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6
22 de enero de 2018
22 de enero de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni más ni menos que ofrecer la inmersión en un genuino y fascinante mundo cinematográfico, eso hace este homónimo cortometraje. Se puede pensar que es seco y breve en exceso, pero una vez acaba, permanecen las inquietantes imágenes y el deseo de saber más sobre estos cineastas y tal es su propósito. El fin no es el corto, son los propios hermanos Quay.
6
25 de enero de 2021
25 de enero de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo aquello que, poco tiempo antes del año 2020, hiciese referencia alguna a cualquier clase de trasmisión de enfermedades, la propagación a base de simples estornudos de un patógeno y demás, inevitablemente parece guiñarnos y recordarnos la pandemia del SARS-CoV-2. Seguramente por algo así se le acabe recomendando a alguien este corto, como fue mi caso. Sin embargo, dejando de lado cualquier tontería profética que nadie le pudiera asignar, "Na zdrowie" no tiene tanto que ver con una epidemia sanitaria como con el contagio de las personalidades.
En una ciudad contemporánea, allá donde una infinitud de caracteres trata de asentarse en el entorno complejo del movimiento constante, del contacto constante, comienzan los estornudos de las siluetas que intercambian así modas estilísticas, manías, posturas, actitudes, etcétera. En todo el corto viaje alegórico del corto, los individuos se desprenden de sí, se comparten en uno mismo, pierden su apariencia, todo motivado por el frenesí de la urbe, donde quien se toma su tiempo es arrollado, donde no hay intimidad y el amor es compartido.
La animación, con un dibujo muy sencillo pero con un color brillante y un uso original para captar las deformaciones y desdobleces de cada juego de personalidad que representa, vale la pena. Breve y sin diálogos, entretenido.
Como nota curiosa, el cortometraje de esta joven animadora, Paulina Ziólkowska, viene supervisado, como parte que es de su trabajo aún académico, por dos grandes figuras de la animación en Polonia, Piotr Milczarek y, sobre todo, Piotr Dumala.
En una ciudad contemporánea, allá donde una infinitud de caracteres trata de asentarse en el entorno complejo del movimiento constante, del contacto constante, comienzan los estornudos de las siluetas que intercambian así modas estilísticas, manías, posturas, actitudes, etcétera. En todo el corto viaje alegórico del corto, los individuos se desprenden de sí, se comparten en uno mismo, pierden su apariencia, todo motivado por el frenesí de la urbe, donde quien se toma su tiempo es arrollado, donde no hay intimidad y el amor es compartido.
La animación, con un dibujo muy sencillo pero con un color brillante y un uso original para captar las deformaciones y desdobleces de cada juego de personalidad que representa, vale la pena. Breve y sin diálogos, entretenido.
Como nota curiosa, el cortometraje de esta joven animadora, Paulina Ziólkowska, viene supervisado, como parte que es de su trabajo aún académico, por dos grandes figuras de la animación en Polonia, Piotr Milczarek y, sobre todo, Piotr Dumala.
Mediometraje

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7
8 de enero de 2020
8 de enero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es Vincent D’Onofrio un actor que, por talento, creo que merece mucho más protagonismo en el cine del que ha tenido. Quizás consciente de esa injusticia, quizás aceptándola, o quizás sin prestarle la más mínima atención a lo que es sólo una ocurrencia de un cualquiera, el caso es que en 2005 quiso hacer las cosas a su modo; casi todo, concretamente. Ya había hecho en la película de Tim Burton de 1994, Ed Wood, una breve aparición interpretando al mismísimo Orson Welles –a quien se da más que un aire–, donde, no obstante, aunque ponía la presencia, no ponía la voz – esta correspondía a la de Maurice LaMarche (The Critic). Esta experiencia debió interesarlo en el genio y su representación más de lo que pudiera ya estar, para acabar llegando a este cortometraje.
