Cuando usted esté afrontando un problema de estos que nos aquejan a los habitantes del primer mundo con extraordinaria frecuencia y cuya fácil resolución pese a ser sencilla encadena dosis de estrés, lamentos, perjurias, enfados y críticas, le pido por favor que visualice la siguiente imagen: la del padre Gabriel, alias Jeremy Irons, subiendo descalzo por las cataratas, mientras el río vierte su caudal sobre sus espaldas. Esa fuerza de voluntad y superación debiera ser ejemplo suficiente para todos y cada uno de nosotros en las luchas cotidianas que emprendemos.

Cuando usted se vea por algún motivo frustrado por su propia impotencia, recuerde al grupo de guaraníes asistiendo al sagrado rito de la eucaristía en una iglesia en llamas.

Cuando usted crea que la situación no da para más, recuerde que el episodio histórico que esta película retrata tampoco, de ahí el relleno con los amoríos de De Niro y la visitas del monseñor a las misiones.

Cuando usted se sienta algo mohíno por las asperezas de la vida, póngase esta película, y olvídese de sus preocupaciones. Tendrá usted otras cosas en las que preocuparse: de la pobre exnovia de De Niro, de la situación de las misiones, de que confundan a los jesuitas con protocomunistas franceses, de las grandes empresas frustrados por la mezquindad de los hombres, de las impactantes muertes de algunos jesuitas; de las divagaciones del monseñor, del que no se entiende su vacilación, pues la buena voluntad que desprenden los jesuitas y la maldad de los gobernadores no pasarían inadvertidas ni a un ciego con problemas de audición. De los guaraníes, quienes van a ser exterminados y ni se lo huelen... y aun así montan una resistencia, que te la disfrazan de heroica mientras que debió de ser una aútentica masacre...

Una película estupenda, con todo, pero lejos de ser una obra maestra. La celestial música del oboe del padre Gabriel (cortesía del grandísimo Ennio Morricone) bien merece verla.

Le compadezco. Supongo que ha de ser increíblemente difícil de sobrellevar una existencia tan dura como la que carga a sus espaldas este maestro de la narrativa, este bardo moderno. Es algo para lo que nadie nace preparado, un ritual trufado de sacrificios. ¿Sacrificios? Sí. Pongámonos un momento en su piel. Véase:
-El levantarte cada día y saber que las musas del cinematógrafo de no ser por ti hacía ya tiempo que se hubieran colgado de una viga.
-La responsabilidad, que a veces eleva y otras tantas oprime.
-El reconocimiento, la envidia que a veces entrevees entre los ojos de tus competidores, en sus lenguas pozoñosas, cuando se acercan a ti de imprevisto en las galas en las que por supuesto eres el principal protagonista y te dicen al oído: David, tío, te superas.

Pero sabes que no es verdad. No hay superación, hay retroceso. Sabes que "Terciopelo Azul" no supone nada en tu carrera, nada para el que quiera atisbar algo de genialidad en el presunto genio. Mucho menos va a suponer un "cambio", siquiera una "muesca" en las incontables páginas de los anales de la Historia de este arte. Te ha valido el reconocimiento de hordas de fans y críticos ¿Y qué? A la gente le gusta, vaya, si no no tendría la nota que tiene en FilmAffinity -piensas, tratándote de persuadir-. Esa gente sabe lo que vota. ¿Sobrevalorada, quizás?

-Sudor frío-

En el fondo sabes que no vale ni para tomar por saco, pero te duele en el alma reconocerlo. Eres plenamente consciente del potencial que la obra tenía en su inicio. La trama era de escándalo, un diamante en bruto. Los actores, correctísimos. Pero la pifiaste, y de qué manera, en el desarrollo y posterior desenlace. El producto finalmente gestado es decepcionante, mediocre. Aunque preciosa, sí, es un espectáculo visual innegable, pues lleva tu firma al fin y al cabo, (tampoco vayamos a rasgarnos las vestiduras) como conjunto es ridícula. Una obra bastarda, una mancha en tu orgullo, una infidelidad en tu matrimonio con el 7º arte.

Ya no sabes si la gente te está tomando el pelo o es que de veras les ha encantado. Percibes sonrisas vacías en los halagos, muecas de burla a medio componer. El perfume de las cartas que te envían tus admiradores te huele a derrota. La realidad con la que juegas en tus películas se desgarra en jirones de terciopelo azul.

Dicho esto, les ruego un poco de empatía, caballeros y damiselas de esta página, con el bueno de David Lynch. No se lo tengan en cuenta. El traje del emperador es tan cómodo, y sienta tan bien... que en ocasiones duele quitárselo.

Supongamos que su padre, reputado geólogo, se enrola en una expedición para descubrir si la Tierra es verdaderamente hueca.
Supongamos que el único modo de penetrar en el núcleo terrestre es por la chimenea de un volcán ¿Vería lógico que uno de los tripulantes (científico, para más señas) expusiera a su padre, el geólogo, el funcionamiento del volcán en términos de parvulario, perforando un papel y dibujando caminos? ¿No creería usted que a) su padre es idiota y el título de geógrafo lo consiguió jugando en una tómbola b) el científico es aún más idiota c) tal cosa es imposible y de haber alguien que registrase por vídeo la expedición más le convendría hacer caso omiso de esa explicación para no sembrar dudas en futuros espectadores sobre la cualificación de los expedicionistas?

Además, hace comentarios de este palo: "La Tierra hueca es una concha y la singularidad su perla."
¡Vaya, está usted hecho un Béquer señor científico! ¿Por qué no me explica con papelitos lo que carajos quiera significar eso?

Supongamos también que usted ha seguido los pasos de su padre en la noble ciencia de la geología y que tiene entre sus manos una investigación paradigmática que podría conducir a la salvación de la humanidad. Sin embargo, la investigación se estanca por no poseer usted unos datos primordiales relativos a la presión atmosférica de la Tierra hueca. Su padre estaba al corriente de todo esto.
Supongamos que su padre le legó un, qué sé yo, un zapato.
Supongamos que el zapato comienza a zapatear.