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6,5
33.492
8
11 de mayo de 2025
11 de mayo de 2025
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La sustancia es una provocadora y visceral obra de terror corporal que combina sátira social y crítica feminista con una estética tan grotesca como hipnótica. Coralie Fargeat, directora de Revenge, regresa con una película que no busca sutilezas: su objetivo es incomodar, confrontar y dejar cicatrices.
Demi Moore interpreta a Elisabeth Sparkle, una exestrella de televisión fitness que, tras ser despedida por su edad, recurre a un suero clandestino que promete devolverle la juventud. El resultado es Sue (Margaret Qualley), una versión más joven y perfecta de sí misma. Sin embargo, el procedimiento exige compartir el cuerpo en turnos, lo que desencadena una lucha interna por el control y la identidad.
La película destaca por su audaz crítica a la cosificación del cuerpo femenino y la tiranía de la juventud en la industria del entretenimiento. Fargeat utiliza el horror corporal no solo para impactar, sino para subrayar el sufrimiento físico y emocional que conlleva la presión social sobre las mujeres para mantenerse jóvenes y deseables.
Visualmente, La sustancia es un festín de imágenes perturbadoras que recuerdan a clásicos del género como La mosca o El retrato de Dorian Gray. La dirección de fotografía y el diseño de producción crean una atmósfera opresiva que refuerza el mensaje de la película.
En resumen, La sustancia es una película que no deja indiferente. Su mezcla de horror, crítica social y actuaciones destacadas la convierten en una de las propuestas más audaces y memorables del año.
Demi Moore interpreta a Elisabeth Sparkle, una exestrella de televisión fitness que, tras ser despedida por su edad, recurre a un suero clandestino que promete devolverle la juventud. El resultado es Sue (Margaret Qualley), una versión más joven y perfecta de sí misma. Sin embargo, el procedimiento exige compartir el cuerpo en turnos, lo que desencadena una lucha interna por el control y la identidad.
La película destaca por su audaz crítica a la cosificación del cuerpo femenino y la tiranía de la juventud en la industria del entretenimiento. Fargeat utiliza el horror corporal no solo para impactar, sino para subrayar el sufrimiento físico y emocional que conlleva la presión social sobre las mujeres para mantenerse jóvenes y deseables.
Visualmente, La sustancia es un festín de imágenes perturbadoras que recuerdan a clásicos del género como La mosca o El retrato de Dorian Gray. La dirección de fotografía y el diseño de producción crean una atmósfera opresiva que refuerza el mensaje de la película.
En resumen, La sustancia es una película que no deja indiferente. Su mezcla de horror, crítica social y actuaciones destacadas la convierten en una de las propuestas más audaces y memorables del año.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La narrativa de La sustancia se adentra en la espiral descendente de Elisabeth, quien, al prolongar los periodos en los que Sue toma el control, comienza a experimentar un envejecimiento acelerado y deformaciones físicas. La relación simbiótica entre ambas se deteriora, y Sue decide mantener el control permanentemente, dejando a Elisabeth atrapada en un cuerpo cada vez más deteriorado.
En un intento desesperado por recuperar su vida, Elisabeth adquiere un suero diseñado para eliminar a Sue. Sin embargo, su deseo de fama y juventud la lleva a reanimarla, rompiendo el equilibrio y permitiendo que ambas personalidades coexistan simultáneamente. Esta decisión culmina en una transformación grotesca en la que ambas se fusionan en una criatura deforme.
El clímax de la película ocurre durante una transmisión en vivo, donde la criatura resultante se presenta ante el público, provocando horror y caos. La escena final muestra el rostro original de Elisabeth derritiéndose en un charco de sangre, simbolizando la destrucción total de su identidad y la futilidad de su lucha contra el envejecimiento y la obsolescencia impuesta por la sociedad.
En un intento desesperado por recuperar su vida, Elisabeth adquiere un suero diseñado para eliminar a Sue. Sin embargo, su deseo de fama y juventud la lleva a reanimarla, rompiendo el equilibrio y permitiendo que ambas personalidades coexistan simultáneamente. Esta decisión culmina en una transformación grotesca en la que ambas se fusionan en una criatura deforme.
