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6,9
33.199
7
31 de octubre de 2007
31 de octubre de 2007
48 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta primera experiencia tras las cámaras de Ben Affleck resulta ser una sólida y excelente película. Affleck y Stockard construyen un impecable guión, que juega sus interesantes bazas con tremenda habilidad. Sin ninguna prisa, el filme se toma su tiempo, y dosifica la información de forma certera, hasta desvelarnos las entrañas de cada uno de sus habitantes. Quizás de manera un tanto tramposa, pero a la vez rabiosamente efectiva. En los momentos en los que uno piensa que la acción va a decaer de forma inexorable, resurge con más fuerza aun.
Pero es en el terreno moral donde este trhiller pone toda la carne en el asador. Cada decisión, de cada personaje, posee una múltiple lectura. Lo correcto y lo erróneo son dos caras de una misma moneda. Affleck consigue humanizar a todas y cada una de sus criaturas, desde la más detestable hasta la más adorable. Todas tienen sus motivos, todas intentan hacerlo lo mejor posible, y todas se equivocan. Desde la desastrosa madre, hasta el (aparentemente) ejemplar y modélico policía.
Entre unos y otros, emerge la figura del protagonista, un detective magistralmente encarnado por Casey Affleck. Magnífica composición la de este héroe de aparente fragilidad, pero de convincentes y sólidos recursos. Con una integridad que va creciendo a medida que se involucra en el caso, y que lo lleva a pelear por la verdad hasta sus últimas consecuencias. Aunque sus decisiones puedan traer nefastas consecuencias (incluso para él mismo), su estricto sentido del deber le otorga la fuerza moral que otros han perdido por el camino. Le corresponde el papel de catalizador de todas las vertientes que confluyen en este amargo retrato de parte de nuestra sociedad actual. Y, realmente, lo borda.
Quizás un tanto obvia en algún momento, demasiado explicativa en algún otro; pero el tono general es duro y sin concesiones gratuitas. La película no deja de plantear preguntas, no juzga a sus personajes, indaga sin tapujos en las fronteras que delimitan el bien y el mal, lo aceptable y lo inaceptable, lo moral y lo inmoral. Los parecidos con la sobrevalorada "Mystic River" (Clint Eastwood, 2003) son más que evidentes. Ambas, basadas en novelas de un mismo escritor (Dennis Lehane), utilizan el thriller como fondo para hablar sobre la ambigüedad moral y los recovecos del comportamiento humano. Obviamente, Affleck no tiene el prestigio de Eastwood, pero esperemos que esto no sea óbice para que se le reconozca su magnífica labor en esta contundente opera prima.
Pero es en el terreno moral donde este trhiller pone toda la carne en el asador. Cada decisión, de cada personaje, posee una múltiple lectura. Lo correcto y lo erróneo son dos caras de una misma moneda. Affleck consigue humanizar a todas y cada una de sus criaturas, desde la más detestable hasta la más adorable. Todas tienen sus motivos, todas intentan hacerlo lo mejor posible, y todas se equivocan. Desde la desastrosa madre, hasta el (aparentemente) ejemplar y modélico policía.
Entre unos y otros, emerge la figura del protagonista, un detective magistralmente encarnado por Casey Affleck. Magnífica composición la de este héroe de aparente fragilidad, pero de convincentes y sólidos recursos. Con una integridad que va creciendo a medida que se involucra en el caso, y que lo lleva a pelear por la verdad hasta sus últimas consecuencias. Aunque sus decisiones puedan traer nefastas consecuencias (incluso para él mismo), su estricto sentido del deber le otorga la fuerza moral que otros han perdido por el camino. Le corresponde el papel de catalizador de todas las vertientes que confluyen en este amargo retrato de parte de nuestra sociedad actual. Y, realmente, lo borda.
Quizás un tanto obvia en algún momento, demasiado explicativa en algún otro; pero el tono general es duro y sin concesiones gratuitas. La película no deja de plantear preguntas, no juzga a sus personajes, indaga sin tapujos en las fronteras que delimitan el bien y el mal, lo aceptable y lo inaceptable, lo moral y lo inmoral. Los parecidos con la sobrevalorada "Mystic River" (Clint Eastwood, 2003) son más que evidentes. Ambas, basadas en novelas de un mismo escritor (Dennis Lehane), utilizan el thriller como fondo para hablar sobre la ambigüedad moral y los recovecos del comportamiento humano. Obviamente, Affleck no tiene el prestigio de Eastwood, pero esperemos que esto no sea óbice para que se le reconozca su magnífica labor en esta contundente opera prima.
