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Críticas ordenadas por utilidad
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6
8 de febrero de 2016
8 de febrero de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magda es una maestra que se acaba de quedar en paro, y su marido la ha abandonado por otra mujer más joven. Vive junto a su adorado hijo de 11 años, que sueña con ser futbolista. De pronto, el cáncer irrumpe en su vida, amenazando no sólo su existencia sino el futuro de lo que ella más ama en el mundo.
Julio Medem regresa cinco años después a la gran pantalla con Ma ma, una historia que exalta el valor de la vida frente a la proximidad de la muerte. Una historia de amor. El director vasco, poseedor de una de las miradas más personales de nuestro cine, nunca deja a nadie indiferente. Sus primeras películas (Vacas, 1992; La ardilla roja, 1993; Tierra, 1996; Los amantes del círculo polar, 1998) le granjearon una merecida popularidad, gracias a un estilo particular de realismo conjugado con un aura ciertamente metafísica. Lucía y el sexo (2001) ya causó cierta división entre incondicionales del sello Medem y quienes observaron un exceso manierista en su trayectoria. Luego llegó La pelota vasca (2003), valiente e injustamente maltratada por miopías nacionalistas de todo tipo. Y después la desconcertante Caótica Ana (2007). Parecía que el virtuosismo de Medem se había agotado o era incomprendido, y una correcta aunque insustancial Habitación en Roma (2010) no logró remontar el vuelo de su autor.
El 11 de septiembre se estrena Ma ma, una película que probablemente reconciliará a Julio Medem con el gran público. Aquí se aproxima a una faceta distinta del personaje femenino sobre el que lleva años investigando. Ya no es la chica que examina su identidad, sino la mujer volcada en el prójimo y que afronta la enfermedad. El director utiliza con destreza su habitual lenguaje visual, entre la metáfora y la poesía – montaje excepcional mediante -, para contarnos una historia dramática, dura, pero esencialmente optimista.
Penélope Cruz es Magda. Vuelve a protagonizar una película española tras seis años (Los abrazos rotos, 2009), y de qué manera. La actriz madrileña – que también coproduce el film – borda un personaje luminoso al que acecha la oscuridad, con un derroche de generosidad y capacidad interpretativa sobresaliente. Logra dotar a Magda de un relieve dramático, emotivo, sin caer en la sensiblería que por otro lado se vislumbra en algunas partes de la película. Ellas, Magda y Cruz, son lo mejor de Ma ma.
Luis Tosar, Asier Etxeandia y Teo Planell completan el reparto destacado con desigual rendimiento. Mientras que Tosar está inmenso en el papel de Arturo, el ojeador del Real Madrid que se cruza en la vida de Magda cargando su propia tragedia; el ginecólogo interpretado por Etxeandia aporta edulcorante y afectación por partes iguales; y el jovencísimo Planell quizá sea la pata coja. Ya lo dijo Hitchcock, “nunca trabajes con niños ni animales”.
“La muerte es sólo la suerte / con una letra cambiada”, canta Sabina. Ante esta certeza no cabe arrugarse, sino vivir la vida con espíritu epicúreo. Carpe diem. Medem pone todo su arte al servicio de este mensaje vitalista, en homenaje a todas las mujeres que luchan o han luchado contra el cáncer. Como nos dice Magda: “Yo creo en la vida, que es lo único que sabemos, que tenemos”.
"Alguien que anda por ahí" - https://gerardomartinsilva.wordpress.com/
Julio Medem regresa cinco años después a la gran pantalla con Ma ma, una historia que exalta el valor de la vida frente a la proximidad de la muerte. Una historia de amor. El director vasco, poseedor de una de las miradas más personales de nuestro cine, nunca deja a nadie indiferente. Sus primeras películas (Vacas, 1992; La ardilla roja, 1993; Tierra, 1996; Los amantes del círculo polar, 1998) le granjearon una merecida popularidad, gracias a un estilo particular de realismo conjugado con un aura ciertamente metafísica. Lucía y el sexo (2001) ya causó cierta división entre incondicionales del sello Medem y quienes observaron un exceso manierista en su trayectoria. Luego llegó La pelota vasca (2003), valiente e injustamente maltratada por miopías nacionalistas de todo tipo. Y después la desconcertante Caótica Ana (2007). Parecía que el virtuosismo de Medem se había agotado o era incomprendido, y una correcta aunque insustancial Habitación en Roma (2010) no logró remontar el vuelo de su autor.
