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Críticas ordenadas por utilidad
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7,9
68.654
10
20 de septiembre de 2017
20 de septiembre de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Brutal. Grandiosa. Imperial. Y así podríamos seguir con unos cuantos adjetivos más. Una forma deslumbrante de hacer cine que ya no volverá. Para los que ya tenemos cierta edad es parte imperecedera de nuestra afición cinéfila, cuando el pase de esta cinta en televisión era un espectáculo garantizado para toda la familia en tardes o noches de Navidad o Semana Santa, y constituía un elemento tan propio de esas fiestas como el Belén o los nazarenos.
Pero no es sólo fachada. No es sólo su apabullante exhibición de medios perfectamente puestos en escena (de nada sirve tener unos medios infinitos si no saben aprovecharse, y Wyler lo hace con absoluta y milimétrica perfección). Es que además está llena de vida, pasión, emociones, heroísmo, venganza... El gran Charlton Heston hace seguramente el papel de su vida, nadie como él para representar a personajes que son titanes.
Iba a darle un 9 porque también a mí, al igual que a otros usuarios, me parecía que la parte final excesivamente mística era quizá innecesaria, pero es verdad que hay que entenderlo como un elemento más que resulta necesario en la obra, que le da sentido y coherencia, independientemente que podamos compartir esa fe. Personalmente, me declaro ateo, pero después de verla varias veces, entiendo que no sobra ni un minuto, y además se trata de la adaptación de la novela de Wallace.
De la mítica carrera de cuádrigas qué decir, le sigue dando sopas con honda a muchísimas escenas similares de películas más modernas realizadas con medios infinitamente más sofisticados. Una proeza increíble que sigue soprendiendo hoy día.
Emoción, espectáculo, cine, arte.
Imprescindible.
Pero no es sólo fachada. No es sólo su apabullante exhibición de medios perfectamente puestos en escena (de nada sirve tener unos medios infinitos si no saben aprovecharse, y Wyler lo hace con absoluta y milimétrica perfección). Es que además está llena de vida, pasión, emociones, heroísmo, venganza... El gran Charlton Heston hace seguramente el papel de su vida, nadie como él para representar a personajes que son titanes.
Iba a darle un 9 porque también a mí, al igual que a otros usuarios, me parecía que la parte final excesivamente mística era quizá innecesaria, pero es verdad que hay que entenderlo como un elemento más que resulta necesario en la obra, que le da sentido y coherencia, independientemente que podamos compartir esa fe. Personalmente, me declaro ateo, pero después de verla varias veces, entiendo que no sobra ni un minuto, y además se trata de la adaptación de la novela de Wallace.
De la mítica carrera de cuádrigas qué decir, le sigue dando sopas con honda a muchísimas escenas similares de películas más modernas realizadas con medios infinitamente más sofisticados. Una proeza increíble que sigue soprendiendo hoy día.
Emoción, espectáculo, cine, arte.
Imprescindible.
SerieAnimación

6,7
16.142
Animación
10
27 de agosto de 2023
27 de agosto de 2023
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿A qué edad comenzamos a guardar recuerdos? supongo que esto depende de cada persona… en mi caso, creo que es a los cuatro años cuando tengo ya algún vago recuerdo, pero es a partir de los cinco, como si de repente se hubiera hecho la luz, cuando ya tengo algunos recuerdos bastante nítidos: escenas como si fuesen fotogramas fijos, situaciones que se quedan grabadas; palabras o frases; programas o imágenes de tv…. y ahí es donde emerge, tan poderoso como su propio aspecto, el recuerdo de Mazinger Z.
Para los que ya tenemos una edad, y pudimos ver a Mazinger en directo durante nuestra infancia, resulta casi imposible hacer un análisis objetivo de la serie, ya que la fuerza de la nostalgia y el componente subjetivo son casi tan demoledores como los míticos puños de Mazinger Z. Este robot fue tan impactante cuando apareció, que es uno de los primeros recuerdos nítidos que guardo de toda mi vida. Y no solo fue impactante para mí, sino para toda una generación.
