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Críticas ordenadas por utilidad
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7,6
118.657
10
28 de febrero de 2011
28 de febrero de 2011
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta frase resume, en un final digno de una joya del cine, lo que es esta película.
De nuevo, el maestro Aronofsky nos pasea por el lado oscuro, esta vez por los caminos intrincados de la obsesión. Es imposible permanecer impasible a la transformación del cisne blanco y virginal en un bellísimo y destructor cisne negro. Un cisne que refleja la obsesión por el autocontrol, la obsesión por la belleza, la obsesión por la perfección. Una obsesión que acaba destruyendo, que aleja de la realidad, pero que a la vez sublima. Una locura envuelta en algodones y arropada por una madre frustrada que vuelca en su hija su deseo de juventud hasta enfermarla. Un sueño de perfección enfermizo que se ceba en una frágil bailarina que llegará hasta el límite para conseguirlo.
Y qué no decir de Natalie Portman. Ella es un perfecto cisne blanco, pero es a la vez, tal como exige el coreógrafo y director, un inmenso cisne negro. Una grandísima interpretación, con momentos increíbles, que la hacen merecedora, sin rival posible, del Oscar de este año. Como en el ballet, ella es la primera figura y ella es la que levanta al patio de butacas, junto con el director, que inventa una coreografía valiente y arrebatadora, hecha a la medida de un cisne bicolor magistralmente interpretado.
Un final impresionante, desgarrador, demoledor, devastador y visualmente precioso que mantendrá al respetable sentado en las butacas hasta que se enciendan las luces, esta vez de estupefacción, de incapacidad absoluta de movimiento después del impacto. El final del “Lago de los cisnes” resuena aún en mi cabeza y probablemente resonará en las vuestras durante días después de ver la película.
Me quito el sombrero ante este director y su acierto con el guión y con el reparto. Una película de 10 como pocas. Y es que señores, la perfección existe.
De nuevo, el maestro Aronofsky nos pasea por el lado oscuro, esta vez por los caminos intrincados de la obsesión. Es imposible permanecer impasible a la transformación del cisne blanco y virginal en un bellísimo y destructor cisne negro. Un cisne que refleja la obsesión por el autocontrol, la obsesión por la belleza, la obsesión por la perfección. Una obsesión que acaba destruyendo, que aleja de la realidad, pero que a la vez sublima. Una locura envuelta en algodones y arropada por una madre frustrada que vuelca en su hija su deseo de juventud hasta enfermarla. Un sueño de perfección enfermizo que se ceba en una frágil bailarina que llegará hasta el límite para conseguirlo.
Y qué no decir de Natalie Portman. Ella es un perfecto cisne blanco, pero es a la vez, tal como exige el coreógrafo y director, un inmenso cisne negro. Una grandísima interpretación, con momentos increíbles, que la hacen merecedora, sin rival posible, del Oscar de este año. Como en el ballet, ella es la primera figura y ella es la que levanta al patio de butacas, junto con el director, que inventa una coreografía valiente y arrebatadora, hecha a la medida de un cisne bicolor magistralmente interpretado.
Un final impresionante, desgarrador, demoledor, devastador y visualmente precioso que mantendrá al respetable sentado en las butacas hasta que se enciendan las luces, esta vez de estupefacción, de incapacidad absoluta de movimiento después del impacto. El final del “Lago de los cisnes” resuena aún en mi cabeza y probablemente resonará en las vuestras durante días después de ver la película.
Me quito el sombrero ante este director y su acierto con el guión y con el reparto. Una película de 10 como pocas. Y es que señores, la perfección existe.

7,4
33.183
2
23 de diciembre de 2012
23 de diciembre de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empezaré diciendo que me acuerdo de poco de lo que pasa en esta película. Así pues, al más puro estilo Lynch, vamos a pasar absolutamente del argumento (entre otras cosas porque tampoco sé muy bien si lo hay) y vamos a hablar de sensaciones y sentimientos.
Corría el año 97, y yo era una adolescente que no sabía nada de David Lynch más que que había dirigido un capítulo de Twin Peaks y suya era también la idea original. Todo el mundo había visto Twin Peaks (menos yo) y a todo el mundo le gustó, así que me fui al cine dispuesta a descubrir al genio.
Descubrir, no descubrí nada, y de hecho de la película sólo recuerdo que Bill Pullman a ratos no era Bill Pullman, pero ojo, era la misma persona con otra cara y otro nombre, cuestión que desencadena una serie de hechos que tampoco fui capaz de poner en claro.
Primera sensación: confusión. Es la primera vez que en un cine veo que nadie (absolutamente NADIE) se levanta de la butaca hasta que no se encienden las luces. Casi nos tuvieron que echar. Y es que todos esperábamos:
a) Una explicación
b) Que saliera en pantalla el director diciendo que aquello era un experimento sociológico.
Total, que sumida en un trance de duda y desconcierto, me encuentro en el lavabo a una señora que me dice: "Nena, ¿tú has entendido algo?"