El 11 de septiembre se estrena Ma ma, una película que probablemente reconciliará a Julio Medem con el gran público. Aquí se aproxima a una faceta distinta del personaje femenino sobre el que lleva años investigando. Ya no es la chica que examina su identidad, sino la mujer volcada en el prójimo y que afronta la enfermedad. El director utiliza con destreza su habitual lenguaje visual, entre la metáfora y la poesía – montaje excepcional mediante -, para contarnos una historia dramática, dura, pero esencialmente optimista.
Penélope Cruz es Magda. Vuelve a protagonizar una película española tras seis años (Los abrazos rotos, 2009), y de qué manera. La actriz madrileña – que también coproduce el film – borda un personaje luminoso al que acecha la oscuridad, con un derroche de generosidad y capacidad interpretativa sobresaliente. Logra dotar a Magda de un relieve dramático, emotivo, sin caer en la sensiblería que por otro lado se vislumbra en algunas partes de la película. Ellas, Magda y Cruz, son lo mejor de Ma ma.
Luis Tosar, Asier Etxeandia y Teo Planell completan el reparto destacado con desigual rendimiento. Mientras que Tosar está inmenso en el papel de Arturo, el ojeador del Real Madrid que se cruza en la vida de Magda cargando su propia tragedia; el ginecólogo interpretado por Etxeandia aporta edulcorante y afectación por partes iguales; y el jovencísimo Planell quizá sea la pata coja. Ya lo dijo Hitchcock, “nunca trabajes con niños ni animales”.
“La muerte es sólo la suerte / con una letra cambiada”, canta Sabina. Ante esta certeza no cabe arrugarse, sino vivir la vida con espíritu epicúreo. Carpe diem. Medem pone todo su arte al servicio de este mensaje vitalista, en homenaje a todas las mujeres que luchan o han luchado contra el cáncer. Como nos dice Magda: “Yo creo en la vida, que es lo único que sabemos, que tenemos”.
"Alguien que anda por ahí" - https://gerardomartinsilva.wordpress.com/

6,1
21.565
8
1 de marzo de 2017
1 de marzo de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
España, hoy. Un político apartado por su partido (perdón, en coma tras un accidente), pongamos un tesorero, con información comprometedora sobre la organización a la que pertenece... ¿les suena de algo? A partir de aquí la ficción: un atraco a un banco que se complica, un botín que no es el esperado. Cine de acción puesto al servicio del entretenimiento y de la actualidad política.
Daniel Calparsoro, probablemente uno de los mejores directores españoles en el género, presenta Cien años de perdón, un vibrante relato que conjuga el thriller de atracos con la corrupción política. Sucede en Valencia, que no es casualidad tampoco, y los guiños a la realidad son elegantes, oportunos. Nada suena falso o exagerado, pese a que la historia se podría prestar a ello. Jorge Guerricaechevarría, habitual de De la Iglesia, aporta un guión sólido, sin florituras ni genialidades. Una trama sin agujeros, salvo por cierto pasaje opinable en el desenlace. Otra cosa que se agradece es el uso sutil del humor en ciertos momentos. Algo fundamental más allá de las comedias.
Calparsoro ha demostrado sobradamente su virtuosismo tras la cámara, pero sus películas brillan más cuando cuenta con buena materia prima y un aliado en la escritura, como ocurrió en Invasor (2012) y como se puede apreciar en esta nueva cinta.