En marzo de 1978 tenía yo todavía 5 añitos, y en España ya teníamos experiencia con la animación japonesa al haberse emitido las excelentes series de Heidi y Marco, ambas de Nippon Animation. Pero cuando apareció Mazinger Z, aquello era otra historia totalmente diferente. Y no lo digo desde el punto de vista técnico, porque posiblemente a nivel de dibujo y animación las dos series de Nippon antes citadas eran superiores. Pero a los niños como yo, la estética o el argumento de Mazinger nos parecían venidos directamente del futuro, como si se hubiera adelantado unas décadas a su tiempo. Nada más empezar la intro, con aquella música imponente de timbales y trompetas, mientras sonaba la poderosa voz de Alfredo Garrido cantando “La maldad, el terror….”, ya te olías que aquello era diferente a todo lo que habías visto antes.
Naturalmente no cabía buscar el más mínimo atisbo de lógica a nada de lo que sucedía. A nivel argumental los guiones eran demenciales, y los recursos técnicos de animación a veces bastante limitados, por ejemplo con muchas imágenes repetidas. Pero todo eso daba exactamente igual. Porque después de la candidez de otras series que habíamos visto, la acción y estética de Mazinger eran sencillamente alucinantes, y los chavales de aquella época no habíamos visto nada ni remotamente parecido.
Para empezar, el diseño colosal de Mazinger fue todo un acierto, dio en el clavo su creador Go Nagai. Su aspecto era sencillamente brutal, emergiendo de una piscina con aquellos pinchos en lugar de orejas, y una expresión de mala hostia que superaba a la de mi padre cuando estaba enfadado. Luego estaban los “brutos mecánicos” (denominación que era otra genialidad), algunos con un aspecto tan tremendo como el del propio Mazinger, especialmente en los primeros episodios, ya sea por un efecto acrecentado por la novedad, como porque con el tiempo la serie ya daría algún síntoma de agotamiento y algunos brutos tenían un aspecto algo más ridículo. Pero por ejemplo, en el primer episodio aparecía un tal Garada K7, con rostro de esqueleto y unas guadañas gigantes en la cabeza que lanzaba como boomerangs… en fin, sin comentarios, al ver aquello con 5 años se te caían (con perdón) los huevos al suelo.
Y qué decir de los personajes. Entre los buenos la figura era Koji Kabuto, un joven algo chuleta y macarra con aquellos pelos y la moto. O Sayaka y su Afrodita A. No hará falta explicar las connotaciones que para la fértil imaginación de un niño tenía ver salir misiles de sus pechos, aquello no era cosa baladí en plena época del destape.
Pero sin duda lo más selecto era el bando de los malos, como suele ser habitual, que además tenían más moral que el Alcoyano, porque episodio tras episodio seguían enviando sus brutos a una derrota segura contra el todopoderoso Mazinger. ¿De dónde sacaban el presupuesto para construir tanto bicho? por no hablar de las bases… en fin, todo un misterio. Por un lado teníamos al jefe, el Doctor Infierno, cuyo nombre ya lo decía todo, y de aspecto verdaderamente acojonante con aquellos pelos y la cara morada. O el conde Brocken, aquella especie de militar prusiano con la cabeza bajo el brazo. Pero sin duda la palma se la llevaba el barón (y por qué no baronesa?) Ashler, que parecía salido de un grupo de glam rock. Aquello de ser mitad hombre-mitad mujer (todo un adelantado a su época) ya era el acabose para mi tierna infancia, llevándome a pensar cómo sería por sus partes bajas, y a formularle alguna pregunta incómoda ("tendrá solamente media pilila?") a mi santa madre, que flipaba con aquellos dibujos casi tanto como yo (leo con alivio que otro usuario se hacía las mismas preguntas que yo...).
