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7
17 de mayo de 2020
17 de mayo de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Avalada por la crítica y premiada en el Festival de Sundance, la opera prima e independiente del cineasta estadounidense Joe Talbot es una visión retro-poética y semi biográfica de un tema sociopolítico muy actual como es la gentrificación de urbes americanas tan importantes como Nueva York o San Francisco, siendo esta última, donde nos sitúe el director.
Barrios que tiempo atrás pertenecieron a gente minoritaria de distinta raza y clase social se ven expulsados por esas grandes corporaciones de hombres ricos y blancos. La repercusión que causó el desplazamiento y la ruptura de la comunidad de la población afroamericana —comunidad que forjaron durante años—por parte de esos macro negocios de Silicon Valley es un tema a tratar que queda plasmado en la película de Joe Talbot de una forma bastante bucólica, casi fantástica más bien.
La trama se centra precisamente en eso; un hombre afroamericano de las afueras de San Francisco, Jimmie, quiere recuperar su casa familiar, una casa de estilo Victoriano y bellas vistas hacia el Golden Gate que suele visitar a diario para reparar, una casa que según él construyó su abuelo tras finalizar la Segunda Guerra Mundial como primer afroamericano asentado en el barrio céntrico de Filmore, un barrio ahora habitado por millonarios blancos pero que tiempo atrás lo estuvo por negros y japoneses.
Evidentemente, Jimmie, debido a su status social de enfermero en un geriátrico no puede acceder a comprar una casa tasada en unos 4 millones de dólares por lo que, una vez que esa casa tan añorada se pone en venta, Jimmie, sin pensarlo dos veces, decide ocuparla junto a un amigo con el objetivo de restaurarla, instalarse en ella y recuperar lo único que lo mantiene atado a su ciudad.
La película alberga tintes poéticos muy sutiles y bien expuestos, con influencias diría que de Spike Lee, —salvando las distancias claro está— aunque puede que la trama peque a veces de ser algo tediosa y en ocasiones ciertamente surrealista ya que, a día de hoy, parece impensable la facilidad con la que los protagonistas acceden a una casa de tal envergadura en un barrio, hoy por hoy, de gente acaudalada o ‘alto standing’.
Una parte poética la veremos representada en el personaje secundario —y amigo de Jimmie— que es Jonathan Majors (Montgomery). Éste, a parte de ser compañero de aventuras del protagonista, dotará al filme de cierto aire onírico y tendrá especial relevancia sobretodo en el desenlace de la misma.
Nuestro protagonista, Jimmie Fails, interpreta una versión muy lograda aunque un tanto artificiosa de sí mismo, encarnando a un joven enfermero medio depresivo con un único hobby a parte del skate; pintar la casa de su abuelo y pasar allí el mayor tiempo posible.
Talbot, originario de San Francisco, ha querido mostrarnos la evolución tan vertiginosa que ha tenido lugar en su ciudad natal por culpa de las grandes compañías tecnológicas, exhibiéndola a través de los ojos Jimmie, es decir, desde la perspectiva de un colectivo marginal y prácticamente relegado al olvido.
De ahí deriva que Jimmie sea el último hombre negro de San Francisco, donde Talbot nos lo expone como el último hombre que es relegado y arrancado de sus raíces por culpa de ese frenético crecimiento urbano que sucede de forma constante en las grandes ciudades, y lo traslada a la pantalla en una sucesión de fotogramas impresionantes, muy contrastadas; desde secuencias en el barrio de las afueras de San Francisco donde vive Jimmie y su amigo, en los guetos, donde veremos cómo queda reflejada la pobreza y la marginalidad, a la próspera y creciente ciudad de la casa del abuelo de Jimmie, en Filmore, donde éste se aferrará para obtener el lugar que le pertenecía a su comunidad como último resquicio de esperanza.
La música compuesta por Emile Mosseri es uno de los puntos más fuertes del filme, haciendo recordar en según qué ocasiones las obras de Terrence Malik como ‘The tree of life’ o ‘A hidden life’. Canciones muy líricas y sinfónicas, especialmente la tan conocida “San Francisco (be sure to wear flowers in your hair)”, en una nueva versión armoniosa donde se alternan instrumentos de viento con una potente voz negra para lograr que la película crezca en su conjunto.
Joe Talbot, en su primera gran obra al frente con The Last Black Man In San Francisco’, ha querido mostrarnos la evolución de su hogar y los efectos que ésta ha ocasionado a través de la cultura marginal y que, tristemente, hoy todavía sucede; en un relato melodramático y poético, con una fotografía ligada a una banda sonora excelentes y lanzando un mensaje final al apresurado avance del tiempo y a la constante evolución, aquella que puede borrar de un plumazo por culpa del desmesurado capitalismo todas las huellas históricas que nuestros antepasados forjaron con amor, sudor y sacrificio.
Barrios que tiempo atrás pertenecieron a gente minoritaria de distinta raza y clase social se ven expulsados por esas grandes corporaciones de hombres ricos y blancos. La repercusión que causó el desplazamiento y la ruptura de la comunidad de la población afroamericana —comunidad que forjaron durante años—por parte de esos macro negocios de Silicon Valley es un tema a tratar que queda plasmado en la película de Joe Talbot de una forma bastante bucólica, casi fantástica más bien.
La trama se centra precisamente en eso; un hombre afroamericano de las afueras de San Francisco, Jimmie, quiere recuperar su casa familiar, una casa de estilo Victoriano y bellas vistas hacia el Golden Gate que suele visitar a diario para reparar, una casa que según él construyó su abuelo tras finalizar la Segunda Guerra Mundial como primer afroamericano asentado en el barrio céntrico de Filmore, un barrio ahora habitado por millonarios blancos pero que tiempo atrás lo estuvo por negros y japoneses.
Evidentemente, Jimmie, debido a su status social de enfermero en un geriátrico no puede acceder a comprar una casa tasada en unos 4 millones de dólares por lo que, una vez que esa casa tan añorada se pone en venta, Jimmie, sin pensarlo dos veces, decide ocuparla junto a un amigo con el objetivo de restaurarla, instalarse en ella y recuperar lo único que lo mantiene atado a su ciudad.
La película alberga tintes poéticos muy sutiles y bien expuestos, con influencias diría que de Spike Lee, —salvando las distancias claro está— aunque puede que la trama peque a veces de ser algo tediosa y en ocasiones ciertamente surrealista ya que, a día de hoy, parece impensable la facilidad con la que los protagonistas acceden a una casa de tal envergadura en un barrio, hoy por hoy, de gente acaudalada o ‘alto standing’.
