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Críticas 126
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de octubre de 2011
116 de 163 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos encantan los malos, reconozcámoslo. Esos villanos de cine que no nos podemos quitar de la cabeza y que alguna vez hemos soñado interpretar aunque sea en el espejo de nuestro cuarto de baño. El Joker, Hannibal Lecter, Darth Vader, Freddy Kruger, Norman Bates, Harry Powell...Hay multitud de representantes del mal en diferentes épocas y situaciones. Solo que la mayoría tiene motivos para ser un anti-héroe ya sean el dinero, el poder, los traumas infantiles...César (Luis Tosar) no. Él es así, nació sin esa capacidad para sentir el bien como quien nace sordo, mudo o del Madrid. Tal vez el Joker comparta esa "habilidad", el joder por joder, que la anarquía fluya en sus venas y que salpique a los demás cuando sean cortadas. Ya está bien del "me pegaban de pequeño" o "soy así por culpa de la sociedad". Jaume Balagueró y Alberto Marini se atreven a estamparnos en la cara la sucia verdad, hay gente que nace así y no se arrepiente de ello, sólo conviven como pueden intentando ser felices...a su manera. No sirve de nada endulzar la realidad en una ficción cuando en los informativos nos narran cada día asesinatos, masacres, terrorismo, politiqueo rancio y demás situaciones calamitosas. Si el cuarto poder no suaviza la cruda verdad, el cine (que en este país no es ni el quinto ni el sexto ni el séptimo poder) no tiene obligación a ello, sin embargo sí que recibe una censura más dura y castradora recayendo en él una responsabilidad que no le toca.

El punto fuerte de la historia y la dirección por la que ha optado Balagueró es el punto de vista. Somos César. Vamos a donde él va. Vemos lo que él ve. Dañamos a quien él dañe. Siempre se ha dicho que lo mejor es tener diversos puntos de vista de una misma historia para que el espectador decida en su cabeza qué camino seguir o con quien se identifica. Aquí no. Acertadamente, Balagueró y Marini, instauran la dictadura en nuestra mente para inculcarnos que no hay nada más para nosotros que no sea ese hijo de Satanás. Estamos condenados a entendernos si queremos desfilar por el camino que director y guionista han construido para nosotros. Es un arma de doble filo pero apuesto a que pocos espectadores optarán por no seguirles. El rompedor final recompensa a los desprejuiciados y castiga a los bien pensados. No puedes lanzar un órdago durante 100 minutos para redimirte en los 7 restantes. Eso sería impropio de un personaje Houstoniano.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hay que aclarar a los fans del Balagueró más "B" que Mientras Duermes es un thriller con elementos de terror, no al revés como se ha llegado a vender. Es un dato importante porque son dos géneros que poseen dos ritmos distintos, un tratamiento diferente y de la locura casi epiléptica de REC y REC 2, pasamos a un enfoque mucho más Eastwoodiano de la historia. Es decir, ritmo tirando a lento adueñándose de nosotros y revolucionarnos durante los últimos 20 minutos. También porque sus referencias son La Comunidad, Taxi Driver, El Quimérico Inquilino y el claustrofóbico uso de los espacios cerrados y opresivos propios del mejor Samuel Fuller (Corredor sin Retorno se me vino a la cabeza un par de veces). La irónica cotidianidad que acecha en cada fotograma nos hace escapar una risa nerviosa ya que le reímos las sádicas gracias a través de la barrera y que así sea siempre. Pero precisamente ese miedo a lo teóricamente normal, a lo que creemos (des)conocido es el que nos provoca sudores fríos al acabar la proyección. El cartero, el panadero, la cajera del supermercado...nos cruzamos con ellos cada día. ¿Quién dice qué nuestra vida no es un Show de Truman para ellos?

