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Críticas ordenadas por utilidad
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9
8 de marzo de 2014
8 de marzo de 2014
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Keisuke Kinoshita es uno de los directores japoneses menos conocidos en nuestro país. Las distribuidoras no han sido justas con éste magnífico cineasta, autor de films tan importantes como: "Tiempos de alegía y dolor", o "Un amor inmortal". En "La balada de Narayama", nos muestra el sacrificio de una anciana totalmente identificada con el sistema imperante de valores tradicionales en una aldea japonesa de antaño. Este país se ha caracterizado, durante largos periodos de su historia, por fomentar entre sus habitantes la adhesión -con voluntad religiosa-, a las normas establecidas por leyes que, a los occidentales, nos resultaría sumamente difícil de aceptar. El rigor del código moral del Bushido, que formaba parte inviolable del sentido del honor del Samurai, se ha mantenido durante siglos, sostenido sobre un sistema patriarcal fuertemente jerarquizado que impregnó sus diferentes estamentos sociales. De ese modo, el hombre, como pieza suprema de la sociedad, no debe anteponer sus deseos a las normas establecidas, aunque estas exijan -en momentos determinados-, el sacrificio de su propia vida.
Lo vemos con claridad meridiana en esta solemne y esplédida balada. Kinoshita nos envuelve en el marco del Teatro Kabuki para contarnos la historia de una anciana, que, según la tradición del lugar al llegar cualquier habitante los setenta años debe abandonar el poblado y subir a la montaña de Narayama para dejarse morir allí, y de ese modo no ser una carga económica para los habitantes de la aldea. Durísima norma que exige una convicción absoluta por parte de quienes deben cumplirla. Ella lo acepta sin tituveos, convencida de que ya no tendrá que ser una carga para nadie. La tragedia surge cuando su hijo, atormentado por la idea de perder a su madre -que en modo alguno se encuentra en estado decrépito, y sigue capacitada para cumplir con sus funciones domésticas-, se revela contra tal idea, aunque finalmente acate subirla él mismo a la montaña. Sin duda el momento más emotivo y logrado del film. Un largo "viacrucis", que nos recuerda la subida al Gólgota de Cristo.Ignoro si Kinoshita intenta hacer un simbolismo con cierto paralelismo entre ambas, pero, ciertamente consigue crear una tensión dramática enormemente impactante.
Notable acierto del director, es mostrarnos el contraste de actitud entre los diferentes personajes que habitan en la aldea y la madre. Solo ella -aún pudiendo eludir su sacrificio-, lo acepta estoicamente, sin caer en actitudes sensibleras, mientras otro anciano, en situación similar, se siente atenazado por el miedo, negándose a cumplir con la dura tradición.
No decae, en ningún momento, el ritmo de la película, donde la fotografia, la música sincopada, y la escenografia -basada en decorados artificiales del Teatro Kabuki, como ya he mencionado-, orquestan la magistral interpretación de Kinuyo Tanaka, llenando de contenido y belleza una historia de honda intensidad dramática. Otra muestra más de la genialidad de un gran creador japones: Keisuke Kinoshita.
Lo vemos con claridad meridiana en esta solemne y esplédida balada. Kinoshita nos envuelve en el marco del Teatro Kabuki para contarnos la historia de una anciana, que, según la tradición del lugar al llegar cualquier habitante los setenta años debe abandonar el poblado y subir a la montaña de Narayama para dejarse morir allí, y de ese modo no ser una carga económica para los habitantes de la aldea. Durísima norma que exige una convicción absoluta por parte de quienes deben cumplirla. Ella lo acepta sin tituveos, convencida de que ya no tendrá que ser una carga para nadie. La tragedia surge cuando su hijo, atormentado por la idea de perder a su madre -que en modo alguno se encuentra en estado decrépito, y sigue capacitada para cumplir con sus funciones domésticas-, se revela contra tal idea, aunque finalmente acate subirla él mismo a la montaña. Sin duda el momento más emotivo y logrado del film. Un largo "viacrucis", que nos recuerda la subida al Gólgota de Cristo.Ignoro si Kinoshita intenta hacer un simbolismo con cierto paralelismo entre ambas, pero, ciertamente consigue crear una tensión dramática enormemente impactante.
