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Críticas 13
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
1 de febrero de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El productor Val Lewton, dentro de la RKO, pareció encontrar la gallina de los huevos de oro en la producción fanta-terrorífica de los cuarenta. En esa década, aquellas caracterizaciones de los mitos de la Universal que diez años atrás provocaran desmayos, pasaron a considerarse “disfraces”, y se precisaba un pulso firme y delicado para rubricar el terror.
El principal valor sería Jacques Tourneur, un genio que alguien definiría como “el cineasta más taciturno de Hollywood”, aportando obras maestras del cine como La Mujer Pantera (Cat People, 1942) o Yo Anduve con un Zombie (I Walked with a Zombie, 1943).
El film constituye una recuperación de dos actores a los que se suponía “baja forma”: Boris Karloff y Bela Lugosi. Principalmente destaca el primero, como el siniestro cochero Gray, que consigue una excelsa caracterización, incluso similar a las de Lon Chaney por su sentido de lo grotesco y abominable. Además, la cinta acredita haber adaptado el original literario de Robert Louis Stevenson.
El conjunto deriva hacia el melodrama criminal, variando además la ubicación moderna de los films producidos por Lewton por un decimonónico Edimburgo. Obsérvese además que el laureado director de fotografía Nicholas Musuraca, que tan gloriosas sombras ha dejado en el cine de los cuarenta, se ve en El Ladrón de Cadáveres sustituido por Robert De Grasse.
En definitiva, con todos los elementos para realizar una pieza artesanal de terror puro y duro, el cineasta se acaba decantando por el melodrama de raíz psicoanalítica, ahondando así en otro subgénero en ebullición por aquel entonces. Esta voluntad de estilo se aprecia principalmente en el perfil de la niña paralítica, confinada en su silla de ruedas por la añoranza que le produce la ausencia de un misterioso caballo blanco al que la misma alude. Es más; Fettes afirmará de su mentor, “me ha enseñado la matemática de la anatomía, pero no la poesía de la medicina”.
Principalmente en ese punto radican las grandes virtudes y flaquezas de la película de Wise; el gran artesano busca con cierto sentido del riesgo una nueva poética del terror, pero ésta le hace sucumbir ante la tentación del melodrama.
Quizás puedan parecer discordantes los 10 minutos finales de cinta: la calma de la puesta en escena se ve virada hacia un expresionismo manierista, y el retrato costumbrista de tabernas, personajes noctámbulos y ambientes médicos se ve sustituido por elementos sobrenaturales que no parecen obedecer continuidad alguna con lo previamente visto. De hecho, es esta parte final la que adapta de manera directa la prosa de Stevenson.
Cabe concluir de este film que quizás suponga un bienintencionado juego de complicidad entre sus responsables y los seguidores. No sería de extrañar, dado lo equívoco de El Hombre Leopardo (The Leopard Man, 1943), de Tourneur, cinta que evoca mitologías animales pero adapta un relato policial de Cornell Woolrich. Es el encanto de la añeja serie B...
1 de febrero de 2009
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuesta trabajo creer que la misma novela de Patricia Highsmith haya dado lugar a dos films tan dispares: El amigo americano, de Wim Wenders y el presente. El alemán proponía una trama policiaca, para caer en unas complicadas metáforas visuales sobre cómo un personaje seduce a otro.
Por su parte, Liliana Cavani ha dirigido un film puramente policiaco y de intriga, pero actualizando la trama en muchos detalles, no precisamente accesorios.
La primera secuencia hace que los espectadores nos pongamos a la defensiva: Ripley (un no muy convincente John Malkovich) la emprende a patadas con un guardaespaldas hasta matarle, cual hooligan enfurecido. Da la impresión de que vamos a asistir a una historia de ajustes de cuentas sin más.
Y vamos viendo cómo se ha “reinterpretado” al personaje de la Highsmith: no sólo suelta puños, sino que es vanidoso.
Como vemos, la presentación de personajes deja bastante que desear, y el metraje transcurre a un ritmo demoradamente lento, recorriendo uno por uno los rincones del palacio italiano en el que se retira Ripley.
El ritmo es lento, decíamos, pero sin darnos cuenta nos vemos envueltos por una tensión creciente: Jonathan Trevanny (el actor Dougray Scott, posiblemente el mejor hallazgo de todo el film) acepta casi con nauseas matar por dinero, y en el preciso instante en que elimina al hampón ruso en el acuario, asistimos a una excelente vuelta de tuerca en el film. Ya no hay posibilidad de escape.
Ripley ha sido el mentor de su vecino Trevanny, y éste, aún contra sus principios, aprende rápido el arte de matar. Sus principios morales se van derrumbando sin dificultad, y el aspecto enfermizo debido a la leucemia viene sustituido por una nueva vitalidad; la vitalidad del que ha visto manar sangre.
Y curiosamente, también se opera un cambio en la mente de Ripley: se humaniza hasta límites insospechados.
En líneas generales, podemos decir que la película tarda en arrancar y da una imagen algo domesticada del sádico Tom, pero todos estos defectos se ven limados por una austera puesta en escena, la casi total ausencia de efectismos, unos personajes conmovedores (en especial Trevanny, ese vecino enfermo que se hunde en ríos de sangre), y, sobre todo, una sorprendente partitura del veterano Morricone, que demuestra una tremenda modernidad pese a que lleva décadas dando a la batuta.
Con tan buena materia prima, sigue molestando un asunto: Liliana Cavani no ha escamoteado detalle, se ha metido hasta en la alcoba de ese personaje misterioso que es Tom Ripley, de manera que no ha dejado margen para la ambigüedad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La secuencia más estimulante del film es la que transcurre en el interior del tren, donde Trevanny ha de acabar con un capo ucraniano: la acumulación de despropósitos, confusiones y cadáveres erigen un monumento al humor macabro en un momento que directamente bebe de la literatura psicologista, sádica y a la vez divertida de Patricia Highsmith.
1 de febrero de 2009
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hache (Juan Diego Botto) se encuentra en ese momento de la vida en el que tiene que empezar a tomar decisiones. Y si lo tiene que hacer, es porque todo el mundo a su alrededor está esperándolo.
Tiene una relación distante con su madre, que desea verlo emancipado y ganándose la vida, como un “hombre de provecho”. Su padre está bien lejos, volcado en su profesión de cineasta, y apenas lo ve. Pero no para de insistirle: el tiempo pasa, y a cada minuto perdido, se le escapa ese talento que podría emplear en algo. En cualquier cosa. En lo que quisiera.
La película profundiza en la relación de Hache con su padre y con los amigos de éste. Su padre, Martín (Federico Luppi), fue en su día un soñador, un revolucionario, pero ha acabado aburguesándose, y se ha convertido en un cínico, endurecido, incapaz de ponerse en el lugar de otro. Aunque ese otro sea su propio hijo. La novia de Martín, Alicia (Cecilia Roth) no tardará en encariñarse del adolescente. Pero difícilmente podrá ofrecerle una solución a su vida, dado que la vida propia se le va de las manos. Ella es una mujer atractiva y de “orgasmo fácil”, y muchos hombres la desean. Pero no tiene ninguna relación sólida. Nadie hay que se comprometa mínimamente con ella, y menos el propio Martín, que se ha acostumbrado a su soledad.
No podemos dejar de hablar del personaje más importante de este grupo. Dante (Eusebio Poncela) es el verdadero maestro de ceremonias. Actor en horas bajas, bisexual, aficionado a tomar drogas de todo tipo, no ha podido –no ha querido– echar raíces en el mundo que le ha tocado vivir. Vive como un verdadero nómada, alojado en cualquier hotel, pendiente de que el dinero le llegue para un poco de marihuana.
En principio, la película está protagonizada por el joven Hache. Su padre cometió la injusticia de llamarle así, con una letra muda, la “h”, que no se pronuncia, que es la inicial de hijo. Ya el propio padre le robó todo protagonismo desde el comienzo. En este comentario, también hemos sido injustos al no hablar apenas de Hache. Pero si hemos preferido callar, ha sido porque se encuentra en un momento de incertidumbre, intentando vivir su vida, pese a las dificultades que se le plantean. Se están produciendo cambios y llegarán sorpresas…
Esta es una de esas películas en las que se habla mucho, donde todos exponen sus problemas y plantean sus reflexiones. Los diálogos abundan en pequeñas enseñanzas sobre la vida, y naturalmente, en mayor o menor medida, todos nos veremos implicados. No somos en absoluto ajenos a lo que les sucede. Y cuando llegue la palabra “fin”, comprobaremos que hemos aprendido bastantes cosas, que hemos ganado mucho. Finalmente, nos despediremos de estos cuatro, esperando volver a saber de ellos, y les desearemos lo mejor, como si fuesen nuestros mejores amigos.
25 de diciembre de 2012 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya desde los títulos de crédito, Gary Sherman parece decidido a mostrarnos el reverso de su ciudad, esas zonas que los turistas sueles evitar: prostíbulos, shows eróticos, túneles del metro vacíos...

