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6,8
6.623
8
7 de febrero de 2025
7 de febrero de 2025
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aitor Arregi y Jon Garaño nos adentran en la mente de Enric Marco, el sindicalista que inventó una mentira descomunal: fingió ser víctima del Holocausto, cuando en realidad trabajó para los nazis. Lejos de ser una película biográfica más, nos muestran cómo el engaño se mezcla con el deseo de sentirse importante, hasta el punto de que ni él mismo sabía dónde terminaba la realidad y empezaba la ficción.
Eduard Fernández ofrece una interpretación que trasciende la pantalla. No solo por su cambio físico y gestos vulnerables– sino por cómo capta la dualidad del personaje. Su Marco no es un villano caricaturesco, sino un hombre herido que se esconde en una identidad falsa. Este carisma tóxico nos hace preguntarnos: ¿hasta qué punto creía él mismo su propio relato? Esta interpretación le ha valido el premio Goya 2025 a Mejor actor protagonista.
Fernández fascina en esta película. No solo por engordar, caminar encorvado y mostrar una mirada llena de lástima –mención especial para el equipo de maquillaje y peluquería, galardonado con el Goya 2025 (¡bravo Karmele Soler, Sergio Pérez Berbel y Nacho Díaz!)– sino por cómo revela las dos caras del personaje. Marco no es el típico villano, sino un hombre dañado que usa una mentira como refugio, uno de esos que te hacen dudar y preguntarte: ¿Se creía él su propia mentira? Todo un trabajo, con 4 horas diarias de maquillaje.
La película cobra vida cuando muestra cómo la sociedad permitió el engaño. ¿Cómo es posible que este farsante diera discursos en parlamentos y recibiera condecoraciones? Los directores no se limitan a juzgar; muestran cómo un entorno hambriento de héroes, incluso falsos, jugó su papel. La escena donde Marco corrige detalles de su mentira ante un público emocionado es incómoda y reveladora: «No fue en Mauthausen, fue en Flossenbürg… Perdón, a veces la emoción me confunde». Aquí todos están interpretando un papel. La gente prefiere creer una historia emotiva antes que cuestionar héroes incómodos.
Marco es la prueba de que el talento de Eduard Fernández está a otro nivel. Aquí da vida a un personaje que no te deja indiferente, grandilocuente, pero sin caer en el llanto fácil. Su mirada vidriosa y el tembleque de manos que te hacen dudar…. hacen que todo parezca convincente y real
El guion no se queda en la historia del "malo que miente". Va más allá, tocando algo incómodo de nuestra memoria colectiva: ¿y si todos nos inventamos un poco nuestro pasado para recordarlo de una manera más agradable? En esta era de postureo, donde hasta el café que nos tomamos lo subimos a Instagram, la película nos da un bofetón en la cara. "Marco" es como un espejo distorsionado. No nos señala con el dedo, pero nos invita a ver cuánto de Marco hay en nosotros cuando buscamos "likes" o contamos verdades a medias. Todos compartimos un poco la necesidad de aprobación y la tentación de reinventarnos.
Quizás lo mejor de la película es cómo logra mantenerte en la cuerda floja. Vas a querer darle un abrazo al personaje y a la vez gritarle “¡Qué canalla!” No es una película cómoda, pero sí necesaria; te deja pensando días después. Como cuando recuerdas que las mentiras más peligrosas no son las que decimos a los demás, sino esas que nos repetimos a nosotros mismos hasta creérnoslas.
Eduard Fernández ofrece una interpretación que trasciende la pantalla. No solo por su cambio físico y gestos vulnerables– sino por cómo capta la dualidad del personaje. Su Marco no es un villano caricaturesco, sino un hombre herido que se esconde en una identidad falsa. Este carisma tóxico nos hace preguntarnos: ¿hasta qué punto creía él mismo su propio relato? Esta interpretación le ha valido el premio Goya 2025 a Mejor actor protagonista.
