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6,1
41.432
8
26 de enero de 2025
26 de enero de 2025
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Pedro Almodóvar ha construido a lo largo de su carrera un universo propio, donde la memoria, la identidad y el deseo se entrelazan en relatos de una intensidad emocional y visual inconfundibles. La mala educación (2004) no es una excepción. Más bien, es una de sus películas más audaces, tanto en la forma como en el fondo, un thriller emocional que oscila entre la autoficción y el cine negro, con una estructura laberíntica que desafía al espectador.
Desde sus primeros compases, el filme despliega un intrincado juego narrativo en el que la realidad y la ficción se confunden deliberadamente. Lo que en un principio parece un flashback convencional se revela como una recreación cinematográfica dentro de la propia película, sumergiendo al espectador en una espiral de relatos superpuestos. Esta estructura, que recuerda a las muñecas rusas, es una de las mayores virtudes del guion, pues obliga a una relectura constante de los acontecimientos y de las motivaciones de sus personajes.
La historia se centra en Ignacio y Enrique, dos antiguos compañeros de un internado religioso que se reencuentran años después. La llegada de Ignacio, ahora transformado en el misterioso Ángel (interpretado con magnetismo por Gael García Bernal), desencadena un relato de traumas de infancia, ambición y deseo. El filme aborda sin tapujos el abuso dentro de la institución religiosa, un tema espinoso que Almodóvar trata con crudeza, sin concesiones, pero sin caer en la explotación.
Visualmente, La mala educación es puro Almodóvar. La fotografía de José Luis Alcaine resalta los colores vibrantes, creando un contraste entre la sordidez de la historia y la estética casi pop del filme. A ello se suma la elegante partitura de Alberto Iglesias, que subraya la atmósfera de fatalidad que envuelve a los personajes.
El trabajo actoral es otro de los pilares de la película. Gael García Bernal demuestra una versatilidad extraordinaria al asumir múltiples identidades dentro del relato, mientras que Fele Martínez y Lluís Homar aportan matices esenciales a la ambigüedad moral de sus personajes.
Hoy, más de dos décadas después de su estreno, La mala educación sigue siendo una obra incómoda y provocadora. Su valentía narrativa y su capacidad para desafiar los límites del cine autobiográfico la convierten en un hito dentro de la filmografía del manchego. En una época donde ciertos discursos están más regulados que nunca, resulta difícil imaginar que una película así pudiera realizarse sin encender intensos debates. Sin embargo, esa es precisamente su mayor virtud: La mala educación no busca ser complaciente, sino remover, inquietar y obligar a mirar donde muchos prefieren no hacerlo.
Desde sus primeros compases, el filme despliega un intrincado juego narrativo en el que la realidad y la ficción se confunden deliberadamente. Lo que en un principio parece un flashback convencional se revela como una recreación cinematográfica dentro de la propia película, sumergiendo al espectador en una espiral de relatos superpuestos. Esta estructura, que recuerda a las muñecas rusas, es una de las mayores virtudes del guion, pues obliga a una relectura constante de los acontecimientos y de las motivaciones de sus personajes.
La historia se centra en Ignacio y Enrique, dos antiguos compañeros de un internado religioso que se reencuentran años después. La llegada de Ignacio, ahora transformado en el misterioso Ángel (interpretado con magnetismo por Gael García Bernal), desencadena un relato de traumas de infancia, ambición y deseo. El filme aborda sin tapujos el abuso dentro de la institución religiosa, un tema espinoso que Almodóvar trata con crudeza, sin concesiones, pero sin caer en la explotación.
Visualmente, La mala educación es puro Almodóvar. La fotografía de José Luis Alcaine resalta los colores vibrantes, creando un contraste entre la sordidez de la historia y la estética casi pop del filme. A ello se suma la elegante partitura de Alberto Iglesias, que subraya la atmósfera de fatalidad que envuelve a los personajes.
El trabajo actoral es otro de los pilares de la película. Gael García Bernal demuestra una versatilidad extraordinaria al asumir múltiples identidades dentro del relato, mientras que Fele Martínez y Lluís Homar aportan matices esenciales a la ambigüedad moral de sus personajes.
Hoy, más de dos décadas después de su estreno, La mala educación sigue siendo una obra incómoda y provocadora. Su valentía narrativa y su capacidad para desafiar los límites del cine autobiográfico la convierten en un hito dentro de la filmografía del manchego. En una época donde ciertos discursos están más regulados que nunca, resulta difícil imaginar que una película así pudiera realizarse sin encender intensos debates. Sin embargo, esa es precisamente su mayor virtud: La mala educación no busca ser complaciente, sino remover, inquietar y obligar a mirar donde muchos prefieren no hacerlo.
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