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Críticas ordenadas por utilidad
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10
5 de septiembre de 2015
5 de septiembre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El pasado jueves 19 de enero de 2013 se estrenó la decimotercera edición de “Gran Hermano” en el canal español de televisión privada “Tele 5”. Para los que no hayáis oído hablar nunca de este programa, hecho más que sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que se ha editado en más de 70 países, deciros que el formato consiste en grabar a una serie de participantes, totalmente aislados , 24 horas al día, durante unos tres meses aproximadamente. Los concursantes deben superar las expulsiones que la audiencia decide periódicamente, hasta conseguir el premio final. Así pues la convivencia (supervivencia en muchas ocasiones) entre seres humanos es el eje principal de esta emisión, la cual fue difundida por primera vez en los Países Bajos en 1999.
Pero el germen de “Gran Hermano” no es la novela “1984” escrita por George Orwell en 1949, la cual incluye los conceptos de omnipresencia y vigilancia continuada, aunque sí sirvió de principal inspiración para los padres del programa televisivo. El verdadero origen del “Big Brother” se sitúa mucho más allá, casi en el año 1930. Entonces un joven soviético llamado Denís Abramovich Kaufman, más conocido como Dziga Vertov, experimentaba con su primitiva cámara cinematográfica. Durante los años 20 rodó varias películas donde investigaba las técnicas de montaje, sin tener en cuenta la continuidad lógica correspondiente a la literatura. Su objetivo era causar un gran impacto en los espectadores, y ya en aquella época fue capaz de registrar imágenes con cámara oculta y sin ningún tipo de permiso. Fue en el año 1929 cuando crea su obra maestra, “El hombre con la cámara”, un documental futurista que establece las bases de su teoría del “cine-ojo”, el teleobjetivo que todo lo ve.
Podemos calificar a Dziga Vertov como un hombre adelantado a su tiempo. “El hombre con la cámara” es una obra moderna, competente en nuestra era. En el aspecto argumental, la realización es un retrato de la sociedad rusa de los años 20. Esta nación, que últimamente visita en un número elevado nuestro país, era ya cuantiosamente vanguardista en aquel periodo, sobre todo en comparación con la España prefranquista. Vemos un país muy industrializado y desarrollado, tanto técnica como culturalmente. Sorprende como los rusos ya se preocupaban por su imagen física: cosmética, deporte y gimnasios ya hacían parte de sus actividades. Claro que entre tanto trabajo y ocio, aparecieron las diferencias sociales de la segunda revolución industrial: sólo una pequeña parte de la población podía permitirse esos lujos. El documental también introduce el concepto de combinación entre diferentes tramas: por una parte las peculiaridades de la Rusia de principios de siglo, y de otra el relato de un operador de cámara. El arte porque sí no tiene sentido: en aquellos momentos la ficción cinematográfica se encuentra en pleno desarrollo.
El apartado técnico destaca por muchos elementos, tantos que es difícil saber por dónde empezar. Máquinas, vapor, carbón y trabajo, mucho trabajo. Son los inicios del capitalismo, trabajar para vivir, vivir para trabajar. El conjunto de las imágenes son mostradas con tomas muy cortas. Es una circunstancia más que inusual ya que en ese período no se ejecutaban planes de uno o dos segundos de duración. El resultado es una sucesión rapidísima de imágenes adaptadas a diferentes bandas sonoras, ya que la obra original era totalmente muda, y se acompañaba con actuaciones de música en vivo dentro de los teatros. Como si de un videoclip del siglo XXI se tratara, el sonido y la imagen convivían en perfecta sintonía. Unido a un excelente montaje, visionamos alguna cámara lenta, rebobinados, impresiones entre diferentes planos, y lo más sensacional: Dziga Vertov ya hacía uso del stop motion: visualizamos una cámara anexada a su trípode moviéndose como por arte de magia. Todo acompañado de una belleza desbordante en la imagen y en el encuadre. Sublime.
Somos testigos de una fase esencial en la historia del cine. El operador de cámara se juega la vida para conseguir sus imágenes. Encima de un tren, de una motocicleta, en un tejado, por tierra a pocos centímetros de automóviles… Localizamos una de las mejores escenas al divisar dos coches circulando en paralelo. En el primer vehículo un conductor acompañado de unas mujeres. En el otro un nuevo chofer, esta vez acompañado de “el hombre con la cámara”: ¡estamos ante uno de los primeros trávellings de la historia del cine! ¡En pleno exterior! Digno de los mejores directores de la generación de la tan revolucionaria Nouvelle Vague. Es también una de las primeras veces que se juega con la cámara objetiva y subjetiva. Es la razón de ser del documental. La cámara en comparación con el ojo humano. Planes que simulan la visión del ojo, juegos de miradas, planos contraplanos… Pero también objetos que simulan el propio ojo, como unas persianas, y como no, el objetivo de la cámara: el ojo que todo lo ve. Es realmente impactante ver cómo en el año 1929 surgía la semilla de lo que hoy es uno de los programas más vistos en todo el planeta: “Gran Hermano”. Dziga Vertov fue nuestro primer Big Brother.