Fernández fascina en esta película. No solo por engordar, caminar encorvado y mostrar una mirada llena de lástima –mención especial para el equipo de maquillaje y peluquería, galardonado con el Goya 2025 (¡bravo Karmele Soler, Sergio Pérez Berbel y Nacho Díaz!)– sino por cómo revela las dos caras del personaje. Marco no es el típico villano, sino un hombre dañado que usa una mentira como refugio, uno de esos que te hacen dudar y preguntarte: ¿Se creía él su propia mentira? Todo un trabajo, con 4 horas diarias de maquillaje.
La película cobra vida cuando muestra cómo la sociedad permitió el engaño. ¿Cómo es posible que este farsante diera discursos en parlamentos y recibiera condecoraciones? Los directores no se limitan a juzgar; muestran cómo un entorno hambriento de héroes, incluso falsos, jugó su papel. La escena donde Marco corrige detalles de su mentira ante un público emocionado es incómoda y reveladora: «No fue en Mauthausen, fue en Flossenbürg… Perdón, a veces la emoción me confunde». Aquí todos están interpretando un papel. La gente prefiere creer una historia emotiva antes que cuestionar héroes incómodos.
Marco es la prueba de que el talento de Eduard Fernández está a otro nivel. Aquí da vida a un personaje que no te deja indiferente, grandilocuente, pero sin caer en el llanto fácil. Su mirada vidriosa y el tembleque de manos que te hacen dudar…. hacen que todo parezca convincente y real
El guion no se queda en la historia del "malo que miente". Va más allá, tocando algo incómodo de nuestra memoria colectiva: ¿y si todos nos inventamos un poco nuestro pasado para recordarlo de una manera más agradable? En esta era de postureo, donde hasta el café que nos tomamos lo subimos a Instagram, la película nos da un bofetón en la cara. "Marco" es como un espejo distorsionado. No nos señala con el dedo, pero nos invita a ver cuánto de Marco hay en nosotros cuando buscamos "likes" o contamos verdades a medias. Todos compartimos un poco la necesidad de aprobación y la tentación de reinventarnos.
Quizás lo mejor de la película es cómo logra mantenerte en la cuerda floja. Vas a querer darle un abrazo al personaje y a la vez gritarle “¡Qué canalla!” No es una película cómoda, pero sí necesaria; te deja pensando días después. Como cuando recuerdas que las mentiras más peligrosas no son las que decimos a los demás, sino esas que nos repetimos a nosotros mismos hasta creérnoslas.
8
7 de febrero de 2025
7 de febrero de 2025
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Agárrense los sombreros, amigos! "Érase una vez en el Oeste" te atrapa como una ráfaga en pleno desierto. En seis capítulos, nos traslada a 1857, durante la Guerra de Utah, donde el aire huele a pólvora y las balas surcan el viento como cuchillos.
La trama sigue a una madre coraje y a su hijo, empeñados en escapar de un pasado oscuro para reinventarse en un territorio despiadado. Desde el primer minuto, sus luchas te enganchan: son supervivientes que clavan las uñas en un futuro incierto, rodeados de un territorio hostil.
La serie no edulcora el Oeste: la violencia estalla cruda y visceral. Las tensiones entre el ejército estadounidense, las milicias mormonas y los nativos no son cuentos de hadas; son pólvora seca lista para arder. Pero entre el caos, emergen destellos de humanidad: dilemas morales que te sacuden, gestos de ternura que reconcilian con la esperanza.
Nadie aquí es héroe ni villano. La supervivencia desdibuja los bandos, mezclando ambición, fe y tradición en un cóctel explosivo. Cada elección —un susurro o un disparo— puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, añadiendo capas de tensión que te obligan a contener la respiración.
La ambientación es una bofetada de autenticidad: cañones que devoran el horizonte, llanuras que humillan nuestra soberbia humana. Los personajes respiran como seres reales: la protagonista, lejos de ser una figura épica, arrastra cicatrices y contradicciones que la hacen creíble. Su evolución —ni forzada ni predecible— se va tejiendo con paciencia, evitando clichés. El reparto, por su parte, brilla con actuaciones sólidas que rasgan la pantalla: cada mirada, cada silencio, cuenta más que mil balas.