Una parte poética la veremos representada en el personaje secundario —y amigo de Jimmie— que es Jonathan Majors (Montgomery). Éste, a parte de ser compañero de aventuras del protagonista, dotará al filme de cierto aire onírico y tendrá especial relevancia sobretodo en el desenlace de la misma.
Nuestro protagonista, Jimmie Fails, interpreta una versión muy lograda aunque un tanto artificiosa de sí mismo, encarnando a un joven enfermero medio depresivo con un único hobby a parte del skate; pintar la casa de su abuelo y pasar allí el mayor tiempo posible.
Talbot, originario de San Francisco, ha querido mostrarnos la evolución tan vertiginosa que ha tenido lugar en su ciudad natal por culpa de las grandes compañías tecnológicas, exhibiéndola a través de los ojos Jimmie, es decir, desde la perspectiva de un colectivo marginal y prácticamente relegado al olvido.
De ahí deriva que Jimmie sea el último hombre negro de San Francisco, donde Talbot nos lo expone como el último hombre que es relegado y arrancado de sus raíces por culpa de ese frenético crecimiento urbano que sucede de forma constante en las grandes ciudades, y lo traslada a la pantalla en una sucesión de fotogramas impresionantes, muy contrastadas; desde secuencias en el barrio de las afueras de San Francisco donde vive Jimmie y su amigo, en los guetos, donde veremos cómo queda reflejada la pobreza y la marginalidad, a la próspera y creciente ciudad de la casa del abuelo de Jimmie, en Filmore, donde éste se aferrará para obtener el lugar que le pertenecía a su comunidad como último resquicio de esperanza.
La música compuesta por Emile Mosseri es uno de los puntos más fuertes del filme, haciendo recordar en según qué ocasiones las obras de Terrence Malik como ‘The tree of life’ o ‘A hidden life’. Canciones muy líricas y sinfónicas, especialmente la tan conocida “San Francisco (be sure to wear flowers in your hair)”, en una nueva versión armoniosa donde se alternan instrumentos de viento con una potente voz negra para lograr que la película crezca en su conjunto.
Joe Talbot, en su primera gran obra al frente con The Last Black Man In San Francisco’, ha querido mostrarnos la evolución de su hogar y los efectos que ésta ha ocasionado a través de la cultura marginal y que, tristemente, hoy todavía sucede; en un relato melodramático y poético, con una fotografía ligada a una banda sonora excelentes y lanzando un mensaje final al apresurado avance del tiempo y a la constante evolución, aquella que puede borrar de un plumazo por culpa del desmesurado capitalismo todas las huellas históricas que nuestros antepasados forjaron con amor, sudor y sacrificio.

6,7
6.168
6
9 de mayo de 2020
9 de mayo de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En conmemoración del 75 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial en el viejo continente, me apetecía consumir alguna película centrada en esa inagotable fuente de contenido en la que todavía, muchos directores —yankees sobretodo— siguen nutriéndose hoy día y no es otra que la del nazismo, así que, de las que me quedaban pendientes, me decanté eligiendo ‘The Captain’ por ser producto local.
El cine alemán, bien sea por falta de inspiración —cosa que dudo—, bien porque el nazismo utilizase el cine como medio afín a su propaganda bélica o por el oscuro pasado en forma de enorme losa pesada y podrida que todavía hoy carga a sus espaldas el pueblo germano, llevaba tiempo sin ofrecer al ávido espectador una obra sólida centrada en el régimen totalitario nazi.
Recuerdo con cierta nostalgia que la última vez que eso ocurría era justo tal día como hoy hará ya 15 años, en 2005, cuando se estrenaba ‘Der Untergang’ (El Hundimiento); obra que narraba los últimos días de vida de Adolf Hitler. En aquella ocasión pudimos ver una de las mejores interpretaciones del Führer (o la mejor) que todavía se recuerdan, de la mano de un insuperable y majestuoso Bruno Ganz.
Desde aquel instante el listón del cine alemán de temática Nazi quedaría altísimo, por lo que Schwentke tenía en sus manos la gran presión y responsabilidad de, al menos, igualar la calidad de su contenido con este nuevo proyecto.
Dirigida por Robert Schwentke y con poco más que la saga ‘Divergente’ como precedente a destacar o quizá también ‘Red’, thriller protagonizado por Bruce Willis, el cineasta alemán nos sorprende ahora gratamente escribiendo y dirigiendo ‘The Captain’, una historia por cierto, basada en hechos reales, tan cruda y desgarradora que te helará la sangre. Si bien, podríamos estar ante la típica película bélica ambientada en la guerra más sangrienta de la historia de la humanidad —donde por supuesto veremos escenas durísimas—, Schwentke nos obligará a ir más allá, llevando al espectador a una constante reflexión moral. No en vano, la película, fue bien acogida por la crítica y recibió varios galardones como el que le fue otorgado en el festival de San Sebastián de 2017, llevándose el premio a la mejor fotografía. En 2018, se llevaría el reconocimiento al mejor sonido en el festival de Cine Europeo. Por lo tanto, no estamos ante una película comercial más.
La historia está ambientada en la primavera de la Alemania del régimen nazi de 1945, con la guerra a punto de llegar a su fin en Europa. En este sentido podemos apreciar que tanto ‘Der Untergang’ como ‘The Captain’ tienen como similitud el centrar su foco en los últimos compases de la batalla aunque en este caso estamos ante una perspectiva totalmente opuesta, la de un desertor.
El desertor en cuestión es un joven soldado de 19 años que consigue escapar de las fauces de un regimen totalmente autoritario y fuera de si antes de que lo maten. Hambriento y a punto de morir de frío, encuentra un coche accidentado en mitad de un sendero con una maleta en su interior. Éste, descubre dentro de la valija el uniforme de un general nazi y se lo apropia. Es en ese instante cuando el joven se hará pasar por general de la Wehrmacht y reunirá consigo a un ejército de otros tantos desertores desesperados por salvar sus traseros, los cuales y a pesar de que alguno se percatase de que el chico no era realmente un general, se unirán a él y pasarán de ser objetivos de cazadores de desertores a ser los propios cazadores. Aquí no se nos mostrarán a judíos u otras víctimas oprimidas por el régimen de aquella época, si no que los propios alemanes serán los que lidiarán entre ellos.
