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6,5
725
7
11 de mayo de 2007
11 de mayo de 2007
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo una premisa similar a La extraña pareja, pero con dos personajes pasados de vuelta, Neil Simons se basó en su propia obra de teatro para escribir un guión de diálogos mordaces, sin llegar a la excelencia de la película de Gene Sacks.
En esta ocasión, el dúo lo forman dos viejos cómicos que llevan once años sin hablarse tras haber triunfado por los platós y escenarios de Estados Unidos durante eones. Dado que Willy Clark (Walther Matthau) sigue malviviendo en Nueva York, muy cerca de la jubilación y Al Lewis (George Burns) ha huído del mundanal ruido, no parece que se puedan volver a unir. Sin embargo, el milagro ocurre: un show sin precedentes volverá a emparejar a Clark y Lewis... Si no se matan en los ensayos.
Aunque el Oscar se lo llevó George Burns, aquí el que pincha y corta es Walter Matthau, que caracterizado de anciano suelta por esa boquita todo lo que puede herir y incordiar a sus semejantes y asombrar al espectador. No hay mucho más, pero el espectáculo merece la pena. Cada línea de diálogo parece bendecida por la inspiración y el trabajo de un magnífico guionista. Sin duda, una comedia que hoy por hoy se mantiene viva, gracias sobre todo al cúmulo de libretos estúpidos que consiguen convertirse en cine.
En esta ocasión, el dúo lo forman dos viejos cómicos que llevan once años sin hablarse tras haber triunfado por los platós y escenarios de Estados Unidos durante eones. Dado que Willy Clark (Walther Matthau) sigue malviviendo en Nueva York, muy cerca de la jubilación y Al Lewis (George Burns) ha huído del mundanal ruido, no parece que se puedan volver a unir. Sin embargo, el milagro ocurre: un show sin precedentes volverá a emparejar a Clark y Lewis... Si no se matan en los ensayos.
Aunque el Oscar se lo llevó George Burns, aquí el que pincha y corta es Walter Matthau, que caracterizado de anciano suelta por esa boquita todo lo que puede herir y incordiar a sus semejantes y asombrar al espectador. No hay mucho más, pero el espectáculo merece la pena. Cada línea de diálogo parece bendecida por la inspiración y el trabajo de un magnífico guionista. Sin duda, una comedia que hoy por hoy se mantiene viva, gracias sobre todo al cúmulo de libretos estúpidos que consiguen convertirse en cine.
7 de mayo de 2007
7 de mayo de 2007
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El nuevo caso del Inspector Closeau retoma el personaje del atolondrado pero siempre eficaz policía de La pantera rosa y lo convierte en protagonista absoluto. Peter Sellers campa a sus anchas por un film hecho a su medida como sucederá en los siguientes títulos dirigidos por Blake Edwards y con un "Pink Panther" siempre en el título.
Lo cierto es que la parodia de los típicos relatos detectivescos a lo Agatha Christie adquiere un relieve más interesante que en la popular Un cadáver a los postres. En El nuevo caso del inspector Closeau sólo hay un elemento fuera de control: el protagonista. El resto está perfectamente estudiado y subordinado al film.
Ni que decir tiene, que aparte de unos gags muy logrados, la interpretación de Sellers es de un comedido increíble en un actor que a lo largo de su carrera tuvo que soportar el peso de su propio ego más de lo aconsejable. Otro ególatra, el realizador, apenas se dispersa como sucede en otras de sus películas y consigue atar en corto todas las secuencias.
Una película muy recomendable para pasárselo en grande con algunos de los elementos que más han influido en la comedia contemporánea, desde los Agárralo como puedas a Mr. Bean.
Lo cierto es que la parodia de los típicos relatos detectivescos a lo Agatha Christie adquiere un relieve más interesante que en la popular Un cadáver a los postres. En El nuevo caso del inspector Closeau sólo hay un elemento fuera de control: el protagonista. El resto está perfectamente estudiado y subordinado al film.