Cada capítulo mantiene un equilibrio entre la tensión y la calma. Hay momentos de respiro que te permiten conocer mejor a los personajes, pero también situaciones de peligro que mantienen el ritmo. Los episodios avanzan como tormentas: a veces rugen, a veces se limitan a cargar el aire con electricidad. No es una serie de acción frenética, pero tampoco se hace lenta; sabe dosificar la intriga y la emoción en su justa medida.
Para los amantes del género, es oro puro. Te hipnotiza con giros que desafían lo previsible, mientras reinventa el Oeste clásico: la fe se mezcla con sangre, el poder corrompe sin disculpas, y las identidades se forjan a golpe de pérdidas. No es perfecta —un romance apresurado, algún flashback innecesario—, pero su crudeza te marca. Cuando termina, no solo has visto una historia: la has vivido en carne propia. Las botas embarradas, la garganta seca... y cicatrices que perduran tras apagar la pantalla.
La trama sigue a una madre coraje y a su hijo, empeñados en escapar de un pasado oscuro para reinventarse en un territorio despiadado. Desde el primer minuto, sus luchas te enganchan: son supervivientes que clavan las uñas en un futuro incierto, rodeados de un territorio hostil.
La serie no edulcora el Oeste: la violencia estalla cruda y visceral. Las tensiones entre el ejército estadounidense, las milicias mormonas y los nativos no son cuentos de hadas; son pólvora seca lista para arder. Pero entre el caos, emergen destellos de humanidad: dilemas morales que te sacuden, gestos de ternura que reconcilian con la esperanza.
Nadie aquí es héroe ni villano. La supervivencia desdibuja los bandos, mezclando ambición, fe y tradición en un cóctel explosivo. Cada elección —un susurro o un disparo— puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, añadiendo capas de tensión que te obligan a contener la respiración.
La ambientación es una bofetada de autenticidad: cañones que devoran el horizonte, llanuras que humillan nuestra soberbia humana. Los personajes respiran como seres reales: la protagonista, lejos de ser una figura épica, arrastra cicatrices y contradicciones que la hacen creíble. Su evolución —ni forzada ni predecible— se va tejiendo con paciencia, evitando clichés. El reparto, por su parte, brilla con actuaciones sólidas que rasgan la pantalla: cada mirada, cada silencio, cuenta más que mil balas.
Cada capítulo mantiene un equilibrio entre la tensión y la calma. Hay momentos de respiro que te permiten conocer mejor a los personajes, pero también situaciones de peligro que mantienen el ritmo. Los episodios avanzan como tormentas: a veces rugen, a veces se limitan a cargar el aire con electricidad. No es una serie de acción frenética, pero tampoco se hace lenta; sabe dosificar la intriga y la emoción en su justa medida.
Para los amantes del género, es oro puro. Te hipnotiza con giros que desafían lo previsible, mientras reinventa el Oeste clásico: la fe se mezcla con sangre, el poder corrompe sin disculpas, y las identidades se forjan a golpe de pérdidas. No es perfecta —un romance apresurado, algún flashback innecesario—, pero su crudeza te marca. Cuando termina, no solo has visto una historia: la has vivido en carne propia. Las botas embarradas, la garganta seca... y cicatrices que perduran tras apagar la pantalla.

6,4
3.303
7
6 de febrero de 2025
6 de febrero de 2025
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A ver, "Salve María" no es la típica película de "mamá feliz con bebé sonriente". ¡Ni de lejos! Aquí vemos la maternidad sin filtros, con sus luces y sus sombras, pero sobre todo con sus sombras. La protagonista, María, es una escritora que acaba de ser madre y se ve superada por la situación. Para colmo, se entera de un caso de infanticidio y empieza a obsesionarse con ello. ¿Y si a ella le pasa lo mismo? ¿Y si no es una buena madre?
Un thriller psicológico que te atrapa La directora, Mar Coll, nos mete de lleno en la cabeza de María. La película es como un viaje a su mente, donde todo es confuso, angustiante y, a veces, hasta da un poco de miedo. La atmósfera es súper intensa, como si estuvieras dentro de un thriller psicológico. Coll utiliza recursos cinematográficos sutiles pero efectivos, como el uso del 35mm para intensificar la sensación de inquietud, o la cuidada puesta en escena que evoca tanto el cine de terror como el drama psicológico. La película se nutre de elementos simbólicos y oníricos que enriquecen la narrativa y nos invitan a una lectura más profunda sobre la psique de la protagonista.