En general, el elenco artístico aporta sin sobresalir. No es que Luis Tosar, José Coronado o Rodrigo De la Serna estén desaprovechados, pero tampoco se lucen. Son creíbles, serios, dan empaque a la película. Quizá Raúl Arévalo destaca por su papel sombrío, infrecuente en él, con el que cumple perfectamente. Se vuelve a echar de menos un personaje femenino potente. Patricia Vico está correcta, al nivel de los demás, interpretando a la precaria directora del banco. No obstante, su personaje amoral, situado en la semiperiferia del poder, está poco aprovechado en la trama. Un minuto de secuencia en la que el “empleado del mes” es cazado pulsando la alarma, dice mucho más sobre el colaboracionismo de los parias de la clase media con los dueños del capital.
Está claro que la cuestión social es más o menos tangencial en Cien años de perdón, aunque la corrupción política figure en el centro de la trama. Prima el entretenimiento – y es muy bueno - sobre las revelaciones. Hoy en día existe en España una proporción directa entre las facilidades de producción y distribución, y el nivel de implicación política en temas espinosos de un proyecto. Sólo hay que mirar cómo se han costeado cintas como B o Techo y comida.
Calpasoro consigue sin demasiados fuegos artificiales una película bastante redonda, sin excesivas pretensiones, pero incisiva y entretenida. Si le gustó Plan oculto (Spike Lee, 2006), esta no le decepcionará. Y si no vio la cinta del director neoyorkino, empiece por Cien años de perdón.
El cine que explica el mundo
Parece que la crítica social, una de las funciones primordiales del arte, por fin ha rebasado las galas de los Goya y se está instalando en el contenido del cine español. Dicen que la ficción se nutre de la realidad. Sin embargo, han tenido que pasar ocho años desde el comienzo de la crisis más dura que ha vivido este país en democracia para que los cineastas patrios se nutrieran del caldo y migajas con el que muchos de sus conciudadanos están sobreviviendo.
También es patente la grave indigestión de este país con sus traumas, incapaz de exorcizarlos a través del audiovisual, como hacen otras naciones. Todavía se espera una película decente sobre la Guerra Civil, al nivel de Tierra y Libertad (Ken Loach, 1995), o que alguien se atreva a abordar desde la ficción el 11M, más allá de No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011).
En una conferencia “a oscuras” en el Círculo de Bellas Artes, el escritor Isaac Rosa llamaba la atención sobre el papel de la literatura en el entorno social, sobre su poder explicativo e interventor en la realidad, y como en los últimos años esta función estaba siendo relegada en favor de la evasión. Con el cine pasa lo mismo, y todavía con más fuerza, puesto que su capacidad para conformar imaginarios colectivos es masiva e inmediata.
De ahí que películas como B (David Ilundain, 2015), llevando a la gran pantalla uno de los escándalos de corrupción más sonados que se recuerden, o El desconocido (Dani de la Torre, 2015) desde un género más comercial como es el thriller, recuperen para el cine la indispensable facultad de la crítica social. Y la madre de todas ellas en esta cosecha de 2015 es sin duda Techo y comida (Juan Miguel del Castillo, 2015), una reivindicación sin medias tintas de los derechos humanos más básicos. Además, el filme protagonizado magistralmente por Natalia de Molina contiene una de las metáforas más dolorosas y reales que ha vivido este país: la Eurocopa que ganó la selección española de fútbol en 2012. Miles y miles celebrando la victoria en uno de los peores años de la crisis: 532 desahucios al día. Sólo comparable a la banda de música durante el hundimiento del Titanic.
https://gerardomartinsilva.wordpress.com/
Daniel Calparsoro, probablemente uno de los mejores directores españoles en el género, presenta Cien años de perdón, un vibrante relato que conjuga el thriller de atracos con la corrupción política. Sucede en Valencia, que no es casualidad tampoco, y los guiños a la realidad son elegantes, oportunos. Nada suena falso o exagerado, pese a que la historia se podría prestar a ello. Jorge Guerricaechevarría, habitual de De la Iglesia, aporta un guión sólido, sin florituras ni genialidades. Una trama sin agujeros, salvo por cierto pasaje opinable en el desenlace. Otra cosa que se agradece es el uso sutil del humor en ciertos momentos. Algo fundamental más allá de las comedias.