La idea de que existan subhumanos en nuestras ciudades, unos cuantos metros bajo tierra, siempre me ha hechizado, por la cercanía del misterio. Por ello, es natural que en esta película, Sherman quiera centrarse en la vida cotidiana, en lo que sucede en la superficie, para después sumergirnos en la demencia.

El problema está en la falta de tablas del cineasta, que, aún contando con actores destacados, como Donald Pleasance o -en un brevísimo papel- Christopher Lee, no consigue arrancárles más que diálogos declamatorios. Y es que el retrato que hace Sherman de la superficie no hace más que acumular lugares comunes: policías panzudos enfrentados por conflictos de competencias. La policía metropolitana VS MI5....
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Finalmente, la esperada exhibición del mundo subterráneo llega tarde y no convence, por la pobreza de su planteamiento.

Otros cineastas han recorrido los túneles con mejor fortuna. Como Guillermo del Toro en MIMIC. Como David Alonso en MÁS DE MIL CÄMARAS VELAN POR TU SEGURIDAD. Como Kitamura en EL VAGÓN DE LA MUERTE. Adaptando este último, por cierto, "El tren de la carne de medianoche", de Clive Barker.
1 de febrero de 2009
24 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Huelga repetir aquí, por enésima vez, la propuesta argumental de este largometraje; basicamente se centra en los malos tratos padecidos por un infante. Estilísticamente, diríase que la cinta amalgama tics de la nouvelle vague, el cine indie americano, y, por último, pero no menos importante, los documentales setentones de TVE. Todo ello bañado por una banda sonora que da cuenta del pésimo gusto musical del realizador.

Y el principal problema de una película no es que su argumento no sea creíble, o que recurra a artificios exagerados, o que tenga puntos muertos. El problema es que la película sea previsible, que el espectador vaya en todo momento un paso por delante de la trama. Y eso le sucede a El Bola. Todo por querer meter con calzador todos y cada uno de los males que aquejan a la sociedad actual: los personajes del film no se salvan de una; el sida, los malos tratos, la vida en los suburbios, los pre-adolescentes que rozan la delincuencia... Demasiadas guindas para un solo pastel.

Argumentalmente, la cinta no depara ninguna sorpresa. Es más, Achero Mañas parece no plantear una línea a seguir hasta bien avanzada la película, limitándose a pasear la cámara por las calles. Lo que cabe exigir, dada su filiación documentalista, es una propuesta sólida desde el punto de vista ideológico, una postura comprometida, pero ahí también naufraga Achero Mañas: la confrontación que presenta entre unos padres “progres” y unos padres “fachas” resulta demasiado facilona.

Porque los “progres” son felices, disfrutan de sus bucólicas comidas en el campo, se dedican al negocio de los tatuajes, y los “fachas” son grises trabajadores que regentan una vulgar ferretería, y no van a la moda (sic.)

El Bola, en su ánimo por recrear un ambiente naturalista, recurre al sonido natural, a lo Robert Bresson, pero como los actores parecen incapacitados para vocalizar o modular la voz, todo lo que tenemos son monocordes parlamentos, acentuándose el look amateur... Además la iluminación es natural, resultando el visionado en magnetoscopio ligeramente molesto (la profusión de sombras hace que la imagen se empaste, casi sin poderse definir los contornos).

En definitiva, vemos que Achero Mañas, tras cortometrajes tan llamativos como Paraísos Artificiales (cabría decir por éste que sería el Gus Van Sant español), se ha vuelto previsible, y lo que es peor, políticamente correcto. Y los Goya premian lo que premian... Cuando se galardone a un Agustín Villaronga, a un Jaume Balagueró, podremos decir que la ceremonia “se moja”. Hasta entonces, seguiremos sintiéndonos muy díscolos por cintas patrocinadas por Unicef.
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