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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
18 de agosto de 2022 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Osaka es en Occidente un nombre místico. Al pronunciarlo resuenan en nuestros oídos las melodías del Oriente más tradicional y antiguo, pero también se dejan entrever algunas notas modernas, ritmos neuróticos y desquiciados del Japón actual. Osaka posee el encanto de un pasado que nunca conoceremos, y el atractivo de un presente que todavía no entendemos. Por eso el nombre de esta película es Miss Osaka, porque la mujer que lleva ese nombre posee un encanto que atrapa a todos los que la conocen.

Como muchas películas de hoy día (películas de festivales y de autor, no blockbusters), este filme sigue los pasos de Wong Kar Wai casi a pies juntillas: su ritmo lento, casi pegajoso, que no deja avanzar a ningún personaje hasta casi el final del largometraje; una trama sórdida que arrastra al espectador por calles llenas de neón, prostíbulos y zulos raquíticos mientras se intercalan a ratos los paisajes interminables del norte de Noruega; personajes en busca de sí mismos, necesitados de nuevas experiencias (nuevos países, nuevos trabajos, nuevos amantes) al son de un saxofón suave y meloso.

Este cine tiene un poco de Miss Osaka: cuando uno intenta explicar en qué consiste su encanto, se vuelve de repente insufrible. Aquí todo se apuesta al poder de los personajes, de las imágenes, de la música. Todo consiste en enamorar al espectador, y el amor sólo tiene lógica cuando lo siente.

PD. Para entender el título, hay que verse al menos los 10 primeros minutos de película.
7 de diciembre de 2023 Sé el primero en valorar esta crítica
Cuando aun estaba en la universidad solía salir con una chica que estudiaba periodismo. No puedo decir que su carrera sea la más difícil del mundo, ni tampoco que ella fuese la mejor de las estudiante. Más de una vez quedé con ella en su casa para acabar descubriendo que (¡oh, decepción!) íbamos a dedicar la tarde a que hiciese unos trabajos que dejó para el último momento mientras yo miraba el móvil tirado en su cama. Y podríais pensar que quizás era una de esas personas que está en una carrera que odia, que en realidad querría dedicarse a otra cosa, que acabó ahí por presión familiar o porque no entró en otra carrera… nada más lejos de la realidad. Realmente sentía pasión por el periodismo, por entender cosas nuevas y contarlas a los demás, por participar del debate público – aunque quizá la universidad no sea el mejor lugar para alguien con esas inquietudes.

¿Y esto a cuento de qué viene? Cuando uno conoce más en profundidad a un periodista, entiende que su trabajo es terriblemente lento y aburrido. En contra de lo que pueda parecer, es muy complicado llegar a ejercer este trabajo de manera más o menos decente, y como tantos otros oficios en los que se requiere creatividad y curiosidad, para llegar a ser bueno uno necesita sentir pasión por lo que hace.

En resumen, escribir una noticia es una tarea tediosa que sin embargo, si ha salido bien, es porque se ha realizado con el mayor de los cariños y los cuidados.

La mayor virtud de “Todos los hombres del presidente” es que muestra este oxímoron a la perfección. Sobre un ruidoso fondo de máquinas de escribir, las voces de los protagonistas nos enseñan sus altibajos emocionales: tanto la frustración ante los fracasos como los brotes eufóricos que brindan los triunfos. Este dinamismo contrasta con lo que sucede en las imágenes: llamadas telefónicas rodadas en planos totalmente estáticos, reuniones con los redactores jefes que no ponen más que pegas, viajes de puerta en puerta para no conseguir absolutamente nada. Una tarea propia del Sísifo más masoquista, desde luego; pero lejos de provocar aburrimiento, lo que de verdad causa esta película es desasosiego. Nunca sabemos en qué momento darán el siguiente paso, cuando aparecerá alguien que nos saque del bucle sin sentido en que nos encontramos. Una tensión constante invade al espectador. Así nos identificamos con los protagonistas, con su ansia de saber, de descubrir un poco más sobre qué pasó aquella noche en los “headquarters” del partido demócrata en Washington D.C. Y esa sensación, prolongada magistralmente durante dos horas y media, es para mí lo mejor de la película.