Calparsoro ha demostrado sobradamente su virtuosismo tras la cámara, pero sus películas brillan más cuando cuenta con buena materia prima y un aliado en la escritura, como ocurrió en Invasor (2012) y como se puede apreciar en esta nueva cinta.
En general, el elenco artístico aporta sin sobresalir. No es que Luis Tosar, José Coronado o Rodrigo De la Serna estén desaprovechados, pero tampoco se lucen. Son creíbles, serios, dan empaque a la película. Quizá Raúl Arévalo destaca por su papel sombrío, infrecuente en él, con el que cumple perfectamente. Se vuelve a echar de menos un personaje femenino potente. Patricia Vico está correcta, al nivel de los demás, interpretando a la precaria directora del banco. No obstante, su personaje amoral, situado en la semiperiferia del poder, está poco aprovechado en la trama. Un minuto de secuencia en la que el “empleado del mes” es cazado pulsando la alarma, dice mucho más sobre el colaboracionismo de los parias de la clase media con los dueños del capital.
Está claro que la cuestión social es más o menos tangencial en Cien años de perdón, aunque la corrupción política figure en el centro de la trama. Prima el entretenimiento – y es muy bueno - sobre las revelaciones. Hoy en día existe en España una proporción directa entre las facilidades de producción y distribución, y el nivel de implicación política en temas espinosos de un proyecto. Sólo hay que mirar cómo se han costeado cintas como B o Techo y comida.
Calpasoro consigue sin demasiados fuegos artificiales una película bastante redonda, sin excesivas pretensiones, pero incisiva y entretenida. Si le gustó Plan oculto (Spike Lee, 2006), esta no le decepcionará. Y si no vio la cinta del director neoyorkino, empiece por Cien años de perdón.
El cine que explica el mundo
Parece que la crítica social, una de las funciones primordiales del arte, por fin ha rebasado las galas de los Goya y se está instalando en el contenido del cine español. Dicen que la ficción se nutre de la realidad. Sin embargo, han tenido que pasar ocho años desde el comienzo de la crisis más dura que ha vivido este país en democracia para que los cineastas patrios se nutrieran del caldo y migajas con el que muchos de sus conciudadanos están sobreviviendo.
También es patente la grave indigestión de este país con sus traumas, incapaz de exorcizarlos a través del audiovisual, como hacen otras naciones. Todavía se espera una película decente sobre la Guerra Civil, al nivel de Tierra y Libertad (Ken Loach, 1995), o que alguien se atreva a abordar desde la ficción el 11M, más allá de No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011).
En una conferencia “a oscuras” en el Círculo de Bellas Artes, el escritor Isaac Rosa llamaba la atención sobre el papel de la literatura en el entorno social, sobre su poder explicativo e interventor en la realidad, y como en los últimos años esta función estaba siendo relegada en favor de la evasión. Con el cine pasa lo mismo, y todavía con más fuerza, puesto que su capacidad para conformar imaginarios colectivos es masiva e inmediata.
De ahí que películas como B (David Ilundain, 2015), llevando a la gran pantalla uno de los escándalos de corrupción más sonados que se recuerden, o El desconocido (Dani de la Torre, 2015) desde un género más comercial como es el thriller, recuperen para el cine la indispensable facultad de la crítica social. Y la madre de todas ellas en esta cosecha de 2015 es sin duda Techo y comida (Juan Miguel del Castillo, 2015), una reivindicación sin medias tintas de los derechos humanos más básicos. Además, el filme protagonizado magistralmente por Natalia de Molina contiene una de las metáforas más dolorosas y reales que ha vivido este país: la Eurocopa que ganó la selección española de fútbol en 2012. Miles y miles celebrando la victoria en uno de los peores años de la crisis: 532 desahucios al día. Sólo comparable a la banda de música durante el hundimiento del Titanic.
https://gerardomartinsilva.wordpress.com/

5,1
942
3
8 de febrero de 2016
8 de febrero de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alemania, 1912. Industrialización acelerada. Tambores de guerra. Un viaje al México revolucionario. Y como guinda, un triángulo amoroso atravesado por las convenciones de la clase social. ¿A que suena apetitoso? Pues nada más lejos de la realidad.
