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Críticas 702
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
19 de diciembre de 2009
294 de 358 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Verás, el mundo se divide en dos categorías…” decía El rubio en “El bueno, el feo y el malo”. Pues bien, si me lo permitís voy a parafrasearle. Solo un poquito.

Veréis, FA se divide en dos categorías: los que aman “Centauros del desierto” y los que no. Los que le adjudican esas merecidas 8, 9 o 10 estrellas y los que la castigan con 5, 6 o 7. De los que la catean prefiero no hablar. Sería desagradable.

Yo soy, como habréis adivinado, de los que la veneran. No porque sea mi western preferido ni porque la considere perfecta, porque no lo es. La venero, sencillamente, porque jamás había visto a un cineasta sacarle tanto partido a un personaje. Un personaje, el de Ethan Edwards, que podrá gustar poco o nada, pero que sintetiza -en cualquier caso- la personalidad más compleja jamás observada en un icono del western. Y solo por eso vale la pena ver “Centauros del desierto” las veces que sea necesario.

Todo lo demás, a mi juicio, es secundario. Tanto lo bueno como lo malo. La rapidez de los caballos, la tonalidad del río, la puntería de los indios, las incongruencias geográficas o cronológicas… todo eso ni me molesta, ni me disgusta. Me parece poco relevante, vaya. Tan poco relevante como la fotografía, la extraordinaria selección de planos, el montaje o cualquier aspecto que tenga que ver con la narrativa clásica de Ford. Y digo que no me parece relevante porque en un maestro como Ford todo eso y más se da por hecho.

Lo que sí me parece extraordinariamente relevante, excelso y sublime es -como ya he dicho antes- la inconmensurable hondura psicológica con la que Ford modela a su protagonista. Un tipo solitario, hosco, desagradable, intolerante, obstinado, racista y cruel. Un tipo con el que resulta imposible empatizar pero por el cual uno no puede evitar sentirse fatalmente atraído. Porque por mucho que podamos llegar a deducir a través de sus propias reacciones o a través de las sutiles y metafóricas imágenes de Ford, Ethan Edwards es una persona que alberga un oscuro pasado. Un pasado que le impide adaptarse o integrarse a ningún tipo de ámbito social o familiar y que le obliga a vivir tan errante como los indios a los que odia y que no son más que el reflejo de la repugnancia que siente hacia sí mismo.

En fin, que cada cual es muy libre de extrapolar la inevitable animadversión que suscita Ethan Edwards a la peli en sí pero creo, sinceramente, que establecer este tipo de paralelismos constituye un tremendo error. Pero bueno, tampoco pretendo convencer a nadie. Ni tan solo pretendo buscarle justificaciones a la peli porque, francamente, no las necesita. Solo quería dejar bien claro que Taylor pertenece a la categoría de los que aman esta peli. Y ese es un privilegio que nada ni nadie me podrá arrebatar. Amén.
5 de enero de 2008
301 de 396 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wenders se empeña en ser más papista que el Papa exhibiendo una vez más el catálogo iconográfico oficial de la América profunda: rectilíneas carreteras sin fin, solitarias estaciones de servicio, moteles sórdidos y, como no, el polvoriento Mohave. Todo ello impecablemente solapado a una banda sonora que acentúa a la perfección la tremenda carga melancólica de sus imágenes, dicho sea de paso, filmadas con meticuloso empaque.