Tosar, Etura y San Juan bordan sus papeles sin aparente esfuerzo siendo el del actor gallego un papel caramelo que aborda con contención y firmeza para descontrolarse en los momentos de violencia y tensión. Son ya muchas las grandes actuaciones de Tosar para que se le considere un grande no ya del cine español, sino del cine internacional, sin límites. Para el recuerdo queda esa espectacular escena entre él mismo y San Juan que está rodada e interpretada con un realismo sucio que asusta. Esa mirada del actor de Bajo las Estrellas en la bañera es de una indefensión y dramatismo que te congela la sangre. El guión de Marini, aparte de explayarse sobre una patología como es la maldad en el ser humano, plantea otra cuestión sobre la que pasa de puntillas; ¿Dónde acaba la seguridad y empieza la intromisión a la privacidad? ¿Estamos dispuestos a confiar nuestra vida y detalles más íntimos a un trabajador siendo un completo desconocido? ¿Por qué nuestra reacción natural es la de confiar en las personas que desempeñan un trabajo cuando son los que más fácil tienen el acceso a nosotros? ¿Cómo sabemos qué no son unos perturbados con delirios psicópatas? Eso es lo malo y lo que nos aterra...no lo sabemos.
30 de diciembre de 2011
92 de 119 usuarios han encontrado esta crítica útil
Babel, Mar Adentro, La Vida es Bella, Crash...son películas. Algunas mejor que otras con algo en común: son manipuladoras. O por lo menos lo intentan. ¿Por qué ese afán desmedido por llevar al espectador al terreno deseado sin importar qué medio usar para ello? ¿Por qué no dejar que él mismo se construya la historia y los personajes en la cabeza sin necesidad de "ayudas"? ¿Cómo tienen las santas narices Abi Morgan y Phyllida Lloyd de decirme qué Margaret Thatcher era "x" cuando yo sé que es "y"? ¿Acaso saben más que los libros de historia y los historiadores que catalogan a la que fuera Primer Ministro de Inglaterra durante once años como uno de los gobernantes más extremos, déspotas y unilaterales que han existido jamás? Es una lástima que producciones como ésta sigan la estela de Oliver Stone y no de Frears o Hooper en cuanto a la utilización sin control del maniqueísmo más radical. Lástima porque la película tiene calidad cinematográfica suficiente como para haber prescindido de tales artimañas sin resentirse en absoluto. Contando con una de las mejores actrices de la historia como Meryl Streep, experta en humanizar todo tipo de personajes, estaba de más. La primera escena de una película suele adelantar el tono general del resto y aquí nos encontramos a una Thatcher vieja, sola y dándose de bruces con el horror de su pasado hasta yendo a comprar el pan.

La estructura del film puede resultar cansina y difícil de seguir para el gran público por estar fragmentado en flashbacks, continuos cambios temporales episódicos y alucinaciones de la protagonista. Lloyd intenta sumergirnos en la enferma mente de Thatcher mediante idas y venidas pero no es hasta la mitad del metraje cuando lo consigue debido a la dramática y triste historia de amor con su marido, un magnífico Jim Broadbent (qué actor más infravalorado...). La historia de amor es, de largo, lo mejor de La Dama de Hierro, gracias a una química a prueba de bombas (perdón por el chiste) entre Broadbent y Streep (aunque solo se le reconocerá el mérito a ella). De hecho, esta fragmentación parece diseñada a modo de pequeños trailers con su principio, desarrollo y final con una carga emocional potente y bien construida. Directora y guionista han decidido pasar de puntillas por el Thatcherismo en favor de la persona, lo cual me parece muy correcto y algo totalmente loable, si no fuera porque esa persona dibujada no es Margaret Thatcher. Si se apuesta por retratar a la persona, quiero ver a esa persona porque si no es mejor crear un personaje anónimo desde cero y todos estos problemas quedarían eliminados al no existir comparación o posibilidad de corroborar. Morgan también olvida que el contexto es importante para entender el funcionamiento de una mente humana y la toma de decisiones.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
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No podemos mezclar en cinco minutos la Guerra de las Malvinas, el atentado del IRA y su lucha contra los soviéticos sin más datos que unas pobres imágenes de archivo. Aparte de que condensar sesenta años en cien minutos es imposible y una locura.