La promesa pasó sin pena ni gloria por la Mostra de Venecia en 2013, fuera de concurso, y llega con cierto retraso a las pantallas españolas. Patrice Leconte adapta la novela corta de Stefan Zweig Un viaje al pasado (1929), componiendo un retrato romántico de época bastante descafeinado, que probablemente hubiera dado mucha rabia al escritor vienés. Pasando por alto las alteraciones sobre el texto original, lo más desafortunado del film radica en su incapacidad para conmover con una historia supuestamente rebosante de pasión.
Friedrich, un joven ingeniero de origen humilde, se convierte en la mano derecha y protegido de su patrón, un maduro empresario de la metalurgia, afectado por una enfermedad que lo está consumiendo. La aparición en escena del objeto de deseo – perdón, de la dulce esposa del jefe- provocará un vuelco en las prioridades vitales del ambicioso Friedrich, y el comienzo de un potencial romance secreto.
La historia de pasión inconfesable, el tira y afloja encapsulado en innumerables miedos e inconveniencias ajenas al amor, es un concepto que puso de moda el romanticismo y cuyos tentáculos llegan hasta nuestros días. Hoy en día, a este recurso literario se lo conoce como TSNR (Tensión Sexual No Resuelta) y es la piedra angular de cualquier película o serie de televisión que se digne a llevar el apellido “romántica”. Se supone que sólo con esto, si está bien hecho – vale, y con los cliffhangers –, se mantiene gran parte de la audiencia en la pequeña pantalla. Volviendo al cine, La promesa no aprendió la lección y le pasa lo peor: aburre.
No ayuda la presencia de Richard Madden en uno de los vértices protagonistas, ya demostró sus carencias como Rob Stark en Juego de Tronos. Su mirada intensa y gesto contenido dicen más bien poco. Tampoco Rebecca Hall consigue mucho más que constatar la figura retrógrada de la mujer a principios de siglo XX, en el papel de esposa del magnate del acero deseada por el joven y ambicioso secretario. Ni siquiera Alan Rickman, el mejor de los tres – bendita veteranía, oficio -, es suficiente para sacarnos del letargo.
En suma, la sensación es la de un material interesante gravemente desaprovechado. Lamentablemente, para quienes siguen la trayectoria de Leconte no se puede decir que sea una sorpresa. Tras varias comedias no muy memorables y algún que otro drama de corte similar a La promesa, se echa de menos al director de El hombre del tren, La chica del puente o El marido de la peluquera. Por suerte, dada su prolífica carrera, lo más probable es que tengamos una nueva oportunidad para la decepción o la alegría más pronto que tarde.
"Alguien que anda por ahí" - https://gerardomartinsilva.wordpress.com/
La promesa pasó sin pena ni gloria por la Mostra de Venecia en 2013, fuera de concurso, y llega con cierto retraso a las pantallas españolas. Patrice Leconte adapta la novela corta de Stefan Zweig Un viaje al pasado (1929), componiendo un retrato romántico de época bastante descafeinado, que probablemente hubiera dado mucha rabia al escritor vienés. Pasando por alto las alteraciones sobre el texto original, lo más desafortunado del film radica en su incapacidad para conmover con una historia supuestamente rebosante de pasión.
Friedrich, un joven ingeniero de origen humilde, se convierte en la mano derecha y protegido de su patrón, un maduro empresario de la metalurgia, afectado por una enfermedad que lo está consumiendo. La aparición en escena del objeto de deseo – perdón, de la dulce esposa del jefe- provocará un vuelco en las prioridades vitales del ambicioso Friedrich, y el comienzo de un potencial romance secreto.
La historia de pasión inconfesable, el tira y afloja encapsulado en innumerables miedos e inconveniencias ajenas al amor, es un concepto que puso de moda el romanticismo y cuyos tentáculos llegan hasta nuestros días. Hoy en día, a este recurso literario se lo conoce como TSNR (Tensión Sexual No Resuelta) y es la piedra angular de cualquier película o serie de televisión que se digne a llevar el apellido “romántica”. Se supone que sólo con esto, si está bien hecho – vale, y con los cliffhangers –, se mantiene gran parte de la audiencia en la pequeña pantalla. Volviendo al cine, La promesa no aprendió la lección y le pasa lo peor: aburre.
