el que se le escapan los niños del sótano (dejándole caer encima una lejita con unos cuantos botes). En definitiva, un film muy poco compacto.
La película, y sus prometedores veinte primeros minutos, se va desinflando de forma irremisible hacia un final desalentador.
Serie

7,3
471
9
11 de diciembre de 2023
11 de diciembre de 2023
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Déjate ver es la infravaloradísima serie de un Álvaro Carmona vestido de genio absoluto y una Macarena Sanz inconmesurable.
La serie, impregnada de ese humor surrealista tan marca de la casa de su director y guionista, es a veces Black Mirror, a veces Amanece que no es poco, la mayoría de veces un drama intimista sobre alguien terriblemente solo que siente como está "desapareciendo".
Déjame ver reparte guantazos a dos manos. La frivolidad del mundo del arte conceptual, galeristas, actores e intelectuales y su, a menudo, falsa sofisticación, el mundo de la televisión, las redes sociales, el famoseo y los influencers. La burocracia absurda de nuestras administraciones, las pseudoterapias, (ayyyy) las relaciones sociales y afectivas. La lista es interminable. No queda nadie en pie en Déjate ver, excepto Ana. O Anastasia.
La serie, impregnada de ese humor surrealista tan marca de la casa de su director y guionista, es a veces Black Mirror, a veces Amanece que no es poco, la mayoría de veces un drama intimista sobre alguien terriblemente solo que siente como está "desapareciendo".
Déjame ver reparte guantazos a dos manos. La frivolidad del mundo del arte conceptual, galeristas, actores e intelectuales y su, a menudo, falsa sofisticación, el mundo de la televisión, las redes sociales, el famoseo y los influencers. La burocracia absurda de nuestras administraciones, las pseudoterapias, (ayyyy) las relaciones sociales y afectivas. La lista es interminable. No queda nadie en pie en Déjate ver, excepto Ana. O Anastasia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
O Bassil. O el alter ego de Vincent van Gogh. "La tristeza durará para siempre".

6,1
23.678
2
3 de septiembre de 2011
3 de septiembre de 2011
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine que noquea. No por brillante, audaz o impactante... sino todo lo contrario. Y uno de los ejemplos más claros en los últimos años de que la opinión de los grandes grupos de comunicación está dirigida según intereses económicos. Solo así se entienden cosas como "Personajes sólidos" del Empire o "Un thriller inteligente y estiloso que mezcla ciencia ficción, romance e intriga hitchcockiana" del Washington Post.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Los personajes "sólidos" son un joven que aspira a senador por el mero hecho de que su padre lo llevo una vez al congreso. Así, tal cual. Con la ayuda de un amigo de la infancia y gracias a su oratoria. Ninguna mención al apoyo de los grandes lobbys o los grandes grupos empresariales, una aspirante a diva de la danza esperando con "treinta años" su oportunidad de hacerse con fama mundial y un grupo de ángeles encargados de que todo siga el rumbo previsto por dios. Claro.. que aquí no es dios; es el director general.
De lo más inteligente y estiloso, oíga. Tanto como la escena final (lo más vergonzante del año), en la que auténticos "antidisturbios" porra en mano enviados por el "director general" desaparecen al darse los protagonistas "un beso verdadero". Y ya. Vía libre. El destino ha sido reescrito para ellos.
Intriga Hitchcockiana. Ja.
De lo más inteligente y estiloso, oíga. Tanto como la escena final (lo más vergonzante del año), en la que auténticos "antidisturbios" porra en mano enviados por el "director general" desaparecen al darse los protagonistas "un beso verdadero". Y ya. Vía libre. El destino ha sido reescrito para ellos.
Intriga Hitchcockiana. Ja.

