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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
27 de marzo de 2022 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película donde todo lo que viene antes de verla: título, cartel, sinopsis y tráiler, invita a desconfiar si valdrá la pena tan siquiera darle al play y dejarse llevar, postergando su visionado una vez tras otras entre las tantas sugerencias de Netflix. Sin embargo, me he llevado una grata sorpresa con la buena factura francesa de este filme a medio camino entre la acción y el suspense.

Un largometraje con buen ritmo que engancha de principio a fin y si bien no es pretencioso en su planteamiento, sabe innovar aportando un enfoque diferente a la típica historia del arriesgado conductor solitario y nocturno al margen de la ley que hemos visto en Taxi Driver, Drive y tantas otras. Aquí el cambio es el coche por la moto y la frialdad de esos otros protagonistas por la espiral de emociones que representa el de Burn Out, un principal que va evolucionando, se transforma a medida que lo hacen las circunstancias que lo rodean. Ama, sufre, teme, ignora y luego conoce, se resista, lucha y sobre todo corre, corre cada vez más.

La historia va ganando consistencia a medida que van pasando los minutos al compás de una creciente acción que no eclipsa el suspense de una trama bastante bien resuelta en su último tercio, dando un giro inesperado que va más allá de lo previsible.

Reconoceré no obstante un sesgo de espectador: me gustan las motos, me gusta la velocidad, me gustan las historias de los mundos fuera de la ley y me gustan los protagonistas más o menos solitarios que han de lidiar primero con las adversidades que trastocan sus vidas y luego consigo mismos y sus monstruos internos. Burn Out es una de estas películas. Por todo ello me ha gustado, por ello y porque me esperaba algo mucho peor, y por lo mismo le pongo un merecido notable.
26 de enero de 2022 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una descomunal interpretación de Anthony Hopkins sostiene una película cuya trama es una no trama. Nada pasa más que el tiempo. El tiempo y las oportunidades que nos brinda, las decisiones que cada uno toma, los trenes que tomamos y los que dejamos pasar, errores y lastres. Secuencias de consecuencias más allá de dónde alcanzamos imaginar de las que nadie está impune.

Una obra premeditadamente lenta, incisivamente reflexiva, estéticamente perfecta y en el interior de sus personajes, caótica. La vacuidad del inexorable paso del tiempo entre los quehaceres cotidianos, el hastío que madura con los años y las emociones que por reprimidas no dejan de ser tan existentes como insistentes.

Hopkins, como eficiente mayordomo de exquisitos modales, posturalmente impecable, retóricamente encantador, pulcro, aseado... Controlador y detallista. Impecable. Todos rasgos superficiales, que saltan a la luz y cualquiera puede ver. Y luego, luego ese yo interior, ese manantial de emociones que no llegan a brotar, esa alma de niño que busca el amor que un día le fue negado y que de forma obstinada, aún servido en bandeja, rechaza por el temor que supone la incertidumbre, el riesgo, una elección. El amor mueve al hombre, el miedo lo paraliza: una balanza pondera a ambos, difícil equilibrio.

Emma Thompson es el contrapunto que como ama de llaves equilibra, ya mediado el filme, el monopolio de unas cámaras que aman a un Hopkins que actúa como siempre y ser resuelve en calidad de mayordomo como nunca. Hasta este punto la película es emocionalmente plana, pero un cúmulo de sentimientos nacidos ya y que se van acrecentando escena tras escena, llevan el guión y la trama hacia lo sublime siempre bajo una atmosfera lenta, serena, rallantemente armoniosa...Trabajadora y concienzuda, la Srta. Kempton resulta de un espíritu mucho más pasional que el de su compañero y aunque el protocolo dicta la estricta separación entre lo personal y lo profesional, las bajas pasiones y su represión imposible la confunden pese al afonoso esfuerzo por cumplir. Nos permite ver aún vagamente cuánto amor, confianza, miedo, melancolía e incluso celos pululan en la atmosfera invisible que separa a los dos protagonistas en cada escena.

Ese beso romántico no consumado en la pantalla pero materializado por anticipado por el espectador, esos "te quieros" mudos escupidos del alma con miradas que valen más que mil palabras, esos esquivos roces de manos que provocan electricidad. El amor no correspondido, la frustración, la cobardía, como una guerra fría donde ninguna parte da el paso inicial. Las lágrimas del presente desaprovechado, los llantos vistos desde el futuro pasados los años por tantos "y si...". Máscaras y realidades.