Luego estaba la acción que allí se desarrollaba. Porque hoy día puede parecer un chiste el nivel de violencia de aquella serie, e incluso ya en aquella época comparado con lo que se veía en cualquier telediario (años de plomo….), pero lo cierto es que a nivel de series de animación aquello era una pasada; tanto es así que se desató bastante polémica sobre la conveniencia de la serie para el público infantil y se llegó a cancelar su emisión durante meses, aunque semejante sacrilegio finalizó a partir de 1979 cuando se reanudó de nuevo la serie, algo que a mí me importaba entonces mucho más que la recién aprobada Constitución.
El caso es que, acostumbrados a la dulzura de Heidi o el mono Amedio, ahora veíamos ojipláticos como aquellos brutos mecánicos liquidaban como si nada barcos y aviones de pasajeros, arrasaban pueblos y ciudades matando a miles de personas (pobres japoneses, y menos mal que pilla lejos, pensaba yo, y eso que aún no conocía las andanzas de Godzilla), lo cual nos hacía desear aún con más ganas que Mazinger hiciese justicia y triturase aquellos trastos infernales. Los combates entre los robots eran tan encarnizados y se veían con tanta pasión como si fuese entre seres humanos: era como ver a unos gladiadores mecánicos, y la tv, el nuevo circo romano.
Sigo en zona spoiler por falta de espacio aquí.
Para los que ya tenemos una edad, y pudimos ver a Mazinger en directo durante nuestra infancia, resulta casi imposible hacer un análisis objetivo de la serie, ya que la fuerza de la nostalgia y el componente subjetivo son casi tan demoledores como los míticos puños de Mazinger Z. Este robot fue tan impactante cuando apareció, que es uno de los primeros recuerdos nítidos que guardo de toda mi vida. Y no solo fue impactante para mí, sino para toda una generación.
En marzo de 1978 tenía yo todavía 5 añitos, y en España ya teníamos experiencia con la animación japonesa al haberse emitido las excelentes series de Heidi y Marco, ambas de Nippon Animation. Pero cuando apareció Mazinger Z, aquello era otra historia totalmente diferente. Y no lo digo desde el punto de vista técnico, porque posiblemente a nivel de dibujo y animación las dos series de Nippon antes citadas eran superiores. Pero a los niños como yo, la estética o el argumento de Mazinger nos parecían venidos directamente del futuro, como si se hubiera adelantado unas décadas a su tiempo. Nada más empezar la intro, con aquella música imponente de timbales y trompetas, mientras sonaba la poderosa voz de Alfredo Garrido cantando “La maldad, el terror….”, ya te olías que aquello era diferente a todo lo que habías visto antes.
Naturalmente no cabía buscar el más mínimo atisbo de lógica a nada de lo que sucedía. A nivel argumental los guiones eran demenciales, y los recursos técnicos de animación a veces bastante limitados, por ejemplo con muchas imágenes repetidas. Pero todo eso daba exactamente igual. Porque después de la candidez de otras series que habíamos visto, la acción y estética de Mazinger eran sencillamente alucinantes, y los chavales de aquella época no habíamos visto nada ni remotamente parecido.
Para empezar, el diseño colosal de Mazinger fue todo un acierto, dio en el clavo su creador Go Nagai. Su aspecto era sencillamente brutal, emergiendo de una piscina con aquellos pinchos en lugar de orejas, y una expresión de mala hostia que superaba a la de mi padre cuando estaba enfadado. Luego estaban los “brutos mecánicos” (denominación que era otra genialidad), algunos con un aspecto tan tremendo como el del propio Mazinger, especialmente en los primeros episodios, ya sea por un efecto acrecentado por la novedad, como porque con el tiempo la serie ya daría algún síntoma de agotamiento y algunos brutos tenían un aspecto algo más ridículo. Pero por ejemplo, en el primer episodio aparecía un tal Garada K7, con rostro de esqueleto y unas guadañas gigantes en la cabeza que lanzaba como boomerangs… en fin, sin comentarios, al ver aquello con 5 años se te caían (con perdón) los huevos al suelo.
Y qué decir de los personajes. Entre los buenos la figura era Koji Kabuto, un joven algo chuleta y macarra con aquellos pelos y la moto. O Sayaka y su Afrodita A. No hará falta explicar las connotaciones que para la fértil imaginación de un niño tenía ver salir misiles de sus pechos, aquello no era cosa baladí en plena época del destape.
