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6,7
22.503
5
25 de agosto de 2024
25 de agosto de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La incontinencia de chorradas y el antiheroísmo pendenciero componen la última oportunidad de Marvel para no aburrirnos —Sí, da pereza abordar su vasto universo de réplicas con la única diferencia del nombre del superhéroe—. En esencia supone una continuidad fiel, interpela a quien ha disfrutado de las dos entregas previas.
Remonta el decaimiento de la segunda secuela gracias a una cualidad determinante: es la más violentamente salvaje de la trilogía. Por ejemplo, en un memorable plano secuencia robado a Old Boy (2003) donde Lobezno y Deadpool perpetran una autentica y desternillante carnicería a ritmo Like A Prayer de Madonna.
La irreverencia verbal está muy calculada y no resulta novedosa más allá de algunas autorreferencias que rompen la cuarta pared. Te arranca la risa con acción sangrienta. Y esto es todo.
Remonta el decaimiento de la segunda secuela gracias a una cualidad determinante: es la más violentamente salvaje de la trilogía. Por ejemplo, en un memorable plano secuencia robado a Old Boy (2003) donde Lobezno y Deadpool perpetran una autentica y desternillante carnicería a ritmo Like A Prayer de Madonna.
La irreverencia verbal está muy calculada y no resulta novedosa más allá de algunas autorreferencias que rompen la cuarta pared. Te arranca la risa con acción sangrienta. Y esto es todo.

6,9
17.776
7
25 de marzo de 2025
25 de marzo de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dotada de reconocibles virtudes que, sin embargo, no conforman el merecimiento del Oscar. El criterio de los Globo de Oro se impone otra vez como mejor prescriptor de cine. No obstante, el resultado del voto de los académicos no se debe calificar de inexplicable dislate como aquel de Coda.
En su primera parte, reedita Pretty Woman (1990) con explicitud sexual, alcohol, drogas y juerga hortera. Argucia para la contraposición. Porque en la segunda gira radicalmente y dinamita el mito de Cenicienta. Hasta llegar a un final incómodo y desolador. Todo recorrido con ritmo frenético.
Nuevamente Sean Baker retrata y busca desestigmatizar a personas que habitan los márgenes. En este caso, a una estríper y prostituta cuya actividad se expone sin prejuicio ni juicio. El foco crítico y el énfasis se colocan sobre la diferencia de clase, asunto troncal.
La estilización y la humanidad, cualidades fundamentales del cine del director, imprimen autenticidad y marcan diferencia. En cambio, la comedia, que tiene su utilidad para conferir esa humanidad a la mayoría de los personajes antagonistas, abarca demasiado y cae en la redundancia. En consecuencia, sobra metraje. En el tono tragicómico pesa demasiado el humor y éste penaliza la vinculación emocional. Solo se deshace de este lastre en los instantes últimos, cuando su protagonista se rompe en añicos como el ingenuo cuento de príncipe azul y el drama ocupa todo ─zanjando cualquier duda sobre las intenciones de Sean Baker─.
En su primera parte, reedita Pretty Woman (1990) con explicitud sexual, alcohol, drogas y juerga hortera. Argucia para la contraposición. Porque en la segunda gira radicalmente y dinamita el mito de Cenicienta. Hasta llegar a un final incómodo y desolador. Todo recorrido con ritmo frenético.
Nuevamente Sean Baker retrata y busca desestigmatizar a personas que habitan los márgenes. En este caso, a una estríper y prostituta cuya actividad se expone sin prejuicio ni juicio. El foco crítico y el énfasis se colocan sobre la diferencia de clase, asunto troncal.
La estilización y la humanidad, cualidades fundamentales del cine del director, imprimen autenticidad y marcan diferencia. En cambio, la comedia, que tiene su utilidad para conferir esa humanidad a la mayoría de los personajes antagonistas, abarca demasiado y cae en la redundancia. En consecuencia, sobra metraje. En el tono tragicómico pesa demasiado el humor y éste penaliza la vinculación emocional. Solo se deshace de este lastre en los instantes últimos, cuando su protagonista se rompe en añicos como el ingenuo cuento de príncipe azul y el drama ocupa todo ─zanjando cualquier duda sobre las intenciones de Sean Baker─.

6,5
33.500
7
6 de febrero de 2025
6 de febrero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene la sutileza de un martillo pilón. Grotesca, aberrante y aparentemente satírica. Sublima con talento y presupuesto una concepción propia de película de serie B. Recordando a maestros como David Cronenberg o Paul Verhoeven.
La cruel tiranía de la belleza ligada a la juventud y la consiguiente lucha desesperada contra el inexorable paso del tiempo y sus consecuencias constituyen la conexión con la realidad y su tronco argumental. Por él avanza con ciencia ficción, suspense, terror corporal y música frenética. Cuando ha establecido como estilo diferencial su narración extravagante cuidadosamente fotografiada, atiza una decidida patada mortal a la congruencia y concluye con un final completamente desquiciado. Que funciona como culmen demencial y sangriento aunque no representa su mejor parte.
Comparada con The Neon Demon (2016). Porque ambas se suscriben al género de terror, desarrollan un contexto de culto al físico y culminan de forma extraordinariamente impactante. Sin embargo, la película de Nicolas Winding Refn goza de subtexto ─sobre la ambigüedad entre el bien y el mal o incluso la meritocracia─ mientras que la de Coralie Fargeat se mantiene en la literalidad subrayada y se adentra en la comedia negra. Con todo, celebrar este fascinante y bestial film, que lleva cinco nominaciones a los Oscar y ha ganado un Globo de Oro, debería conllevar el reconocimiento de su precursor danés para hacer justicia.
La cruel tiranía de la belleza ligada a la juventud y la consiguiente lucha desesperada contra el inexorable paso del tiempo y sus consecuencias constituyen la conexión con la realidad y su tronco argumental. Por él avanza con ciencia ficción, suspense, terror corporal y música frenética. Cuando ha establecido como estilo diferencial su narración extravagante cuidadosamente fotografiada, atiza una decidida patada mortal a la congruencia y concluye con un final completamente desquiciado. Que funciona como culmen demencial y sangriento aunque no representa su mejor parte.
Comparada con The Neon Demon (2016). Porque ambas se suscriben al género de terror, desarrollan un contexto de culto al físico y culminan de forma extraordinariamente impactante. Sin embargo, la película de Nicolas Winding Refn goza de subtexto ─sobre la ambigüedad entre el bien y el mal o incluso la meritocracia─ mientras que la de Coralie Fargeat se mantiene en la literalidad subrayada y se adentra en la comedia negra. Con todo, celebrar este fascinante y bestial film, que lleva cinco nominaciones a los Oscar y ha ganado un Globo de Oro, debería conllevar el reconocimiento de su precursor danés para hacer justicia.

5,7
20.584
6
15 de diciembre de 2024
15 de diciembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Secuela con más acción espectacular en detrimento de la épica. Alcanza la cota del entretenimiento aunque sale vapuleada de la implacable comparación. Que es imposible eludir por las constantes referencias a su predecesora —superan con creces los indispensables nexos argumentales—.
Recorre el mismo camino del héroe, sustituyendo personajes para convertirse en continuidad. Igual en el relato aunque no en la estética ni el tono. La extravagancia sustituye al drama y la levedad se impone a la gravedad.
Empuña su mejor arma, la puesta en escena de acción, con la fuerza del exceso. Sin embargo, la desmesura, junto a un guion descuidado, penalizan inevitablemente la verosimilitud y el impacto emocional. En consecuencia, la retórica de los actores tiende a la impostura. Paul Mescal está a años luz del magnetismo de Russell Crowe; Connie Nielsen y Pedro Pascal, desaprovechados; Denzel Washington, el mejor parado —favorecido por la trama—.
Ridley Scott no aspira a nada más que abrumarnos con la sangre, rinocerontes embistiendo gladiadores y tiburones dándose un festín en las naumaquias.
Recorre el mismo camino del héroe, sustituyendo personajes para convertirse en continuidad. Igual en el relato aunque no en la estética ni el tono. La extravagancia sustituye al drama y la levedad se impone a la gravedad.
Empuña su mejor arma, la puesta en escena de acción, con la fuerza del exceso. Sin embargo, la desmesura, junto a un guion descuidado, penalizan inevitablemente la verosimilitud y el impacto emocional. En consecuencia, la retórica de los actores tiende a la impostura. Paul Mescal está a años luz del magnetismo de Russell Crowe; Connie Nielsen y Pedro Pascal, desaprovechados; Denzel Washington, el mejor parado —favorecido por la trama—.
Ridley Scott no aspira a nada más que abrumarnos con la sangre, rinocerontes embistiendo gladiadores y tiburones dándose un festín en las naumaquias.

6,0
13.820
5
29 de septiembre de 2024
29 de septiembre de 2024
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Artefacto nostálgico para satisfacción del fan. Requiere conservar su mirada ingenua de 1988 con que admiró el entonces novedoso universo de terror, comedia y absurdo imaginado por Tim Burton. Aquí goza de una continuidad tan rigurosa que resulta extemporánea si no se gira la cabeza hacia el pasado.
Quienes no entramos en el perfil entusiasta nos sumamos a la advertencia de no nombrar tres veces a Bítelchús para evitar consecuencias nefastas. Más que suficiente con dos películas.
Quienes no entramos en el perfil entusiasta nos sumamos a la advertencia de no nombrar tres veces a Bítelchús para evitar consecuencias nefastas. Más que suficiente con dos películas.
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