20 de septiembre de 2007
20 de septiembre de 2007
35 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
El guión está basado en la novela autobiográfica de Henri Cueco. Aunque para la adaptación a la gran pantalla, Becker ha desarrollado mucho más el personaje del pintor, que en el libro actúa como mero comparsa. Auteuil logra darle cierta dimensión a este personaje, al que es difícil sacar del cliché de artista que vuelve a sus raíces para recuperar la sencillez que perdió en el camino. Sus aventuras amorosas, su rol de padre que demuestra escasa empatía con su hija, la relación con su separada esposa...son aspectos que sirven para poco más que para dar los necesarios respiros a lo verdaderamente importante: las conversaciones con su jardinero. Ahí es donde notamos crecer al personaje del pintor, y donde el intérprete consigue hacerlo auténtico y cercano. Si bien es el jardinero el que provoca los cambios en él, desde el principio de la película podemos observar como el pintor se muestra completamente abierto y dispuesto a escuchar y aprender. Un detalle del guión que me gustaría destacar es el hecho de que no se fuerce ningún conflicto entre los dos amigos. Es uso habitual, en el cine que habla de relaciones humanas; meter alguna crisis que haga más, supuestamente, interesante la historia. En este caso, se podría haber caído fácilmente en utilizar este recurso, pero el guionista tiene el buen gusto de optar por la naturalidad y la sencillez, sin sobresaltar gratuitamente la relación.
Sin duda, es la arrolladora, a la vez que sencilla, personalidad del jardinero interpretado por Darroussin la baza fundamental que juega la película. Inspirado en un personaje real, resulta deslumbrante escucharlo hablar, verlo actuar. Un hombre que reúne ingenuidad y sabiduría en grandes (y equivalentes) dosis. Una filosofía vital extremadamente simple, pero llena de verdad. Alguien que sabe lo que quiere, quien es y como ser feliz. Aunque al pintor (y a nosotros) le pueda parecer aburrido y monótono su estilo de vida, tampoco puede evitar sentirse fascinado (al igual que nosotros) por alguien que lo tiene toda tan claro, y que no se complica la vida de forma innecesaria.
Pero aparte del trabajo actoral, poco más podemos destacar en una película muy convencional, previsible, y que no asume ningún riesgo. El director lo deja todo en manos de sus dos intérpretes, para que saquen adelante esta bonita historia de amistad. Y sí, el propósito está logrado. El filme es agradable de ver, gustará, y llevará a las pantallas una cantidad respetable de público, deseoso siempre de ver este tipo de cine sensible. Pero se echa de menos la mano de un director que vaya un poco más allá, alguien que apriete un poco las tuercas, y que se arriesgue de alguna forma para que no acabemos con la peligrosa sensación de déjà vu fílmico. Si a eso, le unimos algún momento mediocre de guión (incluidos un par de gags bastante torpes), tenemos el resultado de un producto correcto y amable; pero que no dejará satisfechos a aquellos que busquen ese algo más.
Sin duda, es la arrolladora, a la vez que sencilla, personalidad del jardinero interpretado por Darroussin la baza fundamental que juega la película. Inspirado en un personaje real, resulta deslumbrante escucharlo hablar, verlo actuar. Un hombre que reúne ingenuidad y sabiduría en grandes (y equivalentes) dosis. Una filosofía vital extremadamente simple, pero llena de verdad. Alguien que sabe lo que quiere, quien es y como ser feliz. Aunque al pintor (y a nosotros) le pueda parecer aburrido y monótono su estilo de vida, tampoco puede evitar sentirse fascinado (al igual que nosotros) por alguien que lo tiene toda tan claro, y que no se complica la vida de forma innecesaria.
