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Críticas 10
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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22 de febrero de 2013 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es después de sobrevivir la tormenta cuando comienza el desafío con Dios, con la vida, con la propia existencia. El hombre mira fijamente a Dios y le reprocha sus caprichos y sus designios, le reta a acabar cuanto antes con una vida plagada de sufrimientos, le grita, le exige respuestas a las preguntas que flotan sobre su inconsciente. Surgen como espadas, sin matices, rasgando el velo del miedo y de la discreción. La duda, la desesperación y la rabia le hacen fuerte ante lo desconocido, ante un ser en el que cree y confía pero que le defrauda y le esquiva.

Un muchacho que colecciona dioses, que quiere creer y no sabe en que. Duda. Busca. Interpreta señales. Pi nació en una ciudad de la India donde convive la sofisticada sociedad de Occidente con la cultura de una civilización que se agarra a la vida como la mugre a las uñas, que subsiste en la miseria sin esperanza. Es en esa tierra de color azafrán donde su padre regenta un zoo. Allí aprende a conocer todos aquellos animales, unos de piel rayada, otros con plumas de vivos colores. Son bellos pero no tienen alma ni sentimientos, dice su padre. Es allí donde su vida se cruza con la de un tigre de Bengala que marcará su futuro.

La vida de Pi es un cuento que soló creen los que tienen fe. Lo dice su autor, Yann Martel. Para este escritor canadiense nacido en Salamanca creer en Dios es dar por veraz la historia de un niño que sobrevive durante meses en un barco a la deriva con la única compañía de un fiero y temible tigre de Bengala. Una historia difícil de creer, tanto, tal vez, como la existencia de un ser supremo que dirige los designios del hombre.

La última película del oscarizado Ang Lee es preciosa. Es un relato sobre la supervivencia, sobre la fe, sobre la esperanza. La Vida de Pi es un derroche de belleza que cuenta con la cuidada fotografía del chileno Claudio Miranda, buen conocedor de los colores y la magia de los paisajes naturales. La cinta deslumbra con el color. Hermosos saris indios, calles pintadas de alegría, postales de ensueño. En el mar se reflejan bellos atardeceres, cielos poblados de grandes nubes, sobre los que, lánguida, flota una pequeña barca. En la calma de un mar quieto sorprende el salto de una gran ballena, delfines rompiendo el horizonte. Los efectos digitales consiguen una realidad mágica, casi irreal y una edición original y arriesgada ponen el resto.

Especial mención merece la banda sonora de Michael Danna, una buena aspirante a hacerse con el Oscar. Fiel al estilo de trabajos anteriores pero incorporando instrumentos típicos de la India, Danna consigue trasladar al espectador al bucólico paisaje de Bombay.

Una bella película.
22 de febrero de 2013 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuatro candidatos a premio se miden en una película que hace equilibrios entre el drama y la comedia. El lado bueno de las cosas es la historia de un joven con problemas de personalidad y trastornos mentales que vuelve a casa tras una temporada en un psiquiátrico. El principal aliciente de esta película del director americano David O. Russell es la inmejorable interpretación de un elenco de actores que se mueven con soltura tanto en las escenas dramáticas como en aquellas otras donde el absurdo convierte a los personajes en caricaturas de la America profunda.

Como en la memorable “The Fighter”, el director aborda de nuevo la realidad de la clase media americana con un regusto vintage. Esa clase social desprotegida y castigada que pierde a sus hijos en guerras, y guarda un fusil tras la puerta. Sino son las drogas es el juego; siempre hay un motivo para salir corriendo. Y eso es lo que hace el protagonista: correr. Correr envuelto en una bolsa de basura para sudar y quemar calorías, huir, al fin y al cabo, de esa realidad grasienta y pegajosa que le envuelve: unos padres sobreprotectores y un pasado sin remedio.

Russell consigue crear esa atmósfera asfixiante de una sociedad cuya máxima ilusión es el próximo partido de los Philadelphia Eagles o el concurso de baile de salón de la parroquia. Una sociedad aletargada con un profundo sentido de la pertenencia que enarbola su bandera en el porche de una casa desvencijada.

Robert De Niro comparte escena con dos de los actores con más éxito en taquilla en la actualidad: el amigo juerguista de Resacón en las Vegas, Bradley Cooper y las dos veces nominada al Oscar, Jennifer Lawrence, conocida por su participación en Winter’s Bone y en Los Juegos del Hambre. Ambos están nominados este año, y los dos se lo merecen, pero recibir el premio puede que sea palabras mayores. Cooper consigue esa mirada ausente y el discurso errático de un enajenado y ninguna mejor actriz que Lawrence para interpretar a una joven viuda casquivana.

Pero en el reparto destaca la también nominada Jacki Weaver. Este si que sería un premio muy merecido. El personaje es real, de carne y hueso, tan terrenal como el que interpretó Melissa Leo en The Fighter.

