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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
22 de noviembre de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque resulte difícil de entender en los tiempos en los que vivimos, donde prácticamente cada mes se estrena una película de superhéroes para deleite de unos cuantos y para hartazgo de otros muchos, hubo una época en la que la llegada a la gran pantalla de una adaptación de este tipo era un verdadero acontecimiento. Lo fue unos cuantos años atrás la llegada del “Superman” de Richard Donner y lo fue en 1989 el estreno de “Batman” de Tim Burton. Personalmente guardo un imborrable recuerdo de una tarde de Reyes en la que mis padres me llevaron a un céntrico cine madrileño en el que tuve mi primer contacto con el que con el tiempo se convertiría en mi director favorito.

Nostalgias aparte, de esta película hay que decir que supuso de manera indiscutible el primer gran éxito comercial de Burton, que fue contratado para este proyecto tras los excelentes resultados obtenidos con “Bitelchús”. Por desgracia, esta enorme confianza depositada en su trabajo no significaba casi ningún tipo de libertad creativa (cosa que sin embargo obtendría en sus siguientes proyectos gracias al pelotazo que supuso esta película), y aunque el realizador de Burbank consiguió sacar adelante una más que notable película, es evidente que no es su peculiar visión del “hombre murciélago” la que se nos muestra en este film (eso llegaría años más tarde en su secuela).

En lo que fue inflexible el director fue en la elección del protagonista: Michael Keaton, que había bordado a Bitelchús pero que para la mayoría de los fans de Batman no era el más adecuado ni por su físico ni por su escaso carisma para interpretar al caballero oscuro. Keaton, sin embargo, terminó por convencer a la mayoría con una interpretación que si bien no es que sea para tirar cohetes si que resultó la mar de convincente, y permitió mostrar a un Batman mucho más humano y vulnerable. Su némesis en la película no es otro que el Jóker, célebre villano que interpretó de manera divertida y sumamente histriónica el siempre sorprendente Jack Nicholson... mientras que su “partenaire” femenina Vicky Vale fue interpretada por Kim Bassinger (que cumple sin más, tampoco es un papel de excesivo lucimiento el suyo).

“Batman” es una película que con el tiempo ha ido alcanzado el status de “culto”, aunque por mucho que me duela reconocerlo he de admitir que el tiempo no ha jugado a su favor, y que pese a sus muchos aciertos (la portentosa partitura de Danny Elfman, un aspecto visual oscuro y siniestro que es sin duda lo más “burtoniano” de toda la película, el gran trabajo de Nicholson...) quizá haya quedado algo relegada por el Batman de la trilogía de Christopher Nolan, que dio una visión totalmente diferente de la historia (más trepidante y realista) pero que hay que reconocer que en la mayor parte de aspectos supera al de Burton (o al menos al de esta primera película, en la que se le ve firme tras la cámara pero poco entusiasta en determinadas escenas como las de acción).

Dicho esto, y aunque a día de hoy yo personalmente no la incluiría entre “lo mejor de lo mejor” de Burton, hay que ser justos y reconocer que sigue funcionando espléndidamente como entretenimiento ligero y que si nos olvidamos de comparaciones (que siempre son odiosas) es todavía un producto más que disfrutable, que en su momento supuso un auténtico fenómeno (y con toda la justicia del mundo) y que se sigue recordando con cariño por la inmensa mayoría de personas que tuvieron la oportunidad como yo de verla en el cine en aquella época.
26 de septiembre de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras obtener con “La Princesa Mononoke” el éxito y reconocimiento internacional que quizá se le había negado con anterioridad, Hayao Miyazaki iba a conseguir superarse a si mismo con uno de esos títulos que pasan por méritos propios a la historia del séptimo arte y que le valió varios premios cinematográficos de tanto prestigio como el Oscar de Hollywood a la mejor película de animación o el Oso de Oro en el Festival de Berlín.

