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7,2
4.433
10
2 de febrero de 2018
2 de febrero de 2018
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Praga, 1990, poco antes de la Revolución de Terciopelo, contra la ocupación rusa. Una Checoslovaquia ocupada por los soviéticos.
Frabtisek Louka (Zdenek Sverák) es un violoncelista soltero, mujeriego como pocos, hombre maduro entrado en canas. Su complicada situación económica, tras haber perdido su puesto en la orquesta filarmónica, hace que acepte un matrimonio por conveniencia con una mujer rusa, la cual necesitaba conseguir la nacionalidad checa. La joven tiene un hijo de cinco años, Kolya, que no entiende una palabra de checo, con el que, debido a una eventualidad, Frabtisek, deberá hacerse cargo.
"Kolya" es uno de esas cintas que resplandece por si misma y uno de los mayores aciertos es la fusión entre el drama y la comicidad, la cual no es para nada fácil de obtener sin caer en tópicos. El manejo de la cámara logra retratar los paisajes de Praga ofreciendo unas postales que se conservan en la retina aún finalizado el film, al igual que los planos cercanos de el rostro tan bien elegido de Kolya. Cada secuencia tiene una belleza única. El ritmo es parejo, preciso por donde se lo mire. El elenco logra interpretaciones acertadas, y aunque la historia se centra en Frabtisek y Kolya, los secundarios aportan lo suyo con la misma nobleza que los anteriormente mencionados. Jan Sverák, es el director de esta maravillosa película. El guión es de Zdenek Sverák, padre del director y protagonista del film. (Lo que se hereda no se roba señores).
Haberme topado con esta película de casualidad, sin recomendación alguna, hace que sostenga, que el séptimo arte es una maravilla por donde se lo mire.
Frabtisek Louka (Zdenek Sverák) es un violoncelista soltero, mujeriego como pocos, hombre maduro entrado en canas. Su complicada situación económica, tras haber perdido su puesto en la orquesta filarmónica, hace que acepte un matrimonio por conveniencia con una mujer rusa, la cual necesitaba conseguir la nacionalidad checa. La joven tiene un hijo de cinco años, Kolya, que no entiende una palabra de checo, con el que, debido a una eventualidad, Frabtisek, deberá hacerse cargo.
"Kolya" es uno de esas cintas que resplandece por si misma y uno de los mayores aciertos es la fusión entre el drama y la comicidad, la cual no es para nada fácil de obtener sin caer en tópicos. El manejo de la cámara logra retratar los paisajes de Praga ofreciendo unas postales que se conservan en la retina aún finalizado el film, al igual que los planos cercanos de el rostro tan bien elegido de Kolya. Cada secuencia tiene una belleza única. El ritmo es parejo, preciso por donde se lo mire. El elenco logra interpretaciones acertadas, y aunque la historia se centra en Frabtisek y Kolya, los secundarios aportan lo suyo con la misma nobleza que los anteriormente mencionados. Jan Sverák, es el director de esta maravillosa película. El guión es de Zdenek Sverák, padre del director y protagonista del film. (Lo que se hereda no se roba señores).
Haberme topado con esta película de casualidad, sin recomendación alguna, hace que sostenga, que el séptimo arte es una maravilla por donde se lo mire.
11 de enero de 2018
11 de enero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El silencio", ópera prima del director Arturo Castro Godoy, es una historia de reconstrucción, de comprensión de la propia identidad.
Tomás tiene 17 años. Su novia, Valentina, le comunica que está embarazada y juntos evalúan la posibilidad de no tener ese bebé. Casi al borde de la decisión de abortarlo, escuchan los latidos del corazón de esa nueva vida y a pesar de no tener ninguna de las variables a su favor –entre ellas un complicado vínculo con su madre, con quien no tienen la confianza suficiente para contarle lo que le está pasando-, deciden seguir adelante con la gestación.
Ante este nuevo desafío, Tomás se dispone a comprender su pasado, a construir su propia identidad, a armar ese rompecabezas que significa el vínculo con su padre y toma la decisión de ir en busca de él a pesar de saber que encontrará en Camilo a un desconocido, dado que jamás han tenido trato alguno.
