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Críticas ordenadas por utilidad
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7,7
123.017
9
24 de abril de 2011
24 de abril de 2011
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es una película que nos quiera retratar reos condenados por su delito, temidos por la sociedad debido a sus demencias, ni se detiene para mostrar las crueldades o durezas que puedan existir en prisión. Es un film humano, que retrata una verdad, con juicio y correcta cítica, que nos invita a tomar partido de lo que se cuece entre las rejas de nuestro país y para demostrarnos la dirección que puede tomar nuestro propio corazón en situaciones tan comprometidas como la que Daniel Monzón nos muestra en su película.
Junto con el protagonista, quedamos encerrados en un ambiente que huele a corrupción, maldad... en el que, al igual que el joven Juan, nos camuflamos para descubrir lo que mueve a los presos, hasta que decubimos que tras su máscara de dureza y maldad no se esconden más que motivaciones que se salen fuera de lo criminal: simples derechos que cualquier persona, en su dignidad, tiene la necesidad de exigir.
Luis Tosar, que representa el personaje de Malamadre, el cabecilla de la prisión, recrea una fuerte e increíble personalidad que le hecha un pulso a los individuos más imponentes que se puedan en contrar en un mundo tan sucio como el que nos demuestra el film (el principio ya resulta chocante con esos planos directos de un reo desesperado), pero que sin embargo, juega con esa dualidad, esa máscara, que no deja de escondar el humano que realmente somos.
Una película que a veces resulta inquietante, otras veces emotiva por su sinceridad, pero sobretodo motivadora para mover a la crítica del público despertándoles la inquietud por saber verdades tan escondidas como las que suceden entre las paredes de prisiones como la de la película. Realmente, sorprende entre los films españoles.
Junto con el protagonista, quedamos encerrados en un ambiente que huele a corrupción, maldad... en el que, al igual que el joven Juan, nos camuflamos para descubrir lo que mueve a los presos, hasta que decubimos que tras su máscara de dureza y maldad no se esconden más que motivaciones que se salen fuera de lo criminal: simples derechos que cualquier persona, en su dignidad, tiene la necesidad de exigir.
Luis Tosar, que representa el personaje de Malamadre, el cabecilla de la prisión, recrea una fuerte e increíble personalidad que le hecha un pulso a los individuos más imponentes que se puedan en contrar en un mundo tan sucio como el que nos demuestra el film (el principio ya resulta chocante con esos planos directos de un reo desesperado), pero que sin embargo, juega con esa dualidad, esa máscara, que no deja de escondar el humano que realmente somos.
Una película que a veces resulta inquietante, otras veces emotiva por su sinceridad, pero sobretodo motivadora para mover a la crítica del público despertándoles la inquietud por saber verdades tan escondidas como las que suceden entre las paredes de prisiones como la de la película. Realmente, sorprende entre los films españoles.

6,2
6.958
7
22 de junio de 2012
22 de junio de 2012
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película está basada en un libro que ha sido escrito por el hermano del director, David Foenkinos –quien también coopera en la dirección del largometraje-, y que ha conseguido convertirse en un gran fenómeno al lograr una venta de más de 7.000 ejemplares y 10 premios literarios franceses.
Ambos hermanos se juntan para elaborar una exquisita comedia romántica de ciertos momentos dramáticos con la que uno puede disfrutar del mejor tono francés. La historia comienza con una mujer, Nathalie (Audrey Tautou), que ostenta una sutil elegancia, una irresistible sencillez y una felicidad envidiable. El tono positivo termina cuando ella sufre inesperadamente la pérdida de su marido; entonces, los agradables primeros minutos se convierten en un escenario gris oscurecido por la irremediable pena de la protagonista. Perseguida por el enamoramiento caprichoso de su jefe de trabajo, los cotilleos de sus compañeros y su aislamiento familiar, Nathalie ahoga su vida en su responsabilidad laboral. Sin embargo, el amor y el reencuentro consigo misma lo halla tras un inconsciente desahogo emocional con un compañero de trabajo, Markus (François Damiens), un sueco de poco éxito social aunque desbordante de bondad y calidez.