El clímax de la película ocurre durante una transmisión en vivo, donde la criatura resultante se presenta ante el público, provocando horror y caos. La escena final muestra el rostro original de Elisabeth derritiéndose en un charco de sangre, simbolizando la destrucción total de su identidad y la futilidad de su lucha contra el envejecimiento y la obsolescencia impuesta por la sociedad.
11 de mayo de 2025
11 de mayo de 2025
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Los chicos de la Nickel es una adaptación cinematográfica de la novela ganadora del Premio Pulitzer de Colson Whitehead, dirigida por RaMell Ross. La película narra la poderosa amistad entre dos jóvenes afroamericanos que atraviesan juntos las duras pruebas de un reformatorio en Florida durante la era de la segregación racial .
La dirección de Ross se caracteriza por una narrativa audaz y experimental, utilizando una perspectiva en primera persona que sumerge al espectador en la experiencia subjetiva de los protagonistas. Esta elección estilística ha sido elogiada por su capacidad para transmitir la brutalidad del entorno sin recurrir a representaciones explícitas de violencia .
Las actuaciones de Ethan Herisse y Brandon Wilson, en los roles de Elwood y Turner respectivamente, son destacables por su profundidad y autenticidad. La química entre ambos actores refuerza la verosimilitud de la relación entre los personajes, aportando una dimensión emocional que sostiene la narrativa.
La cinematografía de Jomo Fray y la banda sonora compuesta por Alex Somers y Scott Alario complementan la visión artística de Ross, creando una atmósfera que oscila entre lo lírico y lo perturbador. La película ha sido reconocida por su innovación visual y su enfoque sensible hacia temas complejos como el racismo institucional y la pérdida de la inocencia .
Los chicos de la Nickel es una obra que desafía las convenciones del cine histórico, ofreciendo una experiencia cinematográfica que invita a la reflexión y al diálogo sobre las injusticias del pasado y su resonancia en el presente.
La dirección de Ross se caracteriza por una narrativa audaz y experimental, utilizando una perspectiva en primera persona que sumerge al espectador en la experiencia subjetiva de los protagonistas. Esta elección estilística ha sido elogiada por su capacidad para transmitir la brutalidad del entorno sin recurrir a representaciones explícitas de violencia .
Las actuaciones de Ethan Herisse y Brandon Wilson, en los roles de Elwood y Turner respectivamente, son destacables por su profundidad y autenticidad. La química entre ambos actores refuerza la verosimilitud de la relación entre los personajes, aportando una dimensión emocional que sostiene la narrativa.
La cinematografía de Jomo Fray y la banda sonora compuesta por Alex Somers y Scott Alario complementan la visión artística de Ross, creando una atmósfera que oscila entre lo lírico y lo perturbador. La película ha sido reconocida por su innovación visual y su enfoque sensible hacia temas complejos como el racismo institucional y la pérdida de la inocencia .
Los chicos de la Nickel es una obra que desafía las convenciones del cine histórico, ofreciendo una experiencia cinematográfica que invita a la reflexión y al diálogo sobre las injusticias del pasado y su resonancia en el presente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La trama sigue a Elwood Curtis, un joven afroamericano con un futuro prometedor, cuya vida da un giro trágico cuando es injustamente enviado al reformatorio Nickel Academy. Allí, conoce a Turner, un compañero más cínico y experimentado. La relación entre ambos se convierte en un ancla emocional en medio de un entorno marcado por el abuso y la deshumanización.
La narrativa se desarrolla en dos líneas temporales: el pasado, que muestra las experiencias de Elwood en la academia, y el presente, donde un Elwood adulto reflexiona sobre su pasado y busca justicia. Este enfoque permite explorar las secuelas psicológicas de la violencia institucional y la importancia de la memoria histórica.
El clímax de la película revela que Elwood murió en la academia, y que Turner ha estado viviendo bajo su identidad desde entonces. Este giro narrativo subraya la magnitud del trauma y la necesidad de reconocimiento y reparación para las víctimas de tales instituciones.
La película concluye con Turner, aún bajo la identidad de Elwood, participando en una ceremonia de conmemoración para las víctimas de la Nickel Academy. Este acto simboliza un intento de reconciliación con el pasado y un homenaje a aquellos cuyas voces fueron silenciadas.
La narrativa se desarrolla en dos líneas temporales: el pasado, que muestra las experiencias de Elwood en la academia, y el presente, donde un Elwood adulto reflexiona sobre su pasado y busca justicia. Este enfoque permite explorar las secuelas psicológicas de la violencia institucional y la importancia de la memoria histórica.
