Las anteriores pelis de Jordan Peele son muy llamativas y entretenidas. Parecía ser un nuevo referente en el cine de terror y misterio que se avecina. Se nota la profesionalidad y un deje de humor que combina muy bien con la seriedad de la historia, a la que no resta un ápice de “cosa seria”. Pero en NOPE este criterio ha caído estrepitosamente. El fenómeno OVNI —quizá en decadencia estos últimos tiempos— ha tenido su apogeo e interés hasta hace bien poco. Quizás podría recuperarse desde una perspectiva más interesante e imaginativa que la propuesta en esta incómoda diarrea. Aburrida, larga y soporífera.

Estados Unidos, por número de habitantes, tiene mayor proporción de imbéciles a los que engañar. Este es un nuevo formato televisivo que bien parece un ejercicio para becarios guionistas que desarrollan la trama conforme avanzan los capítulos. Capítulos éstos sin sentido, repetitivos, con diálogos pacatos y rellenados con un marasmo de insultos y palabrotas que parecen darle un toque molón a una modernidad progresista y chachi. Un engaño manifiesto que no merece la pena tenerse en cuenta, salvo para ir avisando de esta mierda de creaciones a los menores que nos rodean para que abran los ojos cuanto antes. La serie no hay quien la coja: uno se queda viéndola, por curiosidad, para ver por dónde van a salir los guionistas, sabiendo que no hay salida posible, y que se va a cumplir lo que acabo de exponer en esta sensata visión y crítica.

Kubrick hace de la profunda psicología la base para cimentar su filmografía. No voy a enumerar títulos y mensajes advertidos en ella; estoy hablando de Barry: un tipo que es como es, sin artificios, oropeles ni apariencias. Un canto a la maravilla de ser uno mismo, a pesar de los estatus sociales, circunstancias históricas o personales. Barry Lyndon es, sin duda, un hombre del Tao. Un clásico imprescindible para adornar con orgullo tu estantería cinéfila y tu conciencia. Un legado que dejar a los nuestros ante la avalancha de mediocridad que se va a ir acumulando.

Un film sencillo y bien realizado. Desde El Exorcista descarté ver películas de terror, pues tengo una edad y desistí ya de tener luego malos rollos. The Vigil me llamaba poderosamente la atención —supongo que por la cuestión judía, que siempre me ha resultado interesante— pero tenía cierta reticencia a verla por el tema que trata. Aun así me dispuse a hacerlo. Pasé un mal rato, ésa es la verdad: es una vigilia de muy mal rollo. Pero también he de decir que, pasado el mal trago, el sabor que deja es muy agradable.

He comenzado a reírme desde el minuto uno, pues la cara de Mike Myers invita ya de por sí a hacerlo. De su batería de gags de humor tontorrón y situaciones absurdas e infantilmente liosas siempre emerge un momento numinoso, pero no siempre. Es el riesgo de querer hacer emerger al genio, que uno no sabe por lo general dónde se esconde, para que éste venga a rescatarte de ese atolondrado atolladero, quizás, por compasión. La serie es corta; si te consideraras estafado, no te generará ningún trauma, te lo aseguro. Es más: muy probablemente encontrarás luego el significado de esta supuesta bobería y lo agradecerás.

Es maja.