La actuación de Laura Weissmahr: ¡ufff! ¡De otro nivel! Te crees totalmente su personaje. Logra transmitir la fragilidad, la angustia y la ambivalencia de María con una sutileza y una intensidad que sobrecogen al espectador. Su María es un personaje complejo, contradictorio, que oscila entre el amor incondicional por su hijo y el terror de no ser capaz de protegerlo de sus propios impulsos.
Una reflexión necesaria sobre la maternidad (sin paños calientes) "Salve María" es una película que te hace pensar, y mucho. Te habla de la presión que sienten las madres, de la soledad, de la culpa... Vamos, de todas esas cosas que no te cuentan cuando te dicen que tener un bebé es lo más bonito del mundo. No es una película fácil de ver, pero creo que es importante que se hable de estos temas. Coll nos invita a reflexionar sobre la presión social que pesa sobre las mujeres para ser "buenas madres" y sobre la soledad y el aislamiento que pueden experimentar durante la crianza.
En plan cinéfilo: ¿la ves o no la ves? Si te gustan las películas que te remueven por dentro, las que te hacen reflexionar sobre la vida y las relaciones humanas, "Salve María" es tu película. Pero ojo, no esperes una historia rosa y edulcorada. Aquí hay drama, angustia y mucha intensidad. Si te va el rollo indie y las pelis con mensaje, dale una oportunidad. ¡No te arrepentirás! Eso sí, ten en cuenta que algunas escenas pueden ser un poco fuertes para personas sensibles.
Un thriller psicológico que te atrapa La directora, Mar Coll, nos mete de lleno en la cabeza de María. La película es como un viaje a su mente, donde todo es confuso, angustiante y, a veces, hasta da un poco de miedo. La atmósfera es súper intensa, como si estuvieras dentro de un thriller psicológico. Coll utiliza recursos cinematográficos sutiles pero efectivos, como el uso del 35mm para intensificar la sensación de inquietud, o la cuidada puesta en escena que evoca tanto el cine de terror como el drama psicológico. La película se nutre de elementos simbólicos y oníricos que enriquecen la narrativa y nos invitan a una lectura más profunda sobre la psique de la protagonista.
La actuación de Laura Weissmahr: ¡ufff! ¡De otro nivel! Te crees totalmente su personaje. Logra transmitir la fragilidad, la angustia y la ambivalencia de María con una sutileza y una intensidad que sobrecogen al espectador. Su María es un personaje complejo, contradictorio, que oscila entre el amor incondicional por su hijo y el terror de no ser capaz de protegerlo de sus propios impulsos.
Una reflexión necesaria sobre la maternidad (sin paños calientes) "Salve María" es una película que te hace pensar, y mucho. Te habla de la presión que sienten las madres, de la soledad, de la culpa... Vamos, de todas esas cosas que no te cuentan cuando te dicen que tener un bebé es lo más bonito del mundo. No es una película fácil de ver, pero creo que es importante que se hable de estos temas. Coll nos invita a reflexionar sobre la presión social que pesa sobre las mujeres para ser "buenas madres" y sobre la soledad y el aislamiento que pueden experimentar durante la crianza.
En plan cinéfilo: ¿la ves o no la ves? Si te gustan las películas que te remueven por dentro, las que te hacen reflexionar sobre la vida y las relaciones humanas, "Salve María" es tu película. Pero ojo, no esperes una historia rosa y edulcorada. Aquí hay drama, angustia y mucha intensidad. Si te va el rollo indie y las pelis con mensaje, dale una oportunidad. ¡No te arrepentirás! Eso sí, ten en cuenta que algunas escenas pueden ser un poco fuertes para personas sensibles.
9
29 de diciembre de 2024
29 de diciembre de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Querer es una miniserie que te deja sin aliento desde el primer minuto. La historia se centra en Miren (Nagore Aranburu), una mujer que lucha por escapar de un matrimonio abusivo. El guion, escrito por Alauda Ruiz de Azúa y su equipo, no se anda con rodeos y te sumerge en la cruda realidad de la violencia doméstica.