Stéphane Foenkinos ha trabajado esencialmente para otros grandes directores, como Woody Allen y Terrence Mallick. No obstante, su historia a la cabeza de las cámaras comienza con este gran éxito fílmico junto a su hermano. Es excepcional el tratamiento con el que consiguen exponer las sensaciones así como el radical contraste de emociones y personalidades de los personajes trasladándonos del placer al dolor, de la angustia a la alegría… sin romper en ningún momento con la credibilidad. La narración está muy bien construida, lo que nos permite enlazar las situaciones y adaptarnos adecuadamente a los personajes, y acentúa su interés por mostrar la interioridad de los protagonistas con intervenciones de sus pensamientos en voz en off, lo que nos permite viajar de la realidad al corazón de los personajes.
La música francesa que nos acompaña está en boca de la artista francesa Emilie Simon, cuyas letras declaran el valor sentimental que prima en momentos claves. Los planos, así como el color y la luz elegidos para cada fotograma nos transmite la idea fundamental que envuelve a los protagonistas: delicadeza. La capacidad de Audrey Tautou de ofrecer a sus personajes un tono misterioso, dulce y elegante nos facilita el acercamiento a Nathalie. Sin embargo, la empatía del espectador recae sobre François Damiens, que trabaja una interpretación de lo más sencilla pero desbordante de nobleza y bondad; es un hombre que a primera vista carece de valor pero es quien recoge el testigo de la entrega verdadera, lugar donde uno puede hallar lo mejor de uno mismo.
Ambos hermanos se juntan para elaborar una exquisita comedia romántica de ciertos momentos dramáticos con la que uno puede disfrutar del mejor tono francés. La historia comienza con una mujer, Nathalie (Audrey Tautou), que ostenta una sutil elegancia, una irresistible sencillez y una felicidad envidiable. El tono positivo termina cuando ella sufre inesperadamente la pérdida de su marido; entonces, los agradables primeros minutos se convierten en un escenario gris oscurecido por la irremediable pena de la protagonista. Perseguida por el enamoramiento caprichoso de su jefe de trabajo, los cotilleos de sus compañeros y su aislamiento familiar, Nathalie ahoga su vida en su responsabilidad laboral. Sin embargo, el amor y el reencuentro consigo misma lo halla tras un inconsciente desahogo emocional con un compañero de trabajo, Markus (François Damiens), un sueco de poco éxito social aunque desbordante de bondad y calidez.
Stéphane Foenkinos ha trabajado esencialmente para otros grandes directores, como Woody Allen y Terrence Mallick. No obstante, su historia a la cabeza de las cámaras comienza con este gran éxito fílmico junto a su hermano. Es excepcional el tratamiento con el que consiguen exponer las sensaciones así como el radical contraste de emociones y personalidades de los personajes trasladándonos del placer al dolor, de la angustia a la alegría… sin romper en ningún momento con la credibilidad. La narración está muy bien construida, lo que nos permite enlazar las situaciones y adaptarnos adecuadamente a los personajes, y acentúa su interés por mostrar la interioridad de los protagonistas con intervenciones de sus pensamientos en voz en off, lo que nos permite viajar de la realidad al corazón de los personajes.
La música francesa que nos acompaña está en boca de la artista francesa Emilie Simon, cuyas letras declaran el valor sentimental que prima en momentos claves. Los planos, así como el color y la luz elegidos para cada fotograma nos transmite la idea fundamental que envuelve a los protagonistas: delicadeza. La capacidad de Audrey Tautou de ofrecer a sus personajes un tono misterioso, dulce y elegante nos facilita el acercamiento a Nathalie. Sin embargo, la empatía del espectador recae sobre François Damiens, que trabaja una interpretación de lo más sencilla pero desbordante de nobleza y bondad; es un hombre que a primera vista carece de valor pero es quien recoge el testigo de la entrega verdadera, lugar donde uno puede hallar lo mejor de uno mismo.