“El viaje de Chihiro” es para muchos la mejor película de su director y para prácticamente todo el mundo el título más sorprendente, enigmático, onírico y fascinante de cuantos tiene en su haber. Volvemos a tener un protagonista femenino: en este caso se trata de Chihiro, una niña a la que conocemos mientras viaja en coche con sus padres camino de su nuevo hogar. Su padre se despista y los tres terminan perdidos en un extraño paraje que parece algo así como un parque temático abandonado... a partir de aquí comienza una aventura absolutamente única que bien podríamos calificar como una “Alicia en el País de las Maravillas a la japonesa” en la que ese mundo fantástico de Miyazaki toma el control absoluto de la función dando forma a una pieza que no deja indiferente absolutamente a nadie.

El veterano realizador japonés sitúa de repente a la protagonista en un entorno extraño, fascinante, aterrador en bastantes momentos... en el que ve como sus padres son convertidos en cerdos y en el que tendrá que lidiar con criaturas de diversa índole tales como legendarios Dioses, un extraño ser conocido como “Sin rostro” que jugará un importante papel en la historia o una bruja de nombre Yubaba a cuyo servicio tendrá que ponerse para poder integrarse en la medida de lo posible en tan extravagante escenario. Se verá ayudada en su aventura por el joven Haku, un personaje del que iremos descubriendo no pocos secretos a lo largo del film y que será vital para Chihiro si quiere escapar de ese mundo de fantasía y volver con sus padres.

De “El viaje de Chihiro” se podría hablar largo y tendido pues es sin lugar a dudas la obra más compleja de su director. Casi podría pensarse en algunos momentos que el mismísmo David Lynch ha tomado las riendas de la película, que contiene algunos pasajes en los que aunque el espectador no termine de entender al 100% todo lo que está ocurriendo en pantalla (quizá sea el título de Miyazaki en el que más se aprecia el llamado “choque de culturas” oriental y occidental), no es capaz de apartar los ojos de la misma porque se encuentra absolutamente extasiado y sumergido en esta historia imaginativa, fantástica... terrorífica algunas veces, emotiva otras y siempre interesante.

Se trata además posiblemente de la película más lograda visualmente de todas las de Studio Ghibli (y mira que decir esto es aventurado, porque el nivel es estratosférico), y resulta una verdadera delicia contemplar el detallismo en los acabados tanto de los personajes (más variados en esta ocasión que nunca, los hay de toda índole) como de los escenarios. Pura belleza visual, poesía hecha imágenes que como siempre viene acompañada de una soberbia banda sonora de Joe Hisaishi que se podría considerar casi un personaje más de la historia, sobre todo ese tema central que tanto se repite y que encaja a la perfección con ese tono onírico que envuelve al film.

Imprescindible, una de las cimas de Miyazaki sin la más mínima duda.
14 de septiembre de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de nada, hay que decir en descargo de esta película que encontrarse en el tiempo entre medias de los que posiblemente sean los dos mejores títulos de su director (“Mi vecino Totoro” y “Porco Rosso”) probablemente haga que vaya a cargar para los restos con la etiqueta de “título menor” dentro de su filmografía, aunque solamente sea por mera comparación (aunque ya sabemos que son odiosas). Sea como sea puede que, partiendo de la base de que como ya dije en alguna crítica anterior no considero que Miyazaki tenga ni un solo trabajo que merezca ese calificativo de “menor”, sea su obra menos brillante, pero sería un tremendo error obviarla o menospreciarla pues tomándola de manera aislada es un producto de animación que como mínimo llega al Notable.

Siguiendo con la constante (que se romperá en “Porco Rosso” para volver a continuación) de utilizar a una chica como protagonista, esta vez la estrella de la función es Nicky (Kiki en la versión original), una niña de 13 años que siguiendo una antigua tradición debe pasar un año lejos de casa para completar su formación como bruja. Así pues, en una noche despejada emprende su viaje montada en su escoba (la de su madre para ser más precisos) y acompañada de su gato negro Jiji. Llegará a un pequeño pueblo costero en el que intentará integrarse, a lo cual le ayudarán personajes de carácter bondadoso como la panadera Osono y su marido, el joven aficionado a la aeronáutica Tombo (siempre presente la pasión de Miyazaki por este mundillo en sus películas), la pintora Úrsula o un par de entrañables ancianas. Pronto Nicky encontrará su “vocación” y montará un pequeño negocio de mensajería en el que poder aprovechar sus habilidades a lomos de la escoba.