La directora de Mamma Mia no deja pasar la oportunidad de hacer hincapié en la exaltación de un feminismo barato y de folletín, en donde el mundo entero se equivoca donde la Thatcher acierta para acto seguido omitir las consecuencias de algunas de sus funestas decisiones. El feminismo es muy respetable cuando existen motivos para ello pero en la historia real los opositores de la Primer Ministro tenían motivos más que suficientes para cargar contra ella sin importar si era mujer u hombre. Insisto, no creemos un héroe o un monstruo donde ya hay un personaje con matices, grises y muy atractivo para una adaptación cinematográfica. A pesar de todo no es una mala película ya que el ritmo que Lloyd imprime es el adecuado en cada momento y sabe gestionar muy bien momentos emotivos con otros más distendidos. Streep y Broadbent están majestuosos pero me gustaría destacar a Alexandra Roach interpretando a una joven y revolucionaria Thatcher de forma sublime. Mi pregunta es si realmente hacían falta tantos kilos de maquillaje en la cara de la actriz de Los Puentes de Madison, ya que en algunas escenas apenas puede mover la boca y solo logra transmitir algo a través de los ojos. Thomas Newman se reinventa y ejecuta su mejor banda sonora en años, lejos de sus típicos tics a los que nos tenía acostumbrados.

Es un film muy emotivo con un final que hará las delicias de los aficionados a soltar la lagrimilla en el cine (reconozco que conmigo funcionó) que podría haber sido mucho más de no ser por los problemas antes citados. Es triste que la típica película perfecta británica como ésta (perfecta en reparto, técnicamente, musicalmente, visualmente...) quede marcada como un intento digno pero fallido de llevar a la pantalla a un personaje tan bestial como lo es Margaret Thatcher. Aún así, muy disfrutable si se consigue ignorar sus deficiencias y una oportunidad de oro de disfrutar del mejor elenco posible en cualquier película: cualquiera que esté integrado por británicos. Una última reflexión...Streep está de Óscar, es innegable, pero ¿Las británicas Judi Dench, Vanessa Redgrave, o Julie Christie (por no citar a Helen Mirren) lo hubieran hecho peor?

PD: Quien haya visto Little Britain tendrá difícil aguantarse la risa ante las repetidas voces que gritan "Margaret, Margaret..."
25 de junio de 2012
87 de 113 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace cinco años el mundo contempló la peor película protagonizada por el Hombre Araña. Sam Raimi, maestro de la serie B y que había realizado un decente trabajo en las dos secuelas anteriores, mostraba síntomas de agotamiento y, lo que es peor, de hastío. Lo mismo que su protagonista, Tobey Maguire. La película era Spiderman 3 y el esperpento de ver al superhéroe arácnido bailando ridículamente como si estuviera en una película de Todd Philips, parecía su sentencia de muerte. Pero el mundo del cine se rige por sus propias r€glas y, a pesar de ser la peor de la trilogía con diferencia, recaudó más que ninguna (casi 900 millones), por lo que era evidente que esta gallina todavía tenía muchos huevos que poner. La naturaleza del séptimo arte es cíclica y lo que hace diez años triunfaba no tiene porque hacerlo ahora, por lo que en vez de una continuación se apostó por un reinicio de la saga. Un reparto plagado de buenos intérpretes y un director con toque personal. Eso es lo que requieren los productores de los grandes estudios gracias a Nolan y su empeño en crear un cine entretenido de calidad. Sorprendentemente el director elegido para revivir la franquicia no tenía ninguna experiencia en el terreno de la acción pero si en la comedia dramática, donde las relaciones personales entre personajes son el epicentro de la trama. Y así damos con Marc Webb, director de la notable 500 días juntos, con la poderosa intención de hacer de los personajes la acción del relato.

No soy un fan kamikaze de Spiderman y su mitología pero de pequeño disfrutaba de sus comics y su serie animada. Quizás esto mismo, el no ser un fan incondicional, sea la causa de la siguiente reflexión. Tengo la firme convicción de que Spiderman es un personaje desaprovechado cinematográficamente que nunca ha sido explotado y explorado hasta sus límites intelectuales y viscerales. Nunca he visto en pantalla a ese irónico reportero de un periódico metropolitano que se reía de la muerte y de sus enemigos hasta en las peores situaciones. La versión Raimi apostaba por un Spiderman parado, tranquilo y hasta lelo por momentos. Webb presta mucha más atención a ese apartado y su héroe es más desafiante y sarcástico, con vistas a serlo mucho más en siguientes continuaciones. Webb nos presenta a un adolescente inmerso en el ambiente estudiantil, con hormonas revolucionadas y un claro desajuste familiar.

Tal vez todos estos aspectos hayan favorecido el nacimiento de una inseguridad patológica con tintes vouyerísticos (cosa que también se hubiera captado sin el cartel de La Ventana Indiscreta en primer plano) que en una mente enferma podrían haber sido desarrollados hasta llegar a convertirse en El Fotográfo del Pánico 2. Pero felizmente para nuestro protagonista está enamorado, por lo que solo está enfermo de amor (por su chica y su monopatín).

Sigo en spoiler pero no es spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como decíamos antes, el guión apuesta descaradamente por la conexión entre los personajes obviando la acción hasta bien entrado el segundo acto (salvo por contadas excepciones). Y he de reconocer que es un acierto relativo ya que, si bien los lazos de Peter con sus abuelos quedan claros desde el principio (contar con Sheen y Field ayuda bastante), no puedo sentir más que decepción con el tratamiento de la pareja Peter-Lagarto. El libreto se queda en la superficie del típico dúo maestro-aprendiz, desaprovechando un suculento personaje atormentado como es Lagarto (y por ende, a Ifans).

Otra de las claras diferencias entre la versión de Raimi y la de Webb es el contexto histórico y cultural. En la de Raimi, EEUU acababa de ser despojada de su halo de impenetrabilidad por el terrorismo islámico y el miedo a lo desconocido reinaba en cada habitante de New York, transformando esa inseguridad en individualidad y egoísmo. En la de Webb, más de diez años después, el mundo sigue necesitando héroes pero nos dan a entender que el pueblo ha evolucionado, se ha hecho más fuerte y es consciente de que debe estar unido para acabar con cualquier amenaza, pasando de un individualismo peligroso a una sensación de comunidad asociada (y si no vean la escena de las grúas). Esto, por supuesto, influye en la percepción del temerario trepamuros por parte del espectador, que tiende a verlo más cercano y mundano, el líder de un ejército silencioso, que aparece en el momento oportuno.