En eso se basa el encanto del filme, en que no queriendo decir nada, te hace entender muchas cosas. No queriendo conectar con el espectador, consigue sacar su lado más humano. Presentándose como hierática, provoca en el vidente una catarata de emociones. Porque el amor también es miedo, porque las emociones golpean en nuestros adentros aunque otros no las vean, o no las sepan ver; porque las palabras sobran con un gesto, con una mirada. Porque la vida también es eso: vacíos y silencios, angustias y temores, oportunidades y decisiones. Porque la vida es tiempo. Tiempo y amor. Y el tiempo, nos guste o no, no perdona ni tampoco se recupera. Para el amor en cambio, a veces es ya demasiado tarde. "Aprovechemos cada momento, seamos más y estemos menos, vivamos..." parece ser al final de todo la moraleja.
21 de noviembre de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una comedia hollywoodiense de estilo convencional que a nivel argumental no aporta nada nuevo. Precisamente por su alto convencionalismo se desaprovechan las dotes interpretativas de dos actores de la talla de Russell Crowe y Ryan Gosling. Tal vez por el propio género al que se ven sometidos (comedia). Como espectador, el avance de la cinta va haciendo calar la sensación que el género cómico no es el encuadre donde los citados protagonistas pueden dar lo mejor de sí. El público se ha acostumbrado a ver al Crowe de Gladiator, Master and Commander, Robin Hood; interpretando papeles cargados de un aura de solemnidad. Parecido ocurre con Ryan Gosling, un actor que se desenvuelve como pez en el agua haciendo de chico poco hablador pero altamente expresivo (incluso en género romático: Blue Valentine), cuyos silencios y miradas retrotraen al personaje del clásico western en pleno siglo XXI (véase Drive, Sólo Dios Perdona o Cruce de Caminos). Desde luego, cualquiera de los dos son mejores (mucho mejores) en los ámbitos del suspense, la acción o incluso en el caso de Gosling, en el romántico (empero apartandose siempre del idealismo y sensibilidad clásicas del género) Y si embargo, pese a todo lo anterior, la película resulta entretenida. Eso sí, tan entretenida como intrascendente.
20 de noviembre de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Demolition es Jake Gyllenhaal. No podríamos entender el desarrollo de la trama sin la centralidad del personaje. Todo gira en torno a él, y lo hace artimicamente. Es la piedra angular que al tambalearse provoca el derrumbe de toda la arquitectura vital del protagonista. Por momentos marcada por una lentitud meditativa, en otras ocasiones avanzando a ritmos frenéticos. Gyllenhaal encumbra una sobresaliente actuación, humanizando al protagonista y tensando constantemente la línea entre locura y cordura. Todo por deconstruir su vida, derrumbar un pasado que lo atormenta y un presente del que se siente cautivo. La muerte de su mujer servirá como detonante y catalizador de la trama que transitará por la senda del la búsqueda interior de uno mismo, expresada en la demolición de cuanto le rodea.
14 de enero de 2022
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una ácida crítica social a todo un sistema que, lejos de la ficción, con amargo realismo nos toca vivir y en muchas ocasiones sufrir. Bajo una apariencia cómica, McKay sabe edulcorarlo con buenas dósis de humor para que aprendamos a reírnos de nosotros mismos al fin y al cabo, como el consuelo de quien poco remedio puede alcanzar para una enfermedad ya demasiado enquistada. Los medios de comunicación de masas, las redes sociales, el poder y la política, las modas, los bulos, las noticas auténticas y las noticias falsas, el sensacionalismo y otros tantos ismos llevados al extremo: fanatismo, ecologismo, capitalismo, feminismo, cientificismo, escepticismo... Ismos, ismos, ismos. La inifinita estupidez humana de Einstein. Y una reflexión sobre la realidad y nuestra percepción de ella, ¿ser conscientes de la realidad nos hace mejores? ¿Está justificado evadirse para no sufrir? o ¿hasta que punto ha de dolernos aquello que no podemos controlar?

Una notable actuación de Leonardo di Caprio en el papel de un neurótico, hiperventilante y maniático científico, revestida de gran comicidad, y que nos demuestra una vez más a Leo como un maduro y polifacético intérprete que encaja bien en casi cualquier formato, una vez tras otra. Más floja Jennifer Lawrence en un papel de astrónoma bipolar y apática que parece hecho a medida para ella, pero que no termina de cuajar con una actuación artificial que choca con la naturalidad que destila di Caprio. Las esperpénticas interpretaciones de Meryl Streep, Jonha Hill o Mark Rylance dotan al metraje de la absurdidad necesaria para que no nos lo tomemos del todo en serio. Al menos al inmediato término de la película, porque luego, en la reflexión posterior a la que se nos pretende invitar, uno se va percatando de que la realidad supera a la ficción al ir descubriendo paralelismos entre los personajes y las personas de la vida real que copan los telediarios o son carne de cañón en la red social.

En definitiva una buena película que sale reforzada al evitar ser pretenciosa y que conseguirá superar las expectativas de algún vidente, no por su tamaña calidad, si no por las escasas perspectivas iniciales. Uno la comienza buscando reírse y poco más; pero la termina con una mosca detrás de la oreja, incómodo e invitado a una reflexión que por más que tratemos de evitar y postergar se nos demuestra harto necesaria. Y aquí reside la clave del filme de Adam Mckay, como una obra publicada en pasados tiempos de censura, que sigue muy presente en el tiránico régimen contemporáneo de lo políticamente correcto, de lo "fake" y de las modas. Enmascara revestida de mucho circo una crítica furibunda a este imperio donde el "panem et circenses", dos mil años después, sigue funcionando.
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