Pero sin duda lo más selecto era el bando de los malos, como suele ser habitual, que además tenían más moral que el Alcoyano, porque episodio tras episodio seguían enviando sus brutos a una derrota segura contra el todopoderoso Mazinger. ¿De dónde sacaban el presupuesto para construir tanto bicho? por no hablar de las bases… en fin, todo un misterio. Por un lado teníamos al jefe, el Doctor Infierno, cuyo nombre ya lo decía todo, y de aspecto verdaderamente acojonante con aquellos pelos y la cara morada. O el conde Brocken, aquella especie de militar prusiano con la cabeza bajo el brazo. Pero sin duda la palma se la llevaba el barón (y por qué no baronesa?) Ashler, que parecía salido de un grupo de glam rock. Aquello de ser mitad hombre-mitad mujer (todo un adelantado a su época) ya era el acabose para mi tierna infancia, llevándome a pensar cómo sería por sus partes bajas, y a formularle alguna pregunta incómoda ("tendrá solamente media pilila?") a mi santa madre, que flipaba con aquellos dibujos casi tanto como yo (leo con alivio que otro usuario se hacía las mismas preguntas que yo...).
Luego estaba la acción que allí se desarrollaba. Porque hoy día puede parecer un chiste el nivel de violencia de aquella serie, e incluso ya en aquella época comparado con lo que se veía en cualquier telediario (años de plomo….), pero lo cierto es que a nivel de series de animación aquello era una pasada; tanto es así que se desató bastante polémica sobre la conveniencia de la serie para el público infantil y se llegó a cancelar su emisión durante meses, aunque semejante sacrilegio finalizó a partir de 1979 cuando se reanudó de nuevo la serie, algo que a mí me importaba entonces mucho más que la recién aprobada Constitución.
El caso es que, acostumbrados a la dulzura de Heidi o el mono Amedio, ahora veíamos ojipláticos como aquellos brutos mecánicos liquidaban como si nada barcos y aviones de pasajeros, arrasaban pueblos y ciudades matando a miles de personas (pobres japoneses, y menos mal que pilla lejos, pensaba yo, y eso que aún no conocía las andanzas de Godzilla), lo cual nos hacía desear aún con más ganas que Mazinger hiciese justicia y triturase aquellos trastos infernales. Los combates entre los robots eran tan encarnizados y se veían con tanta pasión como si fuese entre seres humanos: era como ver a unos gladiadores mecánicos, y la tv, el nuevo circo romano.
Sigo en zona spoiler por falta de espacio aquí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En cualquier caso, lo que es seguro es que no me he convertido en una persona violenta pese a ver Mazinger y 1000 cosas peores, pero bueno, eso da para otro debate. Sigamos. Tampoco tenían desperdicio algunos detalles del guión: conceptos como energía foto atómica, o super aleación Z, me dejaban flipando a más no poder, y me preguntaba si eso existía realmente.
Por supuesto, una vez vistos los 3 o 4 primeros episodios, ya sabíamos más o menos lo que iba a ocurrir en cada uno de ellos: bruto sembraba caos y destrucción, bruto se enfrentaba a Mazinger poniéndole en aprietos (con nuestra emoción aumentando a tope), pero finalmente nuestro héroe robot lo hacía papilla. Por qué no lo hacía de buenas a primeras con el fuego de pecho, que era su arma más poderosa y de la que no se escapaba ni uno, era otro misterio. Pero como decía antes, eso daba igual: era tal el nivel de acción, fuerza e imaginación de aquellas imágenes, que a la hora señalada, como si de una droga se tratase, ya estábamos pegados a la tele esperando ansiosos nuestra dosis de Mazinger, para ver qué aspecto y habilidades tendría el nuevo bruto mecánico, y de qué forma sería pulverizado, momento en el cual se me escapaba algún eufórico “toooomaaaaaa...!”