Nos situamos en el previo al rodaje de una escena fundamental en la película El tercer hombre, la genialidad que fraguó Graham Greene para Carol Reed, pero en la que Orson Welles parece no contentarse con su parte… y ahí aparece la magia. En una puesta en escena simple, en blanco y negro, surge la imponente mímesis de un Welles al que acompaña Janine Theriault, que está estupenda y a la que el guion le da una verdadera relevancia. El corto, soportado así por las actuaciones y el diálogo, acaba inventando la génesis de una de las mejores frases del cine.
Pues sí, a lo dicho, tuvo la suerte el mundo de contar con Orson Welles, pero también tiene el mundo la suerte de verle en Vincent D'Onofrio.
Nos situamos en el previo al rodaje de una escena fundamental en la película El tercer hombre, la genialidad que fraguó Graham Greene para Carol Reed, pero en la que Orson Welles parece no contentarse con su parte… y ahí aparece la magia. En una puesta en escena simple, en blanco y negro, surge la imponente mímesis de un Welles al que acompaña Janine Theriault, que está estupenda y a la que el guion le da una verdadera relevancia. El corto, soportado así por las actuaciones y el diálogo, acaba inventando la génesis de una de las mejores frases del cine.
Pues sí, a lo dicho, tuvo la suerte el mundo de contar con Orson Welles, pero también tiene el mundo la suerte de verle en Vincent D'Onofrio.
7
20 de septiembre de 2019
20 de septiembre de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Álvaro Graça de Castro Feijó, auténtico maestro de la animación europea. Abí Feijó, como se le conoce –aún muy pobremente representado en Filmaffinity–, realizó en 1993 esta película, “Los Salteadores”; un cortometraje, clásico dentro del cine de animación portugués, adaptación del propio Feijó y Sergio C. Andrade de “Os salteadores”, cuento del poco traducido aquí en España, Jorge de Sena, y parte de su libro “Os Grão-Capitães” (1976).
“Os salteadores” situaba su acción en un viaje en coche por la noche de frontera en Portugal, en la que unos personajes recuerdan, enfrentando sus visiones, los tiempos inmediatamente posteriores a la Guerra Civil Española, en que se escondieron en los montes portugueses del Norte algunos españoles que tuvieron que huir tras la derrota contra el bando sublevado. Discutían la identidad, bien como meros saqueadores, bien como temerosos refugiados, de estos hombres.
Abocados a un final trágico, el relato trataba de confrontar las perspectivas del Estado Novo y sus similitudes con las penurias de los perseguidos por la dictadura en el país vecino.
El cortometraje discurre, fotograma a fotograma, a paso que parece trémulo, producto de su animación artesana, de dibujo de grafito sobre papel, con las hermosas transiciones y transfiguraciones aportando el dinamismo y sentido plástico de realizar un trabajo mediante la animación. La música de Manuel Tentúgal va infundiendo el drama desde el inicio y hasta el final. Tiene un momento de auténtico humor negro –que es aquel que se da en el drama humano–, y el evidente guiño goyesco casi al final para hilar las injusticias donde no importan la época, los ejecutores, pero sí los ajusticiados.
Abi Feijó creyó desde sus inicios que vivir de la animación podría ser no ser sólo un anhelo en un país con tan poca industria, que las historias bien contadas podían acabar encontrando su espacio.
La producción de este premiado cortometraje fue de Filmógrafo, productora que el propio Feijó fundó en 1987 y que pervivió hasta su cierre en 2002, con el espíritu de levantar unas bases sólidas para la animación en Portugal. En este proyecto estuvo acompañado de otros nombres que también se hicieron ilustres como Pedro Serrazina, Regina Pessoa, o José Miguel Ribeiro.
“Los salteadores” es un magnífico cortometraje porque es un fósil de la lenta llegada de muchos países a la animación, pieza indispensable en su consecución en Portugal, y, ante todo, porque cuenta una historia, una historia real, hermosa y dolorosa, lo hace con respeto y con pasión, y lo hace porque quiere y porque siente que debe.
