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6,1
2.767
9
5 de enero de 2023
5 de enero de 2023
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es de esas pelis que exige cooperación por parte del espectador, en la que hemos entrar en el juego que propone el director para disfrutar de ella, si nos apetece. A mí me interesó la propuesta de Albert Serra.
Personalmente me atrae la capacidad para crear un universo en el encajan perfectamente una atmósfera decadente, la indolencia de unos personajes sensuales y calculadores, la turbiedad de la vida nocturna -ese almirante embriagado de colonialismo, sacando a bailar a sus fornidos marineros con movimientos que ni el mismísimo Georgie Dann merece un comentario por separado-, la intriga que subyace a una narración que se recrea en las situaciones que presenta -una más logradas que otras-, las reflexiones entre irónicas, delirantes y patéticas que salpican las conversaciones, y un tono crepuscular que retrata eficazmente un mundo en declive, sin niños, sin futuro.
El ritmo narrativo es muy poco convencional y la lentitud con la que transcurren las situaciones a mí me sumergen en esta ambientación fuera del tiempo, en las miradas, los gestos, los cuerpos, los múltiples detalles, las palabras -cuando las hay-, el entorno paradisíaco ...
La expresividad plástica me impacta en la tele; espero poder verla en el cine para disfrutar del espectáculo en 35mm.
Destaca la figura del político de carácter municipal, cordial, de buenos modales y mejor atuendo, que aparenta interés por lo que le rodea, ensimismado en su espacio de poder y omnipresente en reuniones, iglesias, hoteles, bôites, espectáculos musicales, haciendas, motos acuáticas, islas del archipiélago, … como tantos alcaldes. El Alto comisionado muestra claramente la vigilancia que exige la conservación de una cuota de poder, en dos direcciones, la metrópoli por un lado, y la población local por otro, haciendo una bisagra que chirría por momentos.
La pregunta que cabe hacerse es con cuántos minutos menos se podría haber conseguido esta obra.
Personalmente me atrae la capacidad para crear un universo en el encajan perfectamente una atmósfera decadente, la indolencia de unos personajes sensuales y calculadores, la turbiedad de la vida nocturna -ese almirante embriagado de colonialismo, sacando a bailar a sus fornidos marineros con movimientos que ni el mismísimo Georgie Dann merece un comentario por separado-, la intriga que subyace a una narración que se recrea en las situaciones que presenta -una más logradas que otras-, las reflexiones entre irónicas, delirantes y patéticas que salpican las conversaciones, y un tono crepuscular que retrata eficazmente un mundo en declive, sin niños, sin futuro.
El ritmo narrativo es muy poco convencional y la lentitud con la que transcurren las situaciones a mí me sumergen en esta ambientación fuera del tiempo, en las miradas, los gestos, los cuerpos, los múltiples detalles, las palabras -cuando las hay-, el entorno paradisíaco ...
La expresividad plástica me impacta en la tele; espero poder verla en el cine para disfrutar del espectáculo en 35mm.
Destaca la figura del político de carácter municipal, cordial, de buenos modales y mejor atuendo, que aparenta interés por lo que le rodea, ensimismado en su espacio de poder y omnipresente en reuniones, iglesias, hoteles, bôites, espectáculos musicales, haciendas, motos acuáticas, islas del archipiélago, … como tantos alcaldes. El Alto comisionado muestra claramente la vigilancia que exige la conservación de una cuota de poder, en dos direcciones, la metrópoli por un lado, y la población local por otro, haciendo una bisagra que chirría por momentos.
La pregunta que cabe hacerse es con cuántos minutos menos se podría haber conseguido esta obra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y el alegato FINAL del almirante trasnochado intentando revivir los laureles colonialistas y la grandeur francesa remite al delirio del “Nadie es perfecto” de Osgood Fielding III con esa imagen final en el barco, melena al viento, que nos anuncia la gran explosión.