Ni que decir tiene, que aparte de unos gags muy logrados, la interpretación de Sellers es de un comedido increíble en un actor que a lo largo de su carrera tuvo que soportar el peso de su propio ego más de lo aconsejable. Otro ególatra, el realizador, apenas se dispersa como sucede en otras de sus películas y consigue atar en corto todas las secuencias.
Una película muy recomendable para pasárselo en grande con algunos de los elementos que más han influido en la comedia contemporánea, desde los Agárralo como puedas a Mr. Bean.

4,5
94
2
29 de octubre de 2008
29 de octubre de 2008
13 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El maniqueísmo hace daño a los ideales, pero sobre todo destruye cualquier veracidad del relato. Esta película no parece tener otra función que buscar la adhesión político-nostálgica por la vía rápida: los buenos sufren y lloran un montón. Los malos no tienen remedio.
Que Franco murió en la cama, que la transición dejó heridas que nunca sanarán y que la democracia se ha escrito con la sangre de héroes anónimos, eso ya lo sabemos todos.
"La vida en rojo" sólo presenta esa baza. Pero no es un documental, aunque juegue a serlo no siéndolo. Por lo menos, como recreación histórica es un desastre: actores sobreactuados, montaje pesado, anacronismos en la dirección artística, ausencia de referencias espacio-temporales...
Y como ficción presenta los mismos problemas. Sobre todo molestan los cambios de narrador. Algunos, la mayoría, gratuitos. Lo peor, sin duda, es la dirección de actores. Sólo Ingrid Rubio y Pilar Bardem superan las deficiencias de sus personajes. José Luís Gómez hace más de lo que puede, pero actuar bien bajo ese guión es un imposible. El resto de actores queda a su merced. ¿Qué hizo el realizador con ellos? Ensayar no, desde luego.
Al final, todo queda en un empacho con sabor televisivo y notas grandilocuentes, desde la música hasta los flashbacks sobre flashbacks pasando por los discursos llorones.
El que quiera ver buen cine, que elija otro film. Quien se sienta rojo, que vote a Izquierda Unida, o revise el cine de Costa Gavras, mucho más potente, útil y bello, porque se trata de narrar buenas historias y no de reunirnos en torno a un experimento subvencionado con dinero público y contarnos lo guapos y sufridores que somos.
Que Franco murió en la cama, que la transición dejó heridas que nunca sanarán y que la democracia se ha escrito con la sangre de héroes anónimos, eso ya lo sabemos todos.
"La vida en rojo" sólo presenta esa baza. Pero no es un documental, aunque juegue a serlo no siéndolo. Por lo menos, como recreación histórica es un desastre: actores sobreactuados, montaje pesado, anacronismos en la dirección artística, ausencia de referencias espacio-temporales...
Y como ficción presenta los mismos problemas. Sobre todo molestan los cambios de narrador. Algunos, la mayoría, gratuitos. Lo peor, sin duda, es la dirección de actores. Sólo Ingrid Rubio y Pilar Bardem superan las deficiencias de sus personajes. José Luís Gómez hace más de lo que puede, pero actuar bien bajo ese guión es un imposible. El resto de actores queda a su merced. ¿Qué hizo el realizador con ellos? Ensayar no, desde luego.
Al final, todo queda en un empacho con sabor televisivo y notas grandilocuentes, desde la música hasta los flashbacks sobre flashbacks pasando por los discursos llorones.
El que quiera ver buen cine, que elija otro film. Quien se sienta rojo, que vote a Izquierda Unida, o revise el cine de Costa Gavras, mucho más potente, útil y bello, porque se trata de narrar buenas historias y no de reunirnos en torno a un experimento subvencionado con dinero público y contarnos lo guapos y sufridores que somos.

