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Críticas 80
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
13 de marzo de 2019
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lejos del complaciente relato del nazismo que suele ofrecer el cine, El Capitán articula una visión del mismo que tras su aparente sencillez resulta ser inusitadamente profunda: aquí los nazis no son un bloque prácticamente homogéneo ni un simple atajo de fanáticos que de la noche a la mañana enloquecieron; no hay lugar para la épica, los buenos, los malos o los locos; no hay redención, victoria o libertad. La Odisea de El Capitán no es más que un retrato de los Procesos que permitieron florecer al nazismo y de las personas que se vieron arrastradas por él.

El Holocausto no fue un accidente, fue la Consecuencia Lógica de los Procesos que se habían puesto en marcha durante la revolución industrial; procesos que tras varias mutaciones operan ahora con mayor fuerza que entonces. En él se muestra la faz de nuestra civilización con tan diáfana claridad que lo único que hemos podido hacer desde entonces, especialmente el cine y la televisión, es renegar de aquello como si nada tuviera nada que ver con nosotros, desentendiéndonos de cualquier análisis para no tener que examinar con detalle las causas, para no tener que reconocer que nosotros también somos así, para permitir que todo pudiera seguir más o menos igual. El Capitán, tras su inocente disfraz de fábula (y casi de parábola), supone un acercamiento desprovisto de cualquier tipo de ingenuidad a algunos de los procesos que de un modo u otro convergen y cristalizan en la construcción de los campos de concentración o la puesta en marcha de la Solución Final.

No es fácil matar tanto tan rápido. Lograrlo fue toda una proeza técnica. La causa eficiente fue la escisión entre razón crítica y razón instrumental durante el proceso de industrialización: el campo de concentración, como el nazismo, el estalinismo o el gulag, solo pueden germinar cuando se inserta la lógica industrial (con su pensamiento lógico-racional) dentro de la esfera social; por ejemplo: aniquilar al mayor número de sujetos de la manera más eficiente posible. Figuras claves aquí son los ingenieros que tan metódicamente perfeccionaron las herramientas, los eficientes arquitectos que tan magníficamente diseñaron los campos o los soldados que con tan escrupuloso celo y leal obediencia abordaron su cometido. Como el propio Capitán.

Por otra parte, una de la cosas más sobrevaloradas de la modernidad, también por los propios nazis, es la individualidad: el Yo. Nos creemos completamente a salvo del influjo de los otros. Porque somos completamente diferente de ellos. Somos únicos. Hasta el punto de creer que elegir un determinado modelo de coche o de bandera dice mucho respecto a nuestra personalidad y no respecto a la sociedad en la que vivimos.

El Capitán prescinde de la psicología, del psicodrama, de la individualidad, de la consecuente subjetivización de la realidad y de esa visión inocente, mojigata y hollywoodiense del campo de concentración como lugar excepcional y como excepción en la cual sólo el Otro (nazi, judío, gitano, homosexual…) puede participar.

Prácticamente todo cuanto podemos hacer, pensar o sentir se lo debemos a lo demás. Hoy más nunca y nosotros más que nadie. Sin los demás no sabríamos ni hablar. Y sin las cianobacterias no podríamos ni respirar. Nos creemos dueños de nosotros mismos pero lo cierto es que basta un teléfono móvil o un uniforme para modificar por completo nuestra personalidad (incluyendo modificaciones neurofisiológicas) sin que tan siquiera nos dé tiempo a darnos cuenta de qué ha pasado. Pensáramos lo que pensáramos y fuésemos como fuésemos.

No somos especiales. No somos únicos. No existen los polos opuestos. Hay procesos históricos, burocracias, instituciones que sobrepasan nuestro potencial a nivel individual y que nos determinan de manera tan profunda que incluso en el mejor de los casos, si se quiere mantener cierta cordura, solo podemos aspirar a un par de grados de libertad. Sin embargo, en ocasiones lo único que se puede hacer es intentar sobrevivir. Y ahí ya no hay personalidad que valga.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No, señores, La Vida No es Bella, y de hecho, según las cartas que te toquen, puede ser una puta mierda.