Arturo Castro Godoy utiliza en la narración una inquieta cámara en mano que captura la insondable de los humedales de Santa Fe y Rincón. A paso lento pero firme nos va introduciendo poco a poco en los sentimientos y sensaciones de Tomás y se toma los espacios suficientes para que lo podamos ir acompañando en ese proceso complejo de reconstruir una historia fundamentalmente de cara al mañana. Un pasado que necesita de esclarecimiento, un presente que urge resolución y un futuro que tomará el rumbo que los tiempos anteriores sepan o puedan facilitarle.
El elenco se desempeña loablemente, ofreciéndole al espectador lo mejor de sí. No es ninguna sorpresa que Alberto Ajaka vuela a brillar en esas miradas profundas encarnando un ser casi ermitaño, de pocas palabras y gestos endurecidos, pero sí sorprenden gratamente los adolescentes protagonistas de la historia, sobre todo Tomás Del Porto quien tiene en su protagónico un peso trascendente en la historia.
El guión se sostiene sobre un cimiento férreo y va dando claves a medida que se desarrolla la historia, dejando que el espectador arme este rompecabezas casi al mismo tiempo que lo va armando Tomás. Las imágenes, potentes y de una fotografía muy bella, se transforman en sensaciones que saben unir tiempos, dando paso a la búsqueda y respetando los acallamientos.
La incapacidad de reflejar oralmente los sentimientos. Lo que se expresa con miradas. Lo que se exterioriza mediante los movimientos corporales. El silencio, que dice más que muchas palabras, es una de esas películas "para decidir, para continuar, para recalcar y considerar".
Cine argentino, cine que necesita de vos, cine que merece ser visto.
Tomás tiene 17 años. Su novia, Valentina, le comunica que está embarazada y juntos evalúan la posibilidad de no tener ese bebé. Casi al borde de la decisión de abortarlo, escuchan los latidos del corazón de esa nueva vida y a pesar de no tener ninguna de las variables a su favor –entre ellas un complicado vínculo con su madre, con quien no tienen la confianza suficiente para contarle lo que le está pasando-, deciden seguir adelante con la gestación.
Ante este nuevo desafío, Tomás se dispone a comprender su pasado, a construir su propia identidad, a armar ese rompecabezas que significa el vínculo con su padre y toma la decisión de ir en busca de él a pesar de saber que encontrará en Camilo a un desconocido, dado que jamás han tenido trato alguno.
Arturo Castro Godoy utiliza en la narración una inquieta cámara en mano que captura la insondable de los humedales de Santa Fe y Rincón. A paso lento pero firme nos va introduciendo poco a poco en los sentimientos y sensaciones de Tomás y se toma los espacios suficientes para que lo podamos ir acompañando en ese proceso complejo de reconstruir una historia fundamentalmente de cara al mañana. Un pasado que necesita de esclarecimiento, un presente que urge resolución y un futuro que tomará el rumbo que los tiempos anteriores sepan o puedan facilitarle.
El elenco se desempeña loablemente, ofreciéndole al espectador lo mejor de sí. No es ninguna sorpresa que Alberto Ajaka vuela a brillar en esas miradas profundas encarnando un ser casi ermitaño, de pocas palabras y gestos endurecidos, pero sí sorprenden gratamente los adolescentes protagonistas de la historia, sobre todo Tomás Del Porto quien tiene en su protagónico un peso trascendente en la historia.
El guión se sostiene sobre un cimiento férreo y va dando claves a medida que se desarrolla la historia, dejando que el espectador arme este rompecabezas casi al mismo tiempo que lo va armando Tomás. Las imágenes, potentes y de una fotografía muy bella, se transforman en sensaciones que saben unir tiempos, dando paso a la búsqueda y respetando los acallamientos.
La incapacidad de reflejar oralmente los sentimientos. Lo que se expresa con miradas. Lo que se exterioriza mediante los movimientos corporales. El silencio, que dice más que muchas palabras, es una de esas películas "para decidir, para continuar, para recalcar y considerar".
Cine argentino, cine que necesita de vos, cine que merece ser visto.

5,7
33.451
7
11 de enero de 2018
11 de enero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alex de la Iglesia arriba a la pantalla grande nuevamente y después de haber probado su efectividad de gran director con una comedia delirante como ?Mi gran noche?, insiste una vez más con el formato de thriller, esta vez con matices dantescos.