Pero el germen de “Gran Hermano” no es la novela “1984” escrita por George Orwell en 1949, la cual incluye los conceptos de omnipresencia y vigilancia continuada, aunque sí sirvió de principal inspiración para los padres del programa televisivo. El verdadero origen del “Big Brother” se sitúa mucho más allá, casi en el año 1930. Entonces un joven soviético llamado Denís Abramovich Kaufman, más conocido como Dziga Vertov, experimentaba con su primitiva cámara cinematográfica. Durante los años 20 rodó varias películas donde investigaba las técnicas de montaje, sin tener en cuenta la continuidad lógica correspondiente a la literatura. Su objetivo era causar un gran impacto en los espectadores, y ya en aquella época fue capaz de registrar imágenes con cámara oculta y sin ningún tipo de permiso. Fue en el año 1929 cuando crea su obra maestra, “El hombre con la cámara”, un documental futurista que establece las bases de su teoría del “cine-ojo”, el teleobjetivo que todo lo ve.
Podemos calificar a Dziga Vertov como un hombre adelantado a su tiempo. “El hombre con la cámara” es una obra moderna, competente en nuestra era. En el aspecto argumental, la realización es un retrato de la sociedad rusa de los años 20. Esta nación, que últimamente visita en un número elevado nuestro país, era ya cuantiosamente vanguardista en aquel periodo, sobre todo en comparación con la España prefranquista. Vemos un país muy industrializado y desarrollado, tanto técnica como culturalmente. Sorprende como los rusos ya se preocupaban por su imagen física: cosmética, deporte y gimnasios ya hacían parte de sus actividades. Claro que entre tanto trabajo y ocio, aparecieron las diferencias sociales de la segunda revolución industrial: sólo una pequeña parte de la población podía permitirse esos lujos. El documental también introduce el concepto de combinación entre diferentes tramas: por una parte las peculiaridades de la Rusia de principios de siglo, y de otra el relato de un operador de cámara. El arte porque sí no tiene sentido: en aquellos momentos la ficción cinematográfica se encuentra en pleno desarrollo.
El apartado técnico destaca por muchos elementos, tantos que es difícil saber por dónde empezar. Máquinas, vapor, carbón y trabajo, mucho trabajo. Son los inicios del capitalismo, trabajar para vivir, vivir para trabajar. El conjunto de las imágenes son mostradas con tomas muy cortas. Es una circunstancia más que inusual ya que en ese período no se ejecutaban planes de uno o dos segundos de duración. El resultado es una sucesión rapidísima de imágenes adaptadas a diferentes bandas sonoras, ya que la obra original era totalmente muda, y se acompañaba con actuaciones de música en vivo dentro de los teatros. Como si de un videoclip del siglo XXI se tratara, el sonido y la imagen convivían en perfecta sintonía. Unido a un excelente montaje, visionamos alguna cámara lenta, rebobinados, impresiones entre diferentes planos, y lo más sensacional: Dziga Vertov ya hacía uso del stop motion: visualizamos una cámara anexada a su trípode moviéndose como por arte de magia. Todo acompañado de una belleza desbordante en la imagen y en el encuadre. Sublime.
Somos testigos de una fase esencial en la historia del cine. El operador de cámara se juega la vida para conseguir sus imágenes. Encima de un tren, de una motocicleta, en un tejado, por tierra a pocos centímetros de automóviles… Localizamos una de las mejores escenas al divisar dos coches circulando en paralelo. En el primer vehículo un conductor acompañado de unas mujeres. En el otro un nuevo chofer, esta vez acompañado de “el hombre con la cámara”: ¡estamos ante uno de los primeros trávellings de la historia del cine! ¡En pleno exterior! Digno de los mejores directores de la generación de la tan revolucionaria Nouvelle Vague. Es también una de las primeras veces que se juega con la cámara objetiva y subjetiva. Es la razón de ser del documental. La cámara en comparación con el ojo humano. Planes que simulan la visión del ojo, juegos de miradas, planos contraplanos… Pero también objetos que simulan el propio ojo, como unas persianas, y como no, el objetivo de la cámara: el ojo que todo lo ve. Es realmente impactante ver cómo en el año 1929 surgía la semilla de lo que hoy es uno de los programas más vistos en todo el planeta: “Gran Hermano”. Dziga Vertov fue nuestro primer Big Brother.
13 de febrero de 2016
13 de febrero de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entretenimiento emocional puro y duro.
Disfrute máximo es lo que he sentido viendo Creed, dirigida por Ryan Coger, y es que la película es una más que digna sucesora de Rocky, la cual se estrenó ni más ni menos que en 1976, es decir hace 40 años. La edad no perdona, si no que se lo digan a Silvestre Stallone, que a pesar de luchar contra el paso del tiempo a base de botox, esteroides y vete tú a saber que más, ya no puede esconder que es un veterano actor de rostro deformado. Pero ya quisieran muchos tener su físico, más aún a su edad, y es que aunque tenga la cara hinchada, sin camiseta logra infundar respeto unánime, ya que los músculos no se mantienen solamente pinchándote, hay que machacarlos. Por otro lado, estamos ante uno de sus mejores papeles, más maduro, más reflexivo, más íntimo y personal, consciente de que la vida tiene un final, y que hay que existir haciendo aquello que a uno más le gusta. Dicho esto no sé hasta que punto la actuación es meritoria de un premio de la categoría de un Globo de Oro pero qué coño, se lo merece por todo lo que nos ha hecho disfrutar durante toda su vida, aún habiendo dado pena en algunas ocasiones.
Pero Rocky aquí no es el protagonista, no, lo es Adonis Creed, hijo del fallecido y gran Apolo Creed, el cual quiere seguir los pasos de su padre. El problema es que nadie le quiere entrenar y quien mejor que Balboa para hacerlo. Todo indicaba que las negociaciones serían muy duras y que Rocky se haría de rogar con la historia esa de que ya está retirado y tal y cual pero no, le cuesta más bien poco, y se agradece ya que de esta manera la película avanza a un ritmo apropiado. No nos interesan las alabanzas si no los guantazos. El actor que encarna el personaje es Michael B. Jordan que apareció en 2014 en Los Cuatro Fantásticos, pero que es más conocido en la pequeña pantalla gracias sobretodo por su papel en The Wire cuando era un pequeño traficante de drogas.
