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6,8
32.704
1
12 de noviembre de 2011
12 de noviembre de 2011
23 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ay, Lars, Lars. ¡Que no sé si vas o vienes! ¿Eres patético o genial? ¿Eres patético-genial? ¿Genipatético?
Pues no es “Melancolía” la película que resuelve mis dudas.
Viéndola, a veces te amo profundamente, Lars. Porque me llegas, porque atraviesas la superficie del tedio y me tocas allí donde no suelo dejar que me toquen.
Viéndola, a veces te quiero tirar una silla. Darte un par de bofetadas. Zumbarte con un bazooka. Porque, Lars, querido, eres un capullo, un pedante y un desmedido.
Caminas sin el menor miedo por el cable más fino del mundo. Y lo curioso es que ni siquiera te percatas de que a veces lo rompes, de que ya has muerto, de que ya no me creo tu película por lo histriónico de su devenir y planteamiento. Pero claro, como estás loco, tan loco como un cuerdo, sigues caminando sobre el aire y, milagrosamente, me vuelves a atrapar, a conmover, a fascinar.
Así que, ¿con qué me quedo, Lars? Dímelo tú. Yo no tengo la menor idea. Te besaría la mano y luego te mordería los dedos. Te daría una colleja solo para luego arrodillarme y pedirte, por favor, por favorcito, otro de tus desvaríos en celuloide. Te diría que no y que sí, que sí y que no. Y luego me quedaría callado cuando me pidieras, por todos los infiernos, que hablara de una vez.
Por eso he decidido la de Salomón. De enero a junio un 10, de junio a diciembre un 1. Y así haré honor a tu desequilibrado equilibrio.
Lo peor es que sé qué te parece, Lars. Lo sé porque ya te oigo reír. Lo sé porque tu sabes que sé justo lo que querías que supiera
¿O no?
Tanto me da que me importa tanto.
Pues no es “Melancolía” la película que resuelve mis dudas.
Viéndola, a veces te amo profundamente, Lars. Porque me llegas, porque atraviesas la superficie del tedio y me tocas allí donde no suelo dejar que me toquen.
Viéndola, a veces te quiero tirar una silla. Darte un par de bofetadas. Zumbarte con un bazooka. Porque, Lars, querido, eres un capullo, un pedante y un desmedido.
Caminas sin el menor miedo por el cable más fino del mundo. Y lo curioso es que ni siquiera te percatas de que a veces lo rompes, de que ya has muerto, de que ya no me creo tu película por lo histriónico de su devenir y planteamiento. Pero claro, como estás loco, tan loco como un cuerdo, sigues caminando sobre el aire y, milagrosamente, me vuelves a atrapar, a conmover, a fascinar.
Así que, ¿con qué me quedo, Lars? Dímelo tú. Yo no tengo la menor idea. Te besaría la mano y luego te mordería los dedos. Te daría una colleja solo para luego arrodillarme y pedirte, por favor, por favorcito, otro de tus desvaríos en celuloide. Te diría que no y que sí, que sí y que no. Y luego me quedaría callado cuando me pidieras, por todos los infiernos, que hablara de una vez.
Por eso he decidido la de Salomón. De enero a junio un 10, de junio a diciembre un 1. Y así haré honor a tu desequilibrado equilibrio.
Lo peor es que sé qué te parece, Lars. Lo sé porque ya te oigo reír. Lo sé porque tu sabes que sé justo lo que querías que supiera
¿O no?
Tanto me da que me importa tanto.