7,1
7.362
7
27 de abril de 2012
27 de abril de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paddy Considine nos presenta ésta película, “Tyrannosaur” (símbolo del gran depredador), dedicada a Pauline, su madre, quien no sólo da título al largometraje, sino que también ostenta un papel en la vida de uno de los protagonistas. Luego, la historia no deja de ser una autobiografía y la confesión de una forma de vivir. Joseph es un viudo que ahoga sus desagradables circunstancias en el alcohol y en la violencia y quien, huyendo de sí mismo, conoce a Hanna (Olivia Colman), una mujer de clase medio-alta, religiosa, que desborda su caridad en él.
Joseph (un excepcional Peter Mullan) comienza con la trama y a través de él, vemos a un hombre perdido, ciego de ira, pero que alberga en sí el anhelo de encontrar la oportunidad de reconducir su vida. En el momento en el que descubrimos en Hanna esa necesitada luz, nos introducimos en las experiencias y circunstancias de ésta mujer que parece tener una vida tan cómoda y agradable. Sin embargo, lejos de las apariencias, Joseph y Hanna necesitan de la misma esperanza, la misma redención: alguna muestra de cariño en una historia en la que parece reinar la más completa maldad. El vínculo que entrelaza a los protagonistas es fruto de una unión espiritual, encontrada en el cruce de caminos hacia la esperanza.
Al director, Paddy Considine, ya lo habíamos conocido por sus anteriores trabajos de interpretación, y ésta vez, se atreve a desarrollar ésta historia a partir de un cortometraje suyo (“Dog Altogether”), también protagonizado por Mullan y Colman. Con éste trabajo, de una complejidad simbólica desbordante, encubierto por una pretendida simplicidad, Considine demuestra su más sincera inquietud por una realidad que perfectamente puede ser aplicada a muchos de nosotros. Trabaja los conflictos que sufrimos en nuestro interior, representándolos a través de ese dualismo que nos lleva del bien al mal, del odio al amor, de la violencia al arrepentimiento gracias a una dirección de actores admirable, en la que consigue sacar el espíritu de los personajes con un simple gesto o mirada.
La música de Chris Baldwin y Dan Baker que acompaña la trama, representa ese mismo conflicto del corazón de los protagonistas, chirriante y dolorosa cuando los vemos abandonados en la desesperación, y gratificante y sanadora en los significativos gestos de amor. La fotografía también pretende ser subjetiva, con planos que nos acerquen a la interioridad de los personajes y a sus desequilibrios y debilidades; omnisciente en las excesivas muestras de violencia, deteniéndose en acompañar en el dolor a las víctimas del mal.
Paddy Considine insiste en decirnos que, en nuestra soledad y por nuestra obsesionada individualidad, pretendemos solucionarlo todo con nuestras propias fuerzas hasta quedar rendidos en una ciega oscuridad de desesperación, cuando realmente, uno sólo puede encontrar su camino en el amor redentor de Dios y en el encuentro con los demás de una manera gratuita y sincera.
Joseph (un excepcional Peter Mullan) comienza con la trama y a través de él, vemos a un hombre perdido, ciego de ira, pero que alberga en sí el anhelo de encontrar la oportunidad de reconducir su vida. En el momento en el que descubrimos en Hanna esa necesitada luz, nos introducimos en las experiencias y circunstancias de ésta mujer que parece tener una vida tan cómoda y agradable. Sin embargo, lejos de las apariencias, Joseph y Hanna necesitan de la misma esperanza, la misma redención: alguna muestra de cariño en una historia en la que parece reinar la más completa maldad. El vínculo que entrelaza a los protagonistas es fruto de una unión espiritual, encontrada en el cruce de caminos hacia la esperanza.