Los demás personajes están también a un gran nivel pero, siempre suele haber un pero, el malo de la película, el antagonista, Ricky “el guapo” Conlan (menudo apodo de pardillo), aquel que desearías que besase la lona como el que más, es un absoluto fiasco. Primero por tener muy poca presencia en el film, y es que únicamente toma cierto protagonismo en el último tercio de la película, y es mucho decir. Y segundo por tener el físico más flácido de toda la historia cinematográfica del boxeo. Creo que no hace falta recordar los cuerpos atléticos y estilizados de los citados Rocky y Apolo, pero no digamos también Clubber Lang, interpretado por Mr. T o lo que es lo mismo, el M.A. del Equipo A, o incluso el terrible ruso Iván Drago (Dolph Lundgren). La fuerte personalidad de estos contrincantes de Rocky, sus aires de superioridad y su mezquindad hacían que los odiases, y te enfurecías con ellos como el propio Balboa. Cuando ves al guapito de Conlan la sensación que tienes es que tú mismo puedes subir al cuadrilátero y hostiarlo sin problemas. Con los rivales anteriormente citados sabías que o subía Rocky al ring o poco o nada se podía hacer. Así que Conlan deja de comer morcilla y dale duro a la comba o sube las famosas escaleras de Filadelfia que tantas veces se pateó Rocky Balboa.
Dicho esto la película me pareció una exaltación de jolgorio y diversión. Cierto es que la trama juega al sentimentalismo simple y elemental, siempre eficaz a los ojos del espectador. El film es lo que es y no pretende ser la historia más profunda del cine, únicamente hacernos pasar un buen rato ante la pantalla, y lo consigue. La motivación siempre ha sido el rasgo característico de la saga de Rocky, una motivación que te recorría todo el cuerpo y que incitaba a ponerte el chándal, coger el walkman con su banda sonora y patearte las calles de tu ciudad con la mirada del tigre. En esta entrega se echan en falta esas melodías tan inspiradoras aunque consigue, a bastante más distancia, estimular tu vena más deportiva pero enfocada más a dar mamporros a diestro y siniestro antes que darle al running. Esto se debe sobretodo al espectacular plano secuencia de uno de los combates, una jodida obra maestra fotográfica, y que no se utiliza para vacilar de la gran capacidad del director de fotografía, si no que tiene un sentido para dotar la escena de una tensión extraordinaria, persistente y que te pone en la piel del luchador, de su soledad ante el contrincante, de su afán por acabar con él. No será el único plano secuencia, pero sí el mejor, aunque la película goza de un nivel técnico altísimo. Los combates son sencillamente espectaculares, un toma y daca al límite que realza un deporte legendario y que se ve muy perjudicado, si lo comparamos con la puesta en escena cinematográfica, cuando lo que vemos es un combate real, dónde los golpes brillan por su ausencia. Tendríamos que remontarnos a tiempos del brutal e irrepetible Mike Tyson para ver algo similar. Así que si lo que quieren es verdadero espectáculo vean Creed, la Leyenda de Rocky, y como diría el propio Balboa, “si sabes lo que vales, ve y consigue lo que mereces, pero tendrás que aguantar los golpes”.
https://afidavit.wordpress.com/2016/02/05/creed-la-leyenda-de-rocky/
Disfrute máximo es lo que he sentido viendo Creed, dirigida por Ryan Coger, y es que la película es una más que digna sucesora de Rocky, la cual se estrenó ni más ni menos que en 1976, es decir hace 40 años. La edad no perdona, si no que se lo digan a Silvestre Stallone, que a pesar de luchar contra el paso del tiempo a base de botox, esteroides y vete tú a saber que más, ya no puede esconder que es un veterano actor de rostro deformado. Pero ya quisieran muchos tener su físico, más aún a su edad, y es que aunque tenga la cara hinchada, sin camiseta logra infundar respeto unánime, ya que los músculos no se mantienen solamente pinchándote, hay que machacarlos. Por otro lado, estamos ante uno de sus mejores papeles, más maduro, más reflexivo, más íntimo y personal, consciente de que la vida tiene un final, y que hay que existir haciendo aquello que a uno más le gusta. Dicho esto no sé hasta que punto la actuación es meritoria de un premio de la categoría de un Globo de Oro pero qué coño, se lo merece por todo lo que nos ha hecho disfrutar durante toda su vida, aún habiendo dado pena en algunas ocasiones.
Pero Rocky aquí no es el protagonista, no, lo es Adonis Creed, hijo del fallecido y gran Apolo Creed, el cual quiere seguir los pasos de su padre. El problema es que nadie le quiere entrenar y quien mejor que Balboa para hacerlo. Todo indicaba que las negociaciones serían muy duras y que Rocky se haría de rogar con la historia esa de que ya está retirado y tal y cual pero no, le cuesta más bien poco, y se agradece ya que de esta manera la película avanza a un ritmo apropiado. No nos interesan las alabanzas si no los guantazos. El actor que encarna el personaje es Michael B. Jordan que apareció en 2014 en Los Cuatro Fantásticos, pero que es más conocido en la pequeña pantalla gracias sobretodo por su papel en The Wire cuando era un pequeño traficante de drogas.