Notable acierto del director, es mostrarnos el contraste de actitud entre los diferentes personajes que habitan en la aldea y la madre. Solo ella -aún pudiendo eludir su sacrificio-, lo acepta estoicamente, sin caer en actitudes sensibleras, mientras otro anciano, en situación similar, se siente atenazado por el miedo, negándose a cumplir con la dura tradición.
No decae, en ningún momento, el ritmo de la película, donde la fotografia, la música sincopada, y la escenografia -basada en decorados artificiales del Teatro Kabuki, como ya he mencionado-, orquestan la magistral interpretación de Kinuyo Tanaka, llenando de contenido y belleza una historia de honda intensidad dramática. Otra muestra más de la genialidad de un gran creador japones: Keisuke Kinoshita.
25 de abril de 2014
25 de abril de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
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El film de Resnais, nos sumerge en una historia de amor contada en dos tiempos con un intervalo de catorce años. Su romántica incursión en el mundo de los sentimientos de su protagonista femenina, se nos ofrece a través de unas secuencias plenas de sensibilidad y lirismo. No es fácil relatar por medio de la cámara un texto tan literario como el que escribe Margarite Duras. Sin duda, se trata de un ejercicio de difícil equilibrio, donde es fácil entrar en el terreno del melodrama, o dar un paso en falso, dejándose llevar por una narración saturada de diálogos donde lo cinematográfico se convertiria en mero comparsa de la novela.El director francés, soslaya con acierto tal peligro y nos regala un trabajo sugerente y valioso, sabiendo alternar con eficacia los planos secuencia de los dos tiempos en que transcurre la obra, plasmados en unos diálogos cuajados de frases reiterativas pero llenas de sentido, con el contrapunto de la delicada expresividad de una impecable Emmanuelle Riva, y manteniendo nuestra atención a sus cambiantes estados emocionales. La "chica de Nevers" es una mujer sensible y afectiva, marcada por una pasión juvenil que le dejará una huella indeleble.
El personaje pierde, en muchos momentos, la noción del tiempo real, en fuerte contraste con su fugaz amante japones -que interpreta el austero y convincente Eliji Okada-,quién intentará mantenerla en las vivencias del presente, aún sabiendo que solo podrá ser algo efímero. Y es esa lucha de los dos amantes por alcanzar una plenitud imposible, y proyectada desde posiciones opuestas, lo que dará un intenso juego dramático entre la realidad del momento y el deseo por conservar aquello que nos llenó de gozo en un tiempo pasado de nuestra vida. Ella sufre el conflicto de querer identificar a su amor de una noche en Hiroshima, con el recuerdo juvenil del soldado alemán que fue su primer amor y que concluyó trágicamente.Se niega a asumir la realidad, aún conociendo la trampa de su autoengaño.Vive el delirio de su fantasía donde solo cuenta, por encima de todo: "aquello que sigue latiendo en la memoria de sus sentimientos".
Los largos trávelings filmados nos dan una clara imagen de dinámica espacio-temporal en la constante huida hacia adelante de Emmanuelle, siempre perseguida por ese amante que intenta, tan desesperada como inútilmente, retenerla a su lado.
Acertado juego de primeros planos de la pareja en los momentos de intimidad, donde la mezcla de luces y sombras, miradas y gestos, nos muestra la poética de un erotismo pleno de sutilezas.
Alain Resnais conecta la hecatombe de Hiroshima con el trágico amor de la protagonista en una extraña y acertada simbiosis donde se evidencia la maestria de uno de los hombres clave de aquel movimiento cinéfilo que se llamó: "la Nouvelle Vague". A mi juicio, tal vez su mejor película.