Una buena película sin pretensiones que de no ser por su buen reparto pasaría, tal vez, desapercibida.
22 de febrero de 2013 2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya que enciendo el horno para calentar una pizza, aprovecho y hago un pumcake. Eso pensaria Peter Jackson cuando se le paso por la cabeza dirigir “El Hobbit”, una película de cerca de tres horas que recupera los escenarios y personajes de la obra de Tolkien y de sus anteriores trabajos. Esta especie de precuela, al mas puro estilo de la carrera hacia el pasado de la memorable saga de “Star Wars”, no está a la altura, ni mucho menos, de la trilogía del mismo director “El Señor de los Anillos”.

Amen de ser una copia de efectos y escenas de sus anteriores películas, esta última adolece de ritmo y acción. Alarga las escenas y los diálogos hasta la extenuación. A los personajes sólo les queda mirar fuera de plano y preguntar “¿y ahora que coño podemos decir?. La primera parte del largo en la que se reúnen los enanos en casa de Bilbo Bolsón es un claro ejemplo. Dura casi una hora, y hasta ese momento no pasa nada en toda la película. A continuación, comienza el viaje a la Montaña Solitaria, un recorrido aburrido de diálogos absurdos y plagado de tópicos.

Jackson ha hecho una película demasiado infantil para los adultos y demasiado terrorífica para los niños. Hay una escena con tres gigantes trolls que se carga de un plumazo la poca credibilidad de la película y desviste a la parte antagonista de las características que los hacía personaje temidos y tenebrosos. A partir de ese momento la película cae en picado. Pasa a ser una sucesión de momentos absurdos que, por no destripar demasiado, me ahorraré contar.

A pesar de ser aburrida hay que reconocer el gran trabajo de los encargados en efectos especiales. Es sorprendente lo que pueden llegar a hacer, aunque a mi parecer, a “El Hobbit” le sobra artificio y colores pastel. Dentro de la parte técnica, lo mejor de la película, sin duda alguna, es Gollum. En esta última entrega conocemos mejor el personaje que encarna el actor Andy Serkis. Nuevas muecas y nuevos gestos que revelan un aspecto inexplorado del personaje. Su expresividad alcanza nuevas metas. Un ser maquiavélico y pérfido que a la vez resulta tierno y simpático.

Probablemente la película surgió con el propósito de sacar partido al trabajo técnico y artístico de la trilogía: efectos, vestuario, digitalización,… en fin aprovechar que el horno ya estaba encendido, pero, creo, con un resultado muy poco satisfactorio y me duele porque tenía puestas muchas expectativas en esta película.
5 de marzo de 2017 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso como el marketing y la promoción que se hace de una película puede llegar a ser a veces perjudicial y contraproducente. Es lo que creo que le ha pasado a la tan sobrevalorada La La Land. Esperas ver una obra maestra, el renacimiento del genero musical, y te encuentras con una película de amor adolescente simplona y escasa de originalidad, de un trazado argumental irregular y plagada de tópicos. Sin todo ese autobombo, tal vez, dejara mejor sabor de boca; el de una historia de amor simpática, bonita y pegadiza.

Cuesta entender, a mi parecer que la cinta sea del mismo director que presentó el año anterior Whiplash, una película magnifica de interpretaciones sobresalientes. Damien Chapelle, el director más joven jamás reconocido con un premio Oscar, se limita a presentar la historia de amor entre dos jóvenes aspirantes a la fama y el éxito en el mundo del show business. Una preciosa Emma Stone, que sale muy guapa, canta y baila muy bien, y poco más. Lo de premiarle con un Oscar ya es otro cantar. La replica la encuentra en Ryan Gosling, desgarbado, sin ritmo y con poca gracia. Los dos, grandes estrellas, pero de escaso fulgor.

Es una sucesión de escenas donde entran y salen secundarios prescindibles, situaciones absurdas y que no aportan nada ni a la historia ni a los personajes. Son sólo una excusa para coreografías sin valor artístico alguno. Un musical (sic) que concentra los números musicales al principio, languidece a la mitad en un continuo y repetitivo devenir de escenas insulsas, y se precipita en un dramático final con un acelerado crescendo de emociones en los últimos minutos de película.

El extraño número musical del principio, metido con calzador y en medio de una autopista ya nos advierte que la música (lo mejor del film) va ser lo único destacable de las próximas dos horas. Por que nos queda claro que al director le gusta el Jazz. Reconozcamos su esfuerzo por defender el genero que en un inusitado despliegue de esnobismo, se cuela en cada una de las escenas.

No obstante, la fotografía de un preciosismo subido de tono, está muy cuidada. Colores pastel para escenas pastel. El vestuario también. Todo muy Hello Kitty. Empalagosa pero efectista. En esta película todo, música, coreografías, imágenes,... queda grabado en la retina.

