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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
12 de mayo de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Esta película, grabada en un blanco y negro que mezcla meritoriamente las actuaciones con vídeos reales de la época, trata la difícil realidad social que vivieron los estadounidenses cuando la caza de comunistas se le fue de las manos al gobierno, instaurándose el terror. En tal situación, los poderes políticos maximizaron su control típico de la información periodística. El conflicto concreto, en cualquier caso, se inicia al expulsarse del ejército –sin juicio justo- a un piloto, porque su padre leía un periódico serbio.

La relación entre los periodistas, por un lado, y políticos e instituciones, por otro, no es equidistante: vemos cómo en sala de prensa se da a entender que los senadores pueden aplazar durante semanas sus encuentros con los medios de comunicación sin demasiado problema. En cuanto a la relación con la publicidad, es tan crítica como ahora. El miedo de que pueda cesar este flujo de dinero les impide arriesgarse a un choque con los poderes o la moral dominante, debido a que la pérdida de patrocinios podrían suponer el finiquito o la pérdida de importancia a medio plazo.

El filme, en el fondo, no deja de ser un homenaje de Clooney (no se puede olvidar que su padre era periodista) a esos "trabajadores de la verdad" que no rechazaron a sus ideales y los de su profesión pese a que de antemano ya sabían los costes que conllevaría, los peligros a los que se enfrentaban.

”Sabes, es posible que no salgamos muy bien parados de esta”. Por supuesto, la decisión de embarcarse o no en el proyecto enfrenta a los propios periodistas y líderes de la empresa; que tienen que velar, además de por sus beneficios, por una organización mucho más grande que un programa de informativos, cuyos productores reconocen estar poniendo en peligro la estabilidad de la cadena entera.

Las presiones externas serán muy poderosas, e intentarán parar la acción periodística del equipo. Tanto el ejército como los patrocinadores exigirán no salir perjudicados. Como ellos mismos dicen, los periodistas se meten en “aguas muy pantanosas” al dar informaciones que no favorecen a quienes lideran o controlan la sociedad y los propios medios. En cuanto se lanzan a su objetivo, comienzan a ser perseguidos por un ejército mediático a favor del poder establecido.

Lo ocurrido en esta película se puede extrapolar sin demasiada dificultad (quizás reduciendo algo su dramatismo) a los medios de comunicación actuales. Existen hoy en día temas y acontecimientos que, al relacionarse con los intereses de determinados grupos de presión poderosos, o no se tratan o son debidamente maquillados.

Ya no sólo las presiones directas, las cuales podemos estimar minoritarias, sino también las indirectas, influyen tanto en la agenda como en la rutina de un medio: qué se dice y la forma en que se dice.

¿Cómo no va a existir censura en la información económica si en el Consejo de un medio campan a sus anchas representantes de la banca? ¿Cómo no tendremos censura política si un periódico le debe favores a quienes forman este gremio? ¿Cómo no habrá censura social existiendo grupos que persiguen toda argumentación contraria a la suya?

Buenas noches y buena suerte relata un momento crítico en las relaciones entre los medios informativos y el entramado social y político. Y, además, la imparable caída de una manera de hacer televisión, sobria y con gran influencia de la radio, en pos de un formato colorido, espectacular, pero también más hueco tras ese envoltorio, sin el buen hacer frente a una cámara de estos valientes.

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12 de mayo de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
El cine de parodia no empieza ni acaba en las "scary movies". Esta película, financiada desde Internet mediante una campaña de Crowdfunding, está protagonizada por un policía, "uno cojonudamente bueno" según afirma él mismo, al que picó una cobra y atravesó un rayo, convirtiéndose en un superhéroe experto en artes marciales. Tal cual. Colaboración especial de David Hasselhoff.

Lo más irónico es que esta colección de despropósitos y clichés, superpuestos sin descanso durante la media hora que dura, fueran tomados en serio por parte de la juventud de su tiempo. Si superase la hora de metraje, seguramente este producto ya no funcionaría, pero como se han contenido en ese aspecto, apetece ver una y otra vez Kung Fury: concatenación nostálgica de absurdos pasados por la batidora.

Nazismo excéntrico, robots gigantes, máquinas recreativas, vikingas y ametralladoras -en la misma escena, joder- , descapotables voladores, dinosaurios, policías con el cigarro pegado a la boca. Es un homenaje al cine de los 80, tan repetitivo que resulta original, concentrado como para convertirse en una experiencia perfecta del sin sentido, y quizás la comedia del año. Algo así como el chupito de tequila cargadísimo que te pone contento un jueves.