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Hace poco volví a encontrarme con aquella chica, la que hacía periodismo. Estaba preparándose para entrar a un máster que ofrecía RTVE en Madrid, y mientras tomábamos un café me contó que le atormentaba esa sensación tan veinteañera de no saber si uno ha terminado en el trabajo que de verdad quiere hacer, o si la vida nos espera todavía en alguna otra parte. Es una sensación que probablemente haya experimentado toda mi generación, una generación de indecisos crónicos. Entonces no caí en hablarle de esta película que tanto me recuerda a ella. No sé ni si quiera si la conocerá o no, pero me gustaría escribirle dentro de poco para recomendársela. Quizás le ayude a encontrar un poco de luz al final del túnel.

Mientras reúno valor para hacerlo, me conformo con recomendarsela a ustedes. Espero que, si alguno está en una situación similar, también le ayude a ver un poco más allá del presente.
24 de noviembre de 2016
6 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Te saludo, humano. Mi nombre es Wal Eduj. Vengo de un futuro donde las tostadoras han sido programadas para realizar tareas que lo humanos del presente sois incapaces ni tan siquiera de imaginar. (Zumbido y tostadas recién hechas.)

Hace tiempo (es decir, dentro de decenios) a los humanos les dio (o les dará) por toquetear más de la cuenta sus genes. Como dice el refrán, cuanto más tostado, mejor. O eso creían. Poco a poco, la tecnología se preparó para dar a luz lo que desde siempre se insinuó como el objetivo final de vuestra torpe y analógica estirpe: el completo absurdo, el pleno sinsentido. Y lo consiguió. (Mantequilla y sal listas. Por favor, retire su menú.)

Los humanos llegaron a especializarse tanto en patrañas cualesquiera que dejaron de lado lo más importante del universo: una tostada bien hecha. La gente sabía nadar más rápido que un torpedo, correr veloz e implacablemente como el contador del gas e incluso alguno desarrolló un dedo extra en cada mano para interpretar obras de piano a 12 dedos (por otra parte, inexistentes). Trivialidades. Seres inútiles y mermados (que no mermelados), tan absorbidos por sus respectivas especialidades que se olvidaron de como cocinar una simple tostada. El vacío económico creado por la incapacidad de los humanos para prepararse un desayuno sencillo y nutritivo tuvo como consecuencia un desequilibrio en las relaciones económicas entre Oriente y Occidente que desembocó en el genocidio suicida más grande de la Historia del Universo. Los grandes dirigentes de la Tierra, temerosos de que con el descenso de la población mermara simultáneamente su poder, decidieron invertir sumas descomunales en la única esperanza del ser humano: las tostadoras.

Error o acierto, esto fue lo que sucedió:

Tostadoras cada vez más inteligentes aparecieron sobre la Tierra, mientras que humanos cada vez más estúpidos (aunque progresivamente mejor nutridos) prodigaron a su vez bajo nuestra mirada. No habría de pasar mucho tiempo hasta que las tostadoras se hicieron con el control pleno de los Gobiernos y sociedades humanas. Se prohibió la exhibición pública del genotipo, así como su manipulación para fines insensatos.

Ahora el ser humano es más feliz. La buena alimentación acabó de una vez por todas con la ciencia enferma de los hombres (ciertamente, no se va uno a buscar tetrafloruro de helio a Júpiter cuando en casa le espera una buena tostada). La gente se ha vuelto más afable: la estulcia de los idólatras remite poco a poco. Las tostadoras somos pacíficas, nos gusta el nuevo ambiente relajado del mundo, como en una cocina por la mañana temprano. El ocaso de los hombres estuvo muy cerca por culpa de unos locos: aun hay locos, es cierto, pero todos ellos saben disfrutar de la mermelada igual que la gente normal: eso les mantiene unidos. ¿Y qué sería del mundo sin locos? Como en una tostada, donde el desorden atómico provoca el anhelado calorcito, la textura perfecta, en la raza humana (o eso dicen las tostadoras científicas, no soy experto en el tema) es la locura lo que mantiene en marcha el tictac interno, y aunque hay que evitar sobrecargas y cortocircuitos, ya se sabe, un humano cuerdo es como una tostada fría: a nadie le anima encontrarse uno al levantarse.

Esto sólo es un aviso a vuestro mundo, un mensaje a quien tenga oídos: vienen tiempos duros y violentos, tiempos de desgarro. Cuidad de vosotros mismos y de vuestras tostadas, y no os dejéis tocar los genes si no queréis acabar mal.
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