El germano me engatusó, para que vamos a negarlo, merced a su innegable sensibilidad estética, pero al final el metraje acaba por pasarle factura. Me explico. La peli arranca bien. Enérgicamente. La aparición de un enigmático personaje deambulando en pleno desierto bajo un sol abrasador plantea cierta intriga inicial. Cuando descubrimos que ese pintoresco individuo ataviado con gorra de béisbol roja y traje andrajoso anda desaparecido desde hace cuatro años, nuestro interés aumenta. Su estado pseudocatatónico lo intensifica considerablemente. Sin embargo, a medida que el amnésico Travis (Harry Dean Stanton) va recuperando la memoria y empieza a comportarse como una persona normal, nuestro estímulo decrece paralelamente. Sabemos que tiene un hijo de siete años (Hunter), fruto de su relación con Jane (una bellísima Nastassja Kinski), truncada abruptamente por causa desconocida. Carecemos de indicios y la intriga inicial empieza a tambalearse. Travis y Hunter inician un viaje en búsqueda de Jane, el vértice perdido de ese triangulo familiar desestructurado. Tal vez resulte imposible recomponer esa Sagrada Familia, pero Hunter tiene derecho a conocer a mamá Jane. Y ahí es donde Wenders arrancó mis primeros bostezos, estirando el chicle en demasía. La síntesis narrativa no es su fuerte y en ese punto el chicle pierde elasticidad, se torna fláccido y la peli revela disfunción eréctil. Total, que esos 40 minutos de más le pesan como una losa a “Paris, Texas”, restándole agilidad, contundencia y brillantez .

Afortunadamente, la secuencia de la conversación (monólogo casi) entre Travis y Jane en la cabina del Peep-show remontó mi líbido cinéfila satisfaciéndome plenamente en el rush final. Sin lugar a dudas, uno de los diálogos más bellos, francos y profundos del cine de los ochenta.
23 de enero de 2008
237 de 276 usuarios han encontrado esta crítica útil
Partamos de la siguiente premisa: “Lilja 4-ever” no es una peli comercial. Y no lo es porque su propósito esencial no consiste en entretenernos sinó en aportarnos algo más. Ese algo más deberá desentrañarlo cada uno. Yo ahí ni entro ni salgo. ¿De acuerdo?. Ok, prosigamos. Moodysson rehúsa todo instinto amable o complaciente y se la trae floja parecer implacablemente áspero e inhumano. Aunque claro, supongo que abordar el tema de la explotación sexual de menores de otro modo resultaría algo incongruente. El sueco emplea trazas documentales que le transfieren a su trabajo cierto aspecto televisivo aunque, evidentemente, tampoco podríamos definir “Lilja 4-ever” como un docudrama en el sentido estricto de la palabra. Tal vez a más de uno le sobrepase su imprimación atroz y confunda reproducciones ficticias de situaciones y circunstancias reales con dramones de sobremesa, pero no creo que nadie en su sano juicio detecte indicios ñoños o lacrimógenos en la propuesta de Moodysson. Y mucho menos, intelectualoides o culturetas. Esta peli es una contundente patada en los huevos, un soberano guantazo en el amodorrado careto de la acomodada Europa Occidental, de esa idílica civilización que suele escurrir el bulto ante los crecientes problemas derivados de la inmigración incontrolada, la población marginal y la impunidad operativa de las mafias de los países del este. Pero lo mejor de todo es que todo ese espíritu de denuncia se divulga solapado a una propuesta visual y alegórica que amortigua la crudeza de su trama y favorece su asimilación. No creo que sean necesarias las gafas de pasta para ver esta peli. Tan solo algo de conciencia y sensibilidad.
4 de junio de 2008
194 de 210 usuarios han encontrado esta crítica útil
El rubio (Clint Eastwood, ‘el bueno’), Tuco (Eli Wallach, ‘el feo’) y Sentencia (Lee Van Cleef, ‘el malo’) forman parte desde hace mucho tiempo de ese particular Olimpo del spaghetti-western en el que habitan, entre otros, por tipos tan duros como Harmonica, Frank, Cheyenne, Django o el Chuncho.

Leone los concibió personalmente y como si de ‘Saturno devorando a sus hijos’ se tratara, intentó sacrificarlos en los títulos de crédito de “Hasta que llegó su hora”. Por suerte o por desgracia, fracasó en su empeño.