La sola presencia de un uniforme condiciona cuanto acontece. Esto es una evidencia experimental: nos cagan en el hombro y nos creemos con galones. Una vez constituida la jerarquía, y su correspondiente burocracia, es difícil que nos salgamos del papel. Del rol. Da igual lo que pensáramos antes, a los tres días ya tendremos ganas de dar un par de hostias (y habrá que suspender el experimento). O, si se tercia, de cargarnos a un par de moros. O de judíos. O de cristianos. Que quede claro: lo único que realmente necesitamos para llegar ahí, para sentir odio, para crearnos un montón de excusas con las que justificar cualquier atrocidad, es un bonito uniforme. O un teléfono móvil. Y a veces ni eso.

Los campos de concentración ni se diseñaron para favorecer los dramas románticos ni se construyeron para extender un cheque en blanco a mayor gloria de los judíos. Un campo de concentración es algo tan serio como los uniformes, las jerarquías, la presión social, la desindividuación o el repugnante sadismo sobre el que se cimentan. Todas estas cosas son jodidamente serias, reales y cotidianas.

Detrás de todo uniforme hay una jerarquía de poder a la que se debe obediencia. Detrás de toda jerarquía hay una burocracia cuyo tamaño es proporcional al número de escalafones dentro de la jerarquía. Cuando la finalidad de esa burocracia se ha establecido prescindiendo de la razón crítica, la probabilidad que tiene un individuo de ofrecer resistencia a la enorme presión a la que se le someterá es prácticamente nula. A medida que aumenta el número de escalafones tiende a cero y no queda espacio para otra cosa que no sea el cumplimiento de la norma o la consecución de los objetivos establecidos. Si hubiéramos nacido en la Alemania de los años veinte muchos de nosotros seríamos nazis de manual. Qué coño íbamos a ser si no.

No se trata(ba) de etnias o preferencias sexuales, pues incluso a los soldados nazis se les podía prescribir el mismo tratamiento que a cualquier banquero judío; se trata(ba) de la puesta en marcha de determinados procesos sociales mediante los cuales las personas se separan gradualmente de la responsabilidad de sus actos y del impacto que estos pueden llegar a tener; en esencia, se trata de la capacidad de usar nuestras capacidades al margen de cualquier consideración ética. Como ya he dicho, el exterminio nazi fue un trabajo en equipo maravillosamente ejecutado.

Borges relató que los nazis a pesar de perder la batalla militar habían ganado la guerra ideológica: la del darwinismo social y las estirpes, la de la subjetivación de la realidad, los nacionalismos y las diferencias culturales irreconciliables, es decir, la de la voluntad, la violencia, la fe y el martillo: la de la razón como un mero instrumento al servicio de nuestros deseos.
7 de julio de 2016
19 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
He de confesar que me alegré cuando George me comentó que los hermanos hebreos que producen a Tarantino habían comprando los derechos de una película francesa. Por un momento entreví la posibilidad de realizar mi viejo sueño: invocar una guerra preventiva para defender la pureza de nuestra cultura y aplastar a todos esos malditos revolucionarios comebaguettes. Luego recapacité y caí en la cuenta de que ya les habíamos mandado suficientes whoppers y iphones como para neutralizar cualquier posible amenaza. Ya más tranquilos, mandamos a Colin a que pillara la peli en el walmart más cercano. Queríamos verla solo para asegurarnos de que todo estaba bien, y como no somos racistas le dijimos que se quedara, que un hermano suyo era coprotagonista.

A mí me pareció buena. Muy acertada la sustitución del moro real por un negro. Porque hay cosas con las que no se juega. Y los moros no son tema de risa. Colin balbuceo no sé qué del racismo y el presidente dijo que estaba algo mareado de tanto leer, que era la 1ª peli extranjera que había visto en su vida y que nunca más lo volvería hacer, pero que a pesar de todo le había gustado mucho. Sí, a vuestro presidente George le ha gustado esta película. Pensadlo. No se había enterado de mucho, confesó, pero los planos en que el hermano francés de Will Smith aparecía sin camiseta le habían gustado un montón. En eso estuvimos de acuerdo los tres.

