Se podrían escribir varios libros sobre lo meticulosa y virtuosa de la composición cromática y fotográfica de cada plano de la última película de Wes Anderson. Los traliers hacían presagiar una gran película, pero todo se queda en el envoltorio, eso si, precioso.
La historia no atrapa, los grandes actores que pululan a lo largo del metraje actúan encorsetados y sin naturalidad.
Todo ese aparato estético se vuelve repetitivo incluído el abuso de la panorámica y del plano simétrico que tan buen resultado le dió a Kubrick.
En definitiva, como ejercicio de estilo artístico esta bien, pero como producto de entretenimiento no llena.
Si Wes, sabes colocar la camara, sabes componer un plano, sabes elegir la gama cromática de los decorados, pero estás haciendo una película por la que hay que pagar por verla. Te olvidas de lo fundamental, entretener.

Me gustan los homenajes, sobre todo cuando se hacen con cariño como es el caso. Porque está claro desde el primer fotograma la cinta está cargada de amor por el cine juvenil de los 80 y de tintes autobiográficos, me puedo imaginar a JJ con sus amigos rodando películas de zombies con 12 años.
En super 8 se repiten todos y cada no de los estereotipos del cine familiar ochentero y spielgberiano, pero aún con todo eso, el film tiene magia.
Ahora bien, no creo que a los niños de hoy les guste, ni sabrán captar los múltiples guiños a ET o los Goonies, ya que la verán sin ese poso para disfrutarla al 100%.
De todas formas hay cosas que no me gustan y hacen que baje muchos enteros y viene de un guión simplón que parece no llegar a ninguna parte, arranca fuerte pero se va desinflando poco a poco a medida que vamos conociendo los previsibles derroteros.
Mencionar la muy buena banda sonora de Giacchino, que si consigue homenajear aportando su visión.
El gran punto fuerte es la ambientación, simplemente perfecta.
Resumiendo: bonita, mágica, nostálgica, pero totalmente carente de imaginación.