Esta película tiene en común con su predecesora “Mi vecino Totoro” el hecho de partir de un argumento bastante simple, así como el de mezclar realidad con fantasía: tenemos nuevamente un entorno y un contexto hiper-realistas pero aparecen elementos de ficción como las escobas voladoras o como esa capacidad de la protagonista de poder hablar con su gato. La historia funciona, y aunque el resultado ya hemos dicho que no es tan redondo como en Totoro estamos ante una deliciosa nueva muestra del talento de Miyazaki, y probablemente ante una de sus películas más bellas desde el punto de vista visual (impresionantes los paisajes aéreos de la ciudad ficticia de Koriko). El maestro Hisaishi nos regala a su vez otra banda sonora para el recuerdo, en la que se combinan temas alegres con alguno que otro más tristón que casan perfectamente con los diferentes estados de ánimo por los que pasa la protagonista a lo largo de su aventura.

Quizá carezca de la emotividad o bien de la espectacularidad de otros trabajos de Miyazaki... puede que por ese motivo, unido al hecho de que igual como historia en si misma es la que menos me atrae de todas, si tuviese que situar en orden de preferencia personal toda su filmografía, “Nicky la aprendiz de Bruja” probablemente ocuparía una última posición que claramente no merece, porque repito que se trata de una película más que digna y que merece al menos un visionado ya no solamente para completistas de la obra de este director sino también para cualquier aficionado al cine de animación en general.
Mi vecino Totoro
Japón1988
7,7
50.405
Animación
10
12 de septiembre de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corre el año 1988 y Studio Ghibli va a sacar a la luz dos de sus películas más míticas, que definitivamente le consagrarían como un gigante de la animación. Dos películas que además no podrían ser más diferentes: la crudísima “La tumba de las luciérnagas” de Isao Takahata y la que nos ocupa: “Mi Vecino Totoro”, cuarto largometraje de Miyazaki y sin lugar a dudas uno de sus mejores trabajos.

Esta película tiene un tono claramente más infantil que los títulos anteriores de este director, cosa que vemos ya desde el mismo principio con unos títulos de crédito divertidos y coloristas que nos indican que estamos ante un producto dirigido principalmente a los más pequeños de la casa... pero, ¡oh, sorpresa!, algo que en principio podría echar para atrás al público más adulto acaba convirtiéndose en una absoluta delicia, y en una de las películas más mágicas, imaginativas e inolvidables que pueda uno encontrarse en toda la historia del cine de animación (y mira que habría títulos memorables para elegir).

En esta ocasión no nos vamos a reinos lejanos ni fortalezas legendarias, sino que nos quedamos en un pequeño pueblecito de Japón al que se mudan las niñas Satsuki y Mei junto con su padre. Allí habitarán en una humilde casa rural en la que esperarán la recuperación de su madre, que se halla convaleciente en un hospital cercano. Más minimalista no podría ser el punto de partida de esta historia... pero Miyazaki una vez más obra su magia y poco a poco la fantasía se va apoderando de la narración, debido a que prácticamente todo lo que vemos es a través de los ojos de sus pequeñas e imaginativas protagonistas. Satsuki y Mei se encontrarán con Totoro, un espíritu del bosque que da título al film (y que es innegablemente el personaje-emblema de Studio Ghibli al igual que Mickey Mouse lo es el de Disney) y vivirán una fabulosa aventura en la que veremos en todo momento confrontar dos mundos diferentes pero que parecen convivir en armonía: el real (en el que las niñas se encuentran angustiadas porque temen que su madre no se recupere de su enfermedad) y el fantástico (en el que además de con Totoro se encontrarán con algún otro personaje tan peculiar como el Gatobus o los Duendes del polvo). Ambos co-habitan en la película y ambos resultan por igual interesantes y yo diría que necesarios, pues ninguna de las dos historias paralelas terminaría de funcionar por si sola sin la otra.