Durante el metraje, veremos una constante transformación de la personalidad en el protagonista; desde el miedo y la incertidumbre cuando se hace con el uniforme robado, hasta el liderazgo desbocado que posee al llegar al campo de refugiados junto a sus secuaces, convertido ya en un cruel y desquiciado general nazi. Aquí cabe destacar a Max Hubacher encarnando al capitán Herold, el cual nos regala una interpretación sublime de este evolutivo personaje en el que se hará patente el lado más oscuro que puede esconder un ser humano en situaciones de absoluta precariedad.
Mención especial también para el despiadado Frederick Lau (Kipinski) y el piadoso Milan Peschel (Freytag) en otras dos magnificas actuaciones acompañando a Herold en su particular redención.
La película se nos muestra en un blanco y negro muy nítido, casi resplandeciente diría yo, carente de ruido o grano —algo que a mi parecer le hubiese dado un toque bastante clásico—, pero es un rasgo tan obvio que no podía dejarse pasar por alto ya que luce impresionante, especialmente en tomas fluidas ‘dolly’ sobre raíles. Eso sí, cuando a veces cambia a cámara de mano, me provocaba alguna leve distracción. Esto es algo que por ejemplo ‘Cold War’ de Pawel Pawlikowski manejó sutilmente.
La fotografía, tan contrastada, es
excelente gracias a Florian Ballhaus. Desde el potente enfoque de luz en la huida por el bosque nevado atravesando parajes inmensos, pasando por escenas nocturnas más lúgubres como tabernas u oficinas, hasta el mismo campo de concentración donde se hallan los presos heridos y ataviados con harapos, todo está cuidado al más mínimo detalle para hacernos ver y sentir que realmente el director nos traslada a dicha época.
Brillantemente rodada, la película te sumerge desde el primer minuto en el sufrimiento y la desesperación extrema que hará despertar en el ser humano el instinto de supervivencia más primitivo, por lo que Schwentke nos hará cómplices de ese horror gracias una puesta en escena cuidada y muy realista. Todo ello estará aderezado con tintes de humor negro —sobretodo al principio— que ayudarán al espectador a acomodar su estómago para poder así sobrellevar la crudeza de su funesta segunda parte.
Mi conclusión a continuación en Spoilers:
El cine alemán, bien sea por falta de inspiración —cosa que dudo—, bien porque el nazismo utilizase el cine como medio afín a su propaganda bélica o por el oscuro pasado en forma de enorme losa pesada y podrida que todavía hoy carga a sus espaldas el pueblo germano, llevaba tiempo sin ofrecer al ávido espectador una obra sólida centrada en el régimen totalitario nazi.
Recuerdo con cierta nostalgia que la última vez que eso ocurría era justo tal día como hoy hará ya 15 años, en 2005, cuando se estrenaba ‘Der Untergang’ (El Hundimiento); obra que narraba los últimos días de vida de Adolf Hitler. En aquella ocasión pudimos ver una de las mejores interpretaciones del Führer (o la mejor) que todavía se recuerdan, de la mano de un insuperable y majestuoso Bruno Ganz.
Desde aquel instante el listón del cine alemán de temática Nazi quedaría altísimo, por lo que Schwentke tenía en sus manos la gran presión y responsabilidad de, al menos, igualar la calidad de su contenido con este nuevo proyecto.
Dirigida por Robert Schwentke y con poco más que la saga ‘Divergente’ como precedente a destacar o quizá también ‘Red’, thriller protagonizado por Bruce Willis, el cineasta alemán nos sorprende ahora gratamente escribiendo y dirigiendo ‘The Captain’, una historia por cierto, basada en hechos reales, tan cruda y desgarradora que te helará la sangre. Si bien, podríamos estar ante la típica película bélica ambientada en la guerra más sangrienta de la historia de la humanidad —donde por supuesto veremos escenas durísimas—, Schwentke nos obligará a ir más allá, llevando al espectador a una constante reflexión moral. No en vano, la película, fue bien acogida por la crítica y recibió varios galardones como el que le fue otorgado en el festival de San Sebastián de 2017, llevándose el premio a la mejor fotografía. En 2018, se llevaría el reconocimiento al mejor sonido en el festival de Cine Europeo. Por lo tanto, no estamos ante una película comercial más.
La historia está ambientada en la primavera de la Alemania del régimen nazi de 1945, con la guerra a punto de llegar a su fin en Europa. En este sentido podemos apreciar que tanto ‘Der Untergang’ como ‘The Captain’ tienen como similitud el centrar su foco en los últimos compases de la batalla aunque en este caso estamos ante una perspectiva totalmente opuesta, la de un desertor.
El desertor en cuestión es un joven soldado de 19 años que consigue escapar de las fauces de un regimen totalmente autoritario y fuera de si antes de que lo maten. Hambriento y a punto de morir de frío, encuentra un coche accidentado en mitad de un sendero con una maleta en su interior. Éste, descubre dentro de la valija el uniforme de un general nazi y se lo apropia. Es en ese instante cuando el joven se hará pasar por general de la Wehrmacht y reunirá consigo a un ejército de otros tantos desertores desesperados por salvar sus traseros, los cuales y a pesar de que alguno se percatase de que el chico no era realmente un general, se unirán a él y pasarán de ser objetivos de cazadores de desertores a ser los propios cazadores. Aquí no se nos mostrarán a judíos u otras víctimas oprimidas por el régimen de aquella época, si no que los propios alemanes serán los que lidiarán entre ellos.
Durante el metraje, veremos una constante transformación de la personalidad en el protagonista; desde el miedo y la incertidumbre cuando se hace con el uniforme robado, hasta el liderazgo desbocado que posee al llegar al campo de refugiados junto a sus secuaces, convertido ya en un cruel y desquiciado general nazi. Aquí cabe destacar a Max Hubacher encarnando al capitán Herold, el cual nos regala una interpretación sublime de este evolutivo personaje en el que se hará patente el lado más oscuro que puede esconder un ser humano en situaciones de absoluta precariedad.
Mención especial también para el despiadado Frederick Lau (Kipinski) y el piadoso Milan Peschel (Freytag) en otras dos magnificas actuaciones acompañando a Herold en su particular redención.
La película se nos muestra en un blanco y negro muy nítido, casi resplandeciente diría yo, carente de ruido o grano —algo que a mi parecer le hubiese dado un toque bastante clásico—, pero es un rasgo tan obvio que no podía dejarse pasar por alto ya que luce impresionante, especialmente en tomas fluidas ‘dolly’ sobre raíles. Eso sí, cuando a veces cambia a cámara de mano, me provocaba alguna leve distracción. Esto es algo que por ejemplo ‘Cold War’ de Pawel Pawlikowski manejó sutilmente.
La fotografía, tan contrastada, es
excelente gracias a Florian Ballhaus. Desde el potente enfoque de luz en la huida por el bosque nevado atravesando parajes inmensos, pasando por escenas nocturnas más lúgubres como tabernas u oficinas, hasta el mismo campo de concentración donde se hallan los presos heridos y ataviados con harapos, todo está cuidado al más mínimo detalle para hacernos ver y sentir que realmente el director nos traslada a dicha época.
Brillantemente rodada, la película te sumerge desde el primer minuto en el sufrimiento y la desesperación extrema que hará despertar en el ser humano el instinto de supervivencia más primitivo, por lo que Schwentke nos hará cómplices de ese horror gracias una puesta en escena cuidada y muy realista. Todo ello estará aderezado con tintes de humor negro —sobretodo al principio— que ayudarán al espectador a acomodar su estómago para poder así sobrellevar la crudeza de su funesta segunda parte.
Mi conclusión a continuación en Spoilers:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Schwentke se aventura en lo desconocido de este territorio proponiéndonos un ejercicio de juicio moral a la mezquindad humana, siempre ajeno a lo que venía produciendo y antepone, en parte, los clásicos —y tan quemados— clichés de cintas bélicas para ofrecernos una visión revisionista y alternativa del cine dramático, satirizando el tipo de autoritarismo que condujo a los excesos del Tercer Reich y que a su vez hará replantearnos si este género ha tocado fondo o si todavía queda algo por descubrir. Desde luego, he aquí un claro ejemplo de que tenemos cuerda para rato.

7,8
15.288
8
2 de mayo de 2020
2 de mayo de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Admito que no es una película sencilla de asimilar. De hecho, he tenido que visualizarla un par de veces antes de sacar una conclusión en claro y es que Stalker es, con diferencia, la obra más ambigua y complicada de Andrei Tarkovsky.
Sin embargo y como ocurre con el resto de sus obras, no tiene mucho sentido tratar de escribir una reseña para explicarla, como bien ya se ha dicho. Intentar comprender o descifrar los pensamientos del director sobre su película y luego plasmarlos con palabras supondría mancillar algo especial de ella, algo meramente personal de su propia visión filosófica dentro de su mente al concebir Stalker. Algunos la amarán y otros la odiarán como es lógico y por ello creo que lo más sensato es decir que cada uno saque sus propias conclusiones en esta colosal hazaña cinematográfica. Yo intentaré sacar las mias con esta reseña.
Filmada a finales del siglo XX (1979), Stalker nos sitúa en la URSS, sumergiéndonos en uno de los terrenos filosóficos más profundos que el espectador jamás podrá experimentar. También, como dato curioso, fue su última producción.
Tarkovsky nos concede la oportunidad de viajar a un lugar místico dentro de nuestro propio mundo; un mundo sumido en plena guerra fría en el que se nos propone deshacernos de la cruda y cruel realidad para poder alcanzar la meta que todo ser humano desearía: cumplir cualquier deseo y encontrar la felicidad eterna.
La película narra el viaje de tres personajes: el Stalker o el guia (Aleksander Kaidanovski), el profesor (Nicolai Grinco) y el escritor (Anatoli Solonitsin). Cada uno de estos tres personajes principales representa algo fundamental en el film. Stalker por ejemplo es la persona que conoce la llamada Zona, el guia, el encargado de mantener la fe ciega de un lugar mágico. Una Zona misteriosa y prohibida de Rusia, custodiada por las autoridades del país, donde se cree que cayó un meteorito o un ovni y que la energía ahí almacenada concede cualquier tipo de deseo. El escritor representa el arte y el profesor la ciencia y las matemáticas. Durante el transcurso del viaje veremos ese choque de fuerzas colosales y universales como son la fe y la ciencia representados en unos diálogos (monólogos más bien) muy depurados. Ese viaje a la Zona tiene como objetivo principal llegar hasta una habitación de energía mística e inquietante donde se cree que se conceden los deseos más puros. Pero como es lógico, no será un camino de rosas. Nuestros personajes tendrán que lidiar contra ellos mismos, contra su fe y su capacidad de creencia o por el contrario, el viaje habrá sido en balde y deberán regresar al punto de partida pudiendo incluso morir. La intriga de Stalker estará, por supuesto, presente hasta el final.
Tarkovski, pese a que la película es ajena a la novela original ‘Picnic a la vera del camino’ de los hermanos Strugatski, recoge su esencia y nos regala una producción colosal, brillante, de dos horas y media, ni más ni menos. Quizá transcurre de forma algo pausada pero así es como se concibe el cine de Tarkovsky. Hay tener en cuenta que la mayoría de planos duraban más de minuto y medio, sin apenas cortes y la mayoría de éstos son secuencias subjetivas, donde los tres protagonistas son la referencia y la Zona, —esa Zona tétrica, sumida por la erosión y el paso del tiempo— siempre está al acecho en cada uno de los movimientos que hacen nuestros tres exploradores.
En Stalker se nos muestra el viaje orientado de tres formas y en tres tonos que son ciertamente metafóricos; la realidad o el comienzo, donde veremos una clase de colores arena y que refleja la cruda vida de nuestro Stalker y su familia. El blanco y negro, que sería el propio viaje transitorio hasta llegar a la Zona y por último la misma Zona, donde Tarkovsky lo transforma todo en color, el color de la naturaleza apoderándose de la civilización, de lo idílico y el de los sueños.
En ese recorrido veremos lo idílico representado con montañas y parajes salvajes, húmedos, verdes, notaremos prácticamente la brisa del aire e incluso algunas dunas moverse, pareciendo tener vida propia. Se dijo que el color que introdujo Tarkovsky lo hizo como referencia al sueño real que en ese momento anhelaba el pueblo, que no era otro que el sueño de Occidente. Es decir, el progreso y la libertad. Aunque aquello eran únicamente suposiciones y nunca llegó a confirmarse. Sobretodo por su grandioso final, con Monita, hija de Stalker, como principal protagonista.
Una experiencia única, de un genio para muchos incomprendido como lo fue Andrei Tarkovsky, quien nos dejó un legado que no todos apreciaron pero que otros tantos admiraremos por siempre.
Sin embargo y como ocurre con el resto de sus obras, no tiene mucho sentido tratar de escribir una reseña para explicarla, como bien ya se ha dicho. Intentar comprender o descifrar los pensamientos del director sobre su película y luego plasmarlos con palabras supondría mancillar algo especial de ella, algo meramente personal de su propia visión filosófica dentro de su mente al concebir Stalker. Algunos la amarán y otros la odiarán como es lógico y por ello creo que lo más sensato es decir que cada uno saque sus propias conclusiones en esta colosal hazaña cinematográfica. Yo intentaré sacar las mias con esta reseña.
Filmada a finales del siglo XX (1979), Stalker nos sitúa en la URSS, sumergiéndonos en uno de los terrenos filosóficos más profundos que el espectador jamás podrá experimentar. También, como dato curioso, fue su última producción.
Tarkovsky nos concede la oportunidad de viajar a un lugar místico dentro de nuestro propio mundo; un mundo sumido en plena guerra fría en el que se nos propone deshacernos de la cruda y cruel realidad para poder alcanzar la meta que todo ser humano desearía: cumplir cualquier deseo y encontrar la felicidad eterna.
La película narra el viaje de tres personajes: el Stalker o el guia (Aleksander Kaidanovski), el profesor (Nicolai Grinco) y el escritor (Anatoli Solonitsin). Cada uno de estos tres personajes principales representa algo fundamental en el film. Stalker por ejemplo es la persona que conoce la llamada Zona, el guia, el encargado de mantener la fe ciega de un lugar mágico. Una Zona misteriosa y prohibida de Rusia, custodiada por las autoridades del país, donde se cree que cayó un meteorito o un ovni y que la energía ahí almacenada concede cualquier tipo de deseo. El escritor representa el arte y el profesor la ciencia y las matemáticas. Durante el transcurso del viaje veremos ese choque de fuerzas colosales y universales como son la fe y la ciencia representados en unos diálogos (monólogos más bien) muy depurados. Ese viaje a la Zona tiene como objetivo principal llegar hasta una habitación de energía mística e inquietante donde se cree que se conceden los deseos más puros. Pero como es lógico, no será un camino de rosas. Nuestros personajes tendrán que lidiar contra ellos mismos, contra su fe y su capacidad de creencia o por el contrario, el viaje habrá sido en balde y deberán regresar al punto de partida pudiendo incluso morir. La intriga de Stalker estará, por supuesto, presente hasta el final.
Tarkovski, pese a que la película es ajena a la novela original ‘Picnic a la vera del camino’ de los hermanos Strugatski, recoge su esencia y nos regala una producción colosal, brillante, de dos horas y media, ni más ni menos. Quizá transcurre de forma algo pausada pero así es como se concibe el cine de Tarkovsky. Hay tener en cuenta que la mayoría de planos duraban más de minuto y medio, sin apenas cortes y la mayoría de éstos son secuencias subjetivas, donde los tres protagonistas son la referencia y la Zona, —esa Zona tétrica, sumida por la erosión y el paso del tiempo— siempre está al acecho en cada uno de los movimientos que hacen nuestros tres exploradores.
En Stalker se nos muestra el viaje orientado de tres formas y en tres tonos que son ciertamente metafóricos; la realidad o el comienzo, donde veremos una clase de colores arena y que refleja la cruda vida de nuestro Stalker y su familia. El blanco y negro, que sería el propio viaje transitorio hasta llegar a la Zona y por último la misma Zona, donde Tarkovsky lo transforma todo en color, el color de la naturaleza apoderándose de la civilización, de lo idílico y el de los sueños.
En ese recorrido veremos lo idílico representado con montañas y parajes salvajes, húmedos, verdes, notaremos prácticamente la brisa del aire e incluso algunas dunas moverse, pareciendo tener vida propia. Se dijo que el color que introdujo Tarkovsky lo hizo como referencia al sueño real que en ese momento anhelaba el pueblo, que no era otro que el sueño de Occidente. Es decir, el progreso y la libertad. Aunque aquello eran únicamente suposiciones y nunca llegó a confirmarse. Sobretodo por su grandioso final, con Monita, hija de Stalker, como principal protagonista.
Una experiencia única, de un genio para muchos incomprendido como lo fue Andrei Tarkovsky, quien nos dejó un legado que no todos apreciaron pero que otros tantos admiraremos por siempre.

6,2
38.419
8
3 de septiembre de 2020
3 de septiembre de 2020
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de Nolan es siempre hablar de polémica. Y es que un genio suele causar controversia: o te gusta o lo detestas, pero jamás deja indiferente a nadie. De ahí su legión de fans y detractores casi a partes iguales.
En esta ocasión regresa con un thriller muy arriesgado sobre espionaje mezclando varias de sus obras en una sola –véase Memento, Origen e Interstellar–, y se lanza a la piscina cruzando el umbral y límite entendible de la física cuántica y de la imaginación científica. Es probable que estemos hablando de su obra más ambiciosa y compleja junto a Interstellar.
Más allá de la belleza visual que siempre componen sus películas, la mecánica argumental de Tenet es sencilla hasta que llegamos al meollo del asunto científico donde la mayoría patinamos (aquí uno ejem!) y nos quedamos en blanco: Un agente secreto interpretado por John David Washington debe detener a un traficante de armas (Kenneth Branagh) que posee suficiente armamento capacitado para invertir el tiempo y destruir la tierra. Para poder detener su plan, el protagonista (literalmente se llama así, no tiene ni nombre) contará con el apoyo de un Robert Pattinson en el papel de ayudante de escuadrón. Entre tanto, el ‘prota’ deberá superar otro escollo y salvar también a la mujer y al hijo del antagonista de un matrimonio tóxico que navega a la deriva. Como viene siendo habitual, tampoco podía faltar ese nexo emocional y melodramático que goza cada película que vemos de Nolan. Si Interstellar tenía un trasfondo de reencuentro paterno filial, aquí tendremos un rescate y a una madre en busca de reencontrarse y rehacer la vida con su hijo lejos de las fauces del tirano de turno.
A partir de aquí, Nolan nos irá dando pistas para que compongamos un puzzle que, de ‘perder’ alguna de sus piezas durante las 2 horas y 20 que dura el metraje, podríamos dar al traste con el hilo argumental y nos extraviaríamos entre una nebulosa de dudas. Si llegamos hasta el final habiendo seguido el rastro de todo lo que se nos propone sin habernos quedado con cara de póker, premio al canto. Eso es lo complicado y lo que personalmente más me gusta del cineasta británico: el regusto de que algo te dejas en el tintero, ese vértigo mezclado con incertidumbre e ignorancia ante lo desconocido que es capaz de dejar en el espectador. En definitiva, lo que marca la diferencia entre otras obras puramente lineales y las suyas.
Desde el comienzo veremos cómo sutilmente se nos van dando ideas hasta llegar a su tan criticado final, donde deberemos haber permanecido atentos en todo momento si queremos sacar algo en claro. Y es que una gran película es aquella que no da respuestas pero plantea preguntas.
El primer tercio nos deriva hacia una serie de secuencias frenéticas, donde la acción hace acto de presencia desde el minuto 0 al más puro estilo James Bond y donde también conoceremos a los personajes principales, mientras que en su segundo acto el Nolan más creativo y amante de la física cuántica saldrá de nuevo a la luz para adentrarnos en este nuevo mundo llamado ‘inversión’, o para que nos entendamos, los viajes en el tiempo. Algo tan abstracto y desconocido para todos (o casi todos) tal como intenta explicar que, sin duda alguna, y belleza paranoica ‘nolaniana’ a parte, hacen falta un par de visualizaciones para terminar de atar algún que otro cabo suelto sobre un tema novedoso que nos da de lleno sin anestesia previa. Aunque más que atar yo diría desatar para poder así extraer tu propia conclusión y asimilar lo que acabas de ver. Es por eso que como bien se cita en una de sus escenas y haciendo referencia directa al título: “No intentes entenderlo, siéntelo”. Con razón.
En tema de reparto, buenas interpretaciones tanto de John David Washington (hijo de Denzel Washington) como de Robert Pattinson (actorazo injustamente criticado), así como también destacable la de Kenneth Branagh y Elizabeth Debicki en su papel de madre vengativa. Todas correctas pero sin sobresalir. Quizá pecan de ser algo fríos y poco profundos pero no manchan ni mucho menos sus buenas actuaciones.
En cuanto al apartado musical, esta vez tendremos el honor de escuchar las composiciones de Ludwig Göransson, que maridan de forma perfecta junto al filme para crear un clima intenso desde su comienzo hasta el fundido final.
Concluyendo, Nolan vuelve proponiendo algo diferente pero jugando de nuevo con el tiempo desde otra perspectiva, la de la inversión. Acompañado de una fotografía, montaje, guión y sonido impecables y unas correctas interpretaciones, estamos ante una de sus películas más ingeniosas y ambiciosas hasta la fecha. No es solo una batalla de espías a contrarreloj, es un desafío a los fundamentos de la ciencia brillantemente dirigido por un genio contemporáneo. No caigas solo en su densidad, déjate llevar, abre tu mente para intentar comprenderla y si no terminas de disfrutarla, dale una nueva oportunidad. Así es como un servidor interpreta el cine de Christopher Nolan.
En esta ocasión regresa con un thriller muy arriesgado sobre espionaje mezclando varias de sus obras en una sola –véase Memento, Origen e Interstellar–, y se lanza a la piscina cruzando el umbral y límite entendible de la física cuántica y de la imaginación científica. Es probable que estemos hablando de su obra más ambiciosa y compleja junto a Interstellar.
Más allá de la belleza visual que siempre componen sus películas, la mecánica argumental de Tenet es sencilla hasta que llegamos al meollo del asunto científico donde la mayoría patinamos (aquí uno ejem!) y nos quedamos en blanco: Un agente secreto interpretado por John David Washington debe detener a un traficante de armas (Kenneth Branagh) que posee suficiente armamento capacitado para invertir el tiempo y destruir la tierra. Para poder detener su plan, el protagonista (literalmente se llama así, no tiene ni nombre) contará con el apoyo de un Robert Pattinson en el papel de ayudante de escuadrón. Entre tanto, el ‘prota’ deberá superar otro escollo y salvar también a la mujer y al hijo del antagonista de un matrimonio tóxico que navega a la deriva. Como viene siendo habitual, tampoco podía faltar ese nexo emocional y melodramático que goza cada película que vemos de Nolan. Si Interstellar tenía un trasfondo de reencuentro paterno filial, aquí tendremos un rescate y a una madre en busca de reencontrarse y rehacer la vida con su hijo lejos de las fauces del tirano de turno.
A partir de aquí, Nolan nos irá dando pistas para que compongamos un puzzle que, de ‘perder’ alguna de sus piezas durante las 2 horas y 20 que dura el metraje, podríamos dar al traste con el hilo argumental y nos extraviaríamos entre una nebulosa de dudas. Si llegamos hasta el final habiendo seguido el rastro de todo lo que se nos propone sin habernos quedado con cara de póker, premio al canto. Eso es lo complicado y lo que personalmente más me gusta del cineasta británico: el regusto de que algo te dejas en el tintero, ese vértigo mezclado con incertidumbre e ignorancia ante lo desconocido que es capaz de dejar en el espectador. En definitiva, lo que marca la diferencia entre otras obras puramente lineales y las suyas.
Desde el comienzo veremos cómo sutilmente se nos van dando ideas hasta llegar a su tan criticado final, donde deberemos haber permanecido atentos en todo momento si queremos sacar algo en claro. Y es que una gran película es aquella que no da respuestas pero plantea preguntas.
El primer tercio nos deriva hacia una serie de secuencias frenéticas, donde la acción hace acto de presencia desde el minuto 0 al más puro estilo James Bond y donde también conoceremos a los personajes principales, mientras que en su segundo acto el Nolan más creativo y amante de la física cuántica saldrá de nuevo a la luz para adentrarnos en este nuevo mundo llamado ‘inversión’, o para que nos entendamos, los viajes en el tiempo. Algo tan abstracto y desconocido para todos (o casi todos) tal como intenta explicar que, sin duda alguna, y belleza paranoica ‘nolaniana’ a parte, hacen falta un par de visualizaciones para terminar de atar algún que otro cabo suelto sobre un tema novedoso que nos da de lleno sin anestesia previa. Aunque más que atar yo diría desatar para poder así extraer tu propia conclusión y asimilar lo que acabas de ver. Es por eso que como bien se cita en una de sus escenas y haciendo referencia directa al título: “No intentes entenderlo, siéntelo”. Con razón.
En tema de reparto, buenas interpretaciones tanto de John David Washington (hijo de Denzel Washington) como de Robert Pattinson (actorazo injustamente criticado), así como también destacable la de Kenneth Branagh y Elizabeth Debicki en su papel de madre vengativa. Todas correctas pero sin sobresalir. Quizá pecan de ser algo fríos y poco profundos pero no manchan ni mucho menos sus buenas actuaciones.