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El film de Resnais, nos sumerge en una historia de amor contada en dos tiempos con un intervalo de catorce años. Su romántica incursión en el mundo de los sentimientos de su protagonista femenina, se nos ofrece a través de unas secuencias plenas de sensibilidad y lirismo. No es fácil relatar por medio de la cámara un texto tan literario como el que escribe Margarite Duras. Sin duda, se trata de un ejercicio de difícil equilibrio, donde es fácil entrar en el terreno del melodrama, o dar un paso en falso, dejándose llevar por una narración saturada de diálogos donde lo cinematográfico se convertiria en mero comparsa de la novela.El director francés, soslaya con acierto tal peligro y nos regala un trabajo sugerente y valioso, sabiendo alternar con eficacia los planos secuencia de los dos tiempos en que transcurre la obra, plasmados en unos diálogos cuajados de frases reiterativas pero llenas de sentido, con el contrapunto de la delicada expresividad de una impecable Emmanuelle Riva, y manteniendo nuestra atención a sus cambiantes estados emocionales. La "chica de Nevers" es una mujer sensible y afectiva, marcada por una pasión juvenil que le dejará una huella indeleble.
El personaje pierde, en muchos momentos, la noción del tiempo real, en fuerte contraste con su fugaz amante japones -que interpreta el austero y convincente Eliji Okada-,quién intentará mantenerla en las vivencias del presente, aún sabiendo que solo podrá ser algo efímero. Y es esa lucha de los dos amantes por alcanzar una plenitud imposible, y proyectada desde posiciones opuestas, lo que dará un intenso juego dramático entre la realidad del momento y el deseo por conservar aquello que nos llenó de gozo en un tiempo pasado de nuestra vida. Ella sufre el conflicto de querer identificar a su amor de una noche en Hiroshima, con el recuerdo juvenil del soldado alemán que fue su primer amor y que concluyó trágicamente.Se niega a asumir la realidad, aún conociendo la trampa de su autoengaño.Vive el delirio de su fantasía donde solo cuenta, por encima de todo: "aquello que sigue latiendo en la memoria de sus sentimientos".
Los largos trávelings filmados nos dan una clara imagen de dinámica espacio-temporal en la constante huida hacia adelante de Emmanuelle, siempre perseguida por ese amante que intenta, tan desesperada como inútilmente, retenerla a su lado.
Acertado juego de primeros planos de la pareja en los momentos de intimidad, donde la mezcla de luces y sombras, miradas y gestos, nos muestra la poética de un erotismo pleno de sutilezas.
Alain Resnais conecta la hecatombe de Hiroshima con el trágico amor de la protagonista en una extraña y acertada simbiosis donde se evidencia la maestria de uno de los hombres clave de aquel movimiento cinéfilo que se llamó: "la Nouvelle Vague". A mi juicio, tal vez su mejor película.
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5,6
623
4
11 de febrero de 2013
11 de febrero de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Peter Greenavich ha demostrado en ésta película tener una enorme capacidad para la puesta en escena, la recreación del vestuario de época y el juego de luces (plasmado en unos magníficos claroscuros), que expresan con notable acierto el lenguaje pictórico de un artista de la fama de Rembrand y su enclave barroco. Lamentablemente toda su estructura formal se empieza a desmoronar desde los primeros diálogos, dando la impresión que, son únicamente la excusa utilizada para exhibirlos.En todo momento he tenido la sensación de presenciar un guión sin contenido, donde se genera una verdadera ceremonia de confusión, al mezclar la trivialidad de escenas cotidianas del entorno del pintor, con engaños, intrigas y desvarios que, lejos de interesar al espectador lo alejan de la trama.