No ayuda la presencia de Richard Madden en uno de los vértices protagonistas, ya demostró sus carencias como Rob Stark en Juego de Tronos. Su mirada intensa y gesto contenido dicen más bien poco. Tampoco Rebecca Hall consigue mucho más que constatar la figura retrógrada de la mujer a principios de siglo XX, en el papel de esposa del magnate del acero deseada por el joven y ambicioso secretario. Ni siquiera Alan Rickman, el mejor de los tres – bendita veteranía, oficio -, es suficiente para sacarnos del letargo.
En suma, la sensación es la de un material interesante gravemente desaprovechado. Lamentablemente, para quienes siguen la trayectoria de Leconte no se puede decir que sea una sorpresa. Tras varias comedias no muy memorables y algún que otro drama de corte similar a La promesa, se echa de menos al director de El hombre del tren, La chica del puente o El marido de la peluquera. Por suerte, dada su prolífica carrera, lo más probable es que tengamos una nueva oportunidad para la decepción o la alegría más pronto que tarde.
"Alguien que anda por ahí" - https://gerardomartinsilva.wordpress.com/

6,4
4.223
6
8 de febrero de 2016
8 de febrero de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si esto fuera ficción, por ejemplo, uno de los best seller de John Grisham que ha inspirado a Holywood, el giro revelador que se produjo en el caso Bárcenas aquel 15 de julio de 2013 habría provocado un escándalo de tal magnitud en la opinión pública que el sistema institucional no hubiera podido ignorarlo. Si esto fuera ficción, las rotativas encenderían las plazas de nuevo, expertos policiales recuperarían la información borrada de los discos duros, más gargantas profundas hablarían. Sin embargo, esto es la vida real, acostumbrada a la corrupción como el pan de cada día. Aquellos hechos pasaron inadvertidos para demasiada gente.
No obstante, una parte del mundo de la cultura, consciente de su papel crítico en la sociedad, se puso manos a la obra – nunca mejor dicho – para llamar la atención sobre los sucios engranajes de la financiación del partido en el poder. Así es como, tan sólo unos meses después, el Teatro del Barrio puso en pie el drama Ruz-Bárcenas, bajo la dirección de Alberto San Juan y texto de Jordi Casanovas. Con una puesta en escena minimalista – una mesa, dos personajes frente a frente – la obra representa (o más bien reproduce) el interrogatorio del juez de la Audiencia Nacional al ex tesorero del Partido Popular. La transcripción literal (tan sólo abreviada por el autor) de lo que se dijo en aquella sala de lo social del tribunal más importante de España dejó estupefactos a los espectadores que pasaron por el teatro. Uno de ellos fue el cineasta David Ilundain, que enseguida vio la necesidad convertir esta historia en una película. Ahora “B” llega a las pantallas.
“Esa afirmación no fue cierta, o sea que no la mantengo”. Con estas palabras comenzó su declaración Luis Bárcenas aquel día, retractándose de la versión que había mantenido hasta el momento, y reconociendo la autoría de los famosos papeles que implicaban al PP en una de las tramas de corrupción más destacadas de la democracia.
A partir de ahí, comienza una contienda dialéctica entre el declarante, el juez y las acusaciones personadas, más parecida a una partida de ajedrez que a un combate de boxeo. Jaques, enroques, y cesión de piezas importantes en una enmarañada declaración judicial, que durante 78 minutos en el filme amenazan constantemente unas frustrantes tablas.
La película de Ilundain, protagonizada al igual que en la versión teatral por los solventes Pedro Casablanc y Manolo Solo, agrega ambiente cinematográfico (decorados, personajes, caracterización) a un guión nada dramatizado. Este riesgo, conceder a un texto judicial un protagonismo máximo, aunque su propósito sea ensalzar la verdad, lastra la comprensión de la narración. Si bien se trata de una película documental, voluntariosa, en la que el reparto artístico hace un trabajo convincente, quizá se echa de menos un filtro dramático más elaborado que potencie la emoción en el espectador.
En cualquier caso, “B” es un ejercicio político y cinematográfico nada desdeñable que pretende servir de estímulo al pensamiento crítico. “Los chicos siguen en el parque / aprendiendo a nadar bajo el aguacero” canta Quique González sobre los títulos de crédito. Cine urgente para España, de ese que no abunda.
"Alguien que anda por ahí" - https://gerardomartinsilva.wordpress.com/
No obstante, una parte del mundo de la cultura, consciente de su papel crítico en la sociedad, se puso manos a la obra – nunca mejor dicho – para llamar la atención sobre los sucios engranajes de la financiación del partido en el poder. Así es como, tan sólo unos meses después, el Teatro del Barrio puso en pie el drama Ruz-Bárcenas, bajo la dirección de Alberto San Juan y texto de Jordi Casanovas. Con una puesta en escena minimalista – una mesa, dos personajes frente a frente – la obra representa (o más bien reproduce) el interrogatorio del juez de la Audiencia Nacional al ex tesorero del Partido Popular. La transcripción literal (tan sólo abreviada por el autor) de lo que se dijo en aquella sala de lo social del tribunal más importante de España dejó estupefactos a los espectadores que pasaron por el teatro. Uno de ellos fue el cineasta David Ilundain, que enseguida vio la necesidad convertir esta historia en una película. Ahora “B” llega a las pantallas.
“Esa afirmación no fue cierta, o sea que no la mantengo”. Con estas palabras comenzó su declaración Luis Bárcenas aquel día, retractándose de la versión que había mantenido hasta el momento, y reconociendo la autoría de los famosos papeles que implicaban al PP en una de las tramas de corrupción más destacadas de la democracia.
A partir de ahí, comienza una contienda dialéctica entre el declarante, el juez y las acusaciones personadas, más parecida a una partida de ajedrez que a un combate de boxeo. Jaques, enroques, y cesión de piezas importantes en una enmarañada declaración judicial, que durante 78 minutos en el filme amenazan constantemente unas frustrantes tablas.
La película de Ilundain, protagonizada al igual que en la versión teatral por los solventes Pedro Casablanc y Manolo Solo, agrega ambiente cinematográfico (decorados, personajes, caracterización) a un guión nada dramatizado. Este riesgo, conceder a un texto judicial un protagonismo máximo, aunque su propósito sea ensalzar la verdad, lastra la comprensión de la narración. Si bien se trata de una película documental, voluntariosa, en la que el reparto artístico hace un trabajo convincente, quizá se echa de menos un filtro dramático más elaborado que potencie la emoción en el espectador.
En cualquier caso, “B” es un ejercicio político y cinematográfico nada desdeñable que pretende servir de estímulo al pensamiento crítico. “Los chicos siguen en el parque / aprendiendo a nadar bajo el aguacero” canta Quique González sobre los títulos de crédito. Cine urgente para España, de ese que no abunda.
"Alguien que anda por ahí" - https://gerardomartinsilva.wordpress.com/
8
8 de febrero de 2016
8 de febrero de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La acción se sitúa en un mundo arrasado por la guerra y la contaminación, derivadas del sediento macho-capitalismo extractivo. Ninguna invasión extraterrestre, meteorito o catástrofe fortuita. Escasean alimentos, recursos naturales y tecnología, pero paradójicamente sobra gasolina (o eso se deduce de la alegría con que se consume en la cinta). Cualquier sistema de gobierno avanzado ha desaparecido. El territorio se ha feudalizado y el poder absoluto lo detentan señores de la guerra muy locos rodeados de un aura mística, que se sirven de la esclavitud y el terror para subsistir.