Los demás personajes están también a un gran nivel pero, siempre suele haber un pero, el malo de la película, el antagonista, Ricky “el guapo” Conlan (menudo apodo de pardillo), aquel que desearías que besase la lona como el que más, es un absoluto fiasco. Primero por tener muy poca presencia en el film, y es que únicamente toma cierto protagonismo en el último tercio de la película, y es mucho decir. Y segundo por tener el físico más flácido de toda la historia cinematográfica del boxeo. Creo que no hace falta recordar los cuerpos atléticos y estilizados de los citados Rocky y Apolo, pero no digamos también Clubber Lang, interpretado por Mr. T o lo que es lo mismo, el M.A. del Equipo A, o incluso el terrible ruso Iván Drago (Dolph Lundgren). La fuerte personalidad de estos contrincantes de Rocky, sus aires de superioridad y su mezquindad hacían que los odiases, y te enfurecías con ellos como el propio Balboa. Cuando ves al guapito de Conlan la sensación que tienes es que tú mismo puedes subir al cuadrilátero y hostiarlo sin problemas. Con los rivales anteriormente citados sabías que o subía Rocky al ring o poco o nada se podía hacer. Así que Conlan deja de comer morcilla y dale duro a la comba o sube las famosas escaleras de Filadelfia que tantas veces se pateó Rocky Balboa.
Dicho esto la película me pareció una exaltación de jolgorio y diversión. Cierto es que la trama juega al sentimentalismo simple y elemental, siempre eficaz a los ojos del espectador. El film es lo que es y no pretende ser la historia más profunda del cine, únicamente hacernos pasar un buen rato ante la pantalla, y lo consigue. La motivación siempre ha sido el rasgo característico de la saga de Rocky, una motivación que te recorría todo el cuerpo y que incitaba a ponerte el chándal, coger el walkman con su banda sonora y patearte las calles de tu ciudad con la mirada del tigre. En esta entrega se echan en falta esas melodías tan inspiradoras aunque consigue, a bastante más distancia, estimular tu vena más deportiva pero enfocada más a dar mamporros a diestro y siniestro antes que darle al running. Esto se debe sobretodo al espectacular plano secuencia de uno de los combates, una jodida obra maestra fotográfica, y que no se utiliza para vacilar de la gran capacidad del director de fotografía, si no que tiene un sentido para dotar la escena de una tensión extraordinaria, persistente y que te pone en la piel del luchador, de su soledad ante el contrincante, de su afán por acabar con él. No será el único plano secuencia, pero sí el mejor, aunque la película goza de un nivel técnico altísimo. Los combates son sencillamente espectaculares, un toma y daca al límite que realza un deporte legendario y que se ve muy perjudicado, si lo comparamos con la puesta en escena cinematográfica, cuando lo que vemos es un combate real, dónde los golpes brillan por su ausencia. Tendríamos que remontarnos a tiempos del brutal e irrepetible Mike Tyson para ver algo similar. Así que si lo que quieren es verdadero espectáculo vean Creed, la Leyenda de Rocky, y como diría el propio Balboa, “si sabes lo que vales, ve y consigue lo que mereces, pero tendrás que aguantar los golpes”.
https://afidavit.wordpress.com/2016/02/05/creed-la-leyenda-de-rocky/
9
21 de febrero de 2016
21 de febrero de 2016
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Película dirigida por el mejicano Alejandro González Iñárritu, y basada en la historia real de Hugh Glass, famoso trampero recordado por muchas hazañas pero sobretodo por sobrevivir al ataque de una osa grizzly mientras caminaba solo cerca del Río Missouri. Pero no solamente sobrevivió al ataque de la osa si no que consiguió acabar con ella con un simple cuchillo ya que según parece el dichoso animal le despojó de su valiosa escopeta cuando más la necesitaba. Al parecer Glass quedó hecho una auténtica desgracia con varios huesos rotos, despellejado, y con incluso algún miembro a la vista de cualquiera. Pensando en el tamaño de esos osos todo indica que el explorador tuvo mucha suerte de que no le arrancase la cabeza de cuajo aunque en este tipo de leyendas en ocasiones la historia toma una magnitud incierta y maquillada hasta el punto de confundirse realidad con imaginación colectiva. Quizás la osa acababa de salir de su hibernación y estaba adormilada, quizás fuera una cría, o incluso puede que sea del todo cierto y el tal Glass fuese realmente uno de esos tipos que parecen indestructibles. Después de esto el grupo que acompañaba a Hugh Glass decidió que lo mejor para todos era dejarlo a su suerte ya que no podían seguir el camino cargándolo por esas ladeadas montañas. Eso sí, asignaron dos personas para custodiarlo hasta su muerte y darle una sepultura digna. El problema fue que pasaron 3 días y el jodido todavía estaba vivo. La tumba llevaba tiempo hecha pero parecía que su destinatario no estaba por la labor de iniciar el viaje al más allá. La cosa empeoró cuando un grupo de indios se aproximaba y los dos custodios se acojonaron y decidieron enterrar vivo al casi muerto. Bueno enterrar… le echaron por encima un poco de tierra, unas ramas y la piel de la osa que mató, y salieron por patas. Graso error. Al final resultó que Glass no murió, sobrevivió a sus heridas y a las inclemencias del lugar, se recuperó y sólo tenía una cosa en mente: venganza. Y no paró hasta obtenerla.