Si el film se hubiese centrado en echos que se supone llevaron a cabo los protagonistas del célebre cuadro "La ronda de noche", exponiendo con claridad los entresijos del conflicto (donde la traición, la conjura y el crimen estuvieron presentes), creo que el largo metraje del film se hubiese soportado con otro talante. El error de Greenavich radica en que la "historia del cuadro" , aunque pretende, en los diálogos finales, hacer una disquisición filosófica entre "lo que debe expresar el arte pictórico" y la "mise en scene" de una pieza teatral, su argumentación resulta poco convincente. No deja de ser parte del inacabable anecdotario conque adereza su película, alargando situaciones supérfluas, recurriendo a escenas de comedor y alcoba, plagadas de lenguaje vulgar y erotismo cutre, en un intento por ofrecernos una visión "real" de la Holanda del siglo XVII. La intención de "humanizar" el film con la frecuente aparición de niños lactantes en lloros contínuos y nodrizas dispuestas a cualquier exceso salvo el de cuidar adecuadamente a sus tiernos infantes, resulta artificial en exceso. No veo en su realización otro resultado que el de un efectismo degradante, desnudando a su personaje principal (Rembrand), y mostrando sus rasgos personales más acusados, que -según el director- fluctuanban entre la desidia, el aburimiento, la codicia, la sexualidad exacervada, y una evidente carencia de valores morales.
Es un film narcisista y plagado de contradiciones. Nos deleita con escenas muy bellas en su composición plástica, en su recreación barroca, pero nos aburre con la sordidez de unos diálogos que terminan por diluirse en el vacio. Diseña una hermosa arquitectura, pero se olvida de colocar los cimientos.
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Si el film se hubiese centrado en echos que se supone llevaron a cabo los protagonistas del célebre cuadro "La ronda de noche", exponiendo con claridad los entresijos del conflicto (donde la traición, la conjura y el crimen estuvieron presentes), creo que el largo metraje del film se hubiese soportado con otro talante. El error de Greenavich radica en que la "historia del cuadro" , aunque pretende, en los diálogos finales, hacer una disquisición filosófica entre "lo que debe expresar el arte pictórico" y la "mise en scene" de una pieza teatral, su argumentación resulta poco convincente. No deja de ser parte del inacabable anecdotario conque adereza su película, alargando situaciones supérfluas, recurriendo a escenas de comedor y alcoba, plagadas de lenguaje vulgar y erotismo cutre, en un intento por ofrecernos una visión "real" de la Holanda del siglo XVII. La intención de "humanizar" el film con la frecuente aparición de niños lactantes en lloros contínuos y nodrizas dispuestas a cualquier exceso salvo el de cuidar adecuadamente a sus tiernos infantes, resulta artificial en exceso. No veo en su realización otro resultado que el de un efectismo degradante, desnudando a su personaje principal (Rembrand), y mostrando sus rasgos personales más acusados, que -según el director- fluctuanban entre la desidia, el aburimiento, la codicia, la sexualidad exacervada, y una evidente carencia de valores morales.
Es un film narcisista y plagado de contradiciones. Nos deleita con escenas muy bellas en su composición plástica, en su recreación barroca, pero nos aburre con la sordidez de unos diálogos que terminan por diluirse en el vacio. Diseña una hermosa arquitectura, pero se olvida de colocar los cimientos.
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7,3
1.221
6
1 de diciembre de 2012
1 de diciembre de 2012
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película, Jean Renoir aún conservaba la poderosa influencia del cine mudo de años precedentes, lo cual se hace notar en el film a través de todas sus secuencias. La elección de actores encaja bien en esa línea, e incluso en algunos acentua su expresividad hasta límites esperpénticos: George Flament ( el chulesco "Dedé").
La entrada del cine sonoro supuso un cambio estructural en el modo de concebir las escenas, omitiendo una gestualidad que alcanzaría su pináculo expresivo en los geniales films de los expresionistas alemanes, y que sería paulatinamente sustituida por una comunicación oral que ya no deterrminaba en el espectador el seguimiento de la narración únicamente por la fuerza del plano fijo y la intensidad expresiva del actor.
Por esos dos planos continuaba fluctuando J. Renoir al rodar ésta película, notablemente lastrada por el primero, que añade "peso"en ciertos momentos, al recargar algunas escenas con un maniqueismo poco creible. Aquí,ciertamente JR aún no poseía la solvencia técnica que alcanzaria años después con "La regla del Juego", o "La Gran Ilusión".