9 AM. El andar de los transeúntes denota que el día comienza a tomar color. Un bar en pleno centro de Madrid. Sus empleados dispuestos a ofrecer la mejor prestación. Los clientes, prestos a disfrutar de un buen servicio. Porras, churros, manchados, y, ¿por qué no? un buen trozo de tortilla. Uno de ellos se retira de las instalaciones, y al cruzar el umbral recibe un balazo en la cabeza. Un comensal decide socorrerlo, y al salir, obtiene la misma suerte. Nadie más se arriesga a auxiliarlo.
Ocho personas quedan en el interior del lugar, mientras en el exterior, el mundo desaparece como por arte de magia. Blanca Suárez (Elena), Terele Pavez (Amparo), Secun de la Rosa (Satur), Mario Casas (Nacho), Joaquín Climent (Andrés), Alejandro Awada, Carmen Machi (Trini), Jaime Ordóñez (Israel). El mundo se detuvo, sólo son ellos ocho.
Como no podía ser de otra manera, esta micro sociedad queda representada por los diferentes tipos de poderes: el poder de estado, el ejecutivo, el judicial y el legislativo, siendo escenificados mediante la belleza, la pobreza, la adicción, la enfermedad, el poder de los uniformados y el trabajador.
Si de camuflar la sustantividad se trata, nadie mejor que el director de films como Muertos de risa (1995), con cual comparte la ironía y el humor, La Comunidad (2000) o Balada triste de trompeta (2010), la cual posee una estética similar a este film. Alex de la Iglesia arriba a la pantalla grande nuevamente y después de haber probado su efectividad de gran director con una comedia delirante como Mi gran noche, insiste una vez más con el formato de thriller, esta vez con matices dantescos. Cada uno de los personajes atraviesa un fuerte infierno personal, cada uno tendrá que ir desplegando su lado más oscuro dentro del encierro y de lo asfixiante de la propuesta inicial.
La atmósfera se encuentra atestada de tensión y el encierro que soportan los personajes genera claustrofobia en el espectador. El ritmo vertiginoso no flaquea. No se puede quitar los ojos de la pantalla. No se debe perder ningún suceso.
El bar contiene un relato nihilista, juez impiadoso de una sociedad actual que lo merece. Este film es una crónica que transita diferentes situaciones en donde no quedan libradas al azar, la paranoia generalizada, el canibalismo, o la ignorancia. Un guión del dúo De la Iglesia - Guerricaechevarrría que no puede dejar indiferente a nadie. Intriga, felonía, desesperación y “que gane el mejor, a como dé lugar”.
9 AM. El andar de los transeúntes denota que el día comienza a tomar color. Un bar en pleno centro de Madrid. Sus empleados dispuestos a ofrecer la mejor prestación. Los clientes, prestos a disfrutar de un buen servicio. Porras, churros, manchados, y, ¿por qué no? un buen trozo de tortilla. Uno de ellos se retira de las instalaciones, y al cruzar el umbral recibe un balazo en la cabeza. Un comensal decide socorrerlo, y al salir, obtiene la misma suerte. Nadie más se arriesga a auxiliarlo.
Ocho personas quedan en el interior del lugar, mientras en el exterior, el mundo desaparece como por arte de magia. Blanca Suárez (Elena), Terele Pavez (Amparo), Secun de la Rosa (Satur), Mario Casas (Nacho), Joaquín Climent (Andrés), Alejandro Awada, Carmen Machi (Trini), Jaime Ordóñez (Israel). El mundo se detuvo, sólo son ellos ocho.
Como no podía ser de otra manera, esta micro sociedad queda representada por los diferentes tipos de poderes: el poder de estado, el ejecutivo, el judicial y el legislativo, siendo escenificados mediante la belleza, la pobreza, la adicción, la enfermedad, el poder de los uniformados y el trabajador.
Si de camuflar la sustantividad se trata, nadie mejor que el director de films como Muertos de risa (1995), con cual comparte la ironía y el humor, La Comunidad (2000) o Balada triste de trompeta (2010), la cual posee una estética similar a este film. Alex de la Iglesia arriba a la pantalla grande nuevamente y después de haber probado su efectividad de gran director con una comedia delirante como Mi gran noche, insiste una vez más con el formato de thriller, esta vez con matices dantescos. Cada uno de los personajes atraviesa un fuerte infierno personal, cada uno tendrá que ir desplegando su lado más oscuro dentro del encierro y de lo asfixiante de la propuesta inicial.