A lo cual contesto "pues mire, no".
"¡Ay nena, no sabes la alegría que me das, que ya pensaba que no había entendido nada porque soy demasiado mayor para esto". A día de hoy aún pienso que esta señora era una aparición creada por mi subconsciente para no sentirme tan lela.
Así pues aquel día aprendí dos cosas:
- que hay cine que sólo puede verse bajo el efecto de las drogas
- que nunca se es lo suficientemente joven para afrontar una película de Lynch cuando sabes lo que te espera.
Como no consumo sustancias estupefacientes y nunca podré ser más joven de lo que soy ahora, más me vale que no vea nada más hecho por este individuo.
Y si hay algún "Lynchadicto" en la sala, que hable ahora o calle para siempre.
Corría el año 97, y yo era una adolescente que no sabía nada de David Lynch más que que había dirigido un capítulo de Twin Peaks y suya era también la idea original. Todo el mundo había visto Twin Peaks (menos yo) y a todo el mundo le gustó, así que me fui al cine dispuesta a descubrir al genio.
Descubrir, no descubrí nada, y de hecho de la película sólo recuerdo que Bill Pullman a ratos no era Bill Pullman, pero ojo, era la misma persona con otra cara y otro nombre, cuestión que desencadena una serie de hechos que tampoco fui capaz de poner en claro.
Primera sensación: confusión. Es la primera vez que en un cine veo que nadie (absolutamente NADIE) se levanta de la butaca hasta que no se encienden las luces. Casi nos tuvieron que echar. Y es que todos esperábamos:
a) Una explicación
b) Que saliera en pantalla el director diciendo que aquello era un experimento sociológico.
Total, que sumida en un trance de duda y desconcierto, me encuentro en el lavabo a una señora que me dice: "Nena, ¿tú has entendido algo?"
A lo cual contesto "pues mire, no".
"¡Ay nena, no sabes la alegría que me das, que ya pensaba que no había entendido nada porque soy demasiado mayor para esto". A día de hoy aún pienso que esta señora era una aparición creada por mi subconsciente para no sentirme tan lela.
Así pues aquel día aprendí dos cosas:
- que hay cine que sólo puede verse bajo el efecto de las drogas
- que nunca se es lo suficientemente joven para afrontar una película de Lynch cuando sabes lo que te espera.
Como no consumo sustancias estupefacientes y nunca podré ser más joven de lo que soy ahora, más me vale que no vea nada más hecho por este individuo.
Y si hay algún "Lynchadicto" en la sala, que hable ahora o calle para siempre.

8,3
178.400
9
23 de diciembre de 2012
23 de diciembre de 2012
Sé el primero en valorar esta crítica
En este trabajo Fincher muestra su maestría: el tempo de la acción, las escenas de los crímenes, la evolución de los personajes,… Todo forma parte de un puzzle casi perfecto que te mantiene alerta hasta el último minuto.
Su reparto también es digno de mención: un Morgan Freeman excelente (as usual), un Kevin Spacey profundamente perturbado, perturbador y desasosegante, que recibió varios premios por este papel, e incluso una sufridora y correctísima Gwineth Paltrow que redondean una historia excelente. En este conjunto me falló un pelín Brad Pitt, no porque lo haga mal del todo (ni bien ni mal, en su línea), pero no puedo dejar de pensar que este papel en manos de Edward Norton hubiera sido bestial.
Finalmente lo más importante: la historia. El guión es de lo mejorcito del cine de los últimos años. Es despiadado, oscuro, cruel, brillante y redondo. La idea de un asesino psicópata no es nueva, por supuesto, pero el mosaico que éste en concreto intenta construir es, cuanto menos, original.
Con esta historia grabareis a fuego en vuestra imaginación los siete pecados capitales, que no podréis dejar de asociar con la imagen de su crimen correspondiente, por tiempo que pase, pero os aseguro que, sobretodo, no olvidaréis nunca la envidia y la ira.
Su reparto también es digno de mención: un Morgan Freeman excelente (as usual), un Kevin Spacey profundamente perturbado, perturbador y desasosegante, que recibió varios premios por este papel, e incluso una sufridora y correctísima Gwineth Paltrow que redondean una historia excelente. En este conjunto me falló un pelín Brad Pitt, no porque lo haga mal del todo (ni bien ni mal, en su línea), pero no puedo dejar de pensar que este papel en manos de Edward Norton hubiera sido bestial.
Finalmente lo más importante: la historia. El guión es de lo mejorcito del cine de los últimos años. Es despiadado, oscuro, cruel, brillante y redondo. La idea de un asesino psicópata no es nueva, por supuesto, pero el mosaico que éste en concreto intenta construir es, cuanto menos, original.
Con esta historia grabareis a fuego en vuestra imaginación los siete pecados capitales, que no podréis dejar de asociar con la imagen de su crimen correspondiente, por tiempo que pase, pero os aseguro que, sobretodo, no olvidaréis nunca la envidia y la ira.
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