La historia de amor no es empalagosa (gracias a Dios) y, de no ser por el cariz heroico/fantástico, podría estar protagonizada por los Gordon Levitt-Deschanel de 500 días juntos. Un tema pendiente en este tipo de producciones suele ser el humor, casi siempre demasiado blanco e infantil y aquí, por desgracia, no es una excepción. Pero, ¿Cómo se desenvuelve Webb en las escenas de acción? La verdad es que se le nota cómodo en ellas pero muy lejos de la maestría mostrada por Whedon en Los Vengadores o Snyder en Watchmen. Cumple, luce el presupuesto y hace un correcto (solo correcto) uso del 3D. Andrew Garfield, que ya estaba fantástico en The Social Network o The Imaginarium of Doctor Parnassus, gana la comparación con Maguire y consigue hacer casi transparente la fragilidad emocional con la que dota a su Spiderman. El resto del reparto está a la altura pero, como dije antes, me parece un delito desperdiciar a un actor tan infravalorado como Ifans, que podría haber hecho mucho más con un personaje tan goloso si le hubieran dado el tiempo para ello (como por ejemplo, a Liam Neeson en Darkman). Poco más que añadir salvo que no se pierdan la espectacular escena del puente, el desternillante cameo de Stan Lee y la sorpresa tras los créditos finales.
27 de noviembre de 2013
95 de 134 usuarios han encontrado esta crítica útil
Enfrentarse a la literatura de Cormac McCarthy no es tarea fácil. Su estilo seco y preciso, sus reflexiones morales y desesperanzadoras, unidas a una obsesión casi enfermiza por lo fronterizo y áspero, lo convierten en un autor para el que hay que prepararse mentalmente antes de siquiera tocar una de sus novelas. De ahí que sus adaptaciones cinematográficas se conviertan en algo parecido a una ruleta rusa. All the Pretty Horses (Billy bob Thornton, 2000) fue un estruendoso fracaso de crítica y público. No Country for Old Men (Joel y Ethan Coen, 2007) y The Road (John Hillcoat, 2009) triunfaron sobre todo por su (casi) fiel adaptación del escritor norteamericano, siendo No Country for Old Men una de las obras fundamentales en el Séptimo Arte del Siglo XXI. The Gardener's Son (Richard Pierce, 1977) y The Sunset Limited (Tommy Lee Jones, 2011) son los únicos guiones basados en sus propias creaciones que McCarthy ha llevado al cine y la televisión como guionista único. Como también lo hace en The Counselor. ¿Por qué hablo tanto de McCarthy y nada de Ridley Scott? Porque claramente esta es una película de Cormac McCarthy y nada o muy poco tiene del director de Alien (1979), que se ve absorbido por una historia que probablemente no comprende del todo o por la que no siente una atracción personal. Supongo que el orgullo de trabajar con McCarthy fue suficiente para que el realizador inglés se embarcara en el proyecto, sin tener en cuenta la ardua labor que le esperaba. Porque Scott se limita a situar la cámara en el lugar que él cree más indicado para beneficiar a la escena de turno. Intenta dotar de ritmo a la historia, poner su sentido de la narración al servicio del relato sin molestar, sin aportar una visión personal que distorsione la mirada original. Y no me parece nada mal su elección. Porque ante un material de esta envergadura lo más sensato es echarse a un lado, sobre todo si uno mismo es conocedor de sus limitaciones, y permitir que las imágenes cobren vida por si solas. Definitivamente, Scott no tiene el talento realizador de los hermanos Coen pero, como digo, se conoce muy bien. El escritor y el director poseen estilos narrativos diferentes, y prevalece claramente el del firmante del libreto. The Counselor es una película con un estilo literario intrínseco, visceral, excluyente incluso. De hecho, esta característica ha sido elegida como arma favorita por los medios americanos (y prácticamente por los de todo el globo) para fusilar al film. Su excesiva devoción por lo literario, tanto en sus diálogos como en la construcción de sus escenas. Y es cierto que la tiene pero, ¿Es esto reprochable? Nicolas Winding Refn cimentó su Only God Forgives (2013) en una estética recargada y una estilización extrema de la violencia. Harmony Korine en su Spring Breakers (2012) también depende de su obsesión por la forma y la deconstrucción del relato. Es decir, ambos autores dotan de una personalidad diferencial a sus películas con elementos que usan abundantemente, de forma constante, sin red de seguridad. Lo que les valió para formar parte de listas de las mejores películas de 2012 y 2013 por su arriesgada apuesta. Pues bien, lo que Cormac McCarthy hace en The Counselor es exactamente lo mismo. Lo arriesga todo a una carta. Y no es que sea criticado por el resultado, que también, sino que sobre todo es atacado por su elección, que se considera un ataque de prepotencia y casi un desprecio para el cine. No entiendo absolutamente nada.

