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1
20 de noviembre de 2021
20 de noviembre de 2021
5 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este documental trata sobre los esfuerzos de un actor gallego por entrar en contacto con Nicolas Winding Refn, director de cine al que estudia e idolatra, y también sobre los esfuerzos del director del propio documental por convertir esto mismo en una película. No se consigue lo primero, y apenas se consigue tampoco lo segundo, salvo por el hecho de que la obra haya conseguido ser seleccionada para su exhibición en un festival de cierta categoría como el de Gijón.
Lo que se plantea inicialmente como la observación descarnada e impudorosa de las dudas y angustias de un personaje desorientado, pero que por momentos conquista por su candidez y alguna que otra demostración de comicidad, deviene después en un ejercicio metaficcional que sirve para destapar los engranajes que hacen que (no) funcione una producción de este tipo. Pero este movimiento parece más que otra cosa fruto de la impotencia por no poder hacer avanzar una idea que quizás ni siquiera fue nunca tan buena.
El documental nos habla, entre otras cosas, del riesgo de exponerse, y cabría valorar quién ha arriesgado más en esta fallida operación. El actor protagonista probablemente no cuente todavía con una trayectoria lo bastante importante como para que esto pueda hacerle daño, más allá del moral (ojalá se convierta en uno de esos curiosos proyectos fallidos que trufan los inicios de muchos grandes actores). Sí arriesga sin embargo su reputación el director, pues la expectativa por ver qué podría presentar Andrés Goteira tras su fascinante Dhogs fue lo que me arrastró a mí a la sala de cine, y es lo que llevará allí a otros, aunque con suerte los pocos que lo hagan saldrán confundidos por la maraña de indefinición de la que han sabido disfrazar la película (documental, falso documental, falso falso documental, ficción...).
El que seguro que saldrá perdiendo es el contribuyente de Galicia, pues solo las ayudas de esta comunidad autónoma ascienden, según el documento publicado, a 58.278,06 euros, un gasto que no está justificado en las pobres autograbaciones de video, las tomas casi de cámara oculta, y la filmación desenfocada de una rueda de prensa en (otro) festival de cine que componen el documental. Solo los pocos minutos de ficción, también de limitada calidad de producción, justificarían una pequeña parte de esa cantidad.
Los fracasos forman parte de la vida, pues son necesarios para el aprendizaje. Los cajones de los grandes literatos están seguramente repletos de obras fallidas nunca publicadas. ¿Pero es posible aceptar el propio fracaso en el cine, cuando este llega después de haber ingresado subvenciones de miles de euros?
Lo que se plantea inicialmente como la observación descarnada e impudorosa de las dudas y angustias de un personaje desorientado, pero que por momentos conquista por su candidez y alguna que otra demostración de comicidad, deviene después en un ejercicio metaficcional que sirve para destapar los engranajes que hacen que (no) funcione una producción de este tipo. Pero este movimiento parece más que otra cosa fruto de la impotencia por no poder hacer avanzar una idea que quizás ni siquiera fue nunca tan buena.
El documental nos habla, entre otras cosas, del riesgo de exponerse, y cabría valorar quién ha arriesgado más en esta fallida operación. El actor protagonista probablemente no cuente todavía con una trayectoria lo bastante importante como para que esto pueda hacerle daño, más allá del moral (ojalá se convierta en uno de esos curiosos proyectos fallidos que trufan los inicios de muchos grandes actores). Sí arriesga sin embargo su reputación el director, pues la expectativa por ver qué podría presentar Andrés Goteira tras su fascinante Dhogs fue lo que me arrastró a mí a la sala de cine, y es lo que llevará allí a otros, aunque con suerte los pocos que lo hagan saldrán confundidos por la maraña de indefinición de la que han sabido disfrazar la película (documental, falso documental, falso falso documental, ficción...).
El que seguro que saldrá perdiendo es el contribuyente de Galicia, pues solo las ayudas de esta comunidad autónoma ascienden, según el documento publicado, a 58.278,06 euros, un gasto que no está justificado en las pobres autograbaciones de video, las tomas casi de cámara oculta, y la filmación desenfocada de una rueda de prensa en (otro) festival de cine que componen el documental. Solo los pocos minutos de ficción, también de limitada calidad de producción, justificarían una pequeña parte de esa cantidad.
Los fracasos forman parte de la vida, pues son necesarios para el aprendizaje. Los cajones de los grandes literatos están seguramente repletos de obras fallidas nunca publicadas. ¿Pero es posible aceptar el propio fracaso en el cine, cuando este llega después de haber ingresado subvenciones de miles de euros?

5,7
514
7
23 de febrero de 2020
23 de febrero de 2020
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si solo fuera por sus cualidades como thriller psicológico, "El prófugo" no sería más que otra vuelta de tuerca a las películas de temática fantasmal. Pero tiene un par de alicientes que la hacen única. En primer lugar, la forma en que esas presencias fantasmales se manifiestan es muy original: a través de la voz de la protagonista y su trabajo en el muy interesante mundo del doblaje. En segundo lugar, porque, aunque ya hemos visto otras películas que combinan el suspense con la comedia y el romance –Hitchcock, a quien debe mucho esta obra, era un auténtico experto en esto–, esta mantiene todo el espíritu de la comedia argentina, con su acento en los diálogos ingeniosos y el carisma de los personajes. La película tiene un arranque muy intenso con forma de prólogo, que le hace esperar a uno una progresión que luego no se produce: el drama evoluciona en un arco muy suave, como si nunca se lograse salir del primer acto. Mientras que la parte narrativa está muy medida, se echa en falta quizás algo más de elaboración en lo que al subtexto se refiere, en el que podemos leer algún tipo de cuestionamiento del compromiso monógamo y sus inherentes conductas represivas.
6
1 de mayo de 2020
1 de mayo de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Combinar personajes fantásticos con una situación realista es una operación habitual en el teatro pero arriesgada en el cine. El cine ama demasiado la realidad: si se recrea una fantasía, esta funciona mucho mejor si es completa e incluye escenarios futuristas o criaturas mágicas. Cuando se queda a medias, se corre el riesgo de que hubiese interesado más la historia suprimidos los elementos fantásticos. Porque, por ejemplo, un espectador siempre está más implicado con unos personajes cuando tienen la pretensión de ser reales, aunque en el fondo jamás lo sean —ni en un biopic. En el teatro es distinto, porque desde hace tiempo en ese medio se han desentendido de cualquier viso de realismo, al menos en el sentido más llano del término, haciendo en muchos casos evidente el escenario, y llegando a veces a jugar con la calidad de realidad o no de los personajes, cosa que en cierto modo hace también el film de Honoré. Por este motivo, al principio la película resulta un tanto dudosa, pero en ese aspecto acaba convenciendo al espectador —por lo menos lo ha hecho con este—, pues se realza la fantasía con algunas situaciones hiperbólicas efectivas humorísticamente, o con el decorado absolutamente mágico de la calle parisiense bajo la nieve. Lo que me ocurre en el fondo con esta película, que además tiene algún que otro diálogo sustancial sobre el amor, es que el tema, la infidelidad, no me interesa demasiado, y la tentación de asociar todo lo que veo con el vodevil de escenas de matrimonio es insuperable.
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