Poco más podrá añadir vuestro pobre-servidor-público (metafóricamente hablando, claro) cuando una compañía de seguros y hasta el mismísimo presidente recomiendan la película. Tan sólo apuntar lo obvio, que la pericia técnica de los Albacete y Menkes franceses es arropada por un montaje endiablado, giros absolutamente imprevisibles, un guión digno de los mejores episodios de Vacaciones en el Mar y unas interpretaciones oh-la-la. Especialmente emocionante la de Omar Sy, muy en la línea de los mejores porteros de discoteca.

En fin, como sé que es un película compleja y que vosotros no dais para mucho os he sintetizado aquí sus puntos esenciales con la esperanza de que podáis aplicarlos en vuestras insignificantes vidas y encontrar así algo de alivio.

1-Cuando veías a alguien con problemas respiratorios muy chungos y no sepáis que le sucede, no os alarméis, simplemente liaros una buena L y pasádsela. Si por casualidad observáis un empeoramiento sólo tenéis que repetir la operación tantas veces como sea necesario.

2-Sed la estrella en el cumple de vuestro jefe. Robadle el protagonismo con vuestra enorme vitalidad. Burlaos de sus gustos. Bailad con su mujer muy pegados y sin camisa. Sondead a sus hijas. Vuestro jefe os lo agradecerá.

3-Intelectuales del mundo, estáis más pasados que los cantares de gesta. Vuestra mierda de música toda ella siempre homosexual, vuestras pinturitas llenas de impudicia y vuestros libros heréticos, que sólo sirven para calentar, ya aburren. No disfracéis de cultura lo que nunca ha sido más que un negocio. Sois todos unos snobs y vuestra cultura sólo una pose. Quitad ya esa mierda de orquesta filarmónica de Grotegehmborhombürgo y enchufad el ipod a los bafles, que no hay nada mejor que un poquito de Boogie Wonderland. Ouh yeah.

4-En vuestra precaria existencia es muy posible que tengáis que suplicar por un trabajo. En fin. Antes de arrodillaros durante la entrevista, aseguraos de tened antecedentes penales, ninguna capacitación, ninguna educación ni buenas maneras, es más, os recomiendo que ofendáis gravemente a vuestro entrevistador, no escatiméis desprecios ni insolencias. Quizá entonces tengáis alguna oportunidad.

5-Para hacer más felices a aquellos que os rodean es imprescindible que abuséis de ellos tanto como vuestra superioridad física os lo permita. La intimidación, el insulto, la coacción y el chantaje son los mecanismos esenciales para una vida en armonía con vuestros semejantes.

Por último me gustaría hacer una pequeña reflexión sobre una escena de la película que me ha sembrado ciertas dudas metafísicas:

En la escena en que el hermano de Shaquille O´neal lleva al tetrapléjico al puti para que éste reciba un masaje en las orejas (dado que es de los pocos sitios donde aún tiene sensibilidad), el hermano de Obama aparece sin camisa (mmmmm) recibiendo un masaje en su exuberante torso. Dado que el hermano de Muhammad Alí tiene una enorme vitalidad es inconcebible que la cosa quedara solo en manoseo preadolescente. El asunto tuvo por fuerza que ir a mayores. Es fácil imaginar la cara del tetrapléjico cuando el hermano de Jordan sacó a relucir su enorme vitalidad. Y obviamente la chica que le masajeaba las orejas al tetrapléjico también debió de quedar obnubilada, por lo que casi sin darse cuenta debió de abandonar su cometido inicial y unirse a su compañera, dejando abandonado al tetrapléjico, el cual obligatoriamente debió de presenciar, con las orejas sudadas y semiflácidas, toda aquella abrumadora muestra de vitalidad. O eso creo.
13 de noviembre de 2014
19 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece ser que ya es imposible hacer una superproducción en Hollywood sin salvar a la humanidad, de tal manera que una temática que en principio nació para fomentar la reflexión sobre nuestros límites y conductas como especie ha sido capturada por la –Industria ``cultural´´– para convertirla en otro burdo espectáculo de masas.
Sin embargo como tanto a los hermanos Nolan como a Spielberg eso de salvar la humanidad y el fin del mundo les debió de parecer muy manido, decidieron que además había que poner una patina de ciencia ficción en la película y rebozarla a base de bien en una buena fritanga de melodrama familiar pues así, debieron razonar, podrían abarcar todos los segmentos del mercado. Primer y último objetivo de esta película que se resume perfectamente en su idea central: lo que salvará la humanidad no es ni el esfuerzo, ni la noble curiosidad por conocer la verdad, ni el ansia por explorar y embarcarse hacia a lo desconocido, ni el altruismo, ni mucho menos una razón que se presenta más que nada como un obstáculo, es, agárrense fuerte, el Amor. Pero no cualquier amor, el amor a la familia.
Ahora sí se van a enterar todos.
Más allá de lo pretencioso y pedante que resulta este collage en el que naufraga la película, la ciencia ficción es aquí sólo una coartada para desplegar el añejo melodrama familiar que funciona como hilo conductor, haciendo visible la cobardía, la falta de talento para perfilar emociones y la desconfianza hacia las capacidades intelectuales de los espectadores por parte de sus artífices. Pues queda muy claro que estos tenían miedo a que el público no pudiera seguir la trama de ciencia ficción o, peor aún, no les interesará y la película no fuera un taquillazo, y, en consecuencia, la jalonan no solo de explicaciones nivel –como si fueran niños o idiotas–, sino de un cargante, insustancial y desproporcionado énfasis en ese drama familiar que quizá Spielberg hubiera podido canalizar pero que en manos de los Nolan es sólo apología de un pleonasmo emocional insípido, ridículo, insignificante y absurdo.
Desgraciadamente, las deficiencias de la película van más allá. Tratándose de un viaje espacial sería lógico esperar que el director se esfuerce en intentar transmitir esa misma idea: la de un viaje espacial, el aislamiento, la distancia, el peligro. Sin embargo no es así y lo que Kubrick era capaz de transmitir en un solo plano estático (Bowman en su cápsula frente a la nave, por citar uno) aquí se dice, se expresa verbalmente pero no se muestra, quizá como resultado de la incapacidad de su director para apresar ese tipo de emociones, quizá por miedo a que la película muestre siquiera por un instante algo profundo, terrible y cautivador que perturbe mínimamente al espectador. En este sentido el viaje a través del agujero de gusano es ejemplar: mientras Kubrick durante del viaje de Bowman prácticamente omite el rostro del mismo y se centra en el viaje en sí intercalando planos fugaces de la pupila (¡precisamente!) del protagonista, Nolan, pese a todos sus carísimos efectos especiales, nos tiene que estar poniendo constantemente planos de los rostros de sus actores, no sea que alguien no sepa que es lo que –debe– sentir ante lo que se le muestra. Hasta tal extremo es reiterativo y consciente de que nadie –debe– imaginar nada o perderse acerca de lo que está sucediendo en pantalla que la duración de los planos de los rostros dramatizados es prácticamente la mitad (si no más) de lo que dura el paso por el agujero. Y eso por no hablar de los infumables toques sentimentaloides.
Continúa sin spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Y es que según directores como Nolan y Spielberg (sí, el mismo que entre otros detallazos rodó en blanco y negro el Holocausto intentándonos convencer -quizá él así lo crea- de que aquello fue un hecho aislado, un accidente del pasado... cuyas competencias son Propiedad Exclusiva del ``pueblo´´ judío) el cine no es lugar para hacer que el espectador piense acerca de nada en absoluto (no, eso jamás) ni un medio desde el cual se le –pueda– enseñar o cuestionar algo (por ejemplo, que quizá el Holocasuto no fue un acontecimiento aislado y que puede que incluso ni siquiera sea algo del pasado...) el cine, para ellos, –debe– ser simplemente un entretenimiento vulgar al cual el rebaño va a distraerse por un rato de sus vidas, así, como el director afirma, de lo que se trata es de que se lo pasen bien, <<que la película sea como un parque de atracciones>>. Y justamente esta es la diferencia entre el arte (y la cultura) y la embrutecedora mercancía: que en uno el pensamiento y la sensibilidad son cualidades necesarias y en el otro son contraproducentes y hay que ahogarlas a base de espectáculo y sensiblería
Por último, a falta de espacio, me gustaría consignar telegráficamente unos cuantos aspectos, y obviaré muchos otros, de la película: El completamente innecesario (y un tanto machista: para una vez que habla, lo que hay que oír…) papel de Hathaway a pesar de su corte de pelo a lo Gravity. El manoseo sin escrúpulos de 2001 en los niveles visual y argumental (hasta tal punto que el director ni siquiera cita ésta en sus referecias… – y hace bien porque a la hora de la verdad su obra está más cerca del cine de Emmerich -pero sin gracia- que del de Kubrick o Tarkovsky). La irritante y empalagosa BSO, una vez más, de Hans Zimmer. Lo irrisorio, tanto que se le llena la boca hablando de ciencia al director, de muchos aspectos científicos de la película (sí, por supuesto, vamos a irnos a vivir al lado de un agujero negro supermasivo…). O la grotesca y en absoluto casual presencia de banderas USA desde todos los planos y perspectivas imaginables
2 de abril de 2018
17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero es pediros disculpas. Lo siento: soy un hombre blanco y heterosexual. Todo cuanto os diga os parecerá rancio y anacrónico. Sinceramente, mejor no leáis la siguiente crítica/divagación.