Al director, Paddy Considine, ya lo habíamos conocido por sus anteriores trabajos de interpretación, y ésta vez, se atreve a desarrollar ésta historia a partir de un cortometraje suyo (“Dog Altogether”), también protagonizado por Mullan y Colman. Con éste trabajo, de una complejidad simbólica desbordante, encubierto por una pretendida simplicidad, Considine demuestra su más sincera inquietud por una realidad que perfectamente puede ser aplicada a muchos de nosotros. Trabaja los conflictos que sufrimos en nuestro interior, representándolos a través de ese dualismo que nos lleva del bien al mal, del odio al amor, de la violencia al arrepentimiento gracias a una dirección de actores admirable, en la que consigue sacar el espíritu de los personajes con un simple gesto o mirada.
La música de Chris Baldwin y Dan Baker que acompaña la trama, representa ese mismo conflicto del corazón de los protagonistas, chirriante y dolorosa cuando los vemos abandonados en la desesperación, y gratificante y sanadora en los significativos gestos de amor. La fotografía también pretende ser subjetiva, con planos que nos acerquen a la interioridad de los personajes y a sus desequilibrios y debilidades; omnisciente en las excesivas muestras de violencia, deteniéndose en acompañar en el dolor a las víctimas del mal.
Paddy Considine insiste en decirnos que, en nuestra soledad y por nuestra obsesionada individualidad, pretendemos solucionarlo todo con nuestras propias fuerzas hasta quedar rendidos en una ciega oscuridad de desesperación, cuando realmente, uno sólo puede encontrar su camino en el amor redentor de Dios y en el encuentro con los demás de una manera gratuita y sincera.

7,2
9.985
8
20 de marzo de 2012
20 de marzo de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película de Ridler Scott se ha convertido en un clásico, no sólo por la estraordinaria puesta en escena a la hora de mostrar el interminable duelo entre dos titanes por cuestiones de honor, sino porque esconde la afrenta entre la vieja Francia de Napoleón Bonaparte entre la monarquía de Luis XVIII. La historia tiene lugar durante las guerras napoleónicas del siglo XIX, moviéndonos por todos esos territorios por los que el ejército francés persiguió el título de emperadores de Europa, presentándonos en las costumbres y modas de los personajes cómo sucedió el cambió político durante un gobierno y otro.
La película comienza con un duelo entre el teniente Ferand contra un oficial alemán, debido a que Gabriel Ferand (Harvey Keitel), se ha sentido ofendido al escuchar al alemán ultrajar sobre Napoleón. Inmediatamente, mandan al teniente Armand Dhubert (Keith Carradine) para presentarle la notificación de que debe ser arrestado por haber producido ese duelo. Sin embargo, éste reniega aceptar que pueda ser llevado a prisión por haber defendido el nombre de su Emperador y acusa a Dhubert de traidor enfrentándose a un duelo con él. Éste duelo conducirá a los protagonistas a enfrentarse más de quince veces a lo largo de quince años, mientras suceden los avances de Napoleón por Europa, hasta que es desterrado a Elba y se proclama a Luis XVIII como el nuevo rey. Ferand tiene sus motivos de honor (un juramento de honor que lo une a su emperador) y Dhubert le responde manteniendo su palabra de caballero; lo que conducirá esta afrenta a un choque fanático entre dos hombres que defienden una misma causa pero con diferente carácter y sentimiento.
Ferand tiene un carácter mucho más pasional, movido por la venganza y una loca consideración del honor, obsesionado por recuperar una deshonra a su persona quien es siente un verdadero y ejemplar servidor de Napoleón, insultado por el lado del ejército que él distingue como traidores a su Emperador. Mientras que Dhubert es más racional, que respeta el código de honor del soldado, su responsabilidad a la hora de cumplir su palabra, incapaz de seguir de manera tan fanática, como su contrario, una afrenta que considera obsesiva e irracional, absurda. Ferand es incapaz de ver que el duelo que entablan es por ellos, sino que para él tiene un significado más completo ya que es un enfrentamiento entre ideologías.
