Si crees que cualquier mujer policía con el pelo sucio y problemas familiares puede imitar a Mare of Eastown en su ciudad, ésta es tu serie. Si te gustan los dramones de domingo por la tarde, con niño prodigio falto de figura paterna, tía fumeta, bisabuelo chiflado, padre malote y vicioso, polis corruptos, vecinas aburridas y giros de guión dignos de un analista del fuera de juego posicional, vas a pasar las mejores ocho horas de tu seriéfila vida. Y si piensas que Amanda Seyfried no se parece a Golum y que en sus ratos libres es una virtuosa del corno, ve preparando las palomitas.
Pero si crees que Mare of Eastown es una joya irrepetible y que es mejor dejar ciertos libros sin su adaptación, puede que termines la serie, si es que la terminas, diciendo aquello de “tócate los h…”. O el corno.

Si aquella caja de bombones de la que hablaba la madre de Forrest Gump fueran los posibles papeles a interpretar que le ofrecen a un actor, estoy seguro de que Oriol Pla debió relamerse al ver ante él, el bombón de su vida. Es cierto que después hay que ponerse ante la cámara y estar a la altura cuando gritan “acción”, pero joder si lo consigue. Incluso en el monólogo ante sus padres (en el que por un momento creí que se le iba), es capaz de remontar y dejarte con los ojos llorosos. La he visto ya dos veces, la he recomendado a todos los seriefilos y creo que su interpretación (y los que le acompañan tampoco se quedan atrás) podría haberle puesto difícil a Brando su Oscar por El Padrino. Desde aquí, mi más estruendoso aplauso: plas,plas,plas

Desconozco el cómic, pero sigo cuál hincha a Darín. Por desgracia él solo no puede tirar de una serie que se atasca a propósito para llegar a los seis capítulos sin fuelle y lo que es peor, sin rumbo. La primera parte se sigue con interés, al margen de los absurdos y discutibles giros de guión tan propios del género. La segunda nos lleva por pura pereza a los archiconocidos lugares comunes que nos han enseñado tantas series de zombis, hongos cordyceps o los espheni de aquel bodrio spilelbergiano (que al parecer era a donde nos conducía este eternauta) titulado falling skies. Iba a puntuarla con un 1 por esos bichos tan mal diseñados y peor renderizados que están a punto de arrastrar la serie a la basura. Pero Darín se merece un aprobado siempre, raspado, raspado en esta ocasión. La segunda temporada me la ahorro, sin duda.

Lo siento, era yo el que iluminaba cada cinco minutos la sala mirando la hora en el móvil. Pido disculpas a todo aquel al que pude molestar mientras, conmovido o no, se sucedían los planos interminables de caras y paisajes o de paisajes y caras que, la verdad sea dicha, tampoco daban para tanta complacencia. La dicción, (por no llamarlo chapurreo, balbuceo o hablar con gachas en la boca) de los actores del cine español debería estudiarse en cualquier escuela de cine, con los mismos créditos que la asignatura “ver crecer la hierba” bajo el que se engloba buena parte del cine francés (o sueco, y Los destellos). Me alegro mucho por todos los que han disfrutado de este bodrio. Yo he salido indignado del cine y así lo escribo. Le pongo un uno porque no hay ceros. Y le dedico una sonora pedorreta: turururu.