Leonardo DiCaprio es el encargado de interpretar al explorador Hugh Glass. La corriente periodística se ha encargado de anunciar a los cuatro vientos que DiCaprio merece por fin ganar el Oscar, que si no lo gana con esta actuación no lo ganará nunca, y tengo que decir… ¡que sí! ¡Que es sublime! ¡Acojonante! Sencillamente grandiosa e insuperable. El actor consigue dotar de un realismo absoluto al personaje, y logra transmitir al espectador todos sus sentimientos, desde la más absoluta desesperación hasta el más profundo odio de su desertor, John Fitzegerald, otro explorador interpretado en este caso por otro actor de moda, Tom Hardy, el cual no se queda corto y realiza también una actuación abrumadora. Su personaje es un tipo frío, calculador y mezquino, movido únicamente por el dinero y al que no le importará absolutamente nada dejar abandonado al que era su compañero de faenas. Juntar a estos dos actorazos es sinónimo de éxito. Ya trabajaron juntos en Origen (2010), extraordinaria película que siempre merece un reviosionado.
Pero volvamos a DiCaprio, a Hugh Glass y sus penurias. Más que renacido habría que llamarlo el inmortal. El tío las pasa canutas. No, peor que canutas. Cuando parece que la cosa no puede ir a peor, creedme, empeora. En algunas ocasiones los sucesos rozan lo sobrenatural. En otras sencillamente impera la supervivencia motivada por una obsesión: la insaciable vendetta. Pero no solamente Glass lo pasa mal, Leonardo DiCaprio debió de sufrir mucho durante el rodaje. Él y todo el equipo. Tuvieron que soportar el terrible frío de las montañas de Canadá, Estados Unidos y Argentina, lugares dónde se rodó la película, que se filmó, cronológicamente (algo muy extraño en cine), en ochenta largos días, con el único objetivo de conseguir una luz natural que dotase la cinta de una realidad pasmosa. Vamos, que Leonardo las pasó muy putas, como putas las pasaban aquellos exploradores dejados de la mano de dios, luchando por no morir de hambre, pero también por que los indios, los nativos de esas tierras, no les cortasen la cabellera por haber venido a joderles la vida.
El apartado técnico es una maravilla, unos efectos espectaculares y enormemente realistas, una fotografía prodigiosa, unos planos secuencia perfectos, enfocados a dotar las escenas de una naturalidad extraordinaria y una belleza sorprendente, aún cuando visionamos acciones duras y sangrientas como las que vivieron aquellos buscavidas. Es un trabajo monumental de la mano de Iñárritu y su director de fotografía, Emmanuel Lubezki, que ha trabajado en grandes películas, como por ejemplo Gravity o Birdman, la cual aprovecho para decir que me pareció un ejercicio fílmico sin sentido, con un importante mensaje, pero que sólo tenía como objetivo ver quién la tenía más grande demostrando que eran capaces de rodar una película en un solo plano secuencia, sin pensar en su utilidad y si era necesario hacerlo, aunque la crítica se la comió doblada y elevaron una película ordinaria al nivel de genialidad cuando en realidad era vulgar, pero este es otro tema. The Revenant es una obra maestra del cine, poesía hecha celuloide, con algún indeseado y sobrante exceso onírico que recuerda por momentos a Gladiator, pero que se digiere fácilmente por su precocidad pero también por el maravilloso conjunto de la obra. Orson Welles dijo que es imposible hacer una buena película sin una cámara que sea como un ojo en el corazón de un poeta. Así se filmó El Renacido.
https://afidavit.wordpress.com/2016/02/20/el-renacido-the-revenant/
Leonardo DiCaprio es el encargado de interpretar al explorador Hugh Glass. La corriente periodística se ha encargado de anunciar a los cuatro vientos que DiCaprio merece por fin ganar el Oscar, que si no lo gana con esta actuación no lo ganará nunca, y tengo que decir… ¡que sí! ¡Que es sublime! ¡Acojonante! Sencillamente grandiosa e insuperable. El actor consigue dotar de un realismo absoluto al personaje, y logra transmitir al espectador todos sus sentimientos, desde la más absoluta desesperación hasta el más profundo odio de su desertor, John Fitzegerald, otro explorador interpretado en este caso por otro actor de moda, Tom Hardy, el cual no se queda corto y realiza también una actuación abrumadora. Su personaje es un tipo frío, calculador y mezquino, movido únicamente por el dinero y al que no le importará absolutamente nada dejar abandonado al que era su compañero de faenas. Juntar a estos dos actorazos es sinónimo de éxito. Ya trabajaron juntos en Origen (2010), extraordinaria película que siempre merece un reviosionado.
Pero volvamos a DiCaprio, a Hugh Glass y sus penurias. Más que renacido habría que llamarlo el inmortal. El tío las pasa canutas. No, peor que canutas. Cuando parece que la cosa no puede ir a peor, creedme, empeora. En algunas ocasiones los sucesos rozan lo sobrenatural. En otras sencillamente impera la supervivencia motivada por una obsesión: la insaciable vendetta. Pero no solamente Glass lo pasa mal, Leonardo DiCaprio debió de sufrir mucho durante el rodaje. Él y todo el equipo. Tuvieron que soportar el terrible frío de las montañas de Canadá, Estados Unidos y Argentina, lugares dónde se rodó la película, que se filmó, cronológicamente (algo muy extraño en cine), en ochenta largos días, con el único objetivo de conseguir una luz natural que dotase la cinta de una realidad pasmosa. Vamos, que Leonardo las pasó muy putas, como putas las pasaban aquellos exploradores dejados de la mano de dios, luchando por no morir de hambre, pero también por que los indios, los nativos de esas tierras, no les cortasen la cabellera por haber venido a joderles la vida.