El último duelo es la representación de la lucha entre la antigua Francia (Napoleón), representada en Ferand, contra la Francia moderna de Luis XVIII, representada en Dhubert. El ejército francés se sometió a la palabra de honor firmada en nombre de su Emperador, pero con su destierro, ahora el ejército se ve obligado a someterse a la misma palabra de honor, pero esta vez por su rey Luis XVIII y por Francia. Al final, Ferand, en un traje negro y con el tricornio bonapartista cubriendo su cabeza, simboliza la imagen de Napoleón en luto contemplando desde la isla de Elba el suelo francés.
La película comienza con un duelo entre el teniente Ferand contra un oficial alemán, debido a que Gabriel Ferand (Harvey Keitel), se ha sentido ofendido al escuchar al alemán ultrajar sobre Napoleón. Inmediatamente, mandan al teniente Armand Dhubert (Keith Carradine) para presentarle la notificación de que debe ser arrestado por haber producido ese duelo. Sin embargo, éste reniega aceptar que pueda ser llevado a prisión por haber defendido el nombre de su Emperador y acusa a Dhubert de traidor enfrentándose a un duelo con él. Éste duelo conducirá a los protagonistas a enfrentarse más de quince veces a lo largo de quince años, mientras suceden los avances de Napoleón por Europa, hasta que es desterrado a Elba y se proclama a Luis XVIII como el nuevo rey. Ferand tiene sus motivos de honor (un juramento de honor que lo une a su emperador) y Dhubert le responde manteniendo su palabra de caballero; lo que conducirá esta afrenta a un choque fanático entre dos hombres que defienden una misma causa pero con diferente carácter y sentimiento.
Ferand tiene un carácter mucho más pasional, movido por la venganza y una loca consideración del honor, obsesionado por recuperar una deshonra a su persona quien es siente un verdadero y ejemplar servidor de Napoleón, insultado por el lado del ejército que él distingue como traidores a su Emperador. Mientras que Dhubert es más racional, que respeta el código de honor del soldado, su responsabilidad a la hora de cumplir su palabra, incapaz de seguir de manera tan fanática, como su contrario, una afrenta que considera obsesiva e irracional, absurda. Ferand es incapaz de ver que el duelo que entablan es por ellos, sino que para él tiene un significado más completo ya que es un enfrentamiento entre ideologías.
El último duelo es la representación de la lucha entre la antigua Francia (Napoleón), representada en Ferand, contra la Francia moderna de Luis XVIII, representada en Dhubert. El ejército francés se sometió a la palabra de honor firmada en nombre de su Emperador, pero con su destierro, ahora el ejército se ve obligado a someterse a la misma palabra de honor, pero esta vez por su rey Luis XVIII y por Francia. Al final, Ferand, en un traje negro y con el tricornio bonapartista cubriendo su cabeza, simboliza la imagen de Napoleón en luto contemplando desde la isla de Elba el suelo francés.

7,3
52.752
8
11 de enero de 2012
11 de enero de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fernando Meirelles se basa en la obra literaria de John Le Carré para demostrarnos un film de denuncia social, que envuelve thriller, amor y una narración de fondo histórico-política. Los personajes que encabezan la historia son un diplomático y una enérgica activista, Justin (Ralph Fiennes) y Tessa (Rachel Weisz).
La película denuncia la acción de una empresa farmaceútica que consigue exagerados beneficios a costa de la vida de muchas personas cuya voz resulta inaudible para el resto del mundo. Tessa se implica en el caso con la intención de denunciar la desmedida corrupción que existe en Kenia, pero su intervención y acción sobrepasa los límites de lo permitido, pues su investigación pone en alerta a todo el Alto Comisionado Británico. Justin continúa la labor de su mujer en un acto sincero de amor por ella.
La narración comienza con la inquietante investigación de Tessa, que poco a poco nos pone frente a la sobrecogedora realidad africana, y continúa con la insaciable búsqueda de la verdad que emprende Justin. Justin se nos presenta como un jardinero que desborda más pasión en su plantación, un trabajo particular que no va más allá de un esfuerzo casero, en contraste con el carismático y luchador carácter de su mujer, que se entrega más de lo que puede sobrellevar por sí misma defendiendo una causa ajena de transcendencia mundial.
