Nunca fui seguidora fiel de James Bond. Si bien me parece que alguna que otra película es divertida o se puede ver, siempre son historias absurdas con el protagonista haciendo de macho alfa ligándose a mujeres sean heroínas o villanas, y dejando luego a estas y a sus malos invencibles a la altura del betún. No había visto ninguna de Daniel Craig hasta que me dio por ver un pase televisivo de esta película. A sabiendas de que es una secuela y de que me faltan por ver el resto, creo que igualmente coincido con muchos que dicen que es una floja película. Lo más curioso es que no termina de ser mala. Es un festín de acción pura y dura, con cámara en mano estilo Bourne fruto de una edición y montaje apresurados, con un Daniel Craig marcando la diferencia como un Bond silencioso, asesino y sufridor. Lo mejor de esta película es el propio actor quien convierte a Bond en un personaje que te puedas creer aún dentro de este follón, a quien vemos sangrar por primera vez, despeinarse en mucho tiempo y no ser tan confiado como de antaño. Además pasa por un estado de depresión y furia que, de haberse potenciado en la película, estaríamos ante una entrega muy interesante y una que me hubiese enganchado de forma irrefrenable. No obstante, la película se enfoca en entregar una escena de acción aún más mareante e inconexa que la anterior. Y por eso no me ha gustado tanto. Veré las demás de este actor, sólo por su interpretación, aunque si me lanzo a ver otra y tampoco me gusta o hasta va a peor, lo dejo.