El apartado técnico es una maravilla, unos efectos espectaculares y enormemente realistas, una fotografía prodigiosa, unos planos secuencia perfectos, enfocados a dotar las escenas de una naturalidad extraordinaria y una belleza sorprendente, aún cuando visionamos acciones duras y sangrientas como las que vivieron aquellos buscavidas. Es un trabajo monumental de la mano de Iñárritu y su director de fotografía, Emmanuel Lubezki, que ha trabajado en grandes películas, como por ejemplo Gravity o Birdman, la cual aprovecho para decir que me pareció un ejercicio fílmico sin sentido, con un importante mensaje, pero que sólo tenía como objetivo ver quién la tenía más grande demostrando que eran capaces de rodar una película en un solo plano secuencia, sin pensar en su utilidad y si era necesario hacerlo, aunque la crítica se la comió doblada y elevaron una película ordinaria al nivel de genialidad cuando en realidad era vulgar, pero este es otro tema. The Revenant es una obra maestra del cine, poesía hecha celuloide, con algún indeseado y sobrante exceso onírico que recuerda por momentos a Gladiator, pero que se digiere fácilmente por su precocidad pero también por el maravilloso conjunto de la obra. Orson Welles dijo que es imposible hacer una buena película sin una cámara que sea como un ojo en el corazón de un poeta. Así se filmó El Renacido.
https://afidavit.wordpress.com/2016/02/20/el-renacido-the-revenant/
8
28 de octubre de 2016
28 de octubre de 2016
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un monstruo viene a verme es una película dura, con un transfondo cruel pero tristemente común. Se trata de la tercera película de Juan Antonio Bayona, quien desde su ópera prima, El orfanato (2007), ya dejó bien claro que lo suyo es hacer cine de calidad, jugando con los sentimientos más profundos del ser humano, apostando en muchas ocasiones por la lágrima fácil, fórmula que dicho sea de paso es muy efectiva para el público. Estamos ante una película que, olvidándonos de géneros y demás, consigue lo que deberían de intentar todos los directores: que el espectador se quede embobado ante la pantalla. El cine al fin y al cabo es eso, una herramienta para evadirnos de nuestra realidad cotidiana y sumergirnos en un universo de fantasía. El filme se basa en la novela del mismo nombre escrita por Patrick Ness, que también es autor del guión cinematográfico. Si hay algo que se le puede echar en cara a Bayona es que sus guiones no son de cosecha propia, pero mientras haga cine de calidad que más da.
Los personajes principales de la película están encarnados por una gran Felicity Jones (La teoría del todo, Inferno,…), en un papel muy difícil de interpretar, como una madre luchadora cuya única preocupación es el bienestar de su hijo. También podemos ver a la mismísima Sigourney Weaver, la abuela pelmaza que en el fondo también se preocupa por su nieto. Pero el broche de oro se lo lleva el protagonista, un inmenso Lewis MacDougall, un niño que rodó la película con 12 años y que se come literalmente la pantalla, dejando muy pequeñita a su lado a la protagonista de Alien, el octavo pasajero. La actuación de Weaver es penosa, no se si pasmada ante el brillo del churumbel, o bien debido a la edad, o simplemente porque lo suyo es repartir mamporros a diestro y siniestro, sobretodo a alienígenas cabreados, y el papel de abuelita se le hace cursi y ridículo. Lo cierto es que más vale obviar tal esperpento de una de las grandes actrices del cine, todo hay que decirlo, y centrarnos en el chaval, un crío que casi no ha recibido clases de interpretación, y que en su segunda película, después de haber participado en Pan (2015), ha dejado a la crítica boquiabierta. Desde algunos sectores se ha dicho que el joven está a la altura de los demás. No, no, no… El mozo les pega un repaso de arriba abajo. Las cosas claras. Estamos ante una gran promesa, pero bueno, promesas ha habido muchas, y en muchas ocasiones se han quedado simplemente en eso, promesas. Esperemos que no sea este el caso…
La nueva cinta de Bayona es un largometraje de trasfondo social que trata temas como las relaciones familiares, el amor materno filial, el acoso escolar, o las enfermedades. Todo desde una perspectiva fantástica, la de un niño maltratado por la dureza de la vida, muchas veces injusta con quien menos lo merece, pero siempre impasible incluso ante los ojos más tiernos. En estas situaciones, los más pequeños son los que mejor gestionan tal realidad, aún si los supuestamente adultos exigen otro tipo de comportamiento. El motivo no es otro que la gran capacidad infantil de no dejar nunca de creer, de tener esperanza, de imaginar un futuro mejor, en definitiva de soñar…
Y con los sueños vienen las pesadillas, y con éstas siempre hay algún monstruo detrás. En este caso, el engendro nace de un viejo árbol, de miles de años de vida, pero de buen carácter, y que lo único que necesita es ser escuchado. Requiere a alguien que quiera oír sus historias, que le preste atención, que simplemente le atienda ante la soledad impasible que acompaña la eternidad. Es un bicho bueno, que quiere hacerse el duro, pero que rápidamente se ve muy unido a su pequeño amigo. Todos al fin y al cabo necesitamos ser queridos, por muy ogro que seamos. Del miedo es fácil pasar a la comprensión, y de aquí al amor ya sólo hay un paso. La amistad es fundamental para el ser humano, para superar obstáculos, para, en definitiva, vivir. Lo que ahora se hace llamar bullying (que bien queda todo en inglés) se convierte en una verdadera pesadilla para el que lo sufre. El maltrato existe en las escuelas, en la calle, y también en el ámbito familiar. Pero como diría Claireece “Precious” Jones (Precious, 2009), “incluso el viaje más largo empieza con un sólo paso”.