7,1
12.348
9
26 de enero de 2025
26 de enero de 2025
9 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando se encienden las luces, tras el clic que te reconecta al presente, y mientras vas saliendo de la sala, sueles hacerte las preguntas habituales: si la película tiene un ritmo fluido, si los hilos narrativos están bien entrelazados, si las distintas temáticas que aborda te parecen bien tratadas, si los personajes son creíbles y están bien construidos, si la música ayuda a contar la historia, si el tratamiento de la luz y el color es acertado, o la ambientación histórica cuando procede … Por la interpretación no te preguntas en un caso como este porque es excelente en general y abrumadora en el caso de Adrien Brody. Con The brutalist no terminé de encontrar esas respuestas, en pleno proceso de digestión del enorme caudal de impresiones recibidas. Porque en realidad lo que me importa de una película es lo que me hace sentir, y lo que me evoca. Creo que es a esta situación a la que se refería Roland Barthes cuando hablaba de la "distancia amorosa" al reflexionar sobre la recepción de una obra cinematográfica; debe ser suficiente para permitirnos captar aspectos que van más allá de la peripecia narrativa, pero sin alejarnos tanto como para dejar de emocionarnos con la historia. Al cabo de las más de tres horas y media, que se me hicieron cortas, me encontraba perdido en medio de esa distancia.
Probablemente son otras las preguntas que demanda una ficción que no está hecha para satisfacer los gustos de los espectadores; en todo momento hay un sabor a autoría, a apuesta personal ambiciosa que no encaja, empezando por su duración y terminando por la factura de sus imágenes, que no pretenden agradar; más bien están al servicio de una apuesta estética brutal. Además esta película exige más visionados; seguiremos hablando de ella en años venideros, ojalá como el reflejo de una época superada.
Me impacta inicialmente el retrato de la supervivencia encarnado en un arquitecto reconocido y privilegiado, y las renuncias a las que se ve obligado; la dignidad, entre otras. Y cómo el fascismo puede llevar la intolerancia hasta el extremo de prescindir de los artistas más brillantes; recordemos a Fritz Lang, Billy Wilder, Ernst Lubitsch, Marlene Dietrich, Max Reinhardt,… que también tuvieron que huir de los nazis. Esa funesta manía de pensar, que decía Fernando VII. De hecho, nadie está a salvo de la deriva intolerante, y desde luego la inteligencia y la formación no son salvoconductos que nos vayan a ayudar a escapar de ella, tal y como constatamos en la pantalla. Vemos también cómo el poder económico termina sometiendo cualquier manifestación de brillantez intelectual o artística hasta extremos brutales. Este mensaje, que goza actualmente de una vigencia aterradora, invita a muchos a tolerar la intolerancia, cuando no a adherirse a ella abiertamente, confiando en que el siguiente zarpazo solo golpee a los demás. La dimensión moral de este fenómeno, que envenena el cuerpo social, es otra de las capas de un guión que nos habla de la deshumanización de un mundo en el que el enriquecimiento material es el objetivo principal; si bien la necesidad del sr. Van Buren de recurrir a un artista para dejar un legado que le trascienda muestra algunas de las graves fisuras de este modelo social.
A pesar de tratarse de una obra de ficción los elementos con los que se construye el relato nos remiten directamente a una parte de la Historia del siglo XX (el éxodo judío, la emigración, el sueño americano, la Bauhaus, los campos de exterminio nazis, la Aliyá hacia Israel, la comunidad judía en EEUU,…) que está muy presentes en la conversación actualmente, lo que dota de un especial interés a la película.
Los edificios como testigos de una época, en palabras del protagonista, son otra de las temáticas planteadas. Toth presume de que muchos de sus proyectos siguen en pie después de la Segunda Guerra Mundial a diferencia de otros, y uno de los ingredientes más atractivos visualmente que nos ofrece Corbet son precisamente los proyectos del arquitecto protagonista. El título de la película remite a un estilo, el Brutalismo, que se caracteriza por el uso de hormigón visto, sin revestimiento ni pintura, con grandes volúmenes cúbicos en los que predominan las líneas rectas y las formas angulosas.