La película más nominada de la historia de los premios de la Academia de Hollywood. Ahí queda eso. Finalmente se fue a casa con seis galardones: mejor actriz, mejor director, mejor fotografía, mejor producción artística, mejor banda sonora y mejor canción, y con el lamentable recuerdo de una ceremonia donde confundieron los sobres y los premios. Afortunadamente. El Oscar a la mejor película no era para ellos. No todos los finales son buenos.

www.elguardianenelcenteno.wordpress.com
22 de febrero de 2013 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Marilyn Monroe era una mujer agotada, desesperada, exhausta, cansada de interpretar siempre el mismo papel, el de su propia vida, el de Marilyn. Ese era el papel de su vida y su vida fue, sin duda, su mejor interpretación. Un carácter inestable y frágil que se pierde poco a poco entre los pliegues de un personaje voluptuoso de contornos lascivos y melena oxigenada. Un personaje que se convierte en un icono sexual y en la principal estrella cinematográfica de los grandes estudios de Hollywood. Su primer y último papel, delante y detrás de las cámaras, fue lacerando la personalidad de una niña con baja autoestima, que perdió a sus padres a corta edad y que anduvo media vida buscando cariño y ternura.

Marilyn encontró en los barbitúricos el calmante a su ansiedad y angustia. El día de su muerte dejaba sobre la mesita de noche un frasco vacío, varios matrimonios fracasados y una carrera cinematográfica inconclusa. La película de Simon Curtis, Mi semana con Marilyn, se centra precisamente en el momento en que Marilyn comienza a dar síntomas de sus primeros desvaríos, cuando acaba de contraer matrimonio con el escritor Arthur Miller, al que admira y respeta demasiado como para meterse en su cama.

Según las biografías publicadas Marilyn veía en el escritor al padre que nunca tuvo y la sabiduría y experiencia que a ella le faltaba. El vio en ella, lo que asomaba sobre un generoso escote, un rostro que brillaba por el carmín y la pintura y que daba color a su apergaminada y triste estampa de profesor. Cuando descubrió que había detrás de los polvos, las inseguridades y caprichos de una mente enferma, decidió huir y refugiarse en un ego inconmensurable. Mas tarde, Miller demostraría de nuevo su falta de compromiso con las ideas que siempre había defendido. Si fue capaz de traicionar sus propios principios que no iba a hacer con una rubia inestable y adicta a las pastillas y a los hombres.

La película “Mi semana con Marilyn“ cuenta la experiencia y los recuerdos de Colin Clark, un asistente de rodaje de la película que la actriz norteamericana rodaba en ese momento en la ciudad de Londres, junto con el conocido actor de teatro Sir Laurence Olivier, “El principe y la corista“ (1957).

Es conocido que la filmación de la adaptación de “The Sleeping Prince” fue una verdadera pesadilla para todos los integrantes del equipo de producción. Olivier quería hacerse un hueco en el olimpo de las estrellas norteamericanas y pensó que aceptar dirigir e interpretar uno de los papeles principales de la película junto a la más rutilante de todas ellas, le servirían para su propósito. Asimismo Marilyn consideró que una película junto al prestigioso actor de teatro serviría para darle lustre a su carrera y llamar la atención de un público más exigente y menos accesible para una actriz de comedia ligera.

Eran dos actores con intereses muy claros pero diferentes en la forma de trabajar. El era a su vez el director y por tanto responsable y máxima autoridad en el set de rodaje. Por tanto, en el recaía la obligación de hacer cumplir a cada cual su función y parte del contrato. Por otro lado, compartía con la actriz y Milton H. Green la producción del film, lo cual le limitaba la toma de decisiones. Por todo ello, no se vio con la fuerza necesaria como para poner fin a una situación que se le iba de las manos: la falta de compromiso de la actriz, su impuntualidad, su incapacidad para aprender sus diálogos. Sus largas noches bajo los efectos de las drogas estaba tirando al traste la película y agotando la paciencia del resto de miembros del equipo.

Simon Curtis, director de esta prescindible “Mi semana con Marilyn” cuenta la historia de amistad y amor no correspondido entre Collin Clark, hijo del primer ministro conservador Alan Clark, y Marilyn Monroe, tal y como el propio Clark lo cuenta en su libro “The Prince, the Showgirl and Me“. Marilyn encuentra en el ayudante de producción el amigo confesor que necesita y su cómplice infiltrado en el equipo de trabajo del que ha convertido en su enemigo, Laurence Olivier. El argumento de la película no es mas que la breve relación de amistad que mantienen ellos dos en un contexto de tensión.

La película es aburrida y no profundiza en ninguno de los personajes. Probablemente su mayor defecto es que la actriz interpretada por Michelle Williams no acaba de resultar creíble, probablemente porque es muy difícil emular a Marilyn tratándose de una figura tan conocida por todos. En cambio, Kenneth Branagh como Sir Laurence Olivier está perfecto. Su recreación del personaje es verdaderamente buena.

Algo bueno se puede sacar de esta película: la imperiosa necesidad de volver a ver el clásico de Olivier.
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