En su lugar murieron Jack Elam, Woody Strode y Al Mulock. El bueno, el feo y el malo sobrevivieron y cuenta la leyenda que su espíritu perdurará eternamente en el desierto de Almería.

El gran Sergio clausuraba con esta obra maestra su trilogía del dólar antes de darle un sublime carpetazo al spaghetti con una peli, si cabe, aún mejor: “Hasta que llegó su hora”.

Nunca me cansaré de ver esta auténtica lección de cine. Porque lo tiene todo. Absolutamente todo.

El italiano nos coge de la pechera y nos hace morder el polvo desde el primer momento. Nos pone a prueba con esos dilatadísimos silencios. Con ese ritmo ceremonioso. Nos obliga a escuchar el tintineo de las espuelas, el ulular del viento del desierto, el áspero raspado de un fósforo. Y si nuestro corazón aún no palpita lo suficiente, si aún no nos sudan las palmas y no se nos eriza el vello de puro pánico ante el careto de Sentencia, ahí interviene Don Ennio. Morricone es un monstruo y su música nos hace levitar corroborando la tremenda importancia que tienen los códigos extracinematográficos, habitualmente ninguneados ante la poderosa hegemonía de la imagen.

Su banda sonora es tan genuina y magistral como esos primerísimos planos de rostros sudorosos y mal afeitados, como la inimitable liturgia de un duelo, como la violencia explícita que exuda cualquier partitura leoniana. Ni más, ni menos.

Tal vez los tres tenores de Leone no posean la complejidad y la riqueza psicológica de Harmonica, Frank o Cheyenne, pero muy pocas veces tendremos ocasión de ver juntos a tres auténticas aves rapaces del western, tres legendarios fantasmas capaces de mantener el espíritu del spaghetti hasta el fin de los días.

Sencillamente irrepetible.
14 de mayo de 2007
290 de 408 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Barton Fink" es una enrevesadísima historia solo apta para "gafapastas" de pura cepa, pseudointelectuales amaestrados y fervientes aduladores de los hermanísimos Coen. Si bien "Sangre fácil", "Muerte entre las flores" y "Fargo" pueden catalogarse con total merecimiento como verdaderas obras maestras -de culto diría yo-, "Barton Fink" expele cierto tufillo a tomadura de pelo. No sé, tal vez me equivoque. Es más: quisiera equivocarme, rectificar y así coincidir sin ruborizarme con las valoraciones de cinéfilos de tomo y lomo como Miquel, Listo Entertainment o Bloomsday, que la tienen allá arriba, en los altares. Os prometo volver a verla más adelante, pienso darle una segunda oportunidad. Sin embargo, a día de hoy y consciente de mi insolencia y/o necedad, la película de los Coen me parece pretenciosa, tramposa, defraudadora y deliberadamente caótica.

¿ Por qué ? Porque partiendo de un sustrato argumental absolutamente prometedor e interesante ( los entresijos del proceso creativo, el pánico al fracaso ), los Coen acaban cebando su vástago con excesivas metáforas, alegorías y lecturas paralelas que no hacen más que sembrar el desconcierto, zancadillear el ritmo narrativo e impedir que la comunión espectador-película llegue a buen puerto.

Aún así, reconozco y valoro muy positivamente las impecables interpretaciones de Turturro y Goodman, así como la meticulosa escenografía "made in Coen" y ese humor negro, negrísimo, casi surrealista, que compensa ampliamente otras deficiencias. Sin embargo, y eso es lo que me mosquea, todo ello no logra mitigar la desagradable sensación de imaginar la cara de gilipollas que a un servidor se le quedó al término de visionar esta película.

Acato solemnemente la correspondiente pérdida de puntos de mi carnet de cinéfilo y espero redimirme de mi herejía tragándome en sesión contínua y de una sola tacada "Persona", "Solaris" e "Inland Empire" y si ello no es suficiente, me comprometo a servir cafés todos los domingos por la tarde sin cobrar ni un solo euro en la sede del CROF.
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