6,4
8.910
7
10 de junio de 2007
10 de junio de 2007
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Half Nelson presenta las mismas contraindicaciones que una larga estirpe de títulos con vocación de pasar por el engañoso embudo del cine minoritario para minorías. Realmente sólo transgrede en los detalles: en la mayoría de los aspectos Half Nelson es más clásica que Casablanca. De acuerdo, de entrada juega al despiste. El título no se refiere a ningún personaje llamado Nelson sino a una llave de lucha libre de la que pocos salen de una pieza.
Otra invitación a marcar el entrecejo ante la supuesta "independencia" del film es su estupendo diseño de producción, donde todo parece descuidado del mismo modo en que los pijos de los barrios altos lucen pantalones rotos de cien euros por descosido. Todo está estudiado para que resulte caótico, desde el vestuario hasta la recreación de una época atemporal que es un hoy trufado de referencias ochentenas (¡ese reloj con calculadora!).
Más motivos para cargar las tintas: la apuesta argumental. Lo mismo de siempre, pero al revés. El profesor que motiva a sus alumnos no es sino un perdedor irreparable, que probablemente fracase en su intento redentor. ¿Se imaginan al profesor Clément Mathieu de Los chicos del coro con un piercing, fumando opio en una chabola y yendo a dar clase a las mil viviendas? Pues ésta es la idea. Además, otro punto importante. El profesor de Half Nelson tiene pocos visos de salir adelante, pero al menos, a priori, tiene alguna opción más que sus alumnos, que no tienen nada de tontos ni de rebeldes.
En este cóctel de voluntades encarceladas destaca de forma perturbadora la presencia de la cocaína como un ángel de la muerte silencioso que se sitúa como la verdadera amante, perfecta compañera de viaje, del protagonista. En efecto, entender la drogadicción como una penosa aunque aceptable opción de vida es algo que exige una verdadera mentalidad abierta. Por fin, una justificación del buscado marchamo de “indie”.
Si exceptuando el tratamiento de la droga, lo anterior tiene una lectura tremendamente desubicada y transgresora sin leitmotiv, la gramática del film sigue las pautas clásicas que todos los autores del cine han venido aplicando desde el principio. Sugerir, en la obra de Ryan Fleck, más que una llamada a la ensoñación pasa por convertirse en un recurso dramático de primer orden. Aquí las sentencias las concluye el espectador, pero sólo es una ilusión: el subtexto nos sirve en bandeja los mejores diálogos, aquellos que se gestan en nuestro pensamiento sin que los personajes abran la boca.
En lo narrativo, la historia se digiere como un caramelo amargo con un regusto menos dulzón de lo que alguna situación cómica pretende asumir, y basa todo su potencial en la interpretación de una adolescente, Shareeka Epps, y un profe compuesto con más vueltas incluso de las que sería menester por Ryan Gosling.
Una pareja extraña, pero casi perfecta, para un film que convence con sus pocos aciertos, porque realmente da en el blanco cuando se aparta del síndrome Sundance.
Otra invitación a marcar el entrecejo ante la supuesta "independencia" del film es su estupendo diseño de producción, donde todo parece descuidado del mismo modo en que los pijos de los barrios altos lucen pantalones rotos de cien euros por descosido. Todo está estudiado para que resulte caótico, desde el vestuario hasta la recreación de una época atemporal que es un hoy trufado de referencias ochentenas (¡ese reloj con calculadora!).
Más motivos para cargar las tintas: la apuesta argumental. Lo mismo de siempre, pero al revés. El profesor que motiva a sus alumnos no es sino un perdedor irreparable, que probablemente fracase en su intento redentor. ¿Se imaginan al profesor Clément Mathieu de Los chicos del coro con un piercing, fumando opio en una chabola y yendo a dar clase a las mil viviendas? Pues ésta es la idea. Además, otro punto importante. El profesor de Half Nelson tiene pocos visos de salir adelante, pero al menos, a priori, tiene alguna opción más que sus alumnos, que no tienen nada de tontos ni de rebeldes.
En este cóctel de voluntades encarceladas destaca de forma perturbadora la presencia de la cocaína como un ángel de la muerte silencioso que se sitúa como la verdadera amante, perfecta compañera de viaje, del protagonista. En efecto, entender la drogadicción como una penosa aunque aceptable opción de vida es algo que exige una verdadera mentalidad abierta. Por fin, una justificación del buscado marchamo de “indie”.