El clímax de la película revela que Elwood murió en la academia, y que Turner ha estado viviendo bajo su identidad desde entonces. Este giro narrativo subraya la magnitud del trauma y la necesidad de reconocimiento y reparación para las víctimas de tales instituciones.
La película concluye con Turner, aún bajo la identidad de Elwood, participando en una ceremonia de conmemoración para las víctimas de la Nickel Academy. Este acto simboliza un intento de reconciliación con el pasado y un homenaje a aquellos cuyas voces fueron silenciadas.

7,5
3.828
9
11 de mayo de 2025
11 de mayo de 2025
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Aún estoy aquí es una obra que trasciende el cine para convertirse en un acto de memoria colectiva. Walter Salles regresa al drama político con una sensibilidad que evita el panfleto y abraza la humanidad de sus personajes. Basada en las memorias de Marcelo Rubens Paiva, la película reconstruye la vida de Eunice Paiva, madre y esposa, cuya existencia se ve fracturada por la desaparición forzada de su marido durante la dictadura militar brasileña .
Fernanda Torres ofrece una interpretación contenida y poderosa de Eunice, transmitiendo el dolor y la determinación de una mujer que, enfrentada a la represión estatal, se convierte en defensora de los derechos humanos. La presencia de Fernanda Montenegro como la Eunice anciana añade una capa de profundidad emocional, conectando pasado y presente con una sutileza conmovedora.
La dirección de Salles se caracteriza por una narrativa sobria y respetuosa, que permite que la historia hable por sí misma. La fotografía de Adrián Teijido y el diseño de producción de Carlos Conti recrean con precisión la atmósfera de los años setenta, sumergiendo al espectador en una época de incertidumbre y miedo.
La película ha sido reconocida internacionalmente, siendo galardonada como la mejor película internacional en la 97.ª edición de los Premios Óscar y destacada por su impacto en la recuperación de la memoria histórica.
Fernanda Torres ofrece una interpretación contenida y poderosa de Eunice, transmitiendo el dolor y la determinación de una mujer que, enfrentada a la represión estatal, se convierte en defensora de los derechos humanos. La presencia de Fernanda Montenegro como la Eunice anciana añade una capa de profundidad emocional, conectando pasado y presente con una sutileza conmovedora.
La dirección de Salles se caracteriza por una narrativa sobria y respetuosa, que permite que la historia hable por sí misma. La fotografía de Adrián Teijido y el diseño de producción de Carlos Conti recrean con precisión la atmósfera de los años setenta, sumergiendo al espectador en una época de incertidumbre y miedo.
La película ha sido reconocida internacionalmente, siendo galardonada como la mejor película internacional en la 97.ª edición de los Premios Óscar y destacada por su impacto en la recuperación de la memoria histórica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La narrativa de Aún estoy aquí se desarrolla en tres tiempos: 1971, 1996 y 2014. En 1971, Rubens Paiva es detenido y desaparecido por el régimen militar. Eunice, tras ser encarcelada brevemente, inicia una lucha incansable por la verdad y la justicia. En 1996, recibe el certificado oficial de defunción de su esposo, un reconocimiento tardío del Estado brasileño. Finalmente, en 2014, ya anciana y afectada por el Alzheimer, Eunice revive fragmentos de su pasado al ver un reportaje sobre la Comisión Nacional de la Verdad .
La película culmina con una escena en la que Eunice, rodeada de su familia, parece encontrar una forma de paz. Sin embargo, los créditos finales recuerdan que, aunque se identificaron a los responsables de la muerte de Rubens Paiva, nunca fueron procesados. Este cierre subraya la impunidad persistente y la necesidad de mantener viva la memoria para evitar la repetición de tales atrocidades.
La película culmina con una escena en la que Eunice, rodeada de su familia, parece encontrar una forma de paz. Sin embargo, los créditos finales recuerdan que, aunque se identificaron a los responsables de la muerte de Rubens Paiva, nunca fueron procesados. Este cierre subraya la impunidad persistente y la necesidad de mantener viva la memoria para evitar la repetición de tales atrocidades.