Sumémosle a todo esto una animación que una vez más es magnífica (Ghibli jamás decepciona en este aspecto), otro encomiable trabajo de Hisaishi en el apartado musical... y sobre todo unos 10 minutos finales que por si solos ya justificarían toda la carrera cinematográfica de Hayao Miyazaki. Resulta prácticamente imposible no terminar el visionado de esta película con una lagrimilla asomando y pensando cómo es posible que de una historia en apariencia tan pequeña y tan poco ambiciosa este realizador consiguiese sacarse de la manga no solamente una de sus mejores películas sino además una de las obras maestras indiscutibles del género animado.

Así pues, a todo el que todavía quede por ahí sin verla: volved a vuestra infancia, recordad aquellos años en los que todavía erais capaces de imaginar un mundo fantástico, poblado por maravillosas criaturas; recordad también a vuestros seres queridos, a los que todavía están y a los que ya se fueron; recordad aquellos años felices que ya no volverán pero que vivirán para siempre en vuestra memoria... y sobre todo ved esta película y disfrutadla, porque todo eso y más lo tenéis aquí reunido.
16 de noviembre de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de varios cortometrajes, de algunas colaboraciones televisivas y de su debut en el largo con “La gran aventura de Pee-Wee”, Tim Burton iba por fin a conseguir su primer gran éxito tanto a nivel artístico como económico con “Bitelchús”, una delirante comedia cuyo guión se adapta como anillo al dedo a su característico estilo tanto visual como argumental.

La historia comienza cuando el matrimonio Maitland sufre un accidente de tráfico que les cuesta la vida. Lo que en cualquier otra película hubiera supuesto una gran tragedia, aquí sin embargo no es más que el punto de partida para una originalísima y divertida historia en la que ambos siguen viviendo en forma de fantasmas en la misma casa que habitaban en vida y en la que intentarán sin demasiado éxito evitar que la nueva familia de propietarios se instale definitivamente. Para ello contarán con la “ayuda” (que en ocasiones supone más un problema “extra” que una solución al anterior) de Bitelchús, un “bio-exorcista” malhablado, insolente y absolutamente desquiciado que está interpretado por Michael Keaton y que se ha convertido por méritos propios en uno de los personajes más famosos de toda la filmografía de Tim Burton. Otros rostros tan reconocibles como los de Alec Baldwin, Geena Davis, Jeffrey Jones y una joven y bellísima Winona Ryder ayudan a darle a la película un empaque considerable.

“Bitelchús” es una película que a estas alturas podemos ya casi considerar como mítica, y fue la que definitivamente abrió la puerta grande de Hollywood a su director, que poco a poco iría gozando de mayor status y de más libertad creativa. Aunque es evidente que no se trata todavía de una obra redonda como si lo serían en años posteriores “Eduardo Manostijeras” o “Ed Wood”, estamos ante un producto que como mínimo merece la calificación de notable y que se encuentra repleto de momentos para el recuerdo. Tenemos también un maravilloso trabajo de efectos visuales en los que destaca la animación en stop-motion de algunas escenas como las protagonizadas por las serpientes de arena y una banda sonora de Danny Elfman que aunque es brillante quizá se vea en esta ocasión algo ensombrecida por los divertidos “calypsos” de Harry Belafonte que son casi un protagonista más de la función, especialmente en un par de escenas que todo el que haya visto alguna vez la película identificará sin problemas.

En definitiva, aquí si tenemos ya a un Tim Burton total y absolutamente reconocible y en el que empezamos a ver bastantes de las constantes de su cine: su manera desenfadada de retratar la muerte (con esa divertidísima sala de espera en la que los recién fallecidos esperan su turno para ser atendidos por el funcionario de turno), su inconfundible contraste entre las atmósferas tétricas y siniestras y las más alegres y coloristas y un toque de crítica social en una historia en la que es el personaje “raro” (en este caso el interpretado por Winona Ryder) el más atractivo en todos los aspectos en contraposición con las personas “normales” que Burton suele mostrar como estereotipos sociales bastante menos interesantes e indudablemente mucho más antipáticos e incluso directamente imbéciles (esto lo veremos más acentuado en “Eduardo Manostijeras”).

Un gran título ochentero, gamberro y rompedor, que no puede faltar en ninguna videoteca que se precie y que por supuesto es absolutamente imprescindible si eres fan de Tim Burton. Ha envejecido envidiablemente bien, por cierto.
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