Partiendo de la aceptación de esta base literaria, me centro en las abundantes temas que McCarthy trata en el film. En él se nos presenta a Fassbender como un abogado iluso, inocente, que parece salido de una película de Frank Capra, pues pretende entrar en el negocio de la droga en México como trabajador externo. Quiere los beneficios que le puede proporcionar este mundo sin conocer nada de él, sin mancharse las manos y, sobre todo, sin esperar ninguna consecuencia. Es un personaje crédulo, que no se encuentra en su elemento (la escena en la que pregunta algo en español y es respondido en inglés lo define a la perfección) y cuyo único momento de paz transcurre en la escena inicial, en la que se encuentra con Penélope Cruz debajo de las sábanas como si estuvieran ambos en un campo de protección ante la brutalidad que les rodea. Es imposible hacer negocios en este mundo sin salpicarse, en el momento en el que entras en la red, en el que te mezclas, ya estás implicado (o muerto). Solo queda saber cuanto vas a disfrutar de tu vida y cuanto te vas a forrar. Pero una vez que entras, es para siempre. ¿Puede realmente existir un personaje así? ¿O estamos tan condicionados por la violencia de nuestro tiempo qué encontramos extraño enfrentarnos cara a cara con una persona cándida y utópica? Porque México se nos presenta como el infierno en la tierra ("Jesus no nació en Mexico porque no encontró tres reyes ni una virgen", dice uno de los brutales diálogos de McCarthy), un lugar donde la muerte acecha en cada esquina y los demonios son invisibles. Este es, de hecho, uno de los puntos fuertes de la trama. El protagonismo otorgado al Cártel no es directo pero es vital para el avance de los acontecimientos. The Counselor nos muestra que hay algo peor que la muerte:esperarla. Porque todos y cada uno de los personajes que habitan este mundo feroz parecen condenados desde el principio a la tumba, dianas de un enemigo fantasma que no se deja notar hasta el momento en el que ves pasar toda tu vida ante tus ojos, a modo de justicieros espirituales. El estado de paranoia constante que habita en el film es contagioso y agobiante, porque el espectador puede anticipar con cierta facilidad ciertos movimientos pero jamás ubicarlos en el espacio y el tiempo. Solo McCarthy puede hacerlo. Y parece que disfruta como un hijo de perra con este poder, llevándonos de un lado para otro, mareando la perdiz para que el golpe sea mayor.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Este desconcierto provoca un ambiente irrespirable y escenas que no chirriarían en una película de terror. Los personajes se encuentran en un infierno de cocción lenta, que se ve venir desde el principio pero para el que no parece haber solución ni se puede evitar la colisión con él. De hecho la cinta se divide en dos partes bien diferenciadas. En la primera se trata la construcción del supuesto golpe que va a hacer de oro a Fassbender y asociados. Incluso se planifica qué hacer en caso de probable fracaso, algo que Fassbender ve imposible. Todo parece ir como la seda pero mientras tanto, en esos momentos, se irá desatando poco a poco un pequeño drama que irá creciendo con el paso de los minutos, que choca frontalmente con esa imagen de éxito que se nos quiere vender de otros personajes. ¿La segunda parte? La segunda parte se desarrolla en la más absoluta de las tinieblas.

Y es entre estas tinieblas cuando crecen los personajes interpretados por Javier Bardem, Cameron Díaz o Brad Pitt, totalmente habituados a caminar entre la oscuridad. Estos y otros innombrables individuos asumen la caída, en el caso de que la hubiera. Están mentalizados para recoger, huir y establecerse en cualquier otro rincón del planeta. Son camaleones acostumbrados a la muerte, tanto que la desdramatizan en un intento de no idealizar en demasía su vida de ricos por si en algún momento alguien se la arrebata. Para ellos la vida no vale nada, ni siquiera la suya. El fin de los días es algo trivial, baladí, insignificante. Hallamos un sadismo cómico en estos personajes, un humor negro, seco, bestia, del que te arranca una risa nerviosa sin saber muy bien si debes reírte o no. Como bien dice el jefe encarnado por Rubén Blades, en México hay dos mundos:uno en el que cometes tu error y otro donde se paga. Solo queda aceptar sin posibilidad de redención, sin conversaciones aclaratorias, sin compensaciones ni pagos de intereses. La muerte es la consecuencia lógica de sus actos, de su mundo, todos lo entienden así menos el desgraciado de Fassbender. No deja de ser turbador el hecho de que en un mundo donde reina el caos, las leyes que se respetan sean las no escritas, las que todos entienden y ejecutan a rajatabla. Hasta en la más absoluta de las anarquías hay algunos códigos insalvables, aunque algunos pobres infelices no quieran entenderlo. En The Counselor la cuestión no es como te vas a escapar sino cuanto eres capaz de hundirte y a cuantos te puedes llevar por delante antes de fallecer. El destino está escrito desde el minuto uno. ¿Qué se puede esperar de un lugar dónde no se entierra a los cadáveres, sino qué se les roba? ¿Dónde las decapitaciones son solo negocios? ¿Dónde la brutalidad mueve más hilos qué la palabra e incluso el dinero? Solo hay que ver la fotografía que Dariusz Wolski ha empleado para iluminar el desierto:monocromática, transformando un desierto característicamente abrasivo en grisáceo, con tal abundancia de nubes que pareciera que fuera a explotar a llorar en cualquier momento. En la parcela interpretativa destacan el acongojado Fassbender, la despiadada Cameron Díaz (impagable su escena en el coche...) y el bufón Javier Bardem (impagable su narración de la escena de Cameron Díaz en el coche...). Brad Pitt encarna su ya clásico papel de Brad Pitt, es decir, el cowboy gigoló que suelta frases ingeniosas por doquier. En resumen, The Counselor es un muy buen thriller, una muy buena novela y contiene unos diálogos geniales y certeros. Es cierto que es casi todo diálogo, pero al que esto escribe le encantó Killing Them Softly (Andrek Dominik, 2012), por lo que no lo considero un defecto si la calidad de los mismos es tan alta como aquí. ¿Frases sentenciosas? Unas pocas, si. Y lo mismo, no me supone un problema al igual que no me lo suponía el oírlas en The Wire, Breaking Bad o cantidad de westerns como Unforgiven (Clint Eastwood, 1992), The Professionals (Richard Brooks, 1966) o en las propias novelas de McCarthy.