En cuanto al apartado musical, esta vez tendremos el honor de escuchar las composiciones de Ludwig Göransson, que maridan de forma perfecta junto al filme para crear un clima intenso desde su comienzo hasta el fundido final.
Concluyendo, Nolan vuelve proponiendo algo diferente pero jugando de nuevo con el tiempo desde otra perspectiva, la de la inversión. Acompañado de una fotografía, montaje, guión y sonido impecables y unas correctas interpretaciones, estamos ante una de sus películas más ingeniosas y ambiciosas hasta la fecha. No es solo una batalla de espías a contrarreloj, es un desafío a los fundamentos de la ciencia brillantemente dirigido por un genio contemporáneo. No caigas solo en su densidad, déjate llevar, abre tu mente para intentar comprenderla y si no terminas de disfrutarla, dale una nueva oportunidad. Así es como un servidor interpreta el cine de Christopher Nolan.

6,8
4.169
7
8 de mayo de 2020
8 de mayo de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En ‘A Hidden Life’ nos encontramos ante la película más religioso-política de Terrence Malick hasta la fecha.
Malick narra la historia basada en hechos reales del objetor de conciencia austríaco Franz Jägerstätter, interpretado por un sobresaliente August Diehl. La película originalmente se tituló Radegund, que no es otro que el nombre del pueblo edénico donde Franz y su amada esposa, Fani (Valerie Pachner), residen con sus tres jóvenes hijas. La suya es una vida simple y llana: pacífica, de agricultura, familia y fe. Todo esto se ve alterado en 1939 por la creciente influencia del Tercer Reich que se traduce en el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Franz es llamado para combatir en la guerra junto al bando Nazi pero éste terminará por negarse, convirtiéndose él y su familia en parias dentro su propio pueblo.
Si bien la historia de Franz puede no ser tan conocida como la de otros cristianos similares quienes se resistieron a servir a Hitler (véase Dietrich Bonhoeffer), Jägerstätter terminaría por ser declarado mártir y beatificado por la Iglesia Católica Romana después de su ejecución.
‘A Hidden Life’ comienza con una sorprendente secuencia de imágenes históricas reales en blanco y negro en las cuales se darán manifestaciones de Hitler y del partido Nazi para luego dar paso a un contraste totalmente opuesto tanto visual como tonal; se nos mostrarán las amplias y exuberantes tomas de paisajes en las montañas austríacas de Radegung a todo color y lujo de detalle donde Franz y su familia conviven en total paz y armonía. La estética visual es sencillamente impresionante.
Desde que vi ‘Tree of life’ y ahora con ‘Hidden life’ podemos distinguir ya detalles de conceptos “Malickianos” tanto nuevos como únicos; el contraste con colores muy brillantes y contrastados en la fotografía así como la cinematografía digital en modo all-wide-angle o gran angular, que es todo un acierto como ya pasara con ‘Tree of life’. En ellas podremos observar imágenes donde los personajes quedan dispuestos en márgenes y no encuadrados, centrándose el realizador principalmente en el paisaje de su alrededor.
Estamos ante una nueva visión de lo que es la interpretación del cine para T. Malick; una especie de película documental totalmente subjetiva. Por otra parte, también cabe destacar los ritmos pausados de edición; éstos se combinan para crear una sensación amplitud y abundancia extraordinarios, de modo que nosotros seremos capaces de ver cómo el mundo se expande a nuestro alrededor, siempre presente y casi al límite de la realidad. Nos dejará esa sensación de estar más ante un vídeo grabado con una cámara casera (steadycam o cámara al hombro incluyendo escenas en primera persona como si fuese un videojuego) que ante una superproducción pero que resulta indudablemente acertada.
En este ámbito podemos observar que cada imagen está empapada de una sensibilidad y de una ‘vida’ que es asombrosa, prácticamente real. Detalles como la profundidad de planos que muestran la lejanía de las montañas o las extensas praderas austriacas situadas en sus laderas contrastarán con planos cercanos y detallados de los rostros de los personajes; podremos ser capaces de oler la hierba o el el trigo que se desprende de la siega, sentiremos incluso la brisa y el frío que evoca el paisaje tan escarpado y remoto, así como su tierra húmeda que prácticamente podremos tocarla con las manos.
También observaremos otros motivos característicos de Malick comparando siempre sus dos ultimas obras que son un salto evolutivo en su concepción del cine desde que rodara ‘The thin red line’ y son esas imágenes que incluyen campos de trigo u otros parajes ondeando al viento mientras narra la voz en off de los propios personajes con un fondo melódico acompañado de voces corales a cargo de James Newton Howard junto a clásicos de Beethoven o Bach, dotando a la película de una sensación de espiritualidad y sensibilidad únicas.
Precisamente, este recurso de la voz en off es muy utilizado por Malick en sus últimas obras, añadiéndolo siempre a diálogos de personajes cuando se dan cambios de escenario. Diálogos, por cierto, que suelen ser escasos pero con una profunda carga filosófica. En este sentido el filme se podría resumir metafóricamente hablando como el mismo calvario que sufrió Jesucristo antes de ser crucificado. Desde la felicidad absoluta en el pueblo (paraíso) hasta el descenso a la ciudad corrupta (purgatorio, juicio y ejecución) para después por fin poder ascender y abrazar a Dios tras su “liberación” (cima de las montañas, incluso más allá de las nubes).
La mise-en-scène es otro de los puntos fuertes del cineasta americano en sus películas, siempre tan detallada e idílica, especialmente donde da lugar gran parte del metraje; el pueblo austríaco y su paisaje circundante. Sentiremos como si hubiéramos sido transportados a través del tiempo a ese rincón tan tranquilo del viejo continente, dándole tal sensación de paz que por momentos no seremos conscientes de que estamos ante una película bélica como tal, ante la cruda realidad de la Segunda Guerra Mundial, la más sangrienta de la historia acechando a cada segundo que avanza el filme y todo ello será debido a la belleza visual con la que Malik nos hechiza. Nos evadirá completamente de la guerra gracias a una ejecución brillante.
De la felicidad y de las carreras de los niños pasaremos de golpe a la segunda parte, cuando Franz marcha a servir a Hitler, la cual se tornará oscura y se hará cada vez más patente que estamos ante la crueldad desmedida del Tercer Reich mediante el repetido uso de simbología nazi como prisiones, reclusos, generales y la atrocidad con la que éstos cometen sus actos. Bajaremos literalmente al infierno desde otra perspectiva, que es la de los disidentes.
Mi conclusión, a continuación en Spoilers.
