El desarrollo no engaña a nadie. Desde el principio de la película sabes cómo va a acabar. La trama no puede ser más sencilla. El guión es tan fácil que por momentos llega a ser repetitivo. Pero da igual. Consigue meterte en ese refugio con esos dos niños y sus luciérnagas. Y consigue destrozarte el ánimo el saber desde el principio que no lo van a conseguir. No juegan con el espectador. No es la típica película en la que cuando las cosas va bien de repente se tuercen. Aquí solo van mal. Y cada vez peor. Hasta llegar a un final en el que, por mucho que sepas lo que va a ocurrir, te quedas sin escapatoria. No tienes otra salida que quedarte con los ojos clavados en los títulos de crédito en japonés pensando en lo asqueroso que es el mundo en el que vivimos.
La lata de caramelos, las luciérnagas que mueren por la mañana después de haber brillado una noche, las bolas de barro,... Y sobre todo esa frase de Setsuko que se queda grabada en tu cerebro: "¿Por qué las luciérnagas mueren tan pronto?". Por lo mismo que mueren Setsuko y su hermanito, porque la luz que alumbra el doble dura la mitad de tiempo.