Lo Que Te Va a Impactar
Miren (Nagore Aranburu): Su transformación de mujer temerosa a guerrera decidida es impresionante. Cada lágrima y cada grito te llegan al alma.
Iñigo Gorosmendi (Pedro Casablanc): El papel de esposo controlador y abusivo es tan real que te hace odiarlo y entender al mismo tiempo.
Aitor Gorosmendi (Miguel Bernardeau): El hijo mayor que empieza defendiendo a su padre pero acaba cuestionando todo lo que creía. Su viaje emocional es intenso.
Jon Gorosmendi (Iván Pellicer): El hijo menor, que se convierte en el apoyo emocional de Miren, es simplemente conmovedor.
Detrás de Cámaras
Los guionistas hicieron un trabajo impresionante, dedicando meses a hablar con víctimas de violencia de género para asegurarse de que la historia fuera real y respetuosa. Este compromiso con la autenticidad se siente en cada escena.
"Querer no es solo una serie, es una montaña rusa de emociones que te obliga a enfrentar la dura realidad de la violencia doméstica. Te mantendrá pegado a la pantalla y no podrás dejar de pensar en ella. ¡No te la puedes perder!"
Lo Que Te Va a Impactar
Miren (Nagore Aranburu): Su transformación de mujer temerosa a guerrera decidida es impresionante. Cada lágrima y cada grito te llegan al alma.
Iñigo Gorosmendi (Pedro Casablanc): El papel de esposo controlador y abusivo es tan real que te hace odiarlo y entender al mismo tiempo.
Aitor Gorosmendi (Miguel Bernardeau): El hijo mayor que empieza defendiendo a su padre pero acaba cuestionando todo lo que creía. Su viaje emocional es intenso.
Jon Gorosmendi (Iván Pellicer): El hijo menor, que se convierte en el apoyo emocional de Miren, es simplemente conmovedor.
Detrás de Cámaras
Los guionistas hicieron un trabajo impresionante, dedicando meses a hablar con víctimas de violencia de género para asegurarse de que la historia fuera real y respetuosa. Este compromiso con la autenticidad se siente en cada escena.
"Querer no es solo una serie, es una montaña rusa de emociones que te obliga a enfrentar la dura realidad de la violencia doméstica. Te mantendrá pegado a la pantalla y no podrás dejar de pensar en ella. ¡No te la puedes perder!"

7,3
605
8
7 de marzo de 2025
7 de marzo de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Amal, es una de esas películas que te sacuden por dentro y te obligan a replantearte muchas cosas. Desde el primer minuto, te atrapa con fuerza sin dejarte indiferente. La historia nos lleva a un instituto de Bruselas, un lugar que debería ser un espacio de aprendizaje y convivencia, pero que se convierte en un polvorín donde las tensiones religiosas, sociales y culturales están a punto de estallar.
El director, Jawad Rhalib, no tiene miedo de mostrar la realidad tal como es: cruda, incómoda y, en ocasiones, desgarradora. A través de la historia de Amal, una profesora interpretada de manera magistral por Lubna Azabal, la película nos habla de la lucha por la libertad de pensamiento en un entorno donde los dogmas extremos intentan imponerse. Amal es un personaje que inspira y duele a partes iguales. Su valentía para enfrentarse a un sistema de enseñanza que parece querer silenciarla es admirable, pero también te hace preguntarte cuántas personas en la vida real tienen la fuerza para hacer lo mismo.
Lo que más me impactó de la película es cómo aborda el tema del fanatismo y sus consecuencias. No se limita a mostrar el conflicto entre la profesora y sus alumnos, sino que va más allá. Explora cómo las redes sociales se han convertido en herramientas de acoso y manipulación, cómo el miedo puede paralizar incluso a los más fuertes, y cómo el silencio de quienes podrían actuar termina alimentando la intolerancia y el odio.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los pilares de la película. Lubna Azabal está simplemente brillante. Su mirada transmite una mezcla de rabia, dolor y determinación que te deja sin aliento. En cada escena, parece que está cargando con el peso del mundo sobre sus hombros, y eso se siente. Kenza Benbouchta, quien interpreta a Monia, una estudiante víctima de acoso por su orientación sexual, también merece una mención especial. Su interpretación es tan real que duele verla en pantalla.