Aunque el papel de Weisz quede en un plano secundario, es la clave del film y la de su acompañante, Fiennes; y que además, logró desbordar hasta ganarse el Oscar. Ralph Fiennes encarna un personaje complejo, pues evoluciona de una indiferencia, individualismo e incluso peón de la trama, a un activo diplomático que responde de una manera completamente impredecible. Entonces, ya no le importa nada más que Tessa (“Mi vida es ella”), y olvida su temor y apocamiento para alcanzar la verdad sin preocuparse de si el atrevimiento le pueda conducir al mismo final que el de su mujer.
La película se convierte en un documento y reportaje compuesto por imágenes rápidas que demuestran la vida de un mundo salvaje y abandonado al subdesarrollo, representado con una fotografía brillante, que atrapa con la cámara los momentos y miradas más humanos de Kenia. Encuadres completamente subjetivos y de un color brillante y fuertemente contrastado que imita el ardor de África. La música, compuesta por el español Alberto Iglesias, consiguió salir premiada por lograr convertirse en la voz de todo un continente, intensa y lírica. La manera de exponer los flashbacks puede resultar confuso, aunque el detalle del director es demostrarlos especialmente para remarcar el amor entre los protagonistas y el porqué de la insistencia de Justin en una búsqueda casi suicida: despertar una esperanza y humanidad en una tierra donde la caridad se ha venido abajo y, sobretodo, terminar de completarse a sí mismo en un reencuentro con su mujer.
La película denuncia la acción de una empresa farmaceútica que consigue exagerados beneficios a costa de la vida de muchas personas cuya voz resulta inaudible para el resto del mundo. Tessa se implica en el caso con la intención de denunciar la desmedida corrupción que existe en Kenia, pero su intervención y acción sobrepasa los límites de lo permitido, pues su investigación pone en alerta a todo el Alto Comisionado Británico. Justin continúa la labor de su mujer en un acto sincero de amor por ella.
La narración comienza con la inquietante investigación de Tessa, que poco a poco nos pone frente a la sobrecogedora realidad africana, y continúa con la insaciable búsqueda de la verdad que emprende Justin. Justin se nos presenta como un jardinero que desborda más pasión en su plantación, un trabajo particular que no va más allá de un esfuerzo casero, en contraste con el carismático y luchador carácter de su mujer, que se entrega más de lo que puede sobrellevar por sí misma defendiendo una causa ajena de transcendencia mundial.
Aunque el papel de Weisz quede en un plano secundario, es la clave del film y la de su acompañante, Fiennes; y que además, logró desbordar hasta ganarse el Oscar. Ralph Fiennes encarna un personaje complejo, pues evoluciona de una indiferencia, individualismo e incluso peón de la trama, a un activo diplomático que responde de una manera completamente impredecible. Entonces, ya no le importa nada más que Tessa (“Mi vida es ella”), y olvida su temor y apocamiento para alcanzar la verdad sin preocuparse de si el atrevimiento le pueda conducir al mismo final que el de su mujer.
La película se convierte en un documento y reportaje compuesto por imágenes rápidas que demuestran la vida de un mundo salvaje y abandonado al subdesarrollo, representado con una fotografía brillante, que atrapa con la cámara los momentos y miradas más humanos de Kenia. Encuadres completamente subjetivos y de un color brillante y fuertemente contrastado que imita el ardor de África. La música, compuesta por el español Alberto Iglesias, consiguió salir premiada por lograr convertirse en la voz de todo un continente, intensa y lírica. La manera de exponer los flashbacks puede resultar confuso, aunque el detalle del director es demostrarlos especialmente para remarcar el amor entre los protagonistas y el porqué de la insistencia de Justin en una búsqueda casi suicida: despertar una esperanza y humanidad en una tierra donde la caridad se ha venido abajo y, sobretodo, terminar de completarse a sí mismo en un reencuentro con su mujer.
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