La película mantiene al espectador con la sensación de estar leyendo una novela con demasiados capítulos y en la que imaginamos, casi siempre, el desenlace. Solo al final nos sorprende con las últimas secuencias de film, dando un vuelco inesperado al personaje central (Michel Simón).
Otra característica del director francés es su lirismo, a veces un poco folletinesco, que aflora en ciertas escenas que y iría equilibrando, con tonalidades menos recargadas, en la filmografia de su última etapa francesa.
"La Golfa" es una historia triste, donde el alma humana se despliega en sus variantes más nobles y sórdidas, reflejando la crueldad, la bajeza, el engaño, la pasión desesperada... y esa disyuntiva nos lleva a tomar rápidamente partido por los seres más infelices y desvalidos de la historia. Es la muestra del folletín en su estado más genuino, más puro, donde el espectador no puede llamarse a engaño al seguir la pauta argumental de un film pleno de altibajos pero con momentos de gran brillantez. No he querido omitir el acierto de mostrar en una misma escena como se superponen la vida y la muerte en el desenlace más drmático del film aunque inevitablemente esperado. Tal vez, junto con sus momentos finales, lo mejor de esta película que abriría el camino en años posteriores al bagaje filmico de uno de los maestros más lúcidos e incomprendidos del cine europeo.
La entrada del cine sonoro supuso un cambio estructural en el modo de concebir las escenas, omitiendo una gestualidad que alcanzaría su pináculo expresivo en los geniales films de los expresionistas alemanes, y que sería paulatinamente sustituida por una comunicación oral que ya no deterrminaba en el espectador el seguimiento de la narración únicamente por la fuerza del plano fijo y la intensidad expresiva del actor.
Por esos dos planos continuaba fluctuando J. Renoir al rodar ésta película, notablemente lastrada por el primero, que añade "peso"en ciertos momentos, al recargar algunas escenas con un maniqueismo poco creible. Aquí,ciertamente JR aún no poseía la solvencia técnica que alcanzaria años después con "La regla del Juego", o "La Gran Ilusión".
La película mantiene al espectador con la sensación de estar leyendo una novela con demasiados capítulos y en la que imaginamos, casi siempre, el desenlace. Solo al final nos sorprende con las últimas secuencias de film, dando un vuelco inesperado al personaje central (Michel Simón).
Otra característica del director francés es su lirismo, a veces un poco folletinesco, que aflora en ciertas escenas que y iría equilibrando, con tonalidades menos recargadas, en la filmografia de su última etapa francesa.
"La Golfa" es una historia triste, donde el alma humana se despliega en sus variantes más nobles y sórdidas, reflejando la crueldad, la bajeza, el engaño, la pasión desesperada... y esa disyuntiva nos lleva a tomar rápidamente partido por los seres más infelices y desvalidos de la historia. Es la muestra del folletín en su estado más genuino, más puro, donde el espectador no puede llamarse a engaño al seguir la pauta argumental de un film pleno de altibajos pero con momentos de gran brillantez. No he querido omitir el acierto de mostrar en una misma escena como se superponen la vida y la muerte en el desenlace más drmático del film aunque inevitablemente esperado. Tal vez, junto con sus momentos finales, lo mejor de esta película que abriría el camino en años posteriores al bagaje filmico de uno de los maestros más lúcidos e incomprendidos del cine europeo.

6,7
4.157
9
27 de noviembre de 2012
27 de noviembre de 2012
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asesinato en Rebibbia"
"Estos actores, han aportado la experiencia terrible de su vida" (Paolo Taviani). Certeras palabras que definen el sentimiento de un film descarnado, austero, vivo, sin fáciles concesiones ni retórica victimista. Un lugar donde no se esconden el fraude o la mentira. Sentimiento vivo de unos reos sometidos a largas condenas por delitos que en algunos casos llegaron hasta el crímen. Una bocanada de aire fresco para quienes se ahogan en el aire viciado de sus condenas.