Hace no mucho pude ver un documental sobre el nacimiento del feminismo contemporáneo (She´s Beautiful When She´s Angry) y os he de confesar que sentí alivio al escuchar a un grupo de mujeres diciendo algo que parecía tener sentido. Los testimonios eran de las décadas de los 60 y 70.

Unas semanas antes había oído decir a una delirante Frances McDormand, mientras recogía su Oscar, que el arte no debería tomarse la licencia de representar nada que no se correspondiera al punto con el censo de población. Seguramente por el subidón del Oscar no pudo percatarse de que todo es representación, y de que precisamente el arte es una representación consciente de serlo. No necesita ser real, no necesita ser 3D ni respetar los porcentajes étnicos o raciales de población. Además, justamente por ser una representación de representaciones, es capaz de sintetizar historias y transmitirlas de manera que todos podemos entenderlas.

Esas mujeres (las del documental) no tardaron en darse cuenta de que para hablar de igualdad tenían que hablar de economía y política, es decir, de clases sociales y derechos civiles. Partiendo de ahí elaboraron un programa político. Tras eso no tardaron en ver que el verdadero rostro del enemigo, aquel que más ferozmente se opuso (y opone) a la materialización de tal programa, es el capitalismo. Experimentaron justo aquello que ya nos advirtió Bertrand Russell y que ahora experimenta el ecologismo: que una sociedad cuyo eje sea la propiedad privada no dispondrá de las herramientas necesarias para gestionar los asuntos comunes. Desgraciadamente, al documental le acabó pasando lo mismo que al feminismo. No sólo queda inconcluso sino que tiene huir hacia delante para no echar cuentas de cuanto ha sucedido por el camino, esto es, que el feminismo, como toda la contracultura, ha sido asimilado por el capitalismo. Esto es, que a pesar de todo Trump es el presidente.

¿Y qué coño tiene que ver todo esto con La forma del Agua?

Os advertí de que esto iba a ser rancio y anacrónico.

El romanticismo clásico, el de la revolución francesa, orbitaba en torno a la oposición existente entre la moral impuesta por la sociedad y el deseo individual. Para los románticos, la tradición, y la moral que emana de ella, es la fuente primordial del alienamiento individual, alienamiento que puede producir un conflicto entre el individuo y la sociedad. Por lo general, como el individuo es la gota de agua y la sociedad el mar, las cosas solían acabar mal para aquellos que no sabían reprimir sus deseos, por justos o sinceros que estos fueran.