Para acabar, a modo de anécdota, otro recuerdo imborrable de mi memoria fue la primera vez que vi la tele en color. Cuando Mazinger comenzó a emitirse, en mi casa teníamos tv en blanco y negro. Pero un sábado, día sagrado de emisión de Mazinger, recuerdo estar con mis padres comiendo en un restaurante donde tenían tv en color, y naturalmente allí estaba Koji al mando de nuestro robot, y a todo color, enfrentándose a un bruto que además era de color naranja (Belgas V5), con lo que el impacto de verlo en color fue todavía más llamativo.
En fin, que como decía nada más comenzar, puntuar a Mazinger Z cuando ha sido parte imperecedera de mi infancia, no puede ser algo imparcial ni objetivo. Pero aparte de esto, es indudable que se trató de una serie de animación de enorme importancia para el posterior desarrollo del anime en general, y que en nuestro país en particular, supuso todo un bombazo, un gran éxito y un verdadero fenómeno cultural.
Benditos recuerdos de la infancia. Espero que Mazinger los proteja y defienda de ese malvado bruto llamado Alzheimer.
Por supuesto, una vez vistos los 3 o 4 primeros episodios, ya sabíamos más o menos lo que iba a ocurrir en cada uno de ellos: bruto sembraba caos y destrucción, bruto se enfrentaba a Mazinger poniéndole en aprietos (con nuestra emoción aumentando a tope), pero finalmente nuestro héroe robot lo hacía papilla. Por qué no lo hacía de buenas a primeras con el fuego de pecho, que era su arma más poderosa y de la que no se escapaba ni uno, era otro misterio. Pero como decía antes, eso daba igual: era tal el nivel de acción, fuerza e imaginación de aquellas imágenes, que a la hora señalada, como si de una droga se tratase, ya estábamos pegados a la tele esperando ansiosos nuestra dosis de Mazinger, para ver qué aspecto y habilidades tendría el nuevo bruto mecánico, y de qué forma sería pulverizado, momento en el cual se me escapaba algún eufórico “toooomaaaaaa...!”
Para acabar, a modo de anécdota, otro recuerdo imborrable de mi memoria fue la primera vez que vi la tele en color. Cuando Mazinger comenzó a emitirse, en mi casa teníamos tv en blanco y negro. Pero un sábado, día sagrado de emisión de Mazinger, recuerdo estar con mis padres comiendo en un restaurante donde tenían tv en color, y naturalmente allí estaba Koji al mando de nuestro robot, y a todo color, enfrentándose a un bruto que además era de color naranja (Belgas V5), con lo que el impacto de verlo en color fue todavía más llamativo.
En fin, que como decía nada más comenzar, puntuar a Mazinger Z cuando ha sido parte imperecedera de mi infancia, no puede ser algo imparcial ni objetivo. Pero aparte de esto, es indudable que se trató de una serie de animación de enorme importancia para el posterior desarrollo del anime en general, y que en nuestro país en particular, supuso todo un bombazo, un gran éxito y un verdadero fenómeno cultural.
Benditos recuerdos de la infancia. Espero que Mazinger los proteja y defienda de ese malvado bruto llamado Alzheimer.

7,3
5.252
9
23 de agosto de 2023
23 de agosto de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quiero prevenir que esta crítica es en mayor medida una serie de recuerdos y reflexiones puramente personales, subjetivas, así que por tanto es muy posible que no la encuentren de utilidad.