Villanos casposos resurgiendo hasta el hartazgo -y a través del tiempo-, miradas intimidatorias en primer plano, héroes de leyenda. Thor con tríceps. Conscientes de su inverosimilitud, se ríen de ella, y eso es lo mejor de esta orgía fílmica, su falta de complejos: "¿un laser-raptor? ¡pensé que se habían extinguido hace miles de años!". El nivel de absurdo de sus peleas de videojuego roza, y luego supera, lo memorable. Hay escenas en Kung Fury, hay coñas de una comicidad tan lamentable, que no se borrarán de tu mente en años.

En fin, la película ha sido un éxito; y cuenta con un gran doblaje a castellano que ya querrían para sí muchas grandes producciones. Está disponible en YouTube por sus mismos creadores, y se espera segunda parte. Colegas, cervezas, palomitas: las risas, al compartirse, se multiplican. Ya sabéis: juntaos, dadle al click. Recomendación personal.

Lo mejor: Lo bueno, si breve... Que no baje de revoluciones, y sorprenda hasta el final. Los hackeos épicos: "puedo hackear el tiempo".

Lo peor: Se hace, quizás, algo claustrofóbica. Alargada a una duración normal, cansaría mucho.

Recomendada si: Te gusta el cine de serie B (o Z); aunque no te engañes: esta película, en su estilo descarado, está curradísima.

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12 de mayo de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Fijaos en la aliteración*, para ambos idiomas: "los odiosos ocho", "the hateful eight". Impresionante. ¿Algo premeditado? ¿Puro azar? En cualquier caso, la viciosa musicalidad de su nombre no es la única virtud de la última cinta de Quentin Tarantino, que ante todo, por encima de cualquier otra consideración, es eso: una película de Tarantino. Él tiene el genio suficiente como para revivir diez, cien veces su universo, y que no pase nada. Diría más: queremos que lo haga. Viéndolo de otro modo, ya hay millones de películas no tarantinescas, son gran mayoría, cómo no íbamos a amar las honrosas excepciones a esa regla.

Si aún no has degustado su particular cine (Pulp Fiction, Django Desencadenado, Malditos Bastardos), haz la prueba. Si ya lo hiciste y te pareció un error (demasiada sangre, demasiada verborrea que otro director no incluiría ni en la versión extendida, demasiada duración en general); no tropecéis dos veces en la misma piedra.

Al entregar Los odiosos ocho tres años después que su anterior propuesta -Django Desencadenado- y estar situadas ambas en similar espacio temporal (la primera unos años antes de la guerra de Secesión norteamericana, la segunda poco después del conflicto) alguien podría tener la primera impresión de que Quentin ha activado el piloto automático, pero el profundo guión y la calidad técnica bien valen el tiempo esperado. Además, los dos filmes comparten estilo y temática, pero no esencia, ocurre lo mismo que con Reservoir Dogs y Pulp Fiction, consideradas por la crítica como sus mejores películas.

Incluso el entorno natural se ha transformado con respecto a las aventuras del bueno de Django: estamos en pleno invierno, bastante al norte, y una cristalina nieve refleja luz y sangre. La fotografía se merece un diez, ya retrate una tormenta salvaje o las grietas de un rostro. En cuanto a la música, es protagonista cuando quiere, luego desaparece de igual modo. Corre a cargo de un octogenario Ennio Morricone, legendario ya antes de muerto.

Lo que destacaría de este director, por encima de todo - fragmentación de la historia en capítulos de diversa duración, cuerpos que explotan sangre, esa inclusión obligada de un puñado de frases memorables-, es su capacidad para lo cotidiano.

Imaginemos un filme normal de Hollywood: El Monstruo Azulado, que me acabo de inventar. Nos presentarían a los personajes, pero solucionado este pequeño percance, nos centraríamos ya en acción y más acción, y todo lo demás que salga en pantalla interviene de algún modo en la trama. Si sacas una escopeta en el primer acto, se tendrá que disparar en el tercero. Nada se deja al azar. Pues en Pulp Fiction unos sucios matones hablan de kétchup y hamburguesas.
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Pero tampoco podemos fiarnos, porque a veces podría parecer que bromea con el espectador (esa puerta, esa maldita puerta, la canica roja) y son elementos que forman parte de un todo.

Reformula la fantasía. Intenta embellecer algo tan grotesco como las vísceras de un hombre, pero muestra los diálogos tal y como ocurren: pueden durar 20 minutos, pueden tratar de temas banales "aunque nos estén grabando".

Llegué tarde a la sala de cine. Mi película empezó cuando Marquis Warren pregunta aquello de "¿hay sitio para uno más"? Lo había. Tu también estás invitado a esta singular obra teatral, improvisada bajo la tempestad.

Posdata: sublime todo lo que tiene que ver con la carta de Lincoln. Sí: Abraham Lincoln.

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12 de mayo de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Esta película, entre la ambientación parisina de sus inicios, la música y ese Petit artista de noche y ladrón de guante blanco por las mañanas, me ha recordado por momentos al bendito Sly Cooper, simpático mapache que no sólo andaba -también podía correr- por el fino alambre, y a los años pasados cuando aún desenterraba la Play Station 2 de vez en cuando para dar golpes maestros en aquel mundo animalista y desdibujado.

Entregado a la captación de compinches con los que llevar a cabo su singular hazaña, Petit es un anti-héroe, porque no hace lo que hace para nadie más que sí mismo, alguien que burla las leyes y luego siente el deseo orgulloso de que todos admiren su victoria contra la gravedad.

Lo que menos me gustó fue esa presentación con Petit (no el original, obviamente, sino el que tan bien ha logrado aquí Joseph Gordon-Levitt), subido a la estatua de la libertad y comenzando a contar su propia vida. Recurso no sólo aburrido y patriótico sino tramposo: en adelante, cuando haga falta explicar algo complejo o señalar lo que las imágenes no han conseguido, se retornará aquí para dejar todo claro y bien atado, como si el espectador fuera tonto o el medio cinematográfico insuficiente para contarlo por sí solo. Yo creo que si una vez el cine fue mudo, ahora al menos deberíamos poder prescindir de narradores innecesarios cuando una historia sea atrayente y clara, sin necesidad de añadidos.

También en ocasiones se abusa demasiado de los efectos por ordenador: uno desearía que a peliculones como éste le hubiesen dado algo menos de presupuesto para poder hacerlo mucho mejor.
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La primera compañera de Petit en aparecer, la guitarrista Annie, será su gran amor, el segundo "partner", Jean-Louis, cuenta al esforzado equilibrista aquello de que todos los artistas tienen un punto anárquico y subersivo. Pero si hay alguno no anarquista, ése es Robert Zemeckis, director de esta cinta-y de Forrest Gump-, puesto que aquí si hay intención de romper algo, desde luego no es el sistema capitalista, la globalización o el imperialismo de los países desarrollados, sino la taquilla mundial.

Una película de ésas que se recomiendan, de las que no provocan acalorados debates sobre política ni puedes imaginar a alguien que no le guste, puesto que intenta (y afortunadamente consigue) contentar a todos, cinéfilos y consumidores ocasionales de palomitas. Habrá sudor en las manos, lágrimas en los ojos y sangre en la pantalla, porque últimamente los directores le han cogido el gusto, como si vencer el dolor de un cuerpo ensangrentado fuera el último requisito de la habilidad perfecta e inhumana (Whiplash).

Me está quedando quizás demasiado crítico: no quiero serlo. Ésta es una gran película. Trata abismos profundos de la condición humana de una forma tan sutil que te emocionas sin darte cuenta. A la sesión no vino nadie disfrazado de Annie o Jeff, pero se aplaudió al final, que es lo importante.

Todo el mundo le preguntaba a Petit por qué. Por qué arriesgar tu vida, subirte ahí y arriesgarte a perder cuanto tienes. Pero intuyo que para él ese reto era su vida y todo lo que podía conseguir en ella. De hecho, cuando la faena ha sido ya realizada, poco parece importarle la marcha de los demás. Me gustaría saber qué es lo que provocó realmente su separación de Annie, a la que se le da más bien poca importancia en el filme.

El hombre es sólo un puente hacia algo superior, hacia el superhombre, dijo Nietzsche; y yo, que ya he aprendido a escribir Nietzsche bien, podría ponerme a escribir largos párrafos sobre la relación de esta frase con la película de Zemeckis, pero dejemos la filosofía para los filósofos. Y aunque ya no existan aquellas torres, debido a un conflicto internacional que hoy en día está aún muy lejos de ser solucionado, aquel espacio entre ellas y cielo y suelo, elevado, silencioso, donde nadie pudo ni podrá jamás cogerle, siempre pertenecerá a Petit: al cinematográfico que ha nacido este año, al real que se atrevió a lo imposible un 6 de agosto de 1974. Allí siempre será mucho más que un hombre. Pudo haberle llegado la muerte hace ya 4 décadas sobre ese cable, pero la Parca no se atrevió entonces y ni aún ahora. Al final, la inmortalidad fue mucho más rápida. Sus eternos 42 metros y dos horas de fama.

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WALL·E
Estados Unidos2008
7,9
131.596
Animación, Fred Willard. Voz: Ben Burtt, Jeff Garlin ...
8
10 de mayo de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Wall-E comienza con música alegre y montones de basura, montañas, como en aquella canción: "qué va a pasar, si me entrego y no funciona (...) si decido dar el paso y sale mal, aguantaré, podré escapar, podré volver...mi vida..."

Y es que la película es un acto de riesgo y entrega: por parte de Pixar, de su protagonista, de una Humanidad que, como diría el Mark Renton de Trainspotting, elige la vida, finalmente se arroja a sus ineludibles abismos e incertidumbres, la tierra árida, paraísos de celofán.

Los primeros minutos del largo subsisten en el delicado equilibrio entre las vicisitudes propias del cine familiar y los deseos de plasmar un mundo en ruinas, despoblado, inerte: cucarachas y chatarra.
Al paso de WALL-E despiertan hologramas que anuncian un mundo mejor en el crucero Axiom, continente metálico, la última nación de una especie humana huyendo de su propio destino, errante en las profundidades del espacio; el paraíso de las comidas en vasos plastificados, donde no hace falta caminar y todo es diversión.

Quizás la mayor conquista de la película sea el haber trasladado nuestros comportamientos, miedos y anhelos a un robot, en otras palabras: que WALL-E sea partícipe de las mismas convenciones sociales, debilidades y emociones que la Humanidad a lo largo de sus siglos de Historia. El tiempo pasa, pero las emociones básicas son siempre las mismas. Nos sentimos más identificados con este desdichado robot que con los personajes de carne y hueso de otras película como The Martian.

WALL-E tiene un trabajo esclavo y alienante, que quizás odie pero realiza con una rutina implacable. Llega a su casa, enciende las luces, se quita los zapatos, acumula una serie interminable de objetos inservibles pero a los que les tiene apego, enciende la televisión para que le haga compañía, anhela ser amado, mira al cielo buscando respuestas y se acuesta esperando tiempos mejores; levantándose cansado, prácticamente resacoso. Después de calzarse, sale afuera, y su curiosidad le pone en peligro.

Esa chica cruel sin el menor interés, un tipo patético y avergonzado de sí mismo ante la visión de su amada, casi divina: todo parece sacado de una canción de Los Planetas, expertos en ese amor de dimensiones cósmicas pero conclusión forzosa y temprana; voces que se lamentan, guitarras que crujen, todo grabado con prisas, mientras todavía se sienten las cuchilladas.

La cinta basa sus logros en una gran fortaleza metafórica: las partes de soledad y romance se podrían haber rodado con personajes humanos, en el mundo de hoy día, cambiando totalmente el sonido, las imágenes y muchas situaciones; pero guardando éstas las mismas raíces profundas e implicaciones psicológicas; sería todo distinto en su superficie, y en el fondo exactamente igual.

La pareja no se encontrará en París ni Venecia, sino en un lugar donde la gente no mira más allá de sus propias narices; y la tecnología domina, ordena y explica el sentido de la existencia. Donde la tierra, la vida (esencialmente sucia) es contaminación. Sintiéndose triunfantes por un bienestar y un progreso tecnológico llevados a su límite. "Creo que nuestros antepasados estarían orgullosos de saber que 700 años después estamos haciendo lo mismo que hacían ellos", afirma el Comandante de la nave, último reducto de la vida humana.

Pero no somos máquinas, y las contradicciones primitivas, arcaicas, que viven en nosotros desde antes de que fuéramos lo que somos, siendo imposible librarnos de ellas sin perdernos a nosotros mismos; todas esas fuerzas profundas e inasibles nos empujan hacia afuera, hacia la violencia, la lucha, la poesía. En cierto sentido, El club de los poetas muertos y ésta son la misma película. La vida como algo a ratos miserable, pero siempre lleno de rabia y amor.

Una de las maravillosas ideas de la cinta son los vídeos con personas reales llamando a una felicidad voluptuosa, e incluso a la tranquilidad de los ingenuos. Estos cortos, perfectamente incrustados en el paisaje y trama de WALL-E, dinamizan un poco el necesario cine mudo de la primera media hora (el cuál no deja de ser un genial ejercicio de estilo, donde Pixar demuestra contar con el músculo artístico del cine más clásico). Además, aportan un toque de crítica social que resulta clave para la película. No se habla de mundos fantásticos, sino del nuestro. La diferencia entre la imaginación pura y la fantasía más comprometida.

Esas escenas en imagen real, a las que me he referido en el anterior párrafo, parecen obra de los mismísimos Trey Parker y Matt Stone, que ya utilizaron una técnica similar para castigar la superficialidad y pantomima de la publicidad de las marcas y las acciones de nuestros políticos: hemos visto numerosos ejemplos de ello en la temporada diecinueve de South Park, con esos anuncios del nuevo barrio alternativo en el pueblo. También en otras anteriores, con aquel dirigente de una conocida petrolera pidiendo disculpas maniática y estúpidamente como si sirviese de algo.

En cuanto a la música, es inteligente, atmosférica; cumpliendo sobradamente en sus funciones, aunque raramente ocupe el primer plano. Es una película visual y emocional, lo cual no significa la inexistencia del sonido o la lógica (aunque se colonicen sin más planetas supuestamente tóxicos, pongamos que es ciencia ficción).

Resumiendo: una película donde los robots son humanos y los humanos son robots. Para que los niños viajen lejos y los adultos vuelvan pronto. Y también es graciosa, pero visto lo visto es lo de menos.

Continúo en el Spoiler por falta de espacio y no hablar de momentos concretos de la cinta:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Es sublime la interpretación que el actor y cómico Fred Willard hace del "último presidente americano", al borde del caos más absoluto, con el logo de la Casa Blanca torcido y sus asesores gritando ¡corten! porque todo se va a la mierda. Me ha recordado incluso al Presidente Drek del primer Ratchet and Clank (y ahora último, pues ya se ha publicado su remake), hablando a los habitantes de la galaxia Solana desde el gabinete de su nave, con la mayor tranquilidad posible, y eso que está a punto de destruir buena parte de sus planetas.

WALL-E no es una vieja máquina, sino un chaval de 17 años enamorándose verdaderamente por vez primera, sintiendo aún el amor con toda su fuerza, sin las contradicciones, saberes y sinsabores de la edad adulta. Es ante todo un ser solitario, habitando un mundo desolador, entregándose a un nuevo y poderoso sentimiento con toda su bella ingenuidad. Eso explica los riesgos que toma al principio (ella le quiere matar). Y es que no puede evitar entregarse, tratando de llamar la atención de la distante EVA sin conseguirlo. Caerá así en un irremediable patetismo.

En una escena inmediatamente posterior, estando ambos en casa de él, miran la película de los bailarines (al igual que todos nosotros, cuando nos enamoramos, echamos un vistazo, consciente o no, a las "películas" que tenemos en nuestra cabeza, porque las vimos, porque las soñamos). Entonces, intenta hacerlo real y coger su mano, fracasando una vez más.

También hay en WALL-E una inevitable rebelión de las máquinas, algo tan manido que ni los propios guionistas le prestan demasiada atención, como debe ser. Ya hemos visto Yo, Robot, Terminator, Matrix... En todo caso, la especie humana, representada por el Comandante, se levanta, volviendo a tomar el control.

Pero WALL-E ha sido destruido, cosa que EVA no puede aceptar; pues entre medias, en una de las más bellas escenas que Pixar ha recreado hasta la fecha, ella observó atentamente los celosos cuidados que el bonachón del robot le proporcionó cuando ella era vulnerable (o al menos así pensaba él), cómo la protegió por encima de su propia vida; y aquel patetismo inicial no era sino un cóncavo reflejo de la veneración que profesaba por ella, hasta la desaparición de sus egoísmos, fundido su yo en la etérea visión del amor, desaparecido de sí mismo. Distorsión. Amor.

Y una vez ella se dio cuenta de ello, no pudo otra cosa que sentir lo mismo, rendida al fin, "vencida" por el mayor de los desdichados, el lastimoso WALL-E, que se podría llamar Jose, o Juan, o Pedro, o...sufridor sobre una tierra enferma, bajo el Imperio de un sol implacable, días y días acumulando basura sin sentido aparente.

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