7,7
34.748
8
11 de mayo de 2025
11 de mayo de 2025
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Dune: Parte Dos es un coloso visual y narrativo. Denis Villeneuve no solo continúa la historia donde la dejó, sino que amplifica su escala, complejidad y ambición. Si la primera parte era una introducción densa y ceremoniosa, esta secuela es una explosión de conflictos, misticismo y consecuencias. El director logra lo que parecía imposible: adaptar con fidelidad emocional uno de los tramos más crudos, filosóficos y visionarios de la novela de Frank Herbert.
Timothée Chalamet muestra una evolución notable en su interpretación de Paul Atreides. Su transición de joven heredero atormentado a figura mesiánica cargada de contradicciones está llena de matices. No hay triunfalismo en su ascenso, sino ambigüedad y una sombra creciente que recorre toda la cinta.
El apartado visual es sencillamente sobrecogedor. Desde los duelos cuerpo a cuerpo hasta las vastas batallas en las arenas, Villeneuve ofrece un espectáculo que equilibra el detalle íntimo con la grandiosidad épica. La fotografía de Greig Fraser y la partitura de Hans Zimmer vuelven a crear una atmósfera opresiva, casi ritual. Cada imagen parece pensada como un grabado mitológico: árido, inmenso, y bello en su desolación.
La película mantiene un ritmo pausado, pero cargado de tensión acumulativa. El guion evita didactismos, confiando en la inteligencia del espectador para seguir una trama que mezcla política, religión, ecología y destino. Dune: Parte Dos no es cine de evasión, sino de inmersión: exige atención, pero recompensa con una densidad emocional poco habitual en el cine comercial contemporáneo.
No es perfecta. Algunos personajes secundarios reciben menos desarrollo del esperado y el desenlace, por su propia naturaleza, dejará divididas a ciertas audiencias. Pero lo que ofrece Villeneuve es cine de gran autoría disfrazado de superproducción, una rareza que merece celebrarse.
Timothée Chalamet muestra una evolución notable en su interpretación de Paul Atreides. Su transición de joven heredero atormentado a figura mesiánica cargada de contradicciones está llena de matices. No hay triunfalismo en su ascenso, sino ambigüedad y una sombra creciente que recorre toda la cinta.
El apartado visual es sencillamente sobrecogedor. Desde los duelos cuerpo a cuerpo hasta las vastas batallas en las arenas, Villeneuve ofrece un espectáculo que equilibra el detalle íntimo con la grandiosidad épica. La fotografía de Greig Fraser y la partitura de Hans Zimmer vuelven a crear una atmósfera opresiva, casi ritual. Cada imagen parece pensada como un grabado mitológico: árido, inmenso, y bello en su desolación.
La película mantiene un ritmo pausado, pero cargado de tensión acumulativa. El guion evita didactismos, confiando en la inteligencia del espectador para seguir una trama que mezcla política, religión, ecología y destino. Dune: Parte Dos no es cine de evasión, sino de inmersión: exige atención, pero recompensa con una densidad emocional poco habitual en el cine comercial contemporáneo.
No es perfecta. Algunos personajes secundarios reciben menos desarrollo del esperado y el desenlace, por su propia naturaleza, dejará divididas a ciertas audiencias. Pero lo que ofrece Villeneuve es cine de gran autoría disfrazado de superproducción, una rareza que merece celebrarse.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El clímax de la película —el enfrentamiento entre Paul Atreides y Feyd-Rautha Harkonnen— está filmado con una tensión casi operística. Es más que un duelo físico: es una colisión ideológica. Paul no lucha solo por venganza, sino por consolidar un papel que no desea del todo, pero que acepta como inevitable. La coreografía del combate, brutal y estilizada, culmina en un acto que sella su destino: asumir el rol de mesías, incluso a costa de su humanidad.
Uno de los momentos más impactantes es la decisión de Paul de casarse políticamente con la princesa Irulan (interpretada con sutileza por Florence Pugh), mientras mantiene su amor por Chani. Esto no solo rompe con la visión romántica que algunos podrían esperar, sino que refuerza el dilema central del personaje: para liderar, debe sacrificar sus deseos personales. Es una tragedia disfrazada de victoria.
La transformación de Paul en “Muad’Dib”, líder de los Fremen, está envuelta en simbolismo religioso. Villeneuve maneja esto con inteligencia: la película no glorifica su figura, sino que cuestiona el culto que lo rodea. El plano final, con Chani alejándose sola entre las dunas, es demoledor. Ella ha sido testigo no solo del ascenso de un ídolo, sino de la pérdida del hombre que amaba, devorado por su destino.