En cuanto al aspecto técnico, la película opta por un estilo sobrio y casi documental. La cámara en mano y los planos cerrados te meten de lleno en la historia, mientras que la iluminación fría y los colores apagados refuerzan esa sensación de asfixia que recorre toda la trama. No hay música que te diga cómo sentirte, ni efectos innecesarios. Todo es tan real que a veces te olvidas de que estás viendo una película.
Lo mejor: La valentía con la que la película aborda el fanatismo religioso sin caer en clichés o mensajes simplistas. Las actuaciones, especialmente la de Amal, que te dejan con la piel de gallina.
Lo peor: Es una película que no da descanso. Su crudeza y falta de concesiones pueden resultar abrumadoras para algunos. Además, deja poco espacio para la esperanza, lo que puede hacer que te sientas triste y desolado al terminar de verla.
En definitiva, No es una película para ver en un día cualquiera. Es incómoda, dura y, sobre todo, necesaria. Te obliga a reflexionar sobre temas que muchos preferirían ignorar, como la libertad de expresión, el fanatismo y el papel que cada uno de nosotros juega en esta lucha. No es una película para pasar el rato, pero si te atreves a verla, te aseguro que no la olvidarás fácilmente..
El director, Jawad Rhalib, no tiene miedo de mostrar la realidad tal como es: cruda, incómoda y, en ocasiones, desgarradora. A través de la historia de Amal, una profesora interpretada de manera magistral por Lubna Azabal, la película nos habla de la lucha por la libertad de pensamiento en un entorno donde los dogmas extremos intentan imponerse. Amal es un personaje que inspira y duele a partes iguales. Su valentía para enfrentarse a un sistema de enseñanza que parece querer silenciarla es admirable, pero también te hace preguntarte cuántas personas en la vida real tienen la fuerza para hacer lo mismo.
Lo que más me impactó de la película es cómo aborda el tema del fanatismo y sus consecuencias. No se limita a mostrar el conflicto entre la profesora y sus alumnos, sino que va más allá. Explora cómo las redes sociales se han convertido en herramientas de acoso y manipulación, cómo el miedo puede paralizar incluso a los más fuertes, y cómo el silencio de quienes podrían actuar termina alimentando la intolerancia y el odio.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los pilares de la película. Lubna Azabal está simplemente brillante. Su mirada transmite una mezcla de rabia, dolor y determinación que te deja sin aliento. En cada escena, parece que está cargando con el peso del mundo sobre sus hombros, y eso se siente. Kenza Benbouchta, quien interpreta a Monia, una estudiante víctima de acoso por su orientación sexual, también merece una mención especial. Su interpretación es tan real que duele verla en pantalla.
En cuanto al aspecto técnico, la película opta por un estilo sobrio y casi documental. La cámara en mano y los planos cerrados te meten de lleno en la historia, mientras que la iluminación fría y los colores apagados refuerzan esa sensación de asfixia que recorre toda la trama. No hay música que te diga cómo sentirte, ni efectos innecesarios. Todo es tan real que a veces te olvidas de que estás viendo una película.
Lo mejor: La valentía con la que la película aborda el fanatismo religioso sin caer en clichés o mensajes simplistas. Las actuaciones, especialmente la de Amal, que te dejan con la piel de gallina.
Lo peor: Es una película que no da descanso. Su crudeza y falta de concesiones pueden resultar abrumadoras para algunos. Además, deja poco espacio para la esperanza, lo que puede hacer que te sientas triste y desolado al terminar de verla.
En definitiva, No es una película para ver en un día cualquiera. Es incómoda, dura y, sobre todo, necesaria. Te obliga a reflexionar sobre temas que muchos preferirían ignorar, como la libertad de expresión, el fanatismo y el papel que cada uno de nosotros juega en esta lucha. No es una película para pasar el rato, pero si te atreves a verla, te aseguro que no la olvidarás fácilmente..
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