Coproducción hispano-chilena, muy solvente. Bien ambientada, bien interpretada, con un atractivo casting y realizada por dos directores con muchos trienios en series de tv.

Sorprende para bien Elena Rivera, en su primer papel como protagonista absoluta, más allá de un cortometraje en 2016. La actriz se muestra tan valiente y capaz como el personaje que interpreta.

Si a esto sumamos que esta aventura de la historia, muy bien contada, es una de esas magnas olvidadas en nuestra raquítica memoria colectiva, como nación y como pueblo: la historia de una extremeña “empoderada” ya por derecho propio, por carácter y por arrojo, en la primera mitad del siglo XVI, digo yo que bien merece un aplauso y un atento visionado.

Sobresaliente película que trata de las intrigas de la iglesia pre-anglicana y de la corte de Enrique VIII, para que este, siguiendo sus intereses erótico festivos, pudiera hacer en su reino, y en su vida, todo lo que se le antojara, bajo pena de alta traición y hachazo en cuello en la Torre de Londres. Se contextualiza en el último divorcio entre Inglaterra y España, encarnado en Enrique Tudor y Catalina de Aragón. Cuenta la última etapa de Sir Thomas More, un hombre comprometido con sus creencias hasta el punto de renunciar a su propia vida por mantenerlas. Un héroe involuntario, insufrible para el poder, que predicó con su ejemplo, hasta el hachazo, y cabeza en pica para escarnio público.

No hay que asustarse demasiado. Los temas eternos, tras la Grecia clásica y algún lustro revisionista más o menos perdido en la historia, nunca han estado de moda. Por eso se denominan clásicos.

Ni soy quien, ni conozco suficientemente a Augusto M. Torres como para reprenderlo. No sé si su “frase” está o no fuera de contexto, aunque el aburrido tribuno de El País no parece haberse quejado de eso. Es una pena que, desde los más populosos púlpitos, no se haga más por difundir los más constructivos pensamientos. Tal vez en la sociedad de los videojuegos haya que advertir que puede costar entrar en un guión tan prodigioso como calmado, pero la primera vez que me quedé prendado de esta película, tenía catorce años y la cara llena de granos. Si mi padre me hubiese dicho que era una película teatral y aburrida, no creo que me hubiese sentado a verla. Me dijo “Vale la pena. No la olvidarás en tu vida. Relata hechos históricos tan notables que siguen de actualidad hoy en día.”

La película trata, y trata muy bien, temas como la objeción de conciencia, el soborno, la autoestima, la fidelidad a uno mismo, la traición, la mentira, la corrupción del poder totalitario, la defensa de la verdad, la intromisión de las leyes en la intimidad del ser humano, en su propia asertividad. Trata de la libertad, del reconocimiento social y de la renuncia libre. Trata del derecho al silencio y hasta de neurolingüística aplicada. Más que aburrida, diría que es apasionante, a poco que seas capaz de entender lo que se dice, y desde luego, en VOS, o doblada en castellano, se habla claro y bien.

El guión está lleno de frases para la eternidad. La lista sería larguísima. Creo que Zinneman hizo muy bien orquestándolo sin efectismos ni artificios. Con sobriedad espartana. Creo que lejos de ser criticable, es una de sus mayores virtudes. En la película de esta historia solo puede reinar la palabra.

Sorprendente, fresca, ingeniosa, descarada, bien interpretada y con ritmo… Una serie de ocho capítulos cortos, muy recomendable para mujeres que crean tener la brújula bien calibrada, para hombres a los que les atraigan las locas de atar, y para todos y todas las demás.

Indudablemente, Leicia Dolera va a mejor, proyecto a proyecto, sabiéndose rodear de un equipo técnico y artístico muy competente, y liderándolos con criterio y buen hacer.

Mención aparte a sus dos coprotagonistas, Celia Freijeiro y Aixa Villagrán que le aportan acertados e ingeniosos contrapuntos.

Tragedia humana desasosegante, cruda, estremecedora, doliente... de un amargor duradero en boca, con tufillo a sociedad reprimida de hipócritas aborregados, y un fondo de sincera amistad ahogada por el silencio. Es aquello de que ni el sincero perdón pega los pedazos rotos. Cuando algo se rompe, roto se queda. Y si la rotura se produce de improviso, normalmente no lo hace en buen momento y desencadena los infiernos más hondos y delicados del ser humano. Y entonces solo toca reponerse, levantarse, vivir con ello. Ser esclavo del pasado, aprendiendo a andar de nuevo. Ahora sin que se noten las cadenas que pesan en muñecas y tobillos. A sonreir sin la mueca que un día hicieron tus labios. A volver a amar, no como antes. Sin comparaciones. A volver a amar.

Weaver, Moore y Strathairn forman un triángulo interpretativo de antología. El guión es soberbio. El ritmo, el preciso. El montaje, muy inteligente. ¿Quién ha sabido dirigir tan bien todo esto?

Scott Elliot ¿dónde estás? Después de mostrar lo que sabes hacer, está muy feo desaparecer.

¿Esperarías de Lynch que fuese más competente como actor que como director en una de sus obras? Pues es el caso. Tal vez lo mejor de esta… ¿temporada? de “Twin Peaks”, sean los títulos de crédito y la sintonía de Baladamenti. El resto… ¿cómo ha podido perder Lynch la capacidad de imitarse?

Ha intentado volver a sus obsesiones pero sólo nos muestra manías enmarcadas en lugares comunes. Vuelve al blanco y negro y la explosiones, a los insectos y a la criptozoología, a los trozos de carne muerta y a la sordera, a la linea discontinua de la carretera en mitad de la noche, a los mendigos ennegrecidos por la mugre y a la cámara temblona destrozacaras o conciencias, a Kyle MacLachlan y a Laura Palmer… pero se le ha olvidado qué hacer con las piezas. Ha perdido el hilo. ¿Ha perdido el genio? Ha perdido hasta el gusto por la banda sonora y por encontrar el momento de colar un clásico como “Blue Velvet”.

Ponerle un 6 a David Lynch es como ponerle un 2 a la mayoría… pero reconozco con cierto sonrojo que de quien firmó “Eraserhead”, “Lost Highway” o“Mulholland Drive”, me interesa lo que haga. Ya sea en el mundo real de las las historias verdaderas de pequeños tractores o de hombres elefantes… o en el subrealista de sus corazones, carreteras, terciopelos o Macguffins… ¿pero esto?

Este ejercicio de sublimación de su ego menos sublime… Este derroche de talento en el interminable elenco de incautos que desfilan maravillosamente por la pasarela de sus ocurrencias inconexas - Qué lejos de las alucinaciones que nos alucinaron en su obra excelsa… - No. Esto no… Claro que hay rastros, retazos y hasta intervenciones difíciles de olvidar como la de Laura Dern o la de Harry Dean Stanton, pero ¿no es mucho estuche para el regalo?

¿Cómo hacen los años a Huston firmar “Dublineses (Los Muertos)”, y a Lynch malmatarnos con este ejercicio de autocomplacencia y conformismo. Este no puede ser tu legado, David… Más parece un legrado.

Ojalá te redimas en los muchos años que ojalá te queden, Maestro.