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TV

6,9
1.497
8
22 de diciembre de 2020
22 de diciembre de 2020
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mort de Guillem es una película rodada con escasos medios y mucha sinceridad necesaria en cuanto que ayudará a la audiencia que lo vivió a saber más sobre este caso o a ser conscientes de lo que le ocurrió a un muchacho asesinado de una puñalada en el pueblo de Montanejos, de Castellón, por un grupo de jóvenes de ultraderecha en 1993, a los quince años de proclamarse la supuesta democracia. En medio de un clima político en el que los que quieren acabar con la democracia campan a sus anchas por las instituciones, La mort de Guillem invita a reflexionar sobre el tipo de país que somos y sobre como, por más que nos pese, la sombra de la intolerancia y de la represión está siempre sobrevolando nuestras cabezas. Coincidiendo con la proyección de Patria, que intenta confraternizar, esta película va directamente contra los asesinos, al grito de “Ni oblit ni perdó!”
Miniserie

5,9
1.680
5
29 de abril de 2023
29 de abril de 2023
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Convertir en película, que es eso, pero dividida en minúsculos capítulos que se pueden ver de una vez, una novela carente de diálogos que hay que contar haciendo hablar constantemente, tiene el riesgo del destrozo de la obra original. En mi opinión es una obra que cuenta otra visión diferente, no se entiende bien qué se ha querido contar si recuerdas la obra de origen, aunque considerada aisladamente tiene una originalidad que la distingue de otras series mucho más vulgares. Las intérpretes femeninas están muy bien, pero se les ha quitado la importancia que tenían en origen literario, y en el contraste social no se profundiza. La historia paralela del marido político arribista infiel es un relato que no encaja o que desvía el interés hacia otros problemas. Hay talento a ratos, Sevilla está bien contada, pero hay demasiadas figuras religiosas en las paredes, que no creo que vinieran tan a cuento como la buena utilización de la música.
23 de diciembre de 2020
23 de diciembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay novelas que no se entiende cómo llegan a convertirse en guiones para cine, y esta es una de ellas, desgraciadamente la despedida del cine del anteriormente muy interesante y sensible James Ivory. La historia no tiene pies ni cabeza, el guión es horrible, los personajes no tienen entidad, sus comportamientos no se entienden, los diálogos no conducen a ninguna parte, lo que sucede aburre en extremo y el conjunto es un pequeño desastre que para colmo habrá sido hasta ruinoso. Sólo ver algún plano de la Gainsbourg o de Hopkins, aunque no diciendo nada con sentido interpretando los papeles más anodinos de su vida despabilan por breves instantes.

6,3
7.844
2
22 de septiembre de 2024
22 de septiembre de 2024
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace años que no me aburría tanto con una película absurda, insignificante, que no cuenta nada ni conduce a ninguna parte, sucesión de escenas y planos estéticamente bien hechos, mostrando el hastío vital de unos músicos siempre tristes y con un aspecto permanente de no saber qué pintan en el mundo. Todo eso, que es imposible contar, porque ni existe argumento ni momento que ilusione, está siendo elogiado en una época de desconcierto cultural alucinante. Los diálogos son breves y desligados unos de otros de una unidad argumental, encima llenos de “putas”, “mierda” y similares con frecuencia exagerada en personajes drogatas amargados a extremos psiquiátricos. Un gasto de dinero irrecuperable con seguridad que desconcierta a los amantes del cine. Ni vemos una película, ni disfrutamos de una historia, ni asistimos a un documental, nada de nada. Un producto típico del tiempo desconcertado que vivimos. Huir los que puedan.
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5,6
2.341
2
22 de diciembre de 2020
22 de diciembre de 2020
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terrence Malick, —ese fenómeno cinematográfico obsesionado por la divinidad, anti comercial y sin embargo capaz de conseguir productores para hacer cualquier cosa incomprensible— vuelve a hacer lo que le da la gana con Knight of Cups, que vendría a ser nombre de una carta del Tarot, Sota de Copas, otro ejercicio de gran ambición conceptual que vuelve a nadar en las mismas aguas soporíferas que To the Wonder: las de la redención del amor para encontrar la luz, —la luz que entiende Malick, millonario que retrata constantemente a millonarios infelices y angustiados por el qué les esperará en el Más Allá divino— esta vez contado entre las despiadadas calles de Los Ángeles, lugares de enorme y aberrante lujo y piscinas impolutas de los protagonistas.
El resultado es una extensión más de su estilo, sin prácticamente ningún añadido nuevo, sin brío ni chispa más que la inerte necesidad de su cineasta de transmitir, como sea, el mismo aburridísimo mensaje una y otra vez, de maneras cada vez menos sutiles y todas ellas derivadas de una misma obra propia: El árbol de la vida, cuyas cansinas preguntas en off repite desde entonces una y otra vez.
Porque, más allá de las ligeras diferencias geográficas y de caracteres, la esencia es idéntica, con un personaje masculino de personalidad introvertida sufriendo por no encontrar algo real en su vida, algo que le llene con emoción pura, buscando incesante entre las mujeres de Hollywood, todas muy diferentes y todas grandes actrices que deambulan también angustiadas por los espacios, los pasillos y las habitaciones en esa composición de planos tan característica que parece querer captar el momento inexpresable, el sentimiento que se extiende de un pecho a otro, y que sólo se ve en el transitar de personas o en su mirada huidiza.
Esa eterna captación del instante único acaba ahogando en la nadería el mundo de Malick. Hay una estructura, pero es casi anecdótica y puramente teórica. Una excusa para la profundidad del discurso, a través de unas cartas de tarot que marcan cada capítulo con nombres como “Libertad”, “Muerte” o “La Torre” en las que cada una de las mujeres que han pasado por su vida expresan sus sentimientos en sentencias cortas y abstractas, a veces tirando de metáforas muy obvias y demasiado expuestas, muy abiertas al ridículo más alarmante. Incluso para el creyente en Malick, entre los que ya no me incluyo, Knight of Cups puede atragantarse por su excesivo ensimismamiento.
El director sigue tan empeñado en transmitir la misma idea que tampoco se molesta por cambiar sus formas convirtiéndose, definitivamente, en un gurú de un discurso beato y supuestamente trascendente del que ya es maestro.
El resultado es una extensión más de su estilo, sin prácticamente ningún añadido nuevo, sin brío ni chispa más que la inerte necesidad de su cineasta de transmitir, como sea, el mismo aburridísimo mensaje una y otra vez, de maneras cada vez menos sutiles y todas ellas derivadas de una misma obra propia: El árbol de la vida, cuyas cansinas preguntas en off repite desde entonces una y otra vez.
Porque, más allá de las ligeras diferencias geográficas y de caracteres, la esencia es idéntica, con un personaje masculino de personalidad introvertida sufriendo por no encontrar algo real en su vida, algo que le llene con emoción pura, buscando incesante entre las mujeres de Hollywood, todas muy diferentes y todas grandes actrices que deambulan también angustiadas por los espacios, los pasillos y las habitaciones en esa composición de planos tan característica que parece querer captar el momento inexpresable, el sentimiento que se extiende de un pecho a otro, y que sólo se ve en el transitar de personas o en su mirada huidiza.
Esa eterna captación del instante único acaba ahogando en la nadería el mundo de Malick. Hay una estructura, pero es casi anecdótica y puramente teórica. Una excusa para la profundidad del discurso, a través de unas cartas de tarot que marcan cada capítulo con nombres como “Libertad”, “Muerte” o “La Torre” en las que cada una de las mujeres que han pasado por su vida expresan sus sentimientos en sentencias cortas y abstractas, a veces tirando de metáforas muy obvias y demasiado expuestas, muy abiertas al ridículo más alarmante. Incluso para el creyente en Malick, entre los que ya no me incluyo, Knight of Cups puede atragantarse por su excesivo ensimismamiento.
El director sigue tan empeñado en transmitir la misma idea que tampoco se molesta por cambiar sus formas convirtiéndose, definitivamente, en un gurú de un discurso beato y supuestamente trascendente del que ya es maestro.
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