https://afidavit.wordpress.com/2016/10/26/un-monstruo-viene-a-verme/
Los personajes principales de la película están encarnados por una gran Felicity Jones (La teoría del todo, Inferno,…), en un papel muy difícil de interpretar, como una madre luchadora cuya única preocupación es el bienestar de su hijo. También podemos ver a la mismísima Sigourney Weaver, la abuela pelmaza que en el fondo también se preocupa por su nieto. Pero el broche de oro se lo lleva el protagonista, un inmenso Lewis MacDougall, un niño que rodó la película con 12 años y que se come literalmente la pantalla, dejando muy pequeñita a su lado a la protagonista de Alien, el octavo pasajero. La actuación de Weaver es penosa, no se si pasmada ante el brillo del churumbel, o bien debido a la edad, o simplemente porque lo suyo es repartir mamporros a diestro y siniestro, sobretodo a alienígenas cabreados, y el papel de abuelita se le hace cursi y ridículo. Lo cierto es que más vale obviar tal esperpento de una de las grandes actrices del cine, todo hay que decirlo, y centrarnos en el chaval, un crío que casi no ha recibido clases de interpretación, y que en su segunda película, después de haber participado en Pan (2015), ha dejado a la crítica boquiabierta. Desde algunos sectores se ha dicho que el joven está a la altura de los demás. No, no, no… El mozo les pega un repaso de arriba abajo. Las cosas claras. Estamos ante una gran promesa, pero bueno, promesas ha habido muchas, y en muchas ocasiones se han quedado simplemente en eso, promesas. Esperemos que no sea este el caso…
La nueva cinta de Bayona es un largometraje de trasfondo social que trata temas como las relaciones familiares, el amor materno filial, el acoso escolar, o las enfermedades. Todo desde una perspectiva fantástica, la de un niño maltratado por la dureza de la vida, muchas veces injusta con quien menos lo merece, pero siempre impasible incluso ante los ojos más tiernos. En estas situaciones, los más pequeños son los que mejor gestionan tal realidad, aún si los supuestamente adultos exigen otro tipo de comportamiento. El motivo no es otro que la gran capacidad infantil de no dejar nunca de creer, de tener esperanza, de imaginar un futuro mejor, en definitiva de soñar…
Y con los sueños vienen las pesadillas, y con éstas siempre hay algún monstruo detrás. En este caso, el engendro nace de un viejo árbol, de miles de años de vida, pero de buen carácter, y que lo único que necesita es ser escuchado. Requiere a alguien que quiera oír sus historias, que le preste atención, que simplemente le atienda ante la soledad impasible que acompaña la eternidad. Es un bicho bueno, que quiere hacerse el duro, pero que rápidamente se ve muy unido a su pequeño amigo. Todos al fin y al cabo necesitamos ser queridos, por muy ogro que seamos. Del miedo es fácil pasar a la comprensión, y de aquí al amor ya sólo hay un paso. La amistad es fundamental para el ser humano, para superar obstáculos, para, en definitiva, vivir. Lo que ahora se hace llamar bullying (que bien queda todo en inglés) se convierte en una verdadera pesadilla para el que lo sufre. El maltrato existe en las escuelas, en la calle, y también en el ámbito familiar. Pero como diría Claireece “Precious” Jones (Precious, 2009), “incluso el viaje más largo empieza con un sólo paso”.
https://afidavit.wordpress.com/2016/10/26/un-monstruo-viene-a-verme/

6,4
14.765
7
25 de octubre de 2016
25 de octubre de 2016
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Juego de Armas es la novena película dirigida por Todd Phillips, un nombre que quizás no sea muy conocido, pero que suena más cuando se anuncia que es el director de la famosa saga Resacón en las Vegas. Su estilo cinematográfico es muy reconocible, con grandes momentos humorísticos, y un gran uso de la cámara lenta para resaltar escenas persuasivas al ojo del espectador, y no nos engañemos, con un resultado final estilístico muy convincente. La forma de rodar War Dogs, título original de la película, es muy fiel a sus anteriores obras, por lo que sus seguidores no quedarán defraudados en este sentido. Juego de Armas cuenta la historia real de dos paletos, Efraim Diveroli y David Packouz, uno más que otro, y ojo, de tontos no tienen un pelo, que se convirtieron en traficantes de armas, llegando incluso a vender un cargamento al mismísimo Pentágono por un valor de 300 millones de dólares. Ahí es nada. ¿Y como coño lo consiguieron? Pues sencillamente a través de un programa informático dónde el gobierno estadounidense se dedicaba a comprar armamento a quién le ofreciese la mejor ganga, fuese quien fuese, y viniese de donde viniese. Hubo un antes y un después con este sistema de compra al destaparse el caso de estos dos malotes, pero ya sabréis el motivo cuando veáis la película, porque sinceramente, vale la pena visualizarla. Entretenimiento puro y duro, ese que te hace desconectar de todo y penetrar totalmente en la historia que estás contemplando.