@Jlamotta23
14 de octubre de 2012
127 de 205 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que noche la de aquel día (A Hard Day's Night, Richard Lester, 1964), Help (Richard Lester, 1965), Magical Mistery Tour (Bernard Knowles & The Beatles, 1967) o Yellow Submarine (George Dunning, 1968) son algunos de los trabajos cinematográficos protagonizados por The Beatles, la banda de Pop-Rock más grande de todos los tiempos. Sus hordas de fans (sobre todo quinceañeras) llenaban las salas de cine convirtiendo cada estreno de los cuatro de Liverpool en un éxito sin paliativos. Lo más llamativo del asunto era que no les importaba en absoluto los personajes, la trama o la historia. Lo importante era que actuaban The Beatles haciendo de eso mismo, de The Beatles. John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr y George Harrison eran las cuatro estrellas más mediáticas del planeta, lo que obligó a sus agentes y asesores de marketing a construirles una personalidad diferente y propia a cada uno con la que su público pudiera identificarse. Por lo tanto, eran personas corrientes disfrazados de músicos. A su vez estos músicos, en sus aventuras para el celuloide, se volvían a colocar otra careta que los transformaba en una figura diferente a la original pero popular para el pueblo. Al final, en sus films británicos, no eran más que representaciones manipuladas adaptadas al gusto de los espectadores que, entusiasmados y satisfechos, reclamaban más y más. Richard Lester y cía no necesitaban una construcción detallada de personajes, ni que estos tuvieran aristas o fuesen redondos. Solo precisaban que The Beatles fueran The Beatles en otro medio durante noventa minutos, cuatro pases a la semana. Harmony Korine ha ejecutado la misma jugada con Selena Gomez y Vanessa Hudgens. El realizador caloforniano ha colocado a las estrellas de High School Musical y Los Magos de Waverly Place en un ambiente diferente, totalmente alejado de sus anteriores trabajos y ha confiado en que la percepción de sus entusiastas admiradores haga el resto, ahorrándole la laboriosa misión de crear desde cero. La película es un gran "y si Selena Gomez y Vanessa Hudgens fueran unas auténticas zorras?", sirviéndose íntegramente de la realidad para alimentar la ficción. Mi respuesta a ese "y si...?" es:no me interesa en absoluto, señor Korine, en absoluto.

