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8,0
51.410
9
11 de diciembre de 2011
11 de diciembre de 2011
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soberbia película sobre el poder de la amistad y la capacidad destructora de la guerra.
Ambientada en una pequeña localidad norteamericana que cuenta con una comunidad de origen ruso, bien avenida y con relaciones cordiales, la historia se desenvuelve a través de los fuertes lazos de camaradería que unen a un grupo de jóvenes amigos. Su afición a la caza permite una auténtica exhibición fotográfica de parajes montañosos de gran belleza.
La realización es espléndida, y M. Cimino consigue sacar el mejor partido del trío protagonista: Robert de Niro (Michael), Meryl Streep y Christopher Walken (Nick), todos ellos en la cumbre de sus carreras y su juventud.
La música, de carácter intimista, y una buena caracterización, facilitan el conocimiento de los principales personajes, sus pequeñas bromas y rencillas, sus afinidades y sentimientos. La vida transcurre feliz y apacible, dentro de unos cauces esencialmente gratos.
Tras la experiencia traumática de la guerra, nada volverá a ser igual. No sólo para los que quedarán en el campo de batalla –allá donde suenan las brillantes trompetas, como dijo el poeta-, sino también para los que regresen. Sus vidas quedarán marcadas para siempre. Demoledor alegato contra los desastres y secuelas de la guerra, siempre tan absurda como constante. Y en ella y sobre ella, los valores de la auténtica amistad: la lealtad, la confianza, la entrega desinteresada, incondicional.
En suma, una película magnífica tanto en el fondo como en la forma, un clásico imprescindible.
Ambientada en una pequeña localidad norteamericana que cuenta con una comunidad de origen ruso, bien avenida y con relaciones cordiales, la historia se desenvuelve a través de los fuertes lazos de camaradería que unen a un grupo de jóvenes amigos. Su afición a la caza permite una auténtica exhibición fotográfica de parajes montañosos de gran belleza.
La realización es espléndida, y M. Cimino consigue sacar el mejor partido del trío protagonista: Robert de Niro (Michael), Meryl Streep y Christopher Walken (Nick), todos ellos en la cumbre de sus carreras y su juventud.
La música, de carácter intimista, y una buena caracterización, facilitan el conocimiento de los principales personajes, sus pequeñas bromas y rencillas, sus afinidades y sentimientos. La vida transcurre feliz y apacible, dentro de unos cauces esencialmente gratos.
Tras la experiencia traumática de la guerra, nada volverá a ser igual. No sólo para los que quedarán en el campo de batalla –allá donde suenan las brillantes trompetas, como dijo el poeta-, sino también para los que regresen. Sus vidas quedarán marcadas para siempre. Demoledor alegato contra los desastres y secuelas de la guerra, siempre tan absurda como constante. Y en ella y sobre ella, los valores de la auténtica amistad: la lealtad, la confianza, la entrega desinteresada, incondicional.
En suma, una película magnífica tanto en el fondo como en la forma, un clásico imprescindible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y aquí es donde el crítico, a fuer de sinceridad, debe intervenir para señalar un importante aspecto que le sorprende, que le resulta, cuando menos, discutible. Porque Michael lleva la amistad más allá de todo límite moralmente aceptable, llegando a poner su vida en un riesgo extremo y suicida, en un intento desesperado, estéril y absurdo de rescatar a su amigo Nick.
Cierto que se había comprometido a velar por él, a tratar de traerlo a casa sano y salvo. Admitamos que el recuerdo del amigo, perdido y completamente desquiciado, le atormenta y martillea en su conciencia hasta el punto de impedir su propia reinserción, su vuelta a la ansiada normalidad de la vida en paz, y sobre todo, al amor, antaño apenas insinuado pero dignamente reprimido, y ahora posible pero nuevamente frustrado, siempre por la fuerza de su lealtad. Mas no hay nada, ninguna creencia, ningún sentimiento ni ideal, por noble y altruista que sea, que deba ponerse por encima de la vida.
Nada será ya como antes, decíamos, al regreso de Michael. Ni siquiera su actitud en el momento álgido de su afición cinegética: ese instante intenso, excitante, en que la presa, vencida y acorralada, sólo aguarda la consumación de su fatídico fin. Y es precisamente entonces cuando el cazador, hastiado de tanta muerte, da por finalizada la partida y dispara al aire: game over. Si alguna vez lo fue, la muerte ya nunca será para él un divertimento.
Reflexión aparte, pero patente en esta espectacular secuencia, merece el deporte de la caza, tantas veces denostado desde ciertas posiciones de conciencia refinada y escrupulosa. Desde ellas se arguye, en efecto, una licitud moral dudosa, que remite a instintos primitivos de conservación. Sin embargo, lo racional y lo instintivo están más unidos en el ser humano de lo que suele admitirse. Y en última instancia, la propia conciencia no es sino una forma más evolucionada, sublimada, del instinto de conservación.
Cierto que se había comprometido a velar por él, a tratar de traerlo a casa sano y salvo. Admitamos que el recuerdo del amigo, perdido y completamente desquiciado, le atormenta y martillea en su conciencia hasta el punto de impedir su propia reinserción, su vuelta a la ansiada normalidad de la vida en paz, y sobre todo, al amor, antaño apenas insinuado pero dignamente reprimido, y ahora posible pero nuevamente frustrado, siempre por la fuerza de su lealtad. Mas no hay nada, ninguna creencia, ningún sentimiento ni ideal, por noble y altruista que sea, que deba ponerse por encima de la vida.
Nada será ya como antes, decíamos, al regreso de Michael. Ni siquiera su actitud en el momento álgido de su afición cinegética: ese instante intenso, excitante, en que la presa, vencida y acorralada, sólo aguarda la consumación de su fatídico fin. Y es precisamente entonces cuando el cazador, hastiado de tanta muerte, da por finalizada la partida y dispara al aire: game over. Si alguna vez lo fue, la muerte ya nunca será para él un divertimento.
Reflexión aparte, pero patente en esta espectacular secuencia, merece el deporte de la caza, tantas veces denostado desde ciertas posiciones de conciencia refinada y escrupulosa. Desde ellas se arguye, en efecto, una licitud moral dudosa, que remite a instintos primitivos de conservación. Sin embargo, lo racional y lo instintivo están más unidos en el ser humano de lo que suele admitirse. Y en última instancia, la propia conciencia no es sino una forma más evolucionada, sublimada, del instinto de conservación.
6
22 de noviembre de 2011
22 de noviembre de 2011
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Agradable y entretenida comedia, con actores consagrados en el reparto de los principales papeles. Entretiene, y al mismo tiempo va introduciendo, en pequeñas dosis, elementos de crítica social digamos anti-sistema made in USA. No queda títere con cabeza, desde los tiburones de Wall Street, pasando por los intereses de los gerifaltes de la administración de justicia y el denominado cuarto poder, hasta los grupos de presión "de color", con esa mezcla tan característica de victimismo y religión, aunque con el trasfondo real de grandes bolsas de marginación en los barrios negros de las grandes urbes.
En general, la interpretación adolece de un cierto histrionismo, aunque sin llegar a lo grotesco de tantas comedias que pasan por obras maestras. Reconozcamos que sin esos toques de bufonada, las comedias no lograrían su principal objetivo: provocar, al menos, algunas sonrisas entre los espectadores.
Destacaría el trabajo de la Griffith, muy puesta en su papel de mujer casquivana y con poco seso, fogosa y rematadamente inmoral en todos los aspectos, pero irresistible y encantadora.
El desenlace también tiene su interés, y es que los caminos de la verdad precisan, en ocasiones, del recurso a ciertas dosis de mentira.
En general, la interpretación adolece de un cierto histrionismo, aunque sin llegar a lo grotesco de tantas comedias que pasan por obras maestras. Reconozcamos que sin esos toques de bufonada, las comedias no lograrían su principal objetivo: provocar, al menos, algunas sonrisas entre los espectadores.
Destacaría el trabajo de la Griffith, muy puesta en su papel de mujer casquivana y con poco seso, fogosa y rematadamente inmoral en todos los aspectos, pero irresistible y encantadora.
El desenlace también tiene su interés, y es que los caminos de la verdad precisan, en ocasiones, del recurso a ciertas dosis de mentira.
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