6,7
45.174
10
16 de abril de 2007
16 de abril de 2007
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta siempre maravilloso el sentirse conectado a una película, a la historia que nos narra y a las emociones de sus personajes hasta el punto en el que los bordes de la pantalla desaparecen (no importa de que tamaño sean) y estamos ahí con ellos. Sideways (título hermoso y poético que debería haber sido conservado en su forma original) escapa de cualquier valoración fría y metódica que podría hacerse de sus virtudes (un más que excelente guión, una fotografía realmente sorprendente con un uso de la luz en altos contrastes que nos recuerda al gran Janunzs Kaminzsky y una puesta en escena con pulso y con algún momento realmente inspirado como el de la primera borrachera de Miles en el restaurante, la perdida del sonido, la cámara en mano todo contribuye a que vivamos los efectos del alcohol como pocas veces lo hemos hecho a través del cine) o en sus defectos que también los tiene, sobre todo en la abundancia de planos de postal narrativos que sólo sirven para hacer que la historia avance pero que no aportan nada de substancia (me refiero a esas puestas de sol acompañados por la música, con los personajes sonriendo pero sin que oigamos sus voces, un recurso facilón y fuera de lugar que ha emborronado no pocas obras de interés, La misión de Roland Joffé es una de las películas que más se resienten de este defecto en su tramo central, no es que arruine la película pero resulta poco elegante incluirlos porque revelan una fragilidad en el guión, lo que serían las costuras del mismo, un vacío entre escenas que no se sabe como rellenar, para ver como usar este recurso de manera fantástica Munich de Steven Spielberg, la primera conversación entre los futuros asesinos del gobierno israelí se resuelve en su tramo final con este recurso, pero no para tapar ningún agujero en la trama, sino como contrapunto poético al infierno que aguarda a estos hombres del que muchos no volverán) a la historia y consigue ser una película que simplemente se disfruta pero no como mero entretenimiento. Hay mucho más. El debut de Alexander Payne parece ser un homenaje a todos los anónimos de este mundo, a todos aquellos que nos esforzamos por alcanzar nuestros sueños e ilusiones y que irremediablemente fracasamos, en mayor o en menor medida, alejándonos de nuestra ilusión de niños y apagándose con ella el brillo de nuestra mirada, ya cansada de fabular y obediente a la madurez que nos es regla de vida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero no nos llevamos en esta obra el recuerdo amargo de estar viendo nuestro presente o nuestro futuro como presente inagotable, no, lo que nuestro corazón nos dicta al dejarnos llevar en esa hermosa poesía que puede encerrar el vino y quienes lo beben y las manos que lo sembraron y los atardeceres y lluvias que vieron sus uvas es una extraña calma, una alegría triste de sabernos en el buen lado. Puede ser que nuestros sueños sólo vivan cuando cerremos los ojos, puede ser que las quimeras y los deseos deban de ser coto de unos pocos para que no tengamos que sufrir de ser uno más, sentados en un bar o en el metro, ni más ni menos que quién se sienta a nuestro lado, pero también tenemos derecho a pensar con orgullo en nuestras vidas, pues cada una de las que existe es real y única para quién la vive, un río que uno siempre navega sólo por más cerca de nosotros que estén quienes queremos. Por ello debemos disfrutar de los Sideways que nos deparen los mañanas y saber valorar nuestra suerte como nuestra y vivir.
16 de marzo de 2012
16 de marzo de 2012
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
No va de broma el título de esta crítica.
Creo (y lo creo fervientemente) que "The Human Centipede II", junto con tal vez "American Psycho" (novela) y las peores partes de "From Hell" (cómic), es la obra de arte que más se aproxima a ese sentimiento atávico: el horror supremo.
Más allá de cualquier valoración moral, de la repulsa que a un ser humano de empatía corriente y moliente le pueden generar las demencias de este film, se da el hecho de que, aún horrorizándonos, algunos individuos hemos aguantado todo su metraje.
Creo que quienes lo hacemos, lo hacemos por algo más que el morbo voyeurista de contemplar el más difícil todavía en la escala de atrocidades que puede concebir la mente humana. Lo hacemos, tal vez, porque el horror está tan enraizado en nuestra especie que la abundante y milenaria pátina de cultura que nos moldea como seres humanos es incapaz, sin embargo, de esconder nuestra naturaleza más primitiva.
En la noche de los tiempos, el salvajismo más estúpido, más irracional, campaba a sus anchas. Y teníamos que enfrentarnos a él, día a día.
Por eso ante una obra de estas características, algunos (que no todos) volvemos a ser animales y a acurrucarnos mientras contemplamos el horror con enfermiza fascinación.
Tal mérito hay que reconocerle a Tom Six. Saber tocar esa fibra tan oculta, tan escondida y tan poco agradable, pues nadie quiere descubrir que una parte de él sigue siendo bestia. Nadie quiere iluminar ese lado ya no solo oscuro, sino ingobernable.
Pero también hay que acusarle de llegar demasiado lejos, porque el arte, como todo en esta vida, es una faceta más del ser humano y no algo externo a él y que no deba ser sometido a juicio.