Es la humanidad de estos asesinos -por muy paradógico que nos resulte- donde radican el valor y la fuerza de la pelicula.
Los Taviani optan por una versión muy libre del drama shakesperiano: "Julio Cesar". No he querido evitar un paralelismo entre este film y versión magnífica y ya lejana de Mankiewicz, y lo sorprendente ha sido no poder otorgar la supremacia a ninguna. Frente a la sobria elegancia de una puesta en escena impecable, el sombrio redil de un presidio romano. Junto a la belleza solemne y estoica de un Bruto de matices admirablemente contenidos (James Mason), el dramatismo intenso y desolador del preso de Rebibbia. Al lado de la juvenil belleza de un Marco Antonio pletórico de venganza (Marlón Brando), el insolente desafio de un hombre del pueblo castigado por la vida y abatido ante el cuerpo inerte de su mentor asesinado. Sin olvidar a: Cesar, Casio, Metelo, el Adivino...
Un planteamiento técnico de secuencias cortas y de realismo pleno, donde contemplamos la sordidez del lugar en la que unos hombres alcanzan su momento de libertad a través de la ficción de unos personajes. Me sorprende el márgen de autonomía que el "director" concede a sus "actores", mezclando sus querellas personales con sus papeles del drama, otro acierto más de estos dos veteranos cineástas.
El contrapunto de ruidos, gritos y música acosan los sentidos del espectador sin darle tregua a distanciarse de lo que allí sucede, haciéndole ser "casi" uno más de esos reos comparsas que gritan en la crispación de sus rejas envidiando la fortuna de los elegidos.
El tormento libera a través del tormento, porque en el alma del teatro también habita la esencia de la vida.
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"Estos actores, han aportado la experiencia terrible de su vida" (Paolo Taviani). Certeras palabras que definen el sentimiento de un film descarnado, austero, vivo, sin fáciles concesiones ni retórica victimista. Un lugar donde no se esconden el fraude o la mentira. Sentimiento vivo de unos reos sometidos a largas condenas por delitos que en algunos casos llegaron hasta el crímen. Una bocanada de aire fresco para quienes se ahogan en el aire viciado de sus condenas.
Es la humanidad de estos asesinos -por muy paradógico que nos resulte- donde radican el valor y la fuerza de la pelicula.
Los Taviani optan por una versión muy libre del drama shakesperiano: "Julio Cesar". No he querido evitar un paralelismo entre este film y versión magnífica y ya lejana de Mankiewicz, y lo sorprendente ha sido no poder otorgar la supremacia a ninguna. Frente a la sobria elegancia de una puesta en escena impecable, el sombrio redil de un presidio romano. Junto a la belleza solemne y estoica de un Bruto de matices admirablemente contenidos (James Mason), el dramatismo intenso y desolador del preso de Rebibbia. Al lado de la juvenil belleza de un Marco Antonio pletórico de venganza (Marlón Brando), el insolente desafio de un hombre del pueblo castigado por la vida y abatido ante el cuerpo inerte de su mentor asesinado. Sin olvidar a: Cesar, Casio, Metelo, el Adivino...
Un planteamiento técnico de secuencias cortas y de realismo pleno, donde contemplamos la sordidez del lugar en la que unos hombres alcanzan su momento de libertad a través de la ficción de unos personajes. Me sorprende el márgen de autonomía que el "director" concede a sus "actores", mezclando sus querellas personales con sus papeles del drama, otro acierto más de estos dos veteranos cineástas.
El contrapunto de ruidos, gritos y música acosan los sentidos del espectador sin darle tregua a distanciarse de lo que allí sucede, haciéndole ser "casi" uno más de esos reos comparsas que gritan en la crispación de sus rejas envidiando la fortuna de los elegidos.
El tormento libera a través del tormento, porque en el alma del teatro también habita la esencia de la vida.
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