7,2
20.393
8
30 de abril de 2008
30 de abril de 2008
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alfter hours (siempre me he preguntado si el encargado de poner su ridículo título en castellano pudo volver a dormir sin remordimientos) es una película que solo podría haber rodado Scorsese.
Veladas pugilísticas con boxeadores paranoicos, clases de billar impartidas por el más grande, poderosos integrantes de la mafia en Brooklyn… mafiosos de poca monta, peleando por cinco miserables dólares, veteranos de Vietnam insomnes, al volante de un taxi…
Uno de los directores que mejor ha sabido radiografiar la sórdida fauna nocturna, en especial la de los barrios de Nueva York, decide un día cambiar los timadores, matones, camellos, putas y sodomitas por el mundo freak que abunda en toda gran metrópoli: oficinistas hartos de su trabajo con ganas de divertirse un rato, chicas depresivas con tendencias suicidas, chicas ingenuas con peinados de los años sesenta, escultoras encantadas en su papel de esclava dominada, encargados de bar con miedo a que les desvalijen la casa, raterillos convencidos de que pagar por algo no es bueno porque alguien termina robándotelo, gays de los de mostacho y cuero morreándose y pellizcándose los pezones, punkis maravillosos bailando bongo en un club, vendedoras de helados justicieras… y mucha… muchísima pasta de escayola y papel de periódico. Todo un universo friki que para sí quisieran los directivos de la televisión que nos ha tocado sufrir.
Griffin Dune bordó el papel de su vida, y para la posteridad quedarán algunos de los momentos más delirantes de la comedia, como la secuencia del billete en el taxi, los cartelitos por toda la casa indicando donde está el cadáver, los porros de césped o el amanecer en las oficinas.
Impagable el modo en el que, a pesar de estar riéndote con una comedia, se va apoderando de ti una extraña desazón… cada vez más impaciente porque el bueno de Griffin consiga las putas llaves de casa.
Veladas pugilísticas con boxeadores paranoicos, clases de billar impartidas por el más grande, poderosos integrantes de la mafia en Brooklyn… mafiosos de poca monta, peleando por cinco miserables dólares, veteranos de Vietnam insomnes, al volante de un taxi…
Uno de los directores que mejor ha sabido radiografiar la sórdida fauna nocturna, en especial la de los barrios de Nueva York, decide un día cambiar los timadores, matones, camellos, putas y sodomitas por el mundo freak que abunda en toda gran metrópoli: oficinistas hartos de su trabajo con ganas de divertirse un rato, chicas depresivas con tendencias suicidas, chicas ingenuas con peinados de los años sesenta, escultoras encantadas en su papel de esclava dominada, encargados de bar con miedo a que les desvalijen la casa, raterillos convencidos de que pagar por algo no es bueno porque alguien termina robándotelo, gays de los de mostacho y cuero morreándose y pellizcándose los pezones, punkis maravillosos bailando bongo en un club, vendedoras de helados justicieras… y mucha… muchísima pasta de escayola y papel de periódico. Todo un universo friki que para sí quisieran los directivos de la televisión que nos ha tocado sufrir.
Griffin Dune bordó el papel de su vida, y para la posteridad quedarán algunos de los momentos más delirantes de la comedia, como la secuencia del billete en el taxi, los cartelitos por toda la casa indicando donde está el cadáver, los porros de césped o el amanecer en las oficinas.
Impagable el modo en el que, a pesar de estar riéndote con una comedia, se va apoderando de ti una extraña desazón… cada vez más impaciente porque el bueno de Griffin consiga las putas llaves de casa.
9
27 de febrero de 2008
27 de febrero de 2008
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera secuencia de El Violín anuncia una obra violenta, dura y desgarradora. Uno de esos proyectos en los que para denunciar la opresión de los pueblos, no hay más remedio que mostrar, con toda crudeza, el escarnio y la vejación.
La primera secuencia de El Violín te hace aferrarte a la butaca, respirar hondo y prepararte para hacer frente a la barbarie. Pero es solo una pincelada, un recordatorio lacerante. A Vargas Quevedo no le interesa el morbo, la estridencia ni el detalle milimétrico de la violación, la tortura y la ejecución sumaria. Es curioso compararla con el ensañamiento de otro mexicano, Guillermo del Toro, a la hora de mostrarnos los desmanes y abusos del capitán del ejército franquista en su El Laberinto del Fauno. Ahí radica lo sublime de su denuncia: La tragedia es inminente, sobrevuela todo el metraje sobre los personajes… pero no es necesario mostrárnosla. En este sentido, la secuencia final en la que Plutarco es descubierto, debería quedar en los anales de la historia del cine.
Ante nosotros aparece pues, una película bellísima, llena de humanidad, contada de un modo portentoso (apoyándose en su excelente guión): La historia de supervivencia de tres generaciones de músicos (abuelo, hijo y nieto) de cualquier estado mexicano (quien sabe si Chiapas) en su lucha suicida contra el opresor.
Además del guión, hay que destacar para completar el triángulo, la fenomenal dirección de actores y su fotografía:
Ninguno de los tres actores principales, abuelo-hijo-nieto, es actor profesional, pero se muestran mucho más creíbles ante la cámara que muchísimos de los histriónicos mitos de Hollywood. En especial Angel Tavira, el anciano que encarna al abuelo. Su Plutarco es uno de esos personajes que ya nunca te abandonan.
Y por último la fotografía de Martín Boege. Un asombroso y pausado blanco y negro, jugando a menudo con el contraluz para que solo veamos las siluetas (la de Plutarco en la burra acercándose y alejándose de los soldados es de una belleza fascinante) y que hace que durante el visionado tengas en más de una ocasión la sensación de estar ante una exposición de fotografía más que en una sala de cine.
Cine en estado puro.
La primera secuencia de El Violín te hace aferrarte a la butaca, respirar hondo y prepararte para hacer frente a la barbarie. Pero es solo una pincelada, un recordatorio lacerante. A Vargas Quevedo no le interesa el morbo, la estridencia ni el detalle milimétrico de la violación, la tortura y la ejecución sumaria. Es curioso compararla con el ensañamiento de otro mexicano, Guillermo del Toro, a la hora de mostrarnos los desmanes y abusos del capitán del ejército franquista en su El Laberinto del Fauno. Ahí radica lo sublime de su denuncia: La tragedia es inminente, sobrevuela todo el metraje sobre los personajes… pero no es necesario mostrárnosla. En este sentido, la secuencia final en la que Plutarco es descubierto, debería quedar en los anales de la historia del cine.
Ante nosotros aparece pues, una película bellísima, llena de humanidad, contada de un modo portentoso (apoyándose en su excelente guión): La historia de supervivencia de tres generaciones de músicos (abuelo, hijo y nieto) de cualquier estado mexicano (quien sabe si Chiapas) en su lucha suicida contra el opresor.
Además del guión, hay que destacar para completar el triángulo, la fenomenal dirección de actores y su fotografía:
Ninguno de los tres actores principales, abuelo-hijo-nieto, es actor profesional, pero se muestran mucho más creíbles ante la cámara que muchísimos de los histriónicos mitos de Hollywood. En especial Angel Tavira, el anciano que encarna al abuelo. Su Plutarco es uno de esos personajes que ya nunca te abandonan.
Y por último la fotografía de Martín Boege. Un asombroso y pausado blanco y negro, jugando a menudo con el contraluz para que solo veamos las siluetas (la de Plutarco en la burra acercándose y alejándose de los soldados es de una belleza fascinante) y que hace que durante el visionado tengas en más de una ocasión la sensación de estar ante una exposición de fotografía más que en una sala de cine.
Cine en estado puro.
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