La atmósfera se encuentra atestada de tensión y el encierro que soportan los personajes genera claustrofobia en el espectador. El ritmo vertiginoso no flaquea. No se puede quitar los ojos de la pantalla. No se debe perder ningún suceso.
El bar contiene un relato nihilista, juez impiadoso de una sociedad actual que lo merece. Este film es una crónica que transita diferentes situaciones en donde no quedan libradas al azar, la paranoia generalizada, el canibalismo, o la ignorancia. Un guión del dúo De la Iglesia - Guerricaechevarrría que no puede dejar indiferente a nadie. Intriga, felonía, desesperación y “que gane el mejor, a como dé lugar”.

6,0
297
9
11 de enero de 2018
11 de enero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Natalia Garagiola presenta su ópera prima en la 74º Settimana Internazionale della Crítica en Venecia, que se realizará desde el 30 de agosto al 9 de septiembre de 2017, para luego tener finalmente su estreno comercial en Argentina el 14 de septiembre.
Natalia Garagiola estrena su ópera prima, Temporada de Caza, en la que se acompaña de un elenco que combina dos actores de gran trayectoria como Germán Palacios (Baires, El sueño de los héroes, Las Vidas Posibles) y Boy Olmi (Bar “El Chino”, Un buda) con el debut cinematográfico -y con un rol protagónico- de Lautaro Bettoni, quien tiene el peso de la historia en sus espaldas y la responsabilidad de fijar el timing de la película a través del desarrollo de su personaje.
Tras el fallecimiento de su madre, Nahuel (Bettoni), viaja al Sur, a la Patagonia Argentina, para reencontrarse con Ernesto (Palacios). Sale con un bolso y una carpeta con una documentación que el propio guión irá develando con el tiempo. Ernesto es su padre biológico y a la vez un extraño: no se ven hace por lo menos una década y como parte del duelo que está atravesando, Nahuel va en su búsqueda e irrumpe en el equilibro de la nueva familia –su esposa y sus cinco hijas mujeres- e incluso comparte algunas de sus jornadas de trabajo como guía de caza mayor.
En ese viaje iniciático quedará atrás el esposo de su madre (Boy Olmi), sus amigos, su colegio y su acomodada vida en Buenos Aires. La agresividad contenida en Nahuel y su profundo resentimiento por la ausencia de su padre durante su crecimiento, se mezcla con el dolor de la reciente pérdida y ese cóctel de sentimientos hará que la relación entre ellos no sea para nada una tarea fácil.
La directora nos brinda su primera entrega para la pantalla grande absolutamente segura de los caminos en los que quiere conducir la historia, desplegando datos paulatinamente y, a su vez, sin escatimar detalles para describir el enrevesado mundo de un adolescente tironeado entre dos figuras tan importantes para la construcción de su identidad, como persona y como hombre. ¿Quién es el padre? ¿Quién es a quien debe llamar “mi viejo”?
Hay dos mundos bien diferenciados desde lo estético, desde la postura de esos dos hombres y desde la actuación. Germán Palacios observa con distancia, pone límites y hace frente hasta físicamente a la batalla que Nahuel le propone, más allá de su propio dolor, el de no haber podido ser padre durante más de una década de ausencia. Boy Olmi, por el contrario, en las pocas escenas que aparece, marca la diferencia: entrega una actuación impecable, con una mirada inmensa que atraviesa la pantalla y un nudo en la garganta de emoción contenida, en momentos claves de la narración.
Garagiola explora la relación padre-hijo, observándola desde estas aristas contrapuestas. Un padre que exige respeto, mientras intenta por todos los medios encontrar manera adecuada para subsanar errores y calmar dolores. Un hijo dolido, imbuido de una imperiosa necesidad de comprender las ausencias que lo marcaron desde tan temprana edad. Y entre ellos un padre del corazón que deberá encontrar un nuevo lugar mientras las piezas se van acomodando.