La puntuación indicada, 8 en este caso, es en realidad un no vista. Porque ni puedo, ni quiero, puntuar lo que vi.
Creo (y lo creo fervientemente) que "The Human Centipede II", junto con tal vez "American Psycho" (novela) y las peores partes de "From Hell" (cómic), es la obra de arte que más se aproxima a ese sentimiento atávico: el horror supremo.
Más allá de cualquier valoración moral, de la repulsa que a un ser humano de empatía corriente y moliente le pueden generar las demencias de este film, se da el hecho de que, aún horrorizándonos, algunos individuos hemos aguantado todo su metraje.
Creo que quienes lo hacemos, lo hacemos por algo más que el morbo voyeurista de contemplar el más difícil todavía en la escala de atrocidades que puede concebir la mente humana. Lo hacemos, tal vez, porque el horror está tan enraizado en nuestra especie que la abundante y milenaria pátina de cultura que nos moldea como seres humanos es incapaz, sin embargo, de esconder nuestra naturaleza más primitiva.
En la noche de los tiempos, el salvajismo más estúpido, más irracional, campaba a sus anchas. Y teníamos que enfrentarnos a él, día a día.
Por eso ante una obra de estas características, algunos (que no todos) volvemos a ser animales y a acurrucarnos mientras contemplamos el horror con enfermiza fascinación.
Tal mérito hay que reconocerle a Tom Six. Saber tocar esa fibra tan oculta, tan escondida y tan poco agradable, pues nadie quiere descubrir que una parte de él sigue siendo bestia. Nadie quiere iluminar ese lado ya no solo oscuro, sino ingobernable.
Pero también hay que acusarle de llegar demasiado lejos, porque el arte, como todo en esta vida, es una faceta más del ser humano y no algo externo a él y que no deba ser sometido a juicio.
La puntuación indicada, 8 en este caso, es en realidad un no vista. Porque ni puedo, ni quiero, puntuar lo que vi.

7,4
53.022
10
9 de abril de 2007
9 de abril de 2007
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno debe de intentar, al abordar la valoración estética de una obra, que la imparcialidad sea su guía, que sus simpatías ideológicas y sus gustos personales no enturbien los méritos o defectos del film. Bien pues a quién esto escribe le resulta casi imposible hacer con el cineasta en cuestión (también le pasaría con otros, Spielberg, por ejemplo), pues es tal la sintonía que siente por su visión sabia y penetrante de la condición humana, por su sobria perfección narrativa, por lo poético y evocador de sus imágenes y por su compromiso ideológico, que le lleva a cuestionar las actuaciones de su país de manera frontal y sin ambages. A pesar de ello creo que puedo intentar la tarea de decir por qué cartas desde Iwo-Jima (o en su mucho más hermoso título original Red Sun-Black Sand) me parece una obra maestra. La película arranca con imágenes del Iwo-Jima actual acompañada del tema musical que nos define, ya desde el arranque, cual será el espíritu de la película (algo ya clásico en el maestro estadounidense) para centrarse en las labores de excavación arqueológica en los túneles en el que los soldados japoneses se veían obligados a hacinarse y a luchar, sin ningún apoyo del imperio por el que sacrificaban la vida. Mediante un suave enlace (que marca el estilo de la obra en el montaje, de un lirismo hermoso en su uso de sobreimpresiones y fundidos en negro de una suavidad y sensibilidad sólo posibles para un artista que se conoce y se comprende) penetramos ya en el drama de los soldados japoneses y su valiente, aunque suicida resistencia ante el invasor norteamericano que ya tenía ganada la guerra. Eastwood analiza con ojos de cirujano las situaciones de crueldad extrema, racismo ideológico, pero también de valentía y de piedad (recordándonos en esto a las otras grandes obra maestra del género bélico de este período Salvar al soldado Ryan, en la que su amigo y compañero en esta aventura, Steven Spielberg, también exploraba aquellas actos de bondad que surgen de situaciones de extrema violencia y sinrazón y La delgada línea roja que desde el concepto de la amistad nos daba esperanza sin renunciar a la denuncia de lo terrible de la confrontación bélica) cometidos por ambos bandos.