Comenzaré por la parte que espero pueda ser más útil, más objetiva. Centrándome en la película en sí, no resulta muy original destacar una vez más la prodigiosa interpretación de Quinn, quizá la mejor de su larga carrera (y ha tenido unas cuantas sensacionales, pero aquí se sale); la de Lila Kedrova que no le va a la zaga; o la música; y cómo no ese extraordinario final… porque, qué importante es el final en cualquier película, saber cerrarla bien… y aquí es fabuloso a pesar de dejar tantas incógnitas abiertas. Sí, hay partes del guión que pueden resultar poco creíbles, y aspectos técnicos que podrían mejorarse. Pero esta es una película supeditada por completo a las actuaciones y al mensaje que nos lanza sobre la vida, la alegría, la amistad (con claros puntos en común entre la relación Basil/Zorba y la de Quijote/Sancho), y en todos esos apartados resulta fantástica. Como curiosidad, no deja de chocarme lo querida que es la cinta en Grecia, porque a mi modo de ver, la imagen que se da del país, o al menos de una parte de él, no me pareció muy positiva, mostrando una parte de una Grecia profunda, negra y torpe, machista y violenta. Si bien es cierto que a cambio Zorba puede representar otra visión de Grecia: alegría, danza, vitalidad, sabiduría, y una magistral combinación de comedia y tragedia.
Pero ahora quiero pasar a la parte más personal que comentaba al principio. Hay muchas cosas maravillosas en el cine. Muchas. Pero con Zorba, en mi experiencia personal con esta película, hay dos que asocio con mayor fuerza. La primera de ellas es que a la hora de visionar una película, esta nos sorprenda, que nos pille vírgenes en algún sentido. Es quizá por ello que películas vistas siendo niños dejen una huella tan indeleble, además del hecho de ser mucho más impresionables a esas edades. Pero incluso a edades más avanzadas, encontrarnos con una película que no hemos visto jamás, ni tenemos ni la más remota idea de su argumento, es toda una bendición. Alguna vez he leído comentarios como “envidio a quien vaya a ver esta o aquella película por primera vez”, y me parece algo totalmente cierto.
A mediados de la década de los 90 yo ya no era ningún niño, pero tuve la suerte de encontrarme con Zorba por vez primera, sin tener ninguna referencia previa ni de la película ni de la obra literaria en la que se basa. En aquellos años ya era un devorador ávido de cine preferentemente “clásico”, o al menos de cintas que ya tuviesen unas décadas a cuestas. Mi cita preferida era, en aquellas noches que no malgastaba de otra manera, con aquel maravilloso Cine Club de La 2, pero lo último que podría esperar es que a veces también me sorprendiera una cadena como Tele 5. En aquellos años dicha cadena basaba sus contenidos en un perfil muy diferente (quién no se acuerda del apodo “teleteta”), pero sin embargo, para mi sorpresa y gozo, y siempre a horas intempestivas de madrugada, hubo una temporada donde emitieron algunas películas interesantes y totalmente desconocidas para mí, ya que eran títulos poco o nada frecuentes en TV, y que no encajaban en absoluto con el resto de programación de Tele 5. Así, recuerdo haber trasnochado viendo “Jaque a la reina”, o “Lejos del mundanal ruido” (también con Alan Bates), y varias más… hasta que una noche, zapeando, justo fui a dar con una música griega mientras aparecían los títulos de crédito. Y allí me quedé, hasta el final. Y ese efecto que comentaba al principio, de descubrir, sorprender, impactar… fue muy fuerte y la película me dejó una profunda impresión, que es de lo más maravilloso que puede lograr una cinta.
La segunda cosa que también me parece maravillosa es cuando encontramos un punto de asociación entre la película y nosotros. Cuando de algún modo vemos reflejado algo de nuestra vida en ella, y la sentimos más próxima, conectamos y la entendemos mejor. En mi caso, no tardé en rumiar el mensaje de Zorba, y muy pronto me vi reflejado en Basil (Bates), un hombre dubitativo, falto de iniciativa, demasiado intelectual, demasiado atento a cuestiones mundanas, que quiere buscar un sentido a todo, inmerso en sus absurdas preocupaciones de las que parece no querer (o saber) salir, incapaz de alargar la mano y tomar cosas que nos brinda la vida, incapaz de bailar ante cualquier situación.