La La Land fue otro ejemplo de cómo el mercado puede asimilar cualquier elemento y ponerlo a su servicio. En ella el único conflicto que hay es entre la carrera de los personajes y cómo esta (nos lo hemos de creer) interfiere e imposibilita la relación entre ambos. Finalmente, el deseo de los personajes no es estar juntos, es triunfar socialmente y, más concretamente, triunfar en sus carreras laborales. Justo lo opuesto que cabría esperar si el conflicto naciera de una dimensión individual, puesto que, de hecho, dirigir un club o actuar en una película no excluye necesariamente la posibilidad de tener una relación. Por tanto, lo que los protagonistas ansían aquí es someterse a la convención alienando su individualidad, dar lo que se espera de ellos de la manera más fácil y rápida posible. Es un falso conflicto romántico dado que no hay dimensión individual: En ningún momento se rebelan contra la norma, al contrario, asumen la norma social como si ésta fuera inevitable y natural. Como un sacrificio necesario.

La Forma del Agua es tan feminista como la iglesia católica y tan romántica como un pedo al atardecer. Es tan reaccionaria que se puede creer moderada; y está diseñada para una sociedad tan de derechas que ya no sabe ni por donde quedaba la izquierda. Es el simplismo de un guión en el que los personajes sólo son caricaturas.

Basta ver la elegancia y sutileza con la que en Mad Men se hablaban de muchos de esos problemas (no feministas, sino económicos, políticos, de clase social) para darse cuenta de lo tosca y oportunista que es esta película.

Basta ver la profundidad y la coherencia entre la puesta en escena y el mensaje de La Llegada (2016), sin necesidad de buenos y malos, de esquemas, de subrayar prejuicios y estereotipos, dejando que el fluir de la película sea la historia de la película, para darse cuenta de que todo esto no son más que brochazos que buscan desesperadamente el favor del público.
Y no por ser completamente predecible y acomodaticia o por lo infantil de su planteamiento, sino, fundamentalmente, por el barroquismo de su puesta en escena y la artificialidad con que se desarrolla la trama: un esquema, un conjunto de escenas preconcebidas para hacer más odioso un personaje o más entrañable una situación, con la única finalidad de manipular al espectador sin pedirle un ápice de imaginación o sensibilidad; sin exigirle que salga por un momento de sí mismo y se ponga en el lugar del otro (joder, no iba de eso la película), dándoselo todo completamente masticado.

Es decir, la película, como a fuerza de vulgaridad, de la más grotesca falta de sutileza, no puede tener ni un guión de verdad ni una historia medianamente plausible ni un desarrollo de personajes, ha sido rellenada de forma (de puesta en escena, de iluminación, de música, de tramas paralelas y de “giros inesperados” que permitan dar más dinamismo al montaje) pero todo ese barroquismo formal se empotra contra la simplicidad de la trama y sus personajes.

(Continúa sin spoilers).
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Exactamente igual que en La La Land. Y, por eso, al igual que aquella, parece romántica pero su esencia es íntimamente reaccionaria: una oportunidad mediante la que mercado vuelve a sacar tajada explotando la insatisfacción en la que sume a sus clientes. El esquema de la película es tan simple que literalmente se resume en aquello que ella misma parece criticar: el palo y la zanahoria. Conductismo puro: Primero sume al espectador en una situación completamente asquerosa, y luego, mientras va aplicando la anestesia, damos gracias al creador por su infinita misericordia.

En efecto, cuando tu universo masculino se reduce a un sádico y un tío que huele a naftalina, incluso un anfibio con leds en el espinazo puede ser una bendición. ¿Dónde puede estar aquí el conflicto individual? Cuando todo ha sido preconcebido para guiar a el personaje en una sola dirección, cuando no puede haber dilema ni auténtica confrontación, cuando no hay alternativas, cuando la rebelión es impuesta por las circunstancias y no nace como resultado de la toma de conciencia del personaje respecto a su situación.

¿Y por qué no hay contenido? Porque la película en ningún momento se aproxima de manera verosímil a los problemas que ella misma plantea. El mismo final de la película, supuestamente un canto de amor a la imaginación, podría interpretarse como otra huida hacia delante (como sucedió con el feminismo): lo único que podemos hacer es evadirnos, refugiarnos de los demás en el fondo del mar.

