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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
15 de diciembre de 2007
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡CONTIENE DETALLES DEL ARGUMENTO!

La voz en "off" nos introduce en una región utópica que vive en la abundancia gracias a los pingües beneficios que produce la copra del cocotero. El lugar costeño y paradisíaco no tiene iglesias y, en su ausencia, las nupcias se celebran mediante unos peculiares ritos precatólicos. Unos jóvenes contraen matrimonio de acuerdo con la costumbre: el esposo debe hacerse perdonar por la madre de la novia y tras el acto los novios emprenden un viaje nupcial a una isla desierta. Pero el rito del desposorio queda interrumpido por la madre del novio que, enferma, requiere de su benjamín para poner a salvo su herencia de las manos avarientas de sus otros hijos. Se trata del cruce clásico de las nupcias y los funerales, de Eros y Tanathos, del paso del tálamo nupcial a la cabecera de la madre agonizante que introduce de manera brillante el conflicto edípico por el que la amante esposa es a la vez la madre. Oliverio debe acudir a la ciudad en busca de un escribiente que dé fe del testamento de modo que otro viaje iniciático reemplaza al primero y otra mujer, lúbrica y sensual, a la casadera que se queda al cuidado de la madre agonizante.

La estructura itinerante de la película se relaciona con el mito del Génesis y con las distintas Edades de la Mujer, desde el nacimiento que tiene lugar en la guagua hasta la muerte de una niña pasando por el matrimonio representado quizá en dos bueyes uncidos a un yugo y tirados por una niña y la consumación de las nupcias en un lugar solitario llamado "subida al cielo". Estos momentos radicales de la película participan de sendas anticipaciones o resonancias. El nacimiento viene anunciado por el viajante español que lleva consigo un catálogo de las mejores gallinas ponedoras. La muerte de la niña, no olvidemos el detalle, por una picadura de víbora, anticipa a su vez la de la madre de Oliverio que pone fin al Paraíso de la infancia y que, en un final inconcluso, augura una tragedia cainita. Y, sobre todo, la consumación con Raquel que sustituye a la que no tuvo lugar con la esposa y que es adelantada por una secuencia onírica construida con impresiones y elementos de la víspera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En el sueño de Oliverio se vuelve explícita la confusión entre la madre, la amante y la esposa. El autobús se convierte en un jardín edénico poblado y exuberante en el momento en que Oliverio desnuda los muslos de Raquel. En mitad del beso a la amante, descubre una mondadura que nace de su boca como una suerte de cordón umbilical y que conduce hasta la madre elevada en un pedestal que pela de manera interminable una manzana edénica como una Penélope que teje incansable a la espera de su marido ausente. Oliverio se deshace del cordón y vuelve con su amante. Pero su esposa vestida con el traje de novia espera en la orilla del lugar. Oliverio la tira al río y, arrepintiéndose, la abraza al momento para descubrir que entre sus brazos sostiene en realidad a la amante que se burla de él. Una banda de música compuesta por los pasajeros del autocar subraya la alternancia entre lo melodramático y lo burlesco del sueño. De este modo se resume la pérdida de la inocencia de Oliverio que negará a su madre moribunda y a su matrimonio reciente.

No me cabe duda de que "Subida al cielo", pese a sus inconclusiones por las carencias de presupuesto, es una de las mejores películas de Buñuel. No podía ser de otro modo tratándose de una película producida por un poeta, y no de los menores por cierto, Manuel Altolaguirre miembro de la Generación del 27 exiliado en México como Buñuel. A quien le pueda interesar encontrará en Internet una crítica sintética y esclarecedora de "Subida al cielo" escrita por el especialista buñueliano Agustín Sánchez Vidal.
13 de octubre de 2007
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dororo, el héroe de esta historia, es un hijo de reyes condenado por su padre a una muerte segura. Como muchos héroes fundadores de pueblos pertenecientes a otras mitologías (Sargón, Moisés, Ciro, Rómulo, Edipo, Paris, Perseo, Gilgamesh) se le abandona a las aguas en una caja para ser recogido río abajo por un padre putativo. Otto Rank trata la cuestión en "El mito del nacimiento del héroe". De acuerdo con el desarrollo lineal y escalonado de la epopeya, el héroe trás vencer sucesivos avatares termina por alcanzar grandeza y gloria y recuperar su condición perdida.
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El único aspecto que trata de dignificar, sin conseguirlo, el desenfreno de los combates contra los demonios y el mediocre espectáculo visual es la pérdida de la identidad fruto de la orfandad de los protagonistas, Dororo, la mujer que le acompaña y el hermano de aquél (que adquiere cierto protagonismo en la última parte). Primero, la ladrona que tiene por compañera de viaje le roba el nombre y pasa a llamarse "Dororo" quizá porque dejó de ser mujer y porque sus dos destinos son uno sólo en el momento en el que siguen un mismo camino. Segundo, el hermano menor recibe el nombre del hermano mayor, porque está destinado a ocupar el lugar del niño del que tuvieron que deshacerse. Tercero, Dororo recupera las partes de su cuerpo junto con su verdadera identidad, la de Hyakki-maru. Se trata de una lucha contra sí mismo, de un renacimiento fragmento a fragmento, como cuando se enfrenta a los dos demonios que le confunden con sus palabras, y recupera simbólicamente sus ojos. Todas estas mixtificaciones y confusiones tienen, claro, como trasfondo la duda sobre la identidad de los tres huérfanos, por haber sido, a su manera cada uno, descuidados o abandonados por sus padres.

Dororo no logra recuperar su fragmentada identidad ni llega a ocupar el puesto ilustrísimo de su origen real, y su compañera de viaje sigue sin poder llamarse como una mujer, lo que apunta a la continuación de la película en futuras entregas. Ah, y por si quedara alguna duda, nos dicen que "todavía quedan veinticuatro demonios" de los cuarenta y ocho.
9 de diciembre de 2007
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Susana de Buñuel, con su nombre de una castidad equívoca pasa a engrosar la lista de mujeres fatales de la historia del cine y de la literatura, junto con las Helenas, Cármenes y Lauras nacidas de la estirpe de Lilith mal que les pese a las Evas y las Marías del mundo. Una mujer fatal capaz de malbaratar la sacrosanta institución familiar, de dislocar la posición de cada uno de sus miembros y de enfrentar al patrón con su protegido, al padre con el hijo y finalmente al marido con la esposa. Susana, una desconocida sin padres, huida de un reformatorio, es acogida en el hogar en calidad de sirvienta y al tiempo q realiza sus funciones mal que bien la veremos seducir a los tres hombres del lugar. En una de esas, en tanto que limpia desde el interior un armario en el que se almacenan las armas, coquetea con el patrón revelándose diestra en su manejo, como un instrumento mortal de seducción.
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En el momento cumbre del enfrentamiento entre padre e hijo, Buñuel los identifica a ambos, con un hábil uso de la cámara dejan de ser padre e hijo para convertirse en rivales. El hijo, al que Susana acaba de cerrar su puerta como hiciera con el protegido en otra ocasión, se da la vuelta al notar una presencia. El contraplano en lugar de revelarnos la figura que ve, nos muestra en el fondo del plano al hijo y en primer plano la figura del padre de espaldas a la cámara. De este modo los tres varones, el protegido, el padre y el hijo son desposeídos de sus roles, reducidos, identificados y enfrentados como gallos en el gallinero de la hacienda.

Buñuel parodia un final feliz, la familia se recompone milagrosamente tras el paso devastador de Susana. El amor familiar se equipara con un amor perverso, con una parafilia, cuando del patrón se nos dice que "quiere a la yegua como un hombre ama a una mujer". Metafóricamente la yegua que había parido un ternero muerto se recupera y briosa es montada de nuevo en el corral frente a la mirada complaciente del patrón. El marido entonces recupera la "normalidad" y el amor por su mujer y, frente a lo inverosímil de este arreglo, la criada sentencia: “El sueño era lo otro, señor. Una pesadilla del demonio. Esto es la pura verdad de Dios”.
29 de diciembre de 2007
18 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde la clínica una mujer con esparadrapos en los bordes de los ojos observa el accidente de moto de los protagonistas con unos prismáticos, pareciera haberse quemado la mirada con la proximidad de las llamas. Rose es transportada a un hospital en el que una enfermera le aplica cuidadosamente con un bastoncillo un emético a sus párpados cerrados. Pueden adivinarse los movimientos oculares rápidos del sueño. Un mes más tarde, justo antes de que Rose despierte sobresaltada, como de una pesadilla, otro paciente que espera operarse los ojos, se los agranda y contempla delante del espejo. Será la primera víctima de Rose cuya vista, de algún modo, opera un cambio. La segunda víctima, en el granero, tiene una opacidad extraña en los ojos, a la que no se alude. El ojo tiene un protagonismo indiscutible en esta película de Cronenberg.

En el momento de sufrir el accidente, Rose abandona las carreteras del sentido por las que su novio la dirigiera con firmeza para despertar del coma a una realidad agresiva en la que para sobrevivir debe adoptar un rol dominante. En la nueva realidad paranoide, un tercer ojo caracteriza el estado de vigilia perpetua de Rose y la lucidez de sus víctimas. ¿Eres sonámbulo? Le pregunta el doctor a Lloyd cuando ve su herida. Quizá se golpeara estando dormido. Es precisamente un estado sonambúlico del que despiertan los personajes. No es casual que la tercera víctima de Rose, la chica que lee la biografía de Freud, sorprendida por la asesina creyera que “todos estaban durmiendo”.
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El personaje protagonista, interpretado por Frank Moore, siempre al margen de la acción, adopta el rol pasivo del espectador. En la escena en la que un rabioso arremete echando babas contra su coche, el personaje se limita a presenciar con una mirada atónita del otro lado del vidrio como un patrullero le ejecuta. El limpia parabrisas se encarga de limpiar las salpicaduras. La muerte de su novia la vive a través del auricular de un teléfono, del que pasa colgado toda la película, e incapaz de hacer nada para evitarlo reacciona golpeándolo furiosamente, destrozando el medio que trasmite el mensaje, no importa que éste sea un auricular o una pantalla de cine, comunicando la impotencia del espectador que no puede participar en la realidad representada. En esto recuerda el final de “La conversación” de Coppola.
El tema de la imposibilidad de la representación, de la ineficacia simbólica, viene relacionado con la ausencia del padre. Una de las víctima espera a ser operada para diferenciar su nariz de la de su padre. Se trata quizá de tomar distancia del Padre. La muerte de un Papá Noel y del amigo del protagonista, el maduro doctor que tiene un bebé, representan otros tantos fracasos del Padre simbólico.

En otro sentido, “Rabid” tiene en común con “La noche de los muertos vivientes” la amenaza universal y apocalíptica y el final desesperanzado con un barrido de cadáveres entre los que se encuentra el del protagonista. Si en la película de Romero se trataba de trabajadores que recogían los cuerpos con ganchos como amasijos de carne, en ésta dos basureros arrastran el cadáver al interior del camión de la basura y accionan el triturador.
10 de octubre de 2007
17 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me parece interesante que en esta película tanto las conquistas como los castigos entrañan una serie de pruebas rituales, de juicios divinos. En este extremo, el potro de acero, un deslizadero con el filo curvado de una cimitarra gigantesca, un ingenioso y bárbaro mecanismo mortal que en una escena llena de dramatismo sobrecoge al espectador. En el otro extremo, la campana de oro, el vellocino para la expedición marítima de los vikingos, que arrastra consigo la muerte como un objeto maldito por haber sido arrancada de su lugar de culto, y que parece tañer a muerto con cada nueva víctima propiciatoria.
Por lo demás, quizá no se trate de una película imprescindible pero es francamente divertida gracias a un grupo de vikingos que prefiere aprovecharse del las moritas del serrallo (y de un eunuco amanerado) antes que huir de la fortaleza en la que están cautivos.
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