Me produce cierta gracia cuando el director de turno se queja de que su película no es tomada en serio debido a que el protagonista de la misma es un cantante, una modelo o similar, argumentando que no es justo que se condicione todo un proyecto por la presencia de un rostro conocido. Lo que no se suele comentar es que su intención al situar ante los focos a una estrella no cinematográfica es puramente comercial, para atraer al mayor público posible, algo que me parece muy loable, pero no cuando a los espectadores se nos limita la crítica y se potencia el elogio. Si un estudio pretende explotar la imagen de una celebridad solo puede obtener dos resultados:éxito de taquilla o desprecio absoluto. Y es que Spring Breakers es un film autoconsciente de su apuesta por lo vacío que muchos verán rebosante y donde la provocación fácil y barata alcanza cotas pornográficas y repugnantes. En pleno Siglo XXI que unos chavales hagan fiestas con droga, alcohol y sexo en la playa no es descubrir América y la obsesión del firmante de Trash Humpers por potenciar estas imágenes durante todo el metraje llega a ser desesperante, saturando hasta al más pervertido. Entendemos lo que se quiere hacer, el significado descriptivo de la repetición de tetas, culos, cuerpos desnudos, desfase y cerveza, pero con el 10% de ello hubiera provocado el mismo efecto y no nos sentiríamos hastiados ni desganados de continuar con la proyección. La elaboración del montaje tampoco ayuda en lo más mínimo. El batiburrillo de ocasos, planos de postal, fotografía de anuncio de colonias de saldo, diálogos en off pretendidamente profundos (pero sin la más mínima sustancia dramática) y la constante repetición en espacios y tiempos diferentes de todo esto, incita al suicidio colectivo. Editar no es intercalar planos sin conexión al azar esperando que forme una experiencia nueva y refrescante. La sala de montaje se usa para corregir ritmos, potenciar virtudes, disimular defectos, pulir la narración...y no para llenar la pantalla de efectos superficiales que harían las delicias del Hunter S. Thompson más colgado.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
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La estética videoclip inunda cada fotograma sin dar nunca tiempo al reposo que convendría para que la ¿historia? se asiente en nuestras cabezas. Es un recurso que nunca me ha gustado pero aquí particularmente es cargante. Harmony Korine emplea la problemática del despertar del sexo adolescente como representación física de la imposibilidad de satisfacción propia de la edad, lo que incita a la múltiple repetición de actos violentos y sexuales aumentando cada vez más su intensidad y duración pero no su placer. El problema reside en que en manos del director no hay lugar para la reflexión ni el subtexto, todo es puro exhibicionismo y revolución social de postín. Los supuestos abanderados de esta generación son poco menos que dibujos animados sin pies ni cabeza, en una generalización ruin y poco fidedigna. Es lo mismo que catalogar a todos los alemanes de nazis. Es lo más sencillo recurriendo a la historia, pero ¿es real? En Spring Breakers lo real no importa y todos los adolescentes son escoria merecedores de diagnósticos propios de especies salvajes. Para más inri, ese intento de liderar una estúpida insurrección (¿contra qué?) sin sentido alcanza su patético clímax en la exaltación criminal del American Dream por parte de un pasadísimo James Franco, pretendiendo criticar a la sociedad estadounidense a través de burdos patrones ilógicos y absurdos y, de nuevo, generalizando. La continua falsa ostentación de peligrosidad de sus personajes los convierte en muñecos de un guionista con ínfulas de bad boy que ha visto demasiadas veces Scarface y, al no saber como representar el peligro o la amenaza, se limita a manifestar oralmente a través de sus actores lo malos que son, lo rebeldes que son, lo asesinos que son. El cine nació como imagen en movimiento y el sonido significó un cambio radical en la percepción del mismo al ofrecer una cantidad considerable de opciones narrativas, pero desde luego ninguna de ellas puede ser RECITAR sentimientos ante la incapacidad total de MOSTRAR sentimientos. Franco tiene un tatuaje de una lágrima, dientes de plata y un arsenal armamentístico superior al de muchos países, señor Korine, ya nos imaginamos que no es una monja de la caridad. Para finalizar, me cuesta decidir si es más triste el lamentable desenlace donde la incoherencia cobra un nuevo significado o lo es el momento "Britney Spears song" en un desesperado intento por rendir homenaje a una supuesta generación perdida cuyos ídolos son ángeles caídos en desgracia. Qué es pulp? De acuerdo. Qué es transgresora? Ja!
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