La inquietante música de Daniel Blumberg tiene una intensa presencia durante todo el metraje, desde la llegada en barco a EEUU. Ayer vi la película y hoy he vuelto a escuchar la banda sonora en Spotify: hay algo adictivo en ella.
A pesar de los altibajos narrativos que en algunos momentos acusa el relato, ahora tengo que decidir cuándo voy a volver a ver la película antes de que cambien la cartelera.
Probablemente son otras las preguntas que demanda una ficción que no está hecha para satisfacer los gustos de los espectadores; en todo momento hay un sabor a autoría, a apuesta personal ambiciosa que no encaja, empezando por su duración y terminando por la factura de sus imágenes, que no pretenden agradar; más bien están al servicio de una apuesta estética brutal. Además esta película exige más visionados; seguiremos hablando de ella en años venideros, ojalá como el reflejo de una época superada.
Me impacta inicialmente el retrato de la supervivencia encarnado en un arquitecto reconocido y privilegiado, y las renuncias a las que se ve obligado; la dignidad, entre otras. Y cómo el fascismo puede llevar la intolerancia hasta el extremo de prescindir de los artistas más brillantes; recordemos a Fritz Lang, Billy Wilder, Ernst Lubitsch, Marlene Dietrich, Max Reinhardt,… que también tuvieron que huir de los nazis. Esa funesta manía de pensar, que decía Fernando VII. De hecho, nadie está a salvo de la deriva intolerante, y desde luego la inteligencia y la formación no son salvoconductos que nos vayan a ayudar a escapar de ella, tal y como constatamos en la pantalla. Vemos también cómo el poder económico termina sometiendo cualquier manifestación de brillantez intelectual o artística hasta extremos brutales. Este mensaje, que goza actualmente de una vigencia aterradora, invita a muchos a tolerar la intolerancia, cuando no a adherirse a ella abiertamente, confiando en que el siguiente zarpazo solo golpee a los demás. La dimensión moral de este fenómeno, que envenena el cuerpo social, es otra de las capas de un guión que nos habla de la deshumanización de un mundo en el que el enriquecimiento material es el objetivo principal; si bien la necesidad del sr. Van Buren de recurrir a un artista para dejar un legado que le trascienda muestra algunas de las graves fisuras de este modelo social.
A pesar de tratarse de una obra de ficción los elementos con los que se construye el relato nos remiten directamente a una parte de la Historia del siglo XX (el éxodo judío, la emigración, el sueño americano, la Bauhaus, los campos de exterminio nazis, la Aliyá hacia Israel, la comunidad judía en EEUU,…) que está muy presentes en la conversación actualmente, lo que dota de un especial interés a la película.
Los edificios como testigos de una época, en palabras del protagonista, son otra de las temáticas planteadas. Toth presume de que muchos de sus proyectos siguen en pie después de la Segunda Guerra Mundial a diferencia de otros, y uno de los ingredientes más atractivos visualmente que nos ofrece Corbet son precisamente los proyectos del arquitecto protagonista. El título de la película remite a un estilo, el Brutalismo, que se caracteriza por el uso de hormigón visto, sin revestimiento ni pintura, con grandes volúmenes cúbicos en los que predominan las líneas rectas y las formas angulosas.
La inquietante música de Daniel Blumberg tiene una intensa presencia durante todo el metraje, desde la llegada en barco a EEUU. Ayer vi la película y hoy he vuelto a escuchar la banda sonora en Spotify: hay algo adictivo en ella.
A pesar de los altibajos narrativos que en algunos momentos acusa el relato, ahora tengo que decidir cuándo voy a volver a ver la película antes de que cambien la cartelera.
9
8 de enero de 2023
8 de enero de 2023
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vuelvo a verla y después de muchos años me sigue cautivando la sutileza con la que se construyen las relaciones entre estos personajes, con leves gestos, miradas furtivas, apenas palabras, en medio de un ajetreo laboral que parece ocupar completamente las vidas de los lutiers, violinistas, agentes, y entorno de amigos que nos presenta Sautet.
Bajo la capa de formalidad y seriedad propias de músicos de altísimo nivel van creciendo pasiones que pueden comprometer en cualquier momento los modales de profesionales que parecen ajenos a los sentimientos en su búsqueda de la perfección al ejecutar las partituras, o al reparar los instrumentos.
Siento debilidad por la contención de los sentimientos como temática -quizás Breve encuentro, de David Lean, sea el máximo exponente en este sentido-. Aquí Daniel Auteil, Emmanuelle Béart y André Dussollier consiguen rebosar de acción emocional unas secuencias que bordean el precipicio que se abre entre la cordialidad obligada, por momentos difícil, que imponen las convenciones sociales, y unas pasiones que a duras penas pueden reprimir. La belleza irresistible de Emmanuelle Béart lleva al límite de lo verosímil la capacidad del protagonista para contener reacciones más explícitas, que se limitan a miradas con una expresividad que permite entender el desenlace.
El virtuosismo con el que se interpretan las Sonatas y trío para violín, violonchelo y piano también participan del conflicto que nos propone la película, situándonos entre la emoción que provoca la música de Ravel y el duro rigor de la autoexigencia en la ejecución y los ensayos.
Bajo la capa de formalidad y seriedad propias de músicos de altísimo nivel van creciendo pasiones que pueden comprometer en cualquier momento los modales de profesionales que parecen ajenos a los sentimientos en su búsqueda de la perfección al ejecutar las partituras, o al reparar los instrumentos.
Siento debilidad por la contención de los sentimientos como temática -quizás Breve encuentro, de David Lean, sea el máximo exponente en este sentido-. Aquí Daniel Auteil, Emmanuelle Béart y André Dussollier consiguen rebosar de acción emocional unas secuencias que bordean el precipicio que se abre entre la cordialidad obligada, por momentos difícil, que imponen las convenciones sociales, y unas pasiones que a duras penas pueden reprimir. La belleza irresistible de Emmanuelle Béart lleva al límite de lo verosímil la capacidad del protagonista para contener reacciones más explícitas, que se limitan a miradas con una expresividad que permite entender el desenlace.
El virtuosismo con el que se interpretan las Sonatas y trío para violín, violonchelo y piano también participan del conflicto que nos propone la película, situándonos entre la emoción que provoca la música de Ravel y el duro rigor de la autoexigencia en la ejecución y los ensayos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La frialdad represiva que castra al protagonista, que lo incapacita para amar, y de la que no se libera ni siquiera con el paso del tiempo cuando se encuentra con ella de nuevo, deja un sabor de boca aun más amargo después de unas miradas finales que no pueden ocultar la intensidad de unos sentimientos que siguen vivos a pesar de la distancia, y que quedan sepultados bajo el miedo al amor, o el orgullo, o un juego de seducción/rivalidad del que termina siendo rehén el protagonista.

6,5
4.400
9
13 de octubre de 2024
13 de octubre de 2024
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay momentos entre los seres humanos en los que las miradas, los recuerdos, el tacto, la simple proximidad, o un limonero en una maceta alcanzan a transmitir lo que las palabras no pueden. Paradójicamente la novela, la poesía, hechas de palabras sobre papel, tienen más recursos para contar estas situaciones que el cine. Contar con imágenes el silencio lleno de emoción, de modo que al espectador le importen los personajes hasta el dolor, hasta las lágrimas, no está al alcance de muchos autores/as. Me vienen a la memoria Haneke, Dreyer, Bergman, Wilder, Rossellini, Visconti, Kurosawa, Erice, Moretti, Ozu, Tarkovski, Kieslowski, Coixet, ... hay algunas más.
Pilar Palomero consigue crear una atmósfera en la que todo ello ocurre, con la naturalidad de la vida, de la muerte. Los planos cerrados sobre los rostros de los personajes son retratos fotográficos con la mínima profundidad de campo imprescindible para captar un gesto, o una luz sobre el rostro, un tenue brillo que se apaga, un rictus de rechazo, una sonrisa benévola, para añadir densidad emocional a la narración. Sugieren el proceso interior que afrontan los personajes con la suficiente levedad como para que el espectador reconozca y complete el relato con sus vivencias, con su desolación, con su propia supervivencia. Pocas experiencias más universales que la pérdida.
Los movimientos de la cámara y los encuadres están llenos de sentido: desde un lento recorrido por una estantería para informarnos de las lecturas que han forjado al protagonista masculino -para presentarnos su vocación-, hasta planos que nos hablan del sufrimiento o de la superación sosteniendo su duración, pasando por las miradas con las que la hija -que no quiere elegir afectos- apela al de su madre. No hay más remedio que el amor.
La dura evolución de la protagonista, que parte del rechazo que despierta la extrañeza de un ser que fue querido, quizás hubiera necesitado algunos minutos más de metraje para estar a la altura de la enorme sinceridad de la película; si bien es verdad que la vida casi nunca anuncia los plazos que nos impone, y casi siempre nos encuentra con lo puesto, como nos demuestra el personaje de la hija. Como decía Kundera, "El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores".
Pilar Palomero consigue crear una atmósfera en la que todo ello ocurre, con la naturalidad de la vida, de la muerte. Los planos cerrados sobre los rostros de los personajes son retratos fotográficos con la mínima profundidad de campo imprescindible para captar un gesto, o una luz sobre el rostro, un tenue brillo que se apaga, un rictus de rechazo, una sonrisa benévola, para añadir densidad emocional a la narración. Sugieren el proceso interior que afrontan los personajes con la suficiente levedad como para que el espectador reconozca y complete el relato con sus vivencias, con su desolación, con su propia supervivencia. Pocas experiencias más universales que la pérdida.
Los movimientos de la cámara y los encuadres están llenos de sentido: desde un lento recorrido por una estantería para informarnos de las lecturas que han forjado al protagonista masculino -para presentarnos su vocación-, hasta planos que nos hablan del sufrimiento o de la superación sosteniendo su duración, pasando por las miradas con las que la hija -que no quiere elegir afectos- apela al de su madre. No hay más remedio que el amor.
La dura evolución de la protagonista, que parte del rechazo que despierta la extrañeza de un ser que fue querido, quizás hubiera necesitado algunos minutos más de metraje para estar a la altura de la enorme sinceridad de la película; si bien es verdad que la vida casi nunca anuncia los plazos que nos impone, y casi siempre nos encuentra con lo puesto, como nos demuestra el personaje de la hija. Como decía Kundera, "El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es significativo el papel de la hija de los protagonistas, que empuja a su madre a superar el rechazo por su padre, ante la inminencia de la muerte de él, mostrando que haber vivido menos decepciones permite una generosidad y una capacidad para superar el pasado en momentos críticos, a la que no llegan personas con más experiencia, como es su madre.

7,6
41.560
9
1 de marzo de 2023
1 de marzo de 2023
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La oferta económica de una empresa energética que quiere instalar una planta eólica plantea un grave conflicto entre los vecinos de una aldea que sí quieren vender su tierra, por un lado, y una pareja francesa que ha elegido este pequeño paraíso gallego para hacer realidad su ilusión de vivir de su huerto ecológico, y no quiere renunciar a su sueño, por otro.
A lo largo de toda la película la violencia soterrada que se respira en cada conversación, en cada encuentro entre los vecinos, contrasta con el idílico contexto rural en el que viven. La sensación de fracaso de quienes ven perdida la oportunidad de escapar de esa España vaciada, negra, dura, frente a la esperanza de quienes eligen ese mundo como su proyecto de vida. Y en estas circunstancias el protagonista se ve obligado a luchar contra el drama que provocan los molinos, y su maravillosa Sancho Panza, Olga, aporta la cordura y la serenidad imprescindibles para sobrevivir ante la amenaza constante.
En As bestas conviven largos diálogos amargos, y a veces emotivos, en medio de un torrente de imágenes, y música, que lo dicen todo: la tensión, el miedo, el rechazo, el rencor, el odio, la desesperación, la muerte. La brillantez de los intérpretes en esos diálogos y el gran guión me mantienen enganchado a la pantalla y no me desconectan de una fluidez narrativa que me atrapó desde el primer instante, en la que la fuerza de los caballos, de la tierra, de las montañas, del carácter ancestral, se convierte en un personaje vigoroso, que lejos de ralentizar el relato, como podría suceder, lo llena de intensidad emocional.
As bestas nos hace sentirnos ante la misma vida, y más allá del premiado Denis Ménochet, y del repetido irrepetible Luis Zahera -no me cansa que haga de sí mismo una y otra vez, aunque resulte predecible en sus maneras como actor-, Marina Foïs llena la pantalla de credibilidad y humanidad, y Daniel Anido, tiene una potente presencia con sus inquietantes reacciones.
Son varias las temáticas que se abordan mirando a la cruda realidad de frente: el enorme impacto que los intereses económicos de otros -cercanos o lejanos- pueden tener en nuestras vidas, el derecho a elegir cómo queremos vivir, los límites que padres e hijos deben respetar en estas decisiones, las muy distintas fuentes de riqueza personal que podemos encontrar,el valor de una vecindad cordial, ...
A lo largo de toda la película la violencia soterrada que se respira en cada conversación, en cada encuentro entre los vecinos, contrasta con el idílico contexto rural en el que viven. La sensación de fracaso de quienes ven perdida la oportunidad de escapar de esa España vaciada, negra, dura, frente a la esperanza de quienes eligen ese mundo como su proyecto de vida. Y en estas circunstancias el protagonista se ve obligado a luchar contra el drama que provocan los molinos, y su maravillosa Sancho Panza, Olga, aporta la cordura y la serenidad imprescindibles para sobrevivir ante la amenaza constante.
En As bestas conviven largos diálogos amargos, y a veces emotivos, en medio de un torrente de imágenes, y música, que lo dicen todo: la tensión, el miedo, el rechazo, el rencor, el odio, la desesperación, la muerte. La brillantez de los intérpretes en esos diálogos y el gran guión me mantienen enganchado a la pantalla y no me desconectan de una fluidez narrativa que me atrapó desde el primer instante, en la que la fuerza de los caballos, de la tierra, de las montañas, del carácter ancestral, se convierte en un personaje vigoroso, que lejos de ralentizar el relato, como podría suceder, lo llena de intensidad emocional.
As bestas nos hace sentirnos ante la misma vida, y más allá del premiado Denis Ménochet, y del repetido irrepetible Luis Zahera -no me cansa que haga de sí mismo una y otra vez, aunque resulte predecible en sus maneras como actor-, Marina Foïs llena la pantalla de credibilidad y humanidad, y Daniel Anido, tiene una potente presencia con sus inquietantes reacciones.
Son varias las temáticas que se abordan mirando a la cruda realidad de frente: el enorme impacto que los intereses económicos de otros -cercanos o lejanos- pueden tener en nuestras vidas, el derecho a elegir cómo queremos vivir, los límites que padres e hijos deben respetar en estas decisiones, las muy distintas fuentes de riqueza personal que podemos encontrar,el valor de una vecindad cordial, ...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La sorpresa final es tan dura y real como la vida misma.
La fuerza que da el amor para dedicar el resto de tus días a encontrar el cadáver de tu pareja, para continuar el proyecto de vida soñado pero ahora en solitario. La capacidad para recuperar el sentimiento de vecindad con la madre de los asesinos de tu marido. La muerte de Antoine funciona como una bisagra entre dos historias que tienen en común la vida de Olga; la segunda rebosa dolor, humanidad, coraje, autenticidad, vida.
La fuerza que da el amor para dedicar el resto de tus días a encontrar el cadáver de tu pareja, para continuar el proyecto de vida soñado pero ahora en solitario. La capacidad para recuperar el sentimiento de vecindad con la madre de los asesinos de tu marido. La muerte de Antoine funciona como una bisagra entre dos historias que tienen en común la vida de Olga; la segunda rebosa dolor, humanidad, coraje, autenticidad, vida.
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