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5,6
279
10
19 de marzo de 2016
19 de marzo de 2016
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película Cheyenne Carron nos ofrece una visión real y precisa, sin concesiones a proselitismos ni maniqueísmos, de los musulmanes conversos a la religión católica. El rechazo del que son objeto por parte de sus familiares y amigos, sus inquietudes así como su adaptación a un nuevo entorno y a otro modo de concebir la vida y la fe son planteados con el equilibrio y la naturalidad que solo pueden ofrecer una galería de personajes bien definidos y unos diálogos precisos y sugerentes.
En definitiva, El Apóstol, pese a lo que puede parecer a simple vista, pues no en vano a obtenido ha recibido un premio del festival Mirabile Dictu organizado por el Vaticano, no es un simple panfleto concebido para desacreditar al Islam, ya que su mensaje no es otro que un canto a la comprensión y a la convivencia de las personas por encima de barreras ideológicas y religiosas.
En definitiva, El Apóstol, pese a lo que puede parecer a simple vista, pues no en vano a obtenido ha recibido un premio del festival Mirabile Dictu organizado por el Vaticano, no es un simple panfleto concebido para desacreditar al Islam, ya que su mensaje no es otro que un canto a la comprensión y a la convivencia de las personas por encima de barreras ideológicas y religiosas.

5,4
18.147
9
27 de abril de 2016
27 de abril de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
He de reconocer que desde que leí las primeras críticas del público sobre ¡Ave, César! no solo me sentí inclinado a no verla, sino que el hecho de pensar en ello me causaba el mismo terror que el que me podría producir que me arrancasen noventa minutos de mi vida. Incluso llegue a imaginar que la propia sala de cine, más que un lugar de evasión y disfrute, se había convertido, gracias a esa película, en algo así como una especie de cámara de tortura cuya única razón de ser era provocar el bostezo del espectador y su desconcierto gracias a una historia sin pies ni cabeza.
Pero nada más lejos de la realidad. ¡Ave César! es un viaje a la industria del cine de los años cincuenta, al rodaje de películas de vaqueros habilidosos con el lazo y certeros con la pistola como el Jinete Escarlata, que algunos conocimos tardíamente en la televisión de los setenta; de deslumbrantes sirenas cuya belleza y gracia causarían envidia a la mismísima Esther Williams; de marineros acróbatas y bailarines como Gene Kelly; pero, sobre todo, de esos títulos que Semana Santa tras Semana Santa se perpetuaban en nuestras carteleras recreando la Palestina del siglo I con romanos de rojas capas y bronceadas armaduras.
Una vuelta a un pasado lleno de glamour que ya por sí sola justifica la hora y cuarenta y un minutos de esta producción. Pero también todo un alarde de mordacidad e inteligencia que, gracias a los Coen, no hace distinciones entre capitalistas, comunistas, judíos, protestantes, católicos u ortodoxos. Todo eso es ¡Ave, César!: espectáculo, humor, inteligencia e historia unidos gracias a la magia del cine y de los Coen.
Pero nada más lejos de la realidad. ¡Ave César! es un viaje a la industria del cine de los años cincuenta, al rodaje de películas de vaqueros habilidosos con el lazo y certeros con la pistola como el Jinete Escarlata, que algunos conocimos tardíamente en la televisión de los setenta; de deslumbrantes sirenas cuya belleza y gracia causarían envidia a la mismísima Esther Williams; de marineros acróbatas y bailarines como Gene Kelly; pero, sobre todo, de esos títulos que Semana Santa tras Semana Santa se perpetuaban en nuestras carteleras recreando la Palestina del siglo I con romanos de rojas capas y bronceadas armaduras.
Una vuelta a un pasado lleno de glamour que ya por sí sola justifica la hora y cuarenta y un minutos de esta producción. Pero también todo un alarde de mordacidad e inteligencia que, gracias a los Coen, no hace distinciones entre capitalistas, comunistas, judíos, protestantes, católicos u ortodoxos. Todo eso es ¡Ave, César!: espectáculo, humor, inteligencia e historia unidos gracias a la magia del cine y de los Coen.

6,4
92.183
10
2 de abril de 2021
2 de abril de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Habéis oído hablar de una modalidad de pesca llamada captura y suelta? En YouTube he tenido la ocasión de ver algún que otro vídeo sobre esa especialidad. Los peces, tras su captura, son exhibidos ante la cámara entre risas y parabienes al afortunado pescador y luego devueltos al mar. Pero claro, eso supone que al pobre animal primero le atraviesen la boca con un anzuelo y lo saquen fuera de su medio natural, el agua, lo que equivaldría a que a nosotros nos sumergiesen la cabeza en un barreño mientras luchamos por deshacernos de nuestro torturador dando manotazos y patadas a ciegas.