Si exceptuando el tratamiento de la droga, lo anterior tiene una lectura tremendamente desubicada y transgresora sin leitmotiv, la gramática del film sigue las pautas clásicas que todos los autores del cine han venido aplicando desde el principio. Sugerir, en la obra de Ryan Fleck, más que una llamada a la ensoñación pasa por convertirse en un recurso dramático de primer orden. Aquí las sentencias las concluye el espectador, pero sólo es una ilusión: el subtexto nos sirve en bandeja los mejores diálogos, aquellos que se gestan en nuestro pensamiento sin que los personajes abran la boca.
En lo narrativo, la historia se digiere como un caramelo amargo con un regusto menos dulzón de lo que alguna situación cómica pretende asumir, y basa todo su potencial en la interpretación de una adolescente, Shareeka Epps, y un profe compuesto con más vueltas incluso de las que sería menester por Ryan Gosling.
Una pareja extraña, pero casi perfecta, para un film que convence con sus pocos aciertos, porque realmente da en el blanco cuando se aparta del síndrome Sundance.
3
1 de febrero de 2015
1 de febrero de 2015
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ser humano ha alcanzado la mayoría de edad artística y culturalmente, y por eso ya no admitimos que todo lo que sea diferente sea valioso artísticamente.
Cuando pienso en esta película, que en su momento me costó no pocos bostezos y más de una risa (supongo que no buscada por el director), me viene a la mente la famosa boutade de Andy Warhol cuando filma a un tipo durmiendo durante horas.
Obviamente, Albert Serra tiene todo el derecho del mundo a filmar a dos hombrezuelos mientras se echan una siesta, hablan del tiempo y miran los secarrales por los que deambulan.
Lo que no considero admisible, o mejor dicho, lo que considero tramposo es que Serra se apoye en la obra maestra de Cervantes para hacernos creer precisamente que dos personajes cualquiera sin discurso ni rumbo sean equiparables al Quijote y Sancho, como si de rebote su película pudiera compararse a El Quijote.
Ni hablar. Lo que Albert Serra propone es un experimento. Lo que pasa es que en cine hay demasiados referentes como para que no podamos situar Honor de cavalleria como la nadería que es. Aparte de la cháchara insustancial, el montaje monótono, la ausencia de acción, de trama y de argumento, hay que decir que esta película es estéticamente fea, sin que Serra consiga trasladar su idea del ocaso.
Me gusta muchísimo el cine y siempre encuentro algún elemento interesante en cada film. Desde Honor de cavalleria esto ha cambiado.
Cuando pienso en esta película, que en su momento me costó no pocos bostezos y más de una risa (supongo que no buscada por el director), me viene a la mente la famosa boutade de Andy Warhol cuando filma a un tipo durmiendo durante horas.
Obviamente, Albert Serra tiene todo el derecho del mundo a filmar a dos hombrezuelos mientras se echan una siesta, hablan del tiempo y miran los secarrales por los que deambulan.
Lo que no considero admisible, o mejor dicho, lo que considero tramposo es que Serra se apoye en la obra maestra de Cervantes para hacernos creer precisamente que dos personajes cualquiera sin discurso ni rumbo sean equiparables al Quijote y Sancho, como si de rebote su película pudiera compararse a El Quijote.
Ni hablar. Lo que Albert Serra propone es un experimento. Lo que pasa es que en cine hay demasiados referentes como para que no podamos situar Honor de cavalleria como la nadería que es. Aparte de la cháchara insustancial, el montaje monótono, la ausencia de acción, de trama y de argumento, hay que decir que esta película es estéticamente fea, sin que Serra consiga trasladar su idea del ocaso.
Me gusta muchísimo el cine y siempre encuentro algún elemento interesante en cada film. Desde Honor de cavalleria esto ha cambiado.
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