“Os salteadores” situaba su acción en un viaje en coche por la noche de frontera en Portugal, en la que unos personajes recuerdan, enfrentando sus visiones, los tiempos inmediatamente posteriores a la Guerra Civil Española, en que se escondieron en los montes portugueses del Norte algunos españoles que tuvieron que huir tras la derrota contra el bando sublevado. Discutían la identidad, bien como meros saqueadores, bien como temerosos refugiados, de estos hombres.
Abocados a un final trágico, el relato trataba de confrontar las perspectivas del Estado Novo y sus similitudes con las penurias de los perseguidos por la dictadura en el país vecino.
El cortometraje discurre, fotograma a fotograma, a paso que parece trémulo, producto de su animación artesana, de dibujo de grafito sobre papel, con las hermosas transiciones y transfiguraciones aportando el dinamismo y sentido plástico de realizar un trabajo mediante la animación. La música de Manuel Tentúgal va infundiendo el drama desde el inicio y hasta el final. Tiene un momento de auténtico humor negro –que es aquel que se da en el drama humano–, y el evidente guiño goyesco casi al final para hilar las injusticias donde no importan la época, los ejecutores, pero sí los ajusticiados.
Abi Feijó creyó desde sus inicios que vivir de la animación podría ser no ser sólo un anhelo en un país con tan poca industria, que las historias bien contadas podían acabar encontrando su espacio.
La producción de este premiado cortometraje fue de Filmógrafo, productora que el propio Feijó fundó en 1987 y que pervivió hasta su cierre en 2002, con el espíritu de levantar unas bases sólidas para la animación en Portugal. En este proyecto estuvo acompañado de otros nombres que también se hicieron ilustres como Pedro Serrazina, Regina Pessoa, o José Miguel Ribeiro.
“Los salteadores” es un magnífico cortometraje porque es un fósil de la lenta llegada de muchos países a la animación, pieza indispensable en su consecución en Portugal, y, ante todo, porque cuenta una historia, una historia real, hermosa y dolorosa, lo hace con respeto y con pasión, y lo hace porque quiere y porque siente que debe.
ShowMediometrajeDocumentalTV

6,7
312
6
21 de mayo de 2017
21 de mayo de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llegué hasta este especial de la HBO por casualidad. Surgió en la columna de recomendaciones de YouTube (ahí se encuentra íntegro no sé si legalmente) y viendo que no era muy extenso quise hacer por verlo. El programa se reduce ne el buen sentido de la palabra a una charla distendida entre cuatro de los más importantes de la comedia "stand up", Jerry Seinfield, Chris Rock, Louis C.K. y Ricky Gervais. Como descubrí poco después de ver este especial, el último, el británico Gervais, hace las veces de productor del programa y de conductor. Esto me hizo entender las tan dispares actitudes que me habían chirriado mientras lo veía: por un lado Ricky Gervais le trataba de dar a todos los temas que tocaban un carácter académico, y pese a que por supuesto hace bromas (y algunas bien ácidas), parece intentar encontrar la esencia de la comedia y en concreto de la "stand up" en la mayoría de sus preguntas; y por otro lado, los tres invitados optan por un discurso mucho más relajado. Esto no lastra los llevaderos 49 minutos de transcurso, pues tienen momentos interesantes unos (como el del inicio, en el que hablan de la necesidad de renovarse como humoristas), y muy divertidos otros, pero sí hay instantes en que, para que esta charla hubiera quedado redonda, se echa en falta una completa complicidad a la hora de encarar las preguntas.
En resumen, no es un auténtico debate aunque en ocasiones disientan, es una conversación que se hace ligera, con buenos chiste y anécdotas de los cómicos, donde realizan algunas reflexiones lúcidas y no cargantes... en fin, un buen programa de humor con humor.
En resumen, no es un auténtico debate aunque en ocasiones disientan, es una conversación que se hace ligera, con buenos chiste y anécdotas de los cómicos, donde realizan algunas reflexiones lúcidas y no cargantes... en fin, un buen programa de humor con humor.
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