¿Y cuál es el propósito de esos vídeos? Según sus autores, demostrar que son respetuosos con los peces simplemente porque no los meten en una nevera para comérselos luego con patatas y cebolla. En definitiva, engañarse a ellos mismos y, de paso, a sus seguidores, ya que la finalidad natural de la pesca no es otra que la de obtener peces para comer, y no infligirles un daño innecesario por pura diversión y vanidad.
Pues bien, azotar a un hombre con tiras de cuero dotadas de trozos de hueso y plomo hasta destrozarle los nervios y los músculos, traspasarle la cabeza con espinas, obligarle a llevar un madero donde se le atravesarán las manos y los pies, escupirle, pegarle puñetazos en todo momento no tiene más objeto que hacer el mayor daño posible. Y toda esa degradación, esa atrocidad celebrada con las risas de sus ejecutores es lo que muestra la Pasión de Mel Gibson. A Jesús no se le azota con tiras de algodón con algún toque de mercromina para dar apariencia de sangre o se le pega una bofetada ahuecando la palma de la mano para no hacer daño, como veríamos en cualquier representación de la Pasión de cualquier pueblo. Al Jesús de Gibson se le destroza literalmente secuencia tras secuencia en un delirio que no es más que el fiel reflejo de lo que supuso ese crimen. Una tortura y muerte que no se puede frivolizar dándole una apariencia más amable, tal y como pretenden hacer con los vídeos de peces a los que me he referido al principio, porque ni el dolor ni la muerte jamás podrán llegar a ser amables.
Sé que muchos no estaréis de acuerdo con mi opinión, porque consideráis a Mel Gibson un fanático, racista, xenófobo y un misógino fascista. Pero dejando a un lado las antipatías o fobias que puedan suscitaros el director de La Pasión, es innegable que tanto por su veracidad, por el acierto con que trata el submundo de lo demoníaco sin incurrir en lo ridículo, por su fotografía y también por haber sido rodada en arameo, hebreo y latín, esta es sin duda la mejor y más creíble versión que jamás se haya realizado sobre la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, al menos hasta el momento.
¿Y cuál es el propósito de esos vídeos? Según sus autores, demostrar que son respetuosos con los peces simplemente porque no los meten en una nevera para comérselos luego con patatas y cebolla. En definitiva, engañarse a ellos mismos y, de paso, a sus seguidores, ya que la finalidad natural de la pesca no es otra que la de obtener peces para comer, y no infligirles un daño innecesario por pura diversión y vanidad.
Pues bien, azotar a un hombre con tiras de cuero dotadas de trozos de hueso y plomo hasta destrozarle los nervios y los músculos, traspasarle la cabeza con espinas, obligarle a llevar un madero donde se le atravesarán las manos y los pies, escupirle, pegarle puñetazos en todo momento no tiene más objeto que hacer el mayor daño posible. Y toda esa degradación, esa atrocidad celebrada con las risas de sus ejecutores es lo que muestra la Pasión de Mel Gibson. A Jesús no se le azota con tiras de algodón con algún toque de mercromina para dar apariencia de sangre o se le pega una bofetada ahuecando la palma de la mano para no hacer daño, como veríamos en cualquier representación de la Pasión de cualquier pueblo. Al Jesús de Gibson se le destroza literalmente secuencia tras secuencia en un delirio que no es más que el fiel reflejo de lo que supuso ese crimen. Una tortura y muerte que no se puede frivolizar dándole una apariencia más amable, tal y como pretenden hacer con los vídeos de peces a los que me he referido al principio, porque ni el dolor ni la muerte jamás podrán llegar a ser amables.
Sé que muchos no estaréis de acuerdo con mi opinión, porque consideráis a Mel Gibson un fanático, racista, xenófobo y un misógino fascista. Pero dejando a un lado las antipatías o fobias que puedan suscitaros el director de La Pasión, es innegable que tanto por su veracidad, por el acierto con que trata el submundo de lo demoníaco sin incurrir en lo ridículo, por su fotografía y también por haber sido rodada en arameo, hebreo y latín, esta es sin duda la mejor y más creíble versión que jamás se haya realizado sobre la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, al menos hasta el momento.