Pero aparte del trabajo actoral, poco más podemos destacar en una película muy convencional, previsible, y que no asume ningún riesgo. El director lo deja todo en manos de sus dos intérpretes, para que saquen adelante esta bonita historia de amistad. Y sí, el propósito está logrado. El filme es agradable de ver, gustará, y llevará a las pantallas una cantidad respetable de público, deseoso siempre de ver este tipo de cine sensible. Pero se echa de menos la mano de un director que vaya un poco más allá, alguien que apriete un poco las tuercas, y que se arriesgue de alguna forma para que no acabemos con la peligrosa sensación de déjà vu fílmico. Si a eso, le unimos algún momento mediocre de guión (incluidos un par de gags bastante torpes), tenemos el resultado de un producto correcto y amable; pero que no dejará satisfechos a aquellos que busquen ese algo más.

6,0
8.605
5
5 de octubre de 2007
5 de octubre de 2007
43 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mundo de los atracos perfectos siempre ha sido una inagotable fuente de la que el cine se abastece con profusión. Un tema que ejerce una magnética fascinación para el séptimo arte; que una y otra vez, de una y mil maneras, retrata a ladrones de guante blanco buscando el golpe de su vida. La lista sería interminable; aunque si pensamos en los últimos años, son los responsables de la saga iniciada con "Ocean´s Eleven", los que han conseguido poner de actualidad este subgénero. Un plan brillante se encuentra en las antípodas de la aparatosidad y la parafernalia que envuelve a Soderbergh y su cuadrilla de rutilantes estrellas. La película de Radford discurre por el camino de la sencillez y la sobriedad, dejando de lado vacuos espectáculos. Incluso se permite el lujo de trazar pequeñas pinceladas políticas, o hablar sobre la discriminación laboral de la mujer en los años 60 (algo, que salvando las distancias, aun ocurre hoy en día).
Esta denuncia se materializa en el rol que desempeña Demi Moore, una demencial elección de casting. Y no sólo porque la diferencia de edad entre personaje y actriz sea más que evidente. Es el rejuvenecimiento artificial al que se suelen someter este tipo de estrellas, entradas de lleno en plena madurez, lo que resulta más grotesco. Algo que aun se deja sentir mucho más en una película como ésta, ambientada varias décadas atrás, causando un desagradable efecto de extemporaneidad.
Pero si hay algo que haga de este producto algo medianamente aprovechable es, sin lugar a dudas, la presencia de Michael Caine. Uno de esos actores que, con la edad, se van haciendo cada vez más grandes. Su sola presencia llena la pantalla en cada segundo en el que aparece.
Significativo es el hombre elegido para dirigir esta película: el invisible Michael Radford; cuyo mayor éxito fue poner en imágenes "El cartero (y Pablo Neruda)", un empeño personal de Massimo Troisi. Un personaje (el del cartero) que tiene más de una similitud con el limpiador que encarna Caine en Un plan brillante. Hombre obstinado y tenaz; a la vez que entrañable y generoso. De nuevo, el director hace su trabajo sin ningún tipo ruido o de alardes, volviendo a poner su buen oficio al servicio de la delicada historia.
Sin embargo, nos encontramos con muy poquito más destacable. Un guión que no pasa de correcto, con golpes de efectos no demasiado atractivos. Aunque ya decíamos que se optaba por el camino de la sencillez y la crítica social, aunque de forma tan liviana que no trasciende lo anecdótico. Un trabajo en el que tan presente como se encuentra la corrección, tenemos la insustancialidad y la insignificancia. Al final, nos queda el encanto de Michael Caine y su personaje.
Esta denuncia se materializa en el rol que desempeña Demi Moore, una demencial elección de casting. Y no sólo porque la diferencia de edad entre personaje y actriz sea más que evidente. Es el rejuvenecimiento artificial al que se suelen someter este tipo de estrellas, entradas de lleno en plena madurez, lo que resulta más grotesco. Algo que aun se deja sentir mucho más en una película como ésta, ambientada varias décadas atrás, causando un desagradable efecto de extemporaneidad.
Pero si hay algo que haga de este producto algo medianamente aprovechable es, sin lugar a dudas, la presencia de Michael Caine. Uno de esos actores que, con la edad, se van haciendo cada vez más grandes. Su sola presencia llena la pantalla en cada segundo en el que aparece.
Significativo es el hombre elegido para dirigir esta película: el invisible Michael Radford; cuyo mayor éxito fue poner en imágenes "El cartero (y Pablo Neruda)", un empeño personal de Massimo Troisi. Un personaje (el del cartero) que tiene más de una similitud con el limpiador que encarna Caine en Un plan brillante. Hombre obstinado y tenaz; a la vez que entrañable y generoso. De nuevo, el director hace su trabajo sin ningún tipo ruido o de alardes, volviendo a poner su buen oficio al servicio de la delicada historia.
Sin embargo, nos encontramos con muy poquito más destacable. Un guión que no pasa de correcto, con golpes de efectos no demasiado atractivos. Aunque ya decíamos que se optaba por el camino de la sencillez y la crítica social, aunque de forma tan liviana que no trasciende lo anecdótico. Un trabajo en el que tan presente como se encuentra la corrección, tenemos la insustancialidad y la insignificancia. Al final, nos queda el encanto de Michael Caine y su personaje.
7
17 de abril de 2007
17 de abril de 2007
33 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece que Hollywood mira cada vez más a ese continente que tanto tiempo ha quedado sumergido en el más absoluto desprecio y olvido. “Hotel Rwanda”, “El jardinero fiel” o “Diamante de sangre” son algunas muestras de esta tendencia, en la que la película del habitual documentalista, Kevin McDonald, mantiene un nivel más que aceptable.
El retrato del dictador que encarna de forma brutal el magnífico Whitaker le da una dimensión humana descomunal. La de un enorme niño que juega a ser dictador. La de un sádico dictador que juega a ser niño. Desequilibrado, grotesco, tierno, divertido, despiadado.... Las múltiples dimensiones con la que está creado el personaje dota a la película de una tremenda fuerza, arrolladora.
Como contrapunto, el joven occidental, que está en África por algún endeble ideal de ayuda a los pobres africanos, pero que se deja arrastrar por la portentosa figura paternal del sanguinario tirano. Si Whitaker hace un trabajo descomunal, McAvoy es capaz de llevar el peso de la película y aguantar en todo momento el tipo ante el ganador del Oscar.
La película es vibrante ,y quizás la deriva hacia el thriller sea demasiado evidente en su parte final. Eso sí, trepidante y emocionante. Pero con menos fuerza dramática. Eso sí, un producto más que solvente
El retrato del dictador que encarna de forma brutal el magnífico Whitaker le da una dimensión humana descomunal. La de un enorme niño que juega a ser dictador. La de un sádico dictador que juega a ser niño. Desequilibrado, grotesco, tierno, divertido, despiadado.... Las múltiples dimensiones con la que está creado el personaje dota a la película de una tremenda fuerza, arrolladora.
Como contrapunto, el joven occidental, que está en África por algún endeble ideal de ayuda a los pobres africanos, pero que se deja arrastrar por la portentosa figura paternal del sanguinario tirano. Si Whitaker hace un trabajo descomunal, McAvoy es capaz de llevar el peso de la película y aguantar en todo momento el tipo ante el ganador del Oscar.
La película es vibrante ,y quizás la deriva hacia el thriller sea demasiado evidente en su parte final. Eso sí, trepidante y emocionante. Pero con menos fuerza dramática. Eso sí, un producto más que solvente
20 de septiembre de 2007
20 de septiembre de 2007
31 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de "La inglesa y el duque", y "Triple Agente", Rohmer regresa con una propuesta aun más insólita, si cabe. La adaptación de la novela "L’Astrée" escrita por Honoré d’Urfé en el siglo XVII, aunque ambientada en el siglo V.
En palabras del veterano director francés, para alguien que no haya profundizado en la lectura de esta obra: “parece pesada, absurda, poco realista e ingenua”. Y cuando uno ve la película, no puede evitar tener esa sensación. Para un espectador del siglo XXI es complicado soportar el visionado de "El romance de Astrea y Celadón" sin llegar a caer en la desesperación, a causa de su extremo candor. Pero ahí radica, precisamente, el valor de este trabajo. Rohmer no introduce ni un solo elemento que actualice la historia, y que la haga más asequible al público contemporáneo. Se respeta de forma escrupulosa el espíritu de la novela y la película consigue que hagamos un mágico viaje en el tiempo. El director demuestra una asombrosa capacidad para hacer cine de una forma tan pura e inocente, que incluso es capaz de transportarnos a la época en la que se escribió el libro.
Pero Rohmer también defiende la rabiosa actualidad del texto. Si bien es cierto que la forma nos puede resultar chocante, el fondo no nos debe sonar tan extraño, aunque hayan pasado cuatro siglos. La fidelidad en el amor, un tema que ya consideramos universal, es el epicentro del relato, y parece ser que fue lo que más llamó la atención del director a la hora de embarcarse en este proyecto. No olvidemos que la fidelidad es un tema muy presente a lo largo de su filmografía, especialmente en sus “Cuentos morales”.
Sí, a veces resulta un tanto tedioso todo este mundo lleno de druidas, ninfas y pastorcillos. Y, sí, toda la trama está llena de equívocos infantiles y de una irritante ingenuidad que puede llegar a exasperar. Pero, en este caso, no importa tanto lo que se nos cuenta. Lo trascendente es el fabuloso ejercicio restrospectivo realizado por el realizador francés. Aunque dentro del desinterés general que provoca esta historieta de amor, no me gustaría olvidar un par de detalles: el personaje del pastor hedonista, una lección magistral e hilarante de sobreactuación; y el giro final, con esa deliciosa ambigüedad, y un toque de ligero erotismo, que nos remite inmediatamente a Rubens. Y es que la pintura posee también una importancia vital en esta película. No en vano, está rodada en un formato casi cuadrado, para conseguir esa dimensión pictórica.
Un preciso y precioso homenaje a la naturaleza, a una obra literaria casi desconocida, al barroco, a la sencillez a la hora de rodar (sonido directo, iluminación natural...), y a el amor en estado puro. Sólo nos queda pedir que ésta no sea la última muestra del descomunal talento de uno de los autores más importantes que ha visto el cine en su historia.
En palabras del veterano director francés, para alguien que no haya profundizado en la lectura de esta obra: “parece pesada, absurda, poco realista e ingenua”. Y cuando uno ve la película, no puede evitar tener esa sensación. Para un espectador del siglo XXI es complicado soportar el visionado de "El romance de Astrea y Celadón" sin llegar a caer en la desesperación, a causa de su extremo candor. Pero ahí radica, precisamente, el valor de este trabajo. Rohmer no introduce ni un solo elemento que actualice la historia, y que la haga más asequible al público contemporáneo. Se respeta de forma escrupulosa el espíritu de la novela y la película consigue que hagamos un mágico viaje en el tiempo. El director demuestra una asombrosa capacidad para hacer cine de una forma tan pura e inocente, que incluso es capaz de transportarnos a la época en la que se escribió el libro.
Pero Rohmer también defiende la rabiosa actualidad del texto. Si bien es cierto que la forma nos puede resultar chocante, el fondo no nos debe sonar tan extraño, aunque hayan pasado cuatro siglos. La fidelidad en el amor, un tema que ya consideramos universal, es el epicentro del relato, y parece ser que fue lo que más llamó la atención del director a la hora de embarcarse en este proyecto. No olvidemos que la fidelidad es un tema muy presente a lo largo de su filmografía, especialmente en sus “Cuentos morales”.
Sí, a veces resulta un tanto tedioso todo este mundo lleno de druidas, ninfas y pastorcillos. Y, sí, toda la trama está llena de equívocos infantiles y de una irritante ingenuidad que puede llegar a exasperar. Pero, en este caso, no importa tanto lo que se nos cuenta. Lo trascendente es el fabuloso ejercicio restrospectivo realizado por el realizador francés. Aunque dentro del desinterés general que provoca esta historieta de amor, no me gustaría olvidar un par de detalles: el personaje del pastor hedonista, una lección magistral e hilarante de sobreactuación; y el giro final, con esa deliciosa ambigüedad, y un toque de ligero erotismo, que nos remite inmediatamente a Rubens. Y es que la pintura posee también una importancia vital en esta película. No en vano, está rodada en un formato casi cuadrado, para conseguir esa dimensión pictórica.
Un preciso y precioso homenaje a la naturaleza, a una obra literaria casi desconocida, al barroco, a la sencillez a la hora de rodar (sonido directo, iluminación natural...), y a el amor en estado puro. Sólo nos queda pedir que ésta no sea la última muestra del descomunal talento de uno de los autores más importantes que ha visto el cine en su historia.
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