Y en seguida me vino a la mente mi amigo Quique. Porque si yo en cierto modo era Basil, él sin duda alguna es Zorba. Por su incombustible alegría de vivir, su eterno carpe diem, por ese punto de locura pero que no es fruto como en otras personas de ignorancia o cierta simplicidad. Todo lo contrario: en realidad atesora una amplia filosofía que sabe abrir la mente y dar nuevos puntos de vista a quien cree pedantemente (como Basil, como yo) conocerlos todos. Por su concepto de la amistad y la lealtad, que siempre deben ir unidas. Por saber disfrutar de cualquier momento, con optimismo y vitalidad. Ello no quiere decir que nada le aflija, pero si esto sucede, no se autoflagela, no se impone una penitencia. Basil soporta alguna losa del pasado, y se encadena al drama y el abatimiento; mientras que Zorba/Quique es la fuerza del presente y, como dije antes, es alegría, libertad, vitalidad, sabiduría… Y por eso baila. No por postureo o moda, sino porque su cuerpo se lo pide, porque lo entiende como algo que forma parte de la vida. Zorba el griego, y Quique el valenciano.
Cuántas veces debí decirle “Quique… enséñame a bailar”.
Comenzaré por la parte que espero pueda ser más útil, más objetiva. Centrándome en la película en sí, no resulta muy original destacar una vez más la prodigiosa interpretación de Quinn, quizá la mejor de su larga carrera (y ha tenido unas cuantas sensacionales, pero aquí se sale); la de Lila Kedrova que no le va a la zaga; o la música; y cómo no ese extraordinario final… porque, qué importante es el final en cualquier película, saber cerrarla bien… y aquí es fabuloso a pesar de dejar tantas incógnitas abiertas. Sí, hay partes del guión que pueden resultar poco creíbles, y aspectos técnicos que podrían mejorarse. Pero esta es una película supeditada por completo a las actuaciones y al mensaje que nos lanza sobre la vida, la alegría, la amistad (con claros puntos en común entre la relación Basil/Zorba y la de Quijote/Sancho), y en todos esos apartados resulta fantástica. Como curiosidad, no deja de chocarme lo querida que es la cinta en Grecia, porque a mi modo de ver, la imagen que se da del país, o al menos de una parte de él, no me pareció muy positiva, mostrando una parte de una Grecia profunda, negra y torpe, machista y violenta. Si bien es cierto que a cambio Zorba puede representar otra visión de Grecia: alegría, danza, vitalidad, sabiduría, y una magistral combinación de comedia y tragedia.
Pero ahora quiero pasar a la parte más personal que comentaba al principio. Hay muchas cosas maravillosas en el cine. Muchas. Pero con Zorba, en mi experiencia personal con esta película, hay dos que asocio con mayor fuerza. La primera de ellas es que a la hora de visionar una película, esta nos sorprenda, que nos pille vírgenes en algún sentido. Es quizá por ello que películas vistas siendo niños dejen una huella tan indeleble, además del hecho de ser mucho más impresionables a esas edades. Pero incluso a edades más avanzadas, encontrarnos con una película que no hemos visto jamás, ni tenemos ni la más remota idea de su argumento, es toda una bendición. Alguna vez he leído comentarios como “envidio a quien vaya a ver esta o aquella película por primera vez”, y me parece algo totalmente cierto.
A mediados de la década de los 90 yo ya no era ningún niño, pero tuve la suerte de encontrarme con Zorba por vez primera, sin tener ninguna referencia previa ni de la película ni de la obra literaria en la que se basa. En aquellos años ya era un devorador ávido de cine preferentemente “clásico”, o al menos de cintas que ya tuviesen unas décadas a cuestas. Mi cita preferida era, en aquellas noches que no malgastaba de otra manera, con aquel maravilloso Cine Club de La 2, pero lo último que podría esperar es que a veces también me sorprendiera una cadena como Tele 5. En aquellos años dicha cadena basaba sus contenidos en un perfil muy diferente (quién no se acuerda del apodo “teleteta”), pero sin embargo, para mi sorpresa y gozo, y siempre a horas intempestivas de madrugada, hubo una temporada donde emitieron algunas películas interesantes y totalmente desconocidas para mí, ya que eran títulos poco o nada frecuentes en TV, y que no encajaban en absoluto con el resto de programación de Tele 5. Así, recuerdo haber trasnochado viendo “Jaque a la reina”, o “Lejos del mundanal ruido” (también con Alan Bates), y varias más… hasta que una noche, zapeando, justo fui a dar con una música griega mientras aparecían los títulos de crédito. Y allí me quedé, hasta el final. Y ese efecto que comentaba al principio, de descubrir, sorprender, impactar… fue muy fuerte y la película me dejó una profunda impresión, que es de lo más maravilloso que puede lograr una cinta.