Este cierre, lejos de ser un final feliz, deja un sabor amargo. Paul ha vencido, sí, pero el precio es altísimo. Ha activado una guerra santa de escala galáctica y, lo más inquietante, ha comenzado a justificarla. Dune: Parte Dos no termina con una promesa de redención, sino con una advertencia: cuidado con los héroes que creemos necesitar.
Uno de los momentos más impactantes es la decisión de Paul de casarse políticamente con la princesa Irulan (interpretada con sutileza por Florence Pugh), mientras mantiene su amor por Chani. Esto no solo rompe con la visión romántica que algunos podrían esperar, sino que refuerza el dilema central del personaje: para liderar, debe sacrificar sus deseos personales. Es una tragedia disfrazada de victoria.
La transformación de Paul en “Muad’Dib”, líder de los Fremen, está envuelta en simbolismo religioso. Villeneuve maneja esto con inteligencia: la película no glorifica su figura, sino que cuestiona el culto que lo rodea. El plano final, con Chani alejándose sola entre las dunas, es demoledor. Ella ha sido testigo no solo del ascenso de un ídolo, sino de la pérdida del hombre que amaba, devorado por su destino.
Este cierre, lejos de ser un final feliz, deja un sabor amargo. Paul ha vencido, sí, pero el precio es altísimo. Ha activado una guerra santa de escala galáctica y, lo más inquietante, ha comenzado a justificarla. Dune: Parte Dos no termina con una promesa de redención, sino con una advertencia: cuidado con los héroes que creemos necesitar.
7
11 de mayo de 2025
11 de mayo de 2025
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A Complete Unknown es un biopic atípico. Lejos de querer abarcar toda la vida de Bob Dylan, la película de James Mangold se concentra en un momento clave de su carrera: su transición del folk acústico al rock eléctrico a mediados de los años 60, un gesto que dividió a su público y que terminó por cimentar su leyenda.
Timothée Chalamet sorprende con una interpretación que evita la caricatura o la imitación plana. No busca "hacer de Dylan", sino canalizar su ambigüedad, su voz interna, ese aire de distancia casi impenetrable que siempre lo ha acompañado. Su presencia transmite juventud, inseguridad y al mismo tiempo una voluntad férrea por definirse a su manera.
Mangold acierta al evitar una estructura biográfica convencional. La narrativa fluye como una canción de Dylan: llena de cortes, contradicciones y ritmo irregular. No hay una voz en off que lo explique todo ni una moraleja clara. En su lugar, se nos presenta a un artista que huye de etiquetas y que se resiste, incluso frente a la cámara, a ser fijado en una imagen definitiva.
La dirección es sobria, con momentos musicales potentes pero sin caer en la hagiografía. El diseño de producción reconstruye con eficacia la escena folk de Nueva York, las tensiones con la prensa y el entorno cultural del Greenwich Village, sin convertirlo en una postal nostálgica. Hay roces con la industria, con sus contemporáneos y consigo mismo. El Dylan que aparece aquí es tan fascinante como escurridizo.
A Complete Unknown es más sugerente que explicativa, más sensorial que cronológica. Para algunos puede resultar frustrante, pero es precisamente en esa indefinición donde se siente más auténtica.
Timothée Chalamet sorprende con una interpretación que evita la caricatura o la imitación plana. No busca "hacer de Dylan", sino canalizar su ambigüedad, su voz interna, ese aire de distancia casi impenetrable que siempre lo ha acompañado. Su presencia transmite juventud, inseguridad y al mismo tiempo una voluntad férrea por definirse a su manera.
Mangold acierta al evitar una estructura biográfica convencional. La narrativa fluye como una canción de Dylan: llena de cortes, contradicciones y ritmo irregular. No hay una voz en off que lo explique todo ni una moraleja clara. En su lugar, se nos presenta a un artista que huye de etiquetas y que se resiste, incluso frente a la cámara, a ser fijado en una imagen definitiva.
La dirección es sobria, con momentos musicales potentes pero sin caer en la hagiografía. El diseño de producción reconstruye con eficacia la escena folk de Nueva York, las tensiones con la prensa y el entorno cultