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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
5
7 de noviembre de 2020
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Trasladar el universo kafkiano al cine no tiene que ser una tarea fácil. A los problemas habituales de verter en imagen lo que se ideó para negro sobre blanco, se suma el mundo absurdo y burocrático de Kafka. Esto casi siempre deriva en películas irritantes, sin sentido, con involuntario tinte surrealista y que generan en el espectador el aburrimiento hasta la extenuación. Algunos fracasaron estrepitosamente al intentar captar las esencias del escritor checo, El proceso de Orson Welles; otros, los menos, consiguieron salir airosos. Por ejemplo Soderbergh en la inquietante Kafka. La verdad oculta. En el caso de Balabánov se queda a mitad de camino. Porque su película recuerda a la de Welles en ese tono confuso, personajes irritantes, galimatías e impostura, pero la mejora en calidad con una fantástica ambientación y una manera de rodar muy dinámica. El Castillo no llega a Soderbergh, pero confirma lo que Balabánov apuntó en su primer largometraje (Happy Days), que era un director con enorme talento. Solo le faltaba contar una buena historia y despojarse de los pujos aristocráticos y formas impostadas a las que a veces lleva el cine de autor.
19 de abril de 2009
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo la incómoda sensación a lo largo de toda la película de encontrarme ante una serie televisiva, un "Grandes Relatos" de esos que echan periódicamente en algunas cadenas. Por lo que el filme resulta entretenido, pero de calidad cinematográfica anda escaso. La idea a priori-la historia del cámara de Stalin- me parece buena, pero se diluye como un azucarillo a medida que avanza la película, dando la sensación de haber desaprovechado dos horas de metraje en un llanto melodramático similar al de una película de esas de los sábados por la tarde. Y es que para criticar a ese gran terror que fue el stalinismo, no hace falta acudir al panfleto y a la lágrima fácil, a lo explícito.
2 de noviembre de 2020 Sé el primero en valorar esta crítica
Si algo hay que reconocerle a la saga de Rocky es su capacidad de rehacerse cuando ya parecía agotada. Esto hace que tenga subidas, picos, bajadas y sonoras depresiones -Rocky V-. En el caso de Creed II, que el hijo de Apolo Creed se enfrentara al hijo de Iván Drago, apuntaba a que la enésima secuela del boxeador de Filadelfia no solo tomaría oxígeno, sino que mantendría el listón de la excelente y sorprendente Creed. Sin embargo no es el caso, pues todo recuerda a fórmulas manidas de superación e individuos hechos a sí mismos, enmarcados en tedioso telefilm y odiosos videoclips. Pero aun así la película salva los muebles del naufragio por lo que se cuenta en la esquina del cuadrilátero. El personaje de Dolph Lundgren adquiere proporciones casi shakesperianas y donde veíamos en el pasado un saco de músculos robótico (Rocky IV), el paso de los años lo ha transformado en un tipo arrasado por la derrota con una personalidad muy compleja en busca de la redención a través de su hijo. Stallone no brilla, ni tampoco Michael B. Jordan en esta revisitación de la guerra fría donde parece que la URSS nunca se fue -Rusia es Ucrania y Ucrania es Rusia-, pero por ver a Lundgren en la mejor actuación de su carrera y metamorfoseado en el auténtico Rocky Balboa, merece la pena.
17 de mayo de 2021 Sé el primero en valorar esta crítica
La incursión en la dirección de Carlos Pérez Merinero, escritor de novela negra, dista de ser un mero ejercicio fílmico. Lejos de ello, Rincones del paraíso es una película con alma, de esas que dejan poso, en la que hay mucho cine detrás de ella. La influencia de El fotógrafo del pánico por la temática o de Robert Bresson por el estilo resulta evidente en esta cinta dura y seca como la meseta. Porque aunque Pérez Merinero definiera Rincones del paraíso como una película finlandesa hecha por un tío de Écija, ésta tiene un acento silíceo de berrocales y domos, enseñándonos un Madrid de periferia, de bloques de pisos y cuyo epicentro se encuentra en el cementerio de la Almudena. Compuesta a base de planos fijos, la película narra las vicisitudes de un policía expulsado del cuerpo que descubre su afición al voyeurismo tras grabar casualmente a una prostituta con un cliente en pleno camposanto. La manera de estar rodada implica al espectador, que en esa aparente distancia que marcan los planos generales caerá en la cuenta de su condición de voyeur. El resultado es un film desasosegante, poblado de silencios y del ruido mecánico que hace el VHS al ponerse en marcha; donde los diálogos –a pesar de las excelentes cualidades de Pérez Merinero para ellos- son cortos y escasos en favor de unas imágenes que se quedan impregnadas en la retina igual que un puñetazo en el ojo de un púgil. Una muestra en sus últimos diez minutos. En ellos hay más verdad que en toda la filmografía junta de algunos tótems actuales del cine español.
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