(Continua en la parte spoiler sin datos reveladores de la trama)
(Continua en la parte spoiler sin datos reveladores de la trama)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Especialmente emotivas resultan dos escenas que funcionan por oposición, la primera de ellas desde el bando japonés acontece con la llegada de un prisionero norteamericano herido en combate, mientras sus hombres esperan acabar con su vida para menguar su dolor, su oficial les ordena curarlo, después de las protestas de un soldado incómodo ante la idea él le contesta, no esperarías tu lo mismo. Cruel y desolador ejemplo de la anterior es lo que acontece desde el otro bando, cuando dos soldados japoneses desertores de su ejército se rinden ante las tropas invasoras, agotados comentan con anhelo que los soldados americanos los alimentarán (de hecho uno de ellos dice "Nos darán de comer" a lo que el otro replica "Comer. Qué bien suena eso") mientras dos de ellos parlamentan sobre el fastidio de tener que vigilarlos hasta que uno decide asesinar a ambos prisioneros para acabar con el problema (la valentía de Eastwood y Spielberg en estas películas es sencillamente inédita en otros artistas y habitual en la pareja). Eastwood afronta con la total serenidad que le imprime su talento y maestría lo que separa lo cruel de lo sublime y eso es la persona en sí misma, al margen de la ideología, es la persona en último término quién decide actuar en la senda del bien o en la de las sombras. Como afirma el oficial japonés (campeón olímpico de hípica y salvador del soldado norteamericano de la ira de sus soldados, aunque acabe expirando por sus heridas) antes de suicidarse en la soledad pues a quedado inútil para dirigir a sus hombres en el combate, "Hacer lo correcto porque es lo correcto". Eastwood lo ha hecho. Nosotros escuchamos

7,3
76.702
3
18 de febrero de 2007
18 de febrero de 2007
14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Es aceptable cualquier enfoque en el cine o en otras artes cuando el asunto tratado deviene en delicado? ¿Podemos o debemos marcar un límite moral cuando abordamos la barbarie, la sinrazón y el sufrimiento autoinflingido por nuestra especie? ¿Son necesarias estas preguntas a la luz del estreno de la última película del estadounidense Edward Zwick? Para quién esto escribe sí lo son pero sin esconder la duda, duda que nace del hecho de que si los objetivos logrados por una producción, manipuladora, simplista, irreal, cobarde, artísticamente irrelevante, políticamente roma y argumentalmente pueril, son mayores que los de aquellas producciones que abrazan el verismo, la exposición visceral de la realidad por cruda que ésta sea, el activismo político frontal y (porque no) la plasticidad artística en su elaboración (teniendo multitud de ejemplos recientes como lo son Syriana, Buenas noches y Buena Suerte, Banderas de nuestros padres y la cumbre absoluta del cine que es Munich), no puede uno dejar de tener en relevancia este hecho. Pues si los resultados en taquilla de esta película, son (como es previsible), superiores a los de ejemplos antes citados, entonces la elección del camino a seguir para remover las conciencias se hace más indecisa que nunca. ¿Es admisible el uso de una manipulación total del público con vaguedades, puestas de sol de belleza enlatada, frases destinadas a ganar su favor, o melodramatizaciones de sucesos terribles que cuestan la vida de millones de personas en este mundo? ¿Podemos ayudar a la lucha contra la injusticia con la falsedad y la hipocresía? ¿Hay que poner, en definitiva, coto a determinadas actuaciones? En la opinión de quién esto escribe, sí. No dudo que la intención de Edward Zwick fuera sincera, no dudo de que sus colaboradores y el hayan pretendido denunciar y contribuir a la derrota de la injusticia pagada en sangre y dolor, que el continente africano (y otros territorios sufren) por la batalla multinacional de occidente en pos del saqueo de las materias primas, injusticia que mancha de sangre todas y cada una (las mías también) de las manos que consumimos estos bienes robados con crueldad y vendidos con hipocresía. Pero el camino que han escogido no debe ser admisible, el autor que se enfrente a estos temas, debe tratar a su público con respeto a su inteligencia, debe renegar de los artificios y ser claro y fiel en la exposición de la realidad, debe de mancharse sus manos primero, antes de enseñarnos que debemos lavar las nuestras y, sobre todo lo demás, debe de guardar un respeto ante la realidad que retrata y todas estas cualidades brillan por su ausencia en este producto. Pero finalmente será el espectador, con su asentimiento o su repulsa incondicional a esta propuesta el que de su veredicto, el resto es opinión y palabra que, a veces, no debe retenerse, aunque se escriba al silencio.
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