La segunda cosa que también me parece maravillosa es cuando encontramos un punto de asociación entre la película y nosotros. Cuando de algún modo vemos reflejado algo de nuestra vida en ella, y la sentimos más próxima, conectamos y la entendemos mejor. En mi caso, no tardé en rumiar el mensaje de Zorba, y muy pronto me vi reflejado en Basil (Bates), un hombre dubitativo, falto de iniciativa, demasiado intelectual, demasiado atento a cuestiones mundanas, que quiere buscar un sentido a todo, inmerso en sus absurdas preocupaciones de las que parece no querer (o saber) salir, incapaz de alargar la mano y tomar cosas que nos brinda la vida, incapaz de bailar ante cualquier situación.
Y en seguida me vino a la mente mi amigo Quique. Porque si yo en cierto modo era Basil, él sin duda alguna es Zorba. Por su incombustible alegría de vivir, su eterno carpe diem, por ese punto de locura pero que no es fruto como en otras personas de ignorancia o cierta simplicidad. Todo lo contrario: en realidad atesora una amplia filosofía que sabe abrir la mente y dar nuevos puntos de vista a quien cree pedantemente (como Basil, como yo) conocerlos todos. Por su concepto de la amistad y la lealtad, que siempre deben ir unidas. Por saber disfrutar de cualquier momento, con optimismo y vitalidad. Ello no quiere decir que nada le aflija, pero si esto sucede, no se autoflagela, no se impone una penitencia. Basil soporta alguna losa del pasado, y se encadena al drama y el abatimiento; mientras que Zorba/Quique es la fuerza del presente y, como dije antes, es alegría, libertad, vitalidad, sabiduría… Y por eso baila. No por postureo o moda, sino porque su cuerpo se lo pide, porque lo entiende como algo que forma parte de la vida. Zorba el griego, y Quique el valenciano.
Cuántas veces debí decirle “Quique… enséñame a bailar”.

6,1
215
6
13 de noviembre de 2016
13 de noviembre de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esa es la sensación que destila "El cerebro", la de unos amigos que se juntaron para pasárselo bien con la excusa de un rodaje. En ese sentido recuerda a las películas del "pack rat" de Sinatra, Martin, Davis y compañía.
Destila un aroma al humor de algunas películas de Peter Sellers, salvando ciertas distancias, con toques absurdos o levemente psicodélicos, y un marcado estilo ye-ye, aunque algunos de sus gags han envejecido un poquito mal, y es un humor que a veces resulta anacrónico, con tendencia a la bufonada en algunos momentos. También hay claras influencias de otras cintas del género de robos (Rififí, La cuadrilla de los once).
Pese a todo resulta amena y entretenida, y a destacar la magnífica secuencia de Silvia Monti en la piscina mientras suena "Cento giorni", un par de minutos de una sensualidad memorable y elegante donde Monti compite en belleza con la canción de Caterina Caselli.
Destila un aroma al humor de algunas películas de Peter Sellers, salvando ciertas distancias, con toques absurdos o levemente psicodélicos, y un marcado estilo ye-ye, aunque algunos de sus gags han envejecido un poquito mal, y es un humor que a veces resulta anacrónico, con tendencia a la bufonada en algunos momentos. También hay claras influencias de otras cintas del género de robos (Rififí, La cuadrilla de los once).
Pese a todo resulta amena y entretenida, y a destacar la magnífica secuencia de Silvia Monti en la piscina mientras suena "Cento giorni", un par de minutos de una sensualidad memorable y elegante donde Monti compite en belleza con la canción de Caterina Caselli.
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