Hollywood parece supercomprometido en los últimos años. Tanto como Obama durante las primeras presidenciales. Recuerdo imágenes de negros subidos encima de un camión en cuyo costado, en enormes letras negras, se podía leer: <<queremos un trabajo>>. Recuerdo a Obama, ya presidente, definiendo aquello como disturbios raciales. Visto retrospectivamente incluso se podría decir que Obama, con sus errores y sus omisiones, no hacía más que extender la alfombra que llevaría a Trump a la presidencia. Con Hollywood pasa exactamente igual, su actitud sólo allana el camino de aquellos que los tildan de libertinos decadentes.

No se trata de mujeres u hombres, de blancos o negros. Se trata de Personas. Y cuando muchas personas tienen un problema es porque se trata de un problema social, es decir, político. No individual o racial.

Por lo tanto, lo que resulta más hiriente de La Forma del Agua es que, pese sus cantos al individualismo, el feminismo y la diversidad, no hay en ella ni una sola Persona. Irónicamente, no son más que autómatas colocados sobre el tablero para demostrar lo que todo buen cristiano quiere escuchar.
2 de enero de 2018
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Black Mirror tiene una puesta en escena minimalista; prescinde del aparatoso CGI, de las cromas recargadas o del sinfín de detalles, generalmente irrelevantes, que suelen caracterizar a las películas de este género para concentrar sus narraciones sobre un elemento concreto que alterará la vida de sus personajes. A partir de ahí, Brooker desarrolla narraciones austeras y concisas, muy carpenterianas, focalizando toda la atención en el elemento disruptor y obviando lo accesorio. Son capítulos de dos actos, planteamiento y desenlace, en los que cada detalle tiene asignada su función.

Elementos concretos y no invasivos. Basta con colocar un pequeño botón sobre el cráneo para que nada vuelva ser igual. En donde mediante una aséptica puesta en escena se realza la presencia de los mismos y se revela un oscuro trasfondo ético: las consecuencias de usar algo cuyo impacto no comprendemos.

La tecnología es en sí misma un elemento que vuelve difusos los límites de lo real. No es lo mismo matar a alguien a puñetazos que con una pistola, no es lo mismo asesinar con una pistola que meterlos en una cámara y apretar un botón, no es lo mismo apretar un botón cuando sabes que lo que hay del otro lado son personas físicas que seres virtuales (aunque estos sean conscientes de sí mismos). La tecnología nos distancia de la responsabilidad de nuestros actos y en ocasiones la difumina por completo. Donde no hay responsabilidad, no hay libertad.

Sus personajes son, por tanto, títeres vapuleados por las circunstancias, alienados, con frecuencia explícitamente torturados. La serie se recrea con provocador sadismo en estos aspectos. Y nadie está a salvo, ni siquiera el presidente, porque, precisamente, ya nadie está a salvo de la tecnología: su impacto es global y trasciende el presente. Algunos de los gases nocivos que emiten los coches, no digamos ya los aviones, permanecerán en la atmósfera durante los próximos 20.000 años.

¿Acaso sirven de algo las advertencias de los físicos respecto a las consecuencias de nuestra sociedad industrial? ¿Acaso tienen algún impacto las advertencias de los neurólogos sobre el impacto de las tecnologías en la inteligencia y personalidad?

Dicha claramente: se sabe que el uso (y no necesariamente el abuso) de las nuevas tecnologías tiene efectos muy negativos sobre la memoria, la creatividad, la empatía, el pensamiento inductivo, la capacidad de análisis y síntesis y, evidentemente, la capacidad de aprendizaje, el pensamiento reflexivo y el control emocional (y efectos positivos en la coordinación ojo-mano, respuesta refleja, procesamiento visual de señales y eficacia en multitarea aunque con menor rendimiento en cada tarea).

Pero la noticia es que Apple lanzará un nuevo modelo.

Aun más claramente: la tecnología nos vuelve más imbéciles (y no es que precisamente nos sobrara inteligencia).

Pero oye, que nosotros nos preocupamos por el futuro de nuestros hijos, anda, dale la tablet a ver si se calla.

Los personajes de Black Mirror son, con frecuencia, justamente así. Idiotas integrales. Pequeños jilipollas cuya mayor satisfacción es mirarse a sí mismos. Algunos evolucionan, otros son devorados por la tecnología, la mayoría simplemente no tiene remedio.