Los actores son viejos conocidos. Uno de ellos es Miles Teller, coprotagonista de la cinta, y recordado sobretodo por su papel en Whiplash, una película que merece una crítica en Afidávit, aún habiéndose estrenado en 2014, sobretodo por acoger a uno de los mayores cabrones que se recuerdan en la historia cinematográfica, el inflexible Terence Fletxer interpretado magistralmente por J. K. Simmons, el cual ganó el Oscar al mejor actor de reparto, pero eso ya es otra historia. Aquí Miles Teller está a un gran nivel también, con mucha menos exigencia que en Whiplash, pero obteniendo un buen sobresaliente. El otro coprotagonista, Jonah Hill, actor con un número importante de participaciones en muchas películas pero con papeles más bien secundarios, es quien se lleva la palma en Juego de Armas. Se come la pantalla literalmente, y no solo por su sobrepeso, si no porque encaja perfectamente con ese personaje chulo, grotesco, ambicioso, y capaz de todo por ganar unos cuantos de los grandes. Es el típico gordinflón que no se acobarda ante nada, y más cuando eres un gran entendido armamentístico, y vives en un país dónde puedes pasear como si fueras a darte un garbeo por la Guerra de Vietnam. Con dinero y armas de asalto pues todo es más fácil, claro está. Otro actor conocido es Bradley Cooper, recordado por muchas películas, pero es este caso, como no, por Resacón en las Vegas. En esta ocasión sus apariciones son breves y poco exigentes, pero juegan un papel fundamental en el desarrollo de la trama. Y finalmente Ana de Armas: la belleza personificada. Tan guapa ella, tan perfecta, que impregna de un importante aire de artificialidad la película con sus apariciones. Lo siento, pero no llego a creerme que una chica tan maravillosa físicamente esté metida en un ajo tan peliagudo como este. Y la verdad sea dicha, su actuación es más bien pobre. Quizás la escogiesen por su apellido, que va acorde con el título de la película, porque si no no lo entiendo… Bueno, que cada uno saque sus conclusiones. Piensa mal y acertarás.
En fin, quien vaya a ver Juego de Armas no saldrá defraudado del cine. Desconectará de todo, se reirá en muchas ocasiones, y al final, cuando realice que todo esto está basado en un jodido hecho real, querrá convertirse en un traficante de armas para ganar unos cuantos billetes. Aunque luego, reflexionando, y viendo a qué lugares hay que ir para poder hacer algo así, seguramente no se tengan las suficientes pelotas y el poco cerebro para hacerlo, así que mejor seguir con nuestra vida, a veces aburrida, pero al menos sin riesgo de que nos corten el cuello. La película se desarrolla a un ritmo perfecto, acompañada de una banda sonora genuina para la ocasión, y unos planos de gran capacidad técnica, que recuerdan a los mejores videoclips, pero que es lo que requiere un tipo de película de este calibre. Veremos algún guiño a la extraordinaria Scarface, de Brian De Palma, protagonizada por Al Pacino. Así que recordad: “Todo lo que tengo en esta vida son mis cojones y mis palabras”. Tony Montana.
https://afidavit.wordpress.com/2016/09/15/juego-de-armas/
Los actores son viejos conocidos. Uno de ellos es Miles Teller, coprotagonista de la cinta, y recordado sobretodo por su papel en Whiplash, una película que merece una crítica en Afidávit, aún habiéndose estrenado en 2014, sobretodo por acoger a uno de los mayores cabrones que se recuerdan en la historia cinematográfica, el inflexible Terence Fletxer interpretado magistralmente por J. K. Simmons, el cual ganó el Oscar al mejor actor de reparto, pero eso ya es otra historia. Aquí Miles Teller está a un gran nivel también, con mucha menos exigencia que en Whiplash, pero obteniendo un buen sobresaliente. El otro coprotagonista, Jonah Hill, actor con un número importante de participaciones en muchas películas pero con papeles más bien secundarios, es quien se lleva la palma en Juego de Armas. Se come la pantalla literalmente, y no solo por su sobrepeso, si no porque encaja perfectamente con ese personaje chulo, grotesco, ambicioso, y capaz de todo por ganar unos cuantos de los grandes. Es el típico gordinflón que no se acobarda ante nada, y más cuando eres un gran entendido armamentístico, y vives en un país dónde puedes pasear como si fueras a darte un garbeo por la Guerra de Vietnam. Con dinero y armas de asalto pues todo es más fácil, claro está. Otro actor conocido es Bradley Cooper, recordado por muchas películas, pero es este caso, como no, por Resacón en las Vegas. En esta ocasión sus apariciones son breves y poco exigentes, pero juegan un papel fundamental en el desarrollo de la trama. Y finalmente Ana de Armas: la belleza personificada. Tan guapa ella, tan perfecta, que impregna de un importante aire de artificialidad la película con sus apariciones. Lo siento, pero no llego a creerme que una chica tan maravillosa físicamente esté metida en un ajo tan peliagudo como este. Y la verdad sea dicha, su actuación es más bien pobre. Quizás la escogiesen por su apellido, que va acorde con el título de la película, porque si no no lo entiendo… Bueno, que cada uno saque sus conclusiones. Piensa mal y acertarás.
En fin, quien vaya a ver Juego de Armas no saldrá defraudado del cine. Desconectará de todo, se reirá en muchas ocasiones, y al final, cuando realice que todo esto está basado en un jodido hecho real, querrá convertirse en un traficante de armas para ganar unos cuantos billetes. Aunque luego, reflexionando, y viendo a qué lugares hay que ir para poder hacer algo así, seguramente no se tengan las suficientes pelotas y el poco cerebro para hacerlo, así que mejor seguir con nuestra vida, a veces aburrida, pero al menos sin riesgo de que nos corten el cuello. La película se desarrolla a un ritmo perfecto, acompañada de una banda sonora genuina para la ocasión, y unos planos de gran capacidad técnica, que recuerdan a los mejores videoclips, pero que es lo que requiere un tipo de película de este calibre. Veremos algún guiño a la extraordinaria Scarface, de Brian De Palma, protagonizada por Al Pacino. Así que recordad: “Todo lo que tengo en esta vida son mis cojones y mis palabras”. Tony Montana.
https://afidavit.wordpress.com/2016/09/15/juego-de-armas/
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