Cortometraje

5,5
74
10
19 de julio de 2016
19 de julio de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En tan solo quince minutos, y con una realización e interpretación tan precisas como dignas, Gonzalo Bendala nos lleva de la mano de un personaje que, presa del miedo y de la rabia, emprende una huida hacia delante con la esperanza de que ese monstruo hecho de intolerancia e injusticia, de asesinatos a pie de cuneta y de ignominia y aceite de ricino del que trata de escapar durará poco. Sin duda, una breve pero intensa historia que posee todas las virtudes que debe poseer un buen relato y cuya mayor virtud es su fidelidad a la realidad que algunos tratan de ignorar.

8,4
100.269
10
4 de noviembre de 2016
4 de noviembre de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unas semanas escribí un relato en el que el protagonista era un tipo de mirada dura, pero también melancólica. Y, claro, el parecido con Humphrey era poco menos que inevitable. Por eso decidí ver Casablanca, en parte para revisar mi creación, pero también por curiosidad y para recrearme con el origen de mi inspiración. Pero al igual que sucede con esas obras que todos hemos visto, oído o contemplado más de mil veces o, para ser más concretos, que nos causan esa sensación, aunque no lo hayamos hecho nunca, decidí motivarme para salvar esa pereza de volver a andar otra vez lo mil veces andado.
Así que entré en esta web y leí las críticas respecto a este título. Pero no reparé ni diez segundos sobre aquellas que describían la obra de Michael Curtiz como algo sublime, un alarde de fotografía, de interpretación así como el guión mejor escrito de toda la historia del séptimo arte dotada de una banda sonora que todos hemos tarareado alguna vez que otra, no. Me fui directamente a aquellas que definían esta producción como un aberrante bodrio acartonado, inexpresivo y plagado de tópicos. Y para profundizar en mi búsqueda, fui aún más allá: me fijé en los perfiles de estos críticos y también en las obras que situaban en las antípodas de Casablanca. Y entonces no solo empecé a ver claro, sino que encontré lo que buscaba.
Casablanca es una basura sobrevalorada, pero dos horas o dos y cuarenta minutos donde la hemoglobina artificial y los “joder tío” se reparten el protagonismo a partes iguales son obras maestras, llámense “Kill Bill” o “Reservoir Dogs”. Y, la verdad, no discrepo con estos críticos en cuanto a que ambos títulos son divertidos y entretenidos. Pero, francamente, alguien tan aburrido y poco interesante como yo prefiere recrearse en la intimidad de una velada de cine nocturna con la compleja personalidad de un Rick, que trata de huir de sí mismo bajo el disfraz de su cinismo y su dureza, aun siendo un sentimental y un buenazo, que con los golpes de katana y las patadas de una Uma Thurman desquiciada y frenética.
En fin, detractores del Rick’s Café y de su dueño así como de esa, para ustedes, glacial Ilsa, quédense con su kung fú y sus shuriken, porque para alguien tan raro y gris como yo siempre quedará París.
Así que entré en esta web y leí las críticas respecto a este título. Pero no reparé ni diez segundos sobre aquellas que describían la obra de Michael Curtiz como algo sublime, un alarde de fotografía, de interpretación así como el guión mejor escrito de toda la historia del séptimo arte dotada de una banda sonora que todos hemos tarareado alguna vez que otra, no. Me fui directamente a aquellas que definían esta producción como un aberrante bodrio acartonado, inexpresivo y plagado de tópicos. Y para profundizar en mi búsqueda, fui aún más allá: me fijé en los perfiles de estos críticos y también en las obras que situaban en las antípodas de Casablanca. Y entonces no solo empecé a ver claro, sino que encontré lo que buscaba.
Casablanca es una basura sobrevalorada, pero dos horas o dos y cuarenta minutos donde la hemoglobina artificial y los “joder tío” se reparten el protagonismo a partes iguales son obras maestras, llámense “Kill Bill” o “Reservoir Dogs”. Y, la verdad, no discrepo con estos críticos en cuanto a que ambos títulos son divertidos y entretenidos. Pero, francamente, alguien tan aburrido y poco interesante como yo prefiere recrearse en la intimidad de una velada de cine nocturna con la compleja personalidad de un Rick, que trata de huir de sí mismo bajo el disfraz de su cinismo y su dureza, aun siendo un sentimental y un buenazo, que con los golpes de katana y las patadas de una Uma Thurman desquiciada y frenética.
En fin, detractores del Rick’s Café y de su dueño así como de esa, para ustedes, glacial Ilsa, quédense con su kung fú y sus shuriken, porque para alguien tan raro y gris como yo siempre quedará París.
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