La historia arranca con Max Rockatansky (Tom Hardy), figura central de la saga, un ex-policía solitario y atribulado por la muerte violenta de su familia, siendo secuestrado por los seguidores de Inmortan Joe, el tirano divinizado de la zona. Su destino será servir de “bolsa de sangre” para abastecer periódicamente a los soldados, pues en un ambiente tan tóxico las nuevas generaciones nacen con graves defectos físicos.
Sin embargo, pronto aparecerá la verdadera protagonista de la peli: Imperator Furiosa (Charlize Theron). Será ella quien se rebele contra el opresor y su horda de acólitos pirados, emprendiendo la fuga con lo más preciado para Immortan Joe, su seguro dinástico: “sus esposas”. Cinco valkirias esclavizadas para servir como úteros que alojarán a los sucesores del soberano.
A partir de aquí comienza una persecución trepidante que en muchos momentos dejará sin respiración a los amantes del cine de acción.
Se ha especulado mucho sobre el discurso de género implícito en la película. Sobre todo a partir de la reacción de cierto sector ultra del machismo estadounidense, llamando al boicot por considerarla “propaganda feminista”. En España los alegatos machistas han pasado más o menos desapercibidos, más bien el debate en redes sociales se ha producido entre diversas sensibilidades del feminismo. A continuación trato de aportar algunas claves al respecto: (PARA LEER dichas claves tendréis que ir a mi blog, pues aquí no caben)
-> https://gerardomartinsilva.wordpress.com/2015/06/18/mad-max-hacia-una-utopia-feminista/
Mad Max: Fury Road nos presenta la oposición de dos cosmovisiones muy prácticas: la praxis sanguinaria e individualista de un mundo hecho a medida del hombre, versus la oportunidad comunitaria femenina, que ejerce la autodefensa violenta hasta sus últimas consecuencias. Personajes femeninos empoderados (unos más que otros), agentes de conflicto y solidaridad, violencia a raudales para todxs, viaje de ida y vuelta a la utopía igualitaria.
Si esto no es feminismo que venga Virginia Woolf y lo vea.
"Alguien que anda por ahí" - https://gerardomartinsilva.wordpress.com/
La historia arranca con Max Rockatansky (Tom Hardy), figura central de la saga, un ex-policía solitario y atribulado por la muerte violenta de su familia, siendo secuestrado por los seguidores de Inmortan Joe, el tirano divinizado de la zona. Su destino será servir de “bolsa de sangre” para abastecer periódicamente a los soldados, pues en un ambiente tan tóxico las nuevas generaciones nacen con graves defectos físicos.
Sin embargo, pronto aparecerá la verdadera protagonista de la peli: Imperator Furiosa (Charlize Theron). Será ella quien se rebele contra el opresor y su horda de acólitos pirados, emprendiendo la fuga con lo más preciado para Immortan Joe, su seguro dinástico: “sus esposas”. Cinco valkirias esclavizadas para servir como úteros que alojarán a los sucesores del soberano.
A partir de aquí comienza una persecución trepidante que en muchos momentos dejará sin respiración a los amantes del cine de acción.
Se ha especulado mucho sobre el discurso de género implícito en la película. Sobre todo a partir de la reacción de cierto sector ultra del machismo estadounidense, llamando al boicot por considerarla “propaganda feminista”. En España los alegatos machistas han pasado más o menos desapercibidos, más bien el debate en redes sociales se ha producido entre diversas sensibilidades del feminismo. A continuación trato de aportar algunas claves al respecto: (PARA LEER dichas claves tendréis que ir a mi blog, pues aquí no caben)
-> https://gerardomartinsilva.wordpress.com/2015/06/18/mad-max-hacia-una-utopia-feminista/
Mad Max: Fury Road nos presenta la oposición de dos cosmovisiones muy prácticas: la praxis sanguinaria e individualista de un mundo hecho a medida del hombre, versus la oportunidad comunitaria femenina, que ejerce la autodefensa violenta hasta sus últimas consecuencias. Personajes femeninos empoderados (unos más que otros), agentes de conflicto y solidaridad, violencia a raudales para todxs, viaje de ida y vuelta a la utopía igualitaria.
Si esto no es feminismo que venga Virginia Woolf y lo vea.
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