Malick narra la historia basada en hechos reales del objetor de conciencia austríaco Franz Jägerstätter, interpretado por un sobresaliente August Diehl. La película originalmente se tituló Radegund, que no es otro que el nombre del pueblo edénico donde Franz y su amada esposa, Fani (Valerie Pachner), residen con sus tres jóvenes hijas. La suya es una vida simple y llana: pacífica, de agricultura, familia y fe. Todo esto se ve alterado en 1939 por la creciente influencia del Tercer Reich que se traduce en el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Franz es llamado para combatir en la guerra junto al bando Nazi pero éste terminará por negarse, convirtiéndose él y su familia en parias dentro su propio pueblo.
Si bien la historia de Franz puede no ser tan conocida como la de otros cristianos similares quienes se resistieron a servir a Hitler (véase Dietrich Bonhoeffer), Jägerstätter terminaría por ser declarado mártir y beatificado por la Iglesia Católica Romana después de su ejecución.
‘A Hidden Life’ comienza con una sorprendente secuencia de imágenes históricas reales en blanco y negro en las cuales se darán manifestaciones de Hitler y del partido Nazi para luego dar paso a un contraste totalmente opuesto tanto visual como tonal; se nos mostrarán las amplias y exuberantes tomas de paisajes en las montañas austríacas de Radegung a todo color y lujo de detalle donde Franz y su familia conviven en total paz y armonía. La estética visual es sencillamente impresionante.
Desde que vi ‘Tree of life’ y ahora con ‘Hidden life’ podemos distinguir ya detalles de conceptos “Malickianos” tanto nuevos como únicos; el contraste con colores muy brillantes y contrastados en la fotografía así como la cinematografía digital en modo all-wide-angle o gran angular, que es todo un acierto como ya pasara con ‘Tree of life’. En ellas podremos observar imágenes donde los personajes quedan dispuestos en márgenes y no encuadrados, centrándose el realizador principalmente en el paisaje de su alrededor.
Estamos ante una nueva visión de lo que es la interpretación del cine para T. Malick; una especie de película documental totalmente subjetiva. Por otra parte, también cabe destacar los ritmos pausados de edición; éstos se combinan para crear una sensación amplitud y abundancia extraordinarios, de modo que nosotros seremos capaces de ver cómo el mundo se expande a nuestro alrededor, siempre presente y casi al límite de la realidad. Nos dejará esa sensación de estar más ante un vídeo grabado con una cámara casera (steadycam o cámara al hombro incluyendo escenas en primera persona como si fuese un videojuego) que ante una superproducción pero que resulta indudablemente acertada.
En este ámbito podemos observar que cada imagen está empapada de una sensibilidad y de una ‘vida’ que es asombrosa, prácticamente real. Detalles como la profundidad de planos que muestran la lejanía de las montañas o las extensas praderas austriacas situadas en sus laderas contrastarán con planos cercanos y detallados de los rostros de los personajes; podremos ser capaces de oler la hierba o el el trigo que se desprende de la siega, sentiremos incluso la brisa y el frío que evoca el paisaje tan escarpado y remoto, así como su tierra húmeda que prácticamente podremos tocarla con las manos.
También observaremos otros motivos característicos de Malick comparando siempre sus dos ultimas obras que son un salto evolutivo en su concepción del cine desde que rodara ‘The thin red line’ y son esas imágenes que incluyen campos de trigo u otros parajes ondeando al viento mientras narra la voz en off de los propios personajes con un fondo melódico acompañado de voces corales a cargo de James Newton Howard junto a clásicos de Beethoven o Bach, dotando a la película de una sensación de espiritualidad y sensibilidad únicas.
Precisamente, este recurso de la voz en off es muy utilizado por Malick en sus últimas obras, añadiéndolo siempre a diálogos de personajes cuando se dan cambios de escenario. Diálogos, por cierto, que suelen ser escasos pero con una profunda carga filosófica. En este sentido el filme se podría resumir metafóricamente hablando como el mismo calvario que sufrió Jesucristo antes de ser crucificado. Desde la felicidad absoluta en el pueblo (paraíso) hasta el descenso a la ciudad corrupta (purgatorio, juicio y ejecución) para después por fin poder ascender y abrazar a Dios tras su “liberación” (cima de las montañas, incluso más allá de las nubes).
La mise-en-scène es otro de los puntos fuertes del cineasta americano en sus películas, siempre tan detallada e idílica, especialmente donde da lugar gran parte del metraje; el pueblo austríaco y su paisaje circundante. Sentiremos como si hubiéramos sido transportados a través del tiempo a ese rincón tan tranquilo del viejo continente, dándole tal sensación de paz que por momentos no seremos conscientes de que estamos ante una película bélica como tal, ante la cruda realidad de la Segunda Guerra Mundial, la más sangrienta de la historia acechando a cada segundo que avanza el filme y todo ello será debido a la belleza visual con la que Malik nos hechiza. Nos evadirá completamente de la guerra gracias a una ejecución brillante.
De la felicidad y de las carreras de los niños pasaremos de golpe a la segunda parte, cuando Franz marcha a servir a Hitler, la cual se tornará oscura y se hará cada vez más patente que estamos ante la crueldad desmedida del Tercer Reich mediante el repetido uso de simbología nazi como prisiones, reclusos, generales y la atrocidad con la que éstos cometen sus actos. Bajaremos literalmente al infierno desde otra perspectiva, que es la de los disidentes.
Mi conclusión, a continuación en Spoilers.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como dije y terminando ya, esta es la tónica en cuanto a estilo que viene siguiendo Malick en los últimos años, aunque quizá ya pudiésemos apreciar un atisbo de ese cambio de rumbo desde que rodara ‘Badlands’. Si bien es cierto, quizá durante las tres horas que dura el metraje puede tornarse algo repetitiva y lenta, Malick lo palia con estimulantes pensamientos concretos teológicos que harán al espectador preguntarse sobre el origen y destino del ser humano, sobre la naturaleza del hombre y la mujer y sobre su espiritualidad, relacionándolo siempre en torno a la iglesia.
Una visión conceptual totalmente distinta de lo que es el cine moderno, difícil de encasillar dada su profundidad pero tan válida como cualquier otra donde historia, filosofía, fe y atractivo visual se unen para dejarnos una de las obras más ambiciosas del cineasta americano.
Una visión conceptual totalmente distinta de lo que es el cine moderno, difícil de encasillar dada su profundidad pero tan válida como cualquier otra donde historia, filosofía, fe y atractivo visual se unen para dejarnos una de las obras más ambiciosas del cineasta americano.
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