Por supuesto, hay otros efectos además de los efectos estrictamente médicos, más ambiguos pero no menos preocupantes, por ejemplo: la tecnología nos da una ilusión de control sobre nuestro entorno. Sus personajes creen que tienen el control, se creen libres, de hecho, se creen los putos amos, pero basta un pequeño bug para que toda la ilusión se venga abajo. Y ya sabemos que en el universo Brooker la arrogancia multiplica el sadismo de la condena.

Se podrá criticar, y con justicia, que Brooker pasa de la lógica (o de la parte dura de la ciencia ficción). Reconstruir el ADN de alguien no supone una reconstrucción de esa persona tal y como era ayer mientras se tomaba el café. Una conciencia no puede caber en algo más pequeño que un cerebro. Un cerebro no es una máquina. Por muy romántico que sea el capítulo, eliminar mil parejas de seres conscientes es un genocidio, sean o no virtuales. Pero no creo que nada de lo anterior sea relevante dado que a Brooker nunca parece importarle mucho el futuro. Sus episodios siempre son metáforas hiperbólicas de algo que ya sucede. Exactamente igual que el actual cine apocalíptico o el subgénero zombi.
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Hace no mucho leí algo sobre un adolescente que tras estar 15 horas seguidas (15) jugando a un shooter bajó a ver a su vecina, ella era de la misma edad que él y al parecer debía de estar haciendo algún ruido que le impidió a él conseguir un trofeo de la playstation. Llamó al timbre, ella abrió la puerta y él sin mediar palabra la degolló. Luego dijo que en realidad no tenía ni puta idea de que coño había pasado. En el episodio USS Callister, lo que distingue lo real de lo virtual es que lo real es gris, blanquinegro, apagado, apenas tiene rasgos identificativos propios, mientras que lo virtual está lleno de luz y color, de texturas, y está poblado de una serie de elementos icónicos que no son más que una proyección del ego del personaje principal. Para él la (su) realidad era algo costumizable, algo que no debía seguir más leyes que las que el mismo marcara. La tecnología le había convertido en Dios del (su) universo. Y todo cuanto queda más allá de ese universo unipersonal no era más que una molestia. Un trámite cruel del cual se resarcía en su galaxia privada.

La distancia moral que crea la tecnología respecto a nuestros actos es proporcional a la manera en que ella misma los mediatiza. Pasado un punto, el control lo tiene la propia tecnología. Y entonces la misma realidad se disuelve dentro de la tecnología y lo único que importa (existe) es cumplir con el objetivo de turno. La misión. Instagram. Facebook. PIB. Sondeos. Esta es ahora la nueva realidad; y basta un pequeño bug para que se derrumbe por completo. No creo exagerado afirmar que ya lo está haciendo.

Hasta el momento Brooker ha desarrollado dos variantes de este tema: la provocadora y, en menor medida, la romántica (esta última especialmente en San Junípero, Ahora mismo vuelvo, Tu historia completa y Hang the Dj), pero siempre desde la misántropa y el cinismo, sin escatimar nunca un ápice de crueldad. Disuelta la realidad, se acabaron las normas. Los capítulos mejor desarrollados son precisamente estos últimos, los que giran en torno a relaciones de pareja, pues al depender menos del golpe de efecto final tienen desarrollos más orgánicos y menos esquemáticos, además de que también dan un poco más de cancha a los actores. Por lo general unas morenas infartantes.

Pero tras cuatro temporadas rompedoras ya es imposible negar que Black Mirror, a pesar de sus altibajos, es una serie imprescindible, que conjuga la ciencia ficción reflexiva y el thriller de alta tensión mediante montajes secos, concretos, sin relleno, sin diálogos idiotas, sin entretenerse en sobadas relaciones dramáticas ni escenas de acción de 20 minutos mil veces vistas. Dando lo que promete en cada capítulo sin postergarlo hasta el aburrimiento. Dando algo no solamente entretenido sino también interesante. Y siempre con un sentido del humor verdaderamente black.
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