El entorno geográfico posee peso propio y no es casual que la estación del año escogida sea pleno invierno. No solamente deben lidiar con el frío que recorre a esos vínculos distantes, sino que desde el exterior, el gélido clima acentúa el tormento.
La fotografía, a cargo de Fernando Lockett, suma momentos visuales que no pasan inadvertidos mientras que la musicalización resulta acorde y varía dependiendo de las escenas representadas, utilizando el rap como otro factor más de protesta y de reclamos y como una forma de construir un clima diferente para el universo adolescente.
Una ópera prima construida en base a un conjunto de buenas decisiones: los tiempos, los encuadres, la manera de ir develando la información del pasado de estos personajes, un elenco sin fisuras, arrojan como resultado una película que sorprende gratamente y se transforma en una de las más interesantes del año, absolutamente acreedora de ser apoyada por el público.
Natalia Garagiola estrena su ópera prima, Temporada de Caza, en la que se acompaña de un elenco que combina dos actores de gran trayectoria como Germán Palacios (Baires, El sueño de los héroes, Las Vidas Posibles) y Boy Olmi (Bar “El Chino”, Un buda) con el debut cinematográfico -y con un rol protagónico- de Lautaro Bettoni, quien tiene el peso de la historia en sus espaldas y la responsabilidad de fijar el timing de la película a través del desarrollo de su personaje.
Tras el fallecimiento de su madre, Nahuel (Bettoni), viaja al Sur, a la Patagonia Argentina, para reencontrarse con Ernesto (Palacios). Sale con un bolso y una carpeta con una documentación que el propio guión irá develando con el tiempo. Ernesto es su padre biológico y a la vez un extraño: no se ven hace por lo menos una década y como parte del duelo que está atravesando, Nahuel va en su búsqueda e irrumpe en el equilibro de la nueva familia –su esposa y sus cinco hijas mujeres- e incluso comparte algunas de sus jornadas de trabajo como guía de caza mayor.
En ese viaje iniciático quedará atrás el esposo de su madre (Boy Olmi), sus amigos, su colegio y su acomodada vida en Buenos Aires. La agresividad contenida en Nahuel y su profundo resentimiento por la ausencia de su padre durante su crecimiento, se mezcla con el dolor de la reciente pérdida y ese cóctel de sentimientos hará que la relación entre ellos no sea para nada una tarea fácil.
La directora nos brinda su primera entrega para la pantalla grande absolutamente segura de los caminos en los que quiere conducir la historia, desplegando datos paulatinamente y, a su vez, sin escatimar detalles para describir el enrevesado mundo de un adolescente tironeado entre dos figuras tan importantes para la construcción de su identidad, como persona y como hombre. ¿Quién es el padre? ¿Quién es a quien debe llamar “mi viejo”?
Hay dos mundos bien diferenciados desde lo estético, desde la postura de esos dos hombres y desde la actuación. Germán Palacios observa con distancia, pone límites y hace frente hasta físicamente a la batalla que Nahuel le propone, más allá de su propio dolor, el de no haber podido ser padre durante más de una década de ausencia. Boy Olmi, por el contrario, en las pocas escenas que aparece, marca la diferencia: entrega una actuación impecable, con una mirada inmensa que atraviesa la pantalla y un nudo en la garganta de emoción contenida, en momentos claves de la narración.
Garagiola explora la relación padre-hijo, observándola desde estas aristas contrapuestas. Un padre que exige respeto, mientras intenta por todos los medios encontrar manera adecuada para subsanar errores y calmar dolores. Un hijo dolido, imbuido de una imperiosa necesidad de comprender las ausencias que lo marcaron desde tan temprana edad. Y entre ellos un padre del corazón que deberá encontrar un nuevo lugar mientras las piezas se van acomodando.
El entorno geográfico posee peso propio y no es casual que la estación del año escogida sea pleno invierno. No solamente deben lidiar con el frío que recorre a esos vínculos distantes, sino que desde el exterior, el gélido clima acentúa el tormento.
La fotografía, a cargo de Fernando Lockett, suma momentos visuales que no pasan inadvertidos mientras que la musicalización resulta acorde y varía dependiendo de las escenas representadas, utilizando el rap como otro factor más de protesta y de reclamos y como una forma de construir un clima diferente para el universo adolescente.
Una ópera prima construida en base a un conjunto de buenas decisiones: los tiempos, los encuadres, la manera de ir develando la información del pasado de estos personajes, un elenco sin fisuras, arrojan como resultado una película que sorprende gratamente y se transforma en una de las más interesantes del año, absolutamente acreedora de ser apoyada por el público.

6,0
34
8
11 de enero de 2018
11 de enero de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A estas alturas, y siendo su quinto largometraje, hablar de Eduardo Pinto, director de “Buen día, día”, “Caño Dorado”, “Dora la jugadora”, “Palermo Hollywood” y “Corralón, es destacar su fuerte compromiso con la realidad de nuestra sociedad.
“Corralón” es una clara muestra de ello, y sin filtros y con sobradas muestras de talento, el cineasta pega en donde menos se ve y donde más duele.
Juan (Luciano Cáceres) e Ismael (Pablo Pinto), son empleados de un corralón de materiales para la construcción. Ambos trasladan las compras que realizan los clientes, desde el corralón hacia el lugar indicado por los compradores.
Todo marcha sobre ruedas, hasta que se cruzan en su camino, una pareja de la alta sociedad con la cual tienen un fuerte enfrentamiento y eso provoca en Juan, un deseo irrefrenable de reeducar a estas personas, como si de perros se tratase.
La disparidad social es retratada cinematográficamente con planos y contraplanos que dejan expuesta la grieta colectiva de una manera intensa. El espectadores tiene la posibilidad de jugar entre dos mundos opuestos, y sentirse parte del equipo con el cual más identificado se sienta.
Filmada en blanco y negro, “Corralón” retoza permanentemente con los contrastes, los cuales son bien acompañados por un montaje rabioso, encuadres excelentemente trabajados y una fotografía intensa la cual provoca deseos de ser contemplada tanto como de sacar la vista de ella. Los drones aportan calidad a esta producción digna de ser admirada. Axel Krieger consigue que la banda sonora suene y deje de hacerlo cuando corresponde.
Un casting que deja expuesto el talento que cada uno de los actores posee, y la química que existe entre los protagonistas atraviesa la pantalla. Los movimientos corporales poseen una impronta que merece ser resaltada.
Una historia excesivamente violenta, claustrofóbica, irascible. Un thriller intransigente e inquietante que consigue penetrar profundamente y sojuzga luciendo una mirada del lado humano más animal que todos tenemos dormidos, a la espera de su despertar.
“Corralón” es una clara muestra de ello, y sin filtros y con sobradas muestras de talento, el cineasta pega en donde menos se ve y donde más duele.
Juan (Luciano Cáceres) e Ismael (Pablo Pinto), son empleados de un corralón de materiales para la construcción. Ambos trasladan las compras que realizan los clientes, desde el corralón hacia el lugar indicado por los compradores.
Todo marcha sobre ruedas, hasta que se cruzan en su camino, una pareja de la alta sociedad con la cual tienen un fuerte enfrentamiento y eso provoca en Juan, un deseo irrefrenable de reeducar a estas personas, como si de perros se tratase.
La disparidad social es retratada cinematográficamente con planos y contraplanos que dejan expuesta la grieta colectiva de una manera intensa. El espectadores tiene la posibilidad de jugar entre dos mundos opuestos, y sentirse parte del equipo con el cual más identificado se sienta.
Filmada en blanco y negro, “Corralón” retoza permanentemente con los contrastes, los cuales son bien acompañados por un montaje rabioso, encuadres excelentemente trabajados y una fotografía intensa la cual provoca deseos de ser contemplada tanto como de sacar la vista de ella. Los drones aportan calidad a esta producción digna de ser admirada. Axel Krieger consigue que la banda sonora suene y deje de hacerlo cuando corresponde.
Un casting que deja expuesto el talento que cada uno de los actores posee, y la química que existe entre los protagonistas atraviesa la pantalla. Los movimientos corporales poseen una impronta que merece ser resaltada.
Una historia excesivamente violenta, claustrofóbica, irascible. Un thriller intransigente e inquietante que consigue penetrar profundamente y sojuzga luciendo una mirada del lado humano más animal que todos tenemos dormidos, a la espera de su despertar.
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