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Finlandia Finlandia · Alicante/Alacant
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Críticas 315
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
10 de junio de 2014
35 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un gran monstruo que atenaza nuestras vidas, que se expande por tierra y mar. Andrei Zvyagintsev ha sabido retratar con mucho tino ese monstruo llamado Leviathan, un monstruo que en este caso se viste de administración rusa, aunque bien podría aplicarse a las de otras nacionalidades con sus consecuentes variantes. En el ojo del huracán, una familia rota, obligada a abandonar sus tierras, y con la consecuente problemática legal que ello acarrea. Acompañamos a esta familia durante esos días en los que decir adiós a una casa es sólo el principio de una fatídica etapa. El poder político, la religión y la sociedad a juicio en esta película donde Zvyagintsev dejará hueco también para la risa.

De primeras entramos en un lugar desolado, páramos sin ápice de humanidad donde todo ha sido abandonado a su suerte, a su mala suerte, la misma que acompaña a la familia protagonista durante toda su desventura. Entre ellos el abogado, amigo y confidente, y del otro lado, el apelado, el Ayuntamiento expropiador, el corrupto avaricioso vestido de demonio, pero es un mal que se ve venir. Pero Zvyagintsev no se queda ahí. Junto al demonio coloca otro mal disfrazado de perro pastor, el que guía al rebaño pero se alía con el lobo, el poder religioso. Para retorcerlo aún más, el realizador ruso envenena también al rebaño, dándonos una narración dramática con algunos brochazos cómicos, la realidad de una sociedad que intenta salir a flote huyendo de sus propios demonios, de ese Leviathan que quiere devorarle. Pero la realidad siempre es más cruel y demoledora.

A pesar de contar con unos 140 minutos, la película tiene un ritmo muy fluido, una narración bastante correcta que nos impide perdernos en derroteros alejados y centrarnos en lo que nos cuenta, pero hay tiempo suficiente para disfrutar de ese entorno desolado que no sólo guarda ruinas, destrucción y soledad, sino también cierta belleza fría, que no frívola, esa belleza natural que suele acompañar a los lugares más silenciosos. Lo bueno es que Zvyagintsev no se calla, y nos hace gozar y estremecernos con su monstruo acuático. A nivel interpretativo no puede haber ninguna queja: pasión y serenidad en dosis perfectas de las que se encargan, entre otros, Aleksei Serebryakov, Elena Lyadova (Elena) o Vladimir Vdovichenkov (360 – Juego de destinos), un claro ejemplo de trabajo en equipo.

Andrei Zvyagintsev siempre ha destacado por hacer un cine más serio, más entregado al drama personal de sus personajes. En Leviathan no abandona ese tratamiento, pero se arriesga intercalando momentos de humor, humor a ratos negro y a otros exaltando el patetismo implícito de algunos personajes. Quien nos diría a todos que nos íbamos a reír en una película del artífice de El regreso o Elena. Además, otro de los puntos que ha variado respecto a películas anteriores, es su mirada final. Si bien en los títulos citados dejaba un camino abierto a sus personajes, en su última película los remata, les cierra la puerta a una posible continuidad, a excepción del páramo desolado con restos de vidas pasadas, que se queda tal cual lo encontramos, a esperas de un nuevo monstruo (o del mismo pero con otra cara) que nos descubra una nueva historia.
22 de abril de 2008
40 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un western muy conocido y muy bien valorado por casi todos, pero que a mi personalmente me ha parecido un poco larga y algo pesada. Pero en rasgos generales se trata de una buena película, entretenida, con unas buenas actuaciones (unas mejores que otras por supuesto), pero cuyo handicap se halla principalmente en su duración.
Encuentro grandes momentos en la película, dignos de mención, que son básicamente esos ratos de enfrentamientos entre "buenos y malos", teniendo la mayor importancia el tiroteo final. El problema estriba en que estas escenas más bien son las menos, ya que hay grandes espacios de tediosas conversaciones y planos (todos ellos espléndidos) demasiado largos.
En cuanto a las actuaciones, poco malo hay que decir... en realidad nada malo, puesto que estamos hablando de grandes del cine, y aquí desde luego se han lucido.
La historia pierde demasiado cuanto más tiempo va pasando. Unos 40 minutos menos hubieran sido magníficos. Aún así, estamos frente a una historia muy completa, con una apertura clara y un cierre correcto, donde cabe historia de "amor" (o como pueda llamarse "eso") y dramas personales e íntimos de cada uno de sus personajes.
23 de julio de 2008
25 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comedia francesa en la que un contable, al ver peligrar su puesto de trabajo hace ver que es homosexual para así no ser despedido. Los acontecimientos que sucederán a ese gesto dará un giro de 180 grados a las vidas de todos los implicados.
El humor francés es algo particular, y a mi personalmente me encanta. No es el típico humor de risa fácil y chistes prefabricados, sino más bien ese humor gracioso que nos saca una gran sonrisa y donde nos encontramos con multitud de situaciones incómodas que, estando nosotros en el lugar del protagonista, más quisiéramos echarnos a llorar que reirnos.
El campo interpretativo está perfectamente cubierto, con grandes actuaciones por parte de sus principales protagonistas, destacando a Auteuil con esos gestos que saca en todo momento, a Depardieu, con su vena impulsiva y su actuación que siempre es perfecta, o a Jean rochefort como el director de la empresa, tan patético que hasta hace gracia.
Por lo demás, la historia va cayendo por sí misma, pero resulta gratificante y entretenida.
28 de diciembre de 2010
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
No puedo empezar esta crítica de otra manera: Cinéfilos, Nicole Kidman ¡¡ha vuelto!!. Así es. Después de unos cuantos años dando tumbos en el panorama cinematográfico (que si Australia, que si Invasión, que si La brújula dorada,... en fin, toda una serie de sinsentidos) una de las mejores actrices de Hollywood vuelve, y además a lo grande. Si algo tiene Rabbit hole que se deba destacar por encima de lo demás, son sus intérpretes principales. Tanto Nicole Kidman como Aaron Eckhart realizan unas actuaciones magníficas. De hecho, en todo momento, he tenido la sensación más de estar viendo a dos personas sufriendo un dolor interno que a dos actores haciéndonos creer que sentían. Además, el director ha plasmado en cada fotograma una sensibilidad supina, dificil de superar. Intenta evitar en todo momento mostrarte o dejarte claros los sentimientos de los personajes principales, y en lugar de eso prefiere hacerte intuir qué es lo que les pasa. Desde un principio te deja claro que alguna especie de drama han vivido sus personajes, una desgracia que no han conseguido superar. De ahí en adelante deja de ser directo para dejar al espectador que llegue a sus propias conclusiones. Eso, en una dirección, es de agradecer. Por último, y por no centrarme nada más que en dos o tres aspectos de la película, me pareció también remarcable la actuación de Dianne Wiest, una actriz que nos tiene acostumbrados a papeles modestos, pero con una gran calidad y carga emocional, y aquí no es para menos.
Rabbit hole es una historia dura, muy dura. Es un drama, pero no sensiblero. No manipula, sino que realmente llega a conseguir, casi desde su inicio, que el espectador empatice con ella, y, por supuesto, con sus personajes.
21 de junio de 2014
44 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, pero ¿es esa relación recíproca? ¿Es el hombre el mejor amigo del perro? ¿O acaso es otra de las múltiples relaciones de dominio que el ser humano mantiene con la naturaleza? En White God, Kornél Mundruczo es una de las muchas preguntas que intenta plantear. Lili tiene 13 años y va a pasar unos días a casa de su padre, acompañada, eso sí, de su fiel amigo y protector Hagen, un perro sin raza, de los que en Hungría hay que pagar para poder tener en casa. Ante la negativa del padre y la presión de la administración, Hagen acaba abandonado en la calle. Es entonces cuando conocemos al verdadero protagonista de la película, un ser peludo que olisquea todo y camina a cuatro patas. Pero lo que empieza como un cuento de hadas, desemboca en una historia macabra y bizarra. White God puede recordar en su inicio a esos cuentos infantiles con un toque de crueldad, o a esas películas “Disney style” muy noventeras, como De vuelta a casa, un viaje increíble (Duwayne Dunham, 1993), en la que las desgracias de tres simpáticas mascotas se convertían en el hilo conductor. Aquí pasa algo parecido, pero totalmente diferente.

En una ciudad desierta, casi inhabitada, una niña pedalea con unos zapatos poco apropiados para una bicicleta. El silencio reina en las calles, y únicamente la cadena de su bicicleta acompaña a la imagen. En medio de las calles, coches abiertos y abandonados, tiendas abiertas sin nadie que las vigile, periódicos y restos de papeles surcan el viento. Cuando Lili pasa el primer cruce, el miedo se apodera de ella. Al girar la vista, una jauría de perros cruza la esquina y comienza a perseguirla. Así es como Mundruczo nos introduce su última película, la merecida ganadora de la sección Un certain regard del Festival de Cannes 2014, una gran sorpresa para la mayoría, ya que Jauja, de Lisandro Alonso, se había postulado como la gran favorita. El húngaro juega al engaño, a meter un gol por la escuadra con un efecto parábola, o más bien de metáfora. A pesar de colocar a los perros en un plano principal, el objeto primero de estudio en White God sigue siendo el hombre, de ahí que su título no sea White Dog (como muchos confundían), y empieza su primer juego, un palíndromo de 3 letras que mezcla la realidad fáctica con la representativa, entrando en una de las mayores metáforas de la cinta. Hagen, visualmente, es el perro protagonista de White God, pero representa a cualquier minoría étnica, racial o de cualquier índole. Hay quien ve incluso una metáfora con la identidad misma del hombre, una identidad que abarca cualquier aspecto del mismo: el espiritual, el sexual, incluso a la identidad de género. Mundruczo juega también con un espejo en el que intenta reflejarnos, un reflejo crítico, de ahí que haga referencia a ese “Dios blanco”, al hombre auto-encumbrado en su creída superioridad de identidad y género. Es por ello que Hagen representa esa pequeña parte de la sociedad que estalla, que busca un cambio inmediato y un mejor estilo de vida, alejado de esas perreras (físicas y metafóricas) que a muchos les son impuestas.

Pero el juego central que mantiene el húngaro es con el espectador, un juego prácticamente mental en el que es muy fácil entrar, pero muy difícil salir. La realidad es que una vez dentro, no querrás salir. White God es, por eso, la perfecta metáfora de la vida misma: todo pinta muy bonito hasta que la realidad nos da de frente, una realidad que sorprenderá a muchos. La revolución canina que protagoniza Hagen contagia esa sorpresa al espectador, sorpresa y revolución de las que participamos y nos alegramos. Ya se sabe que la venganza es un plato que se sirve frío, y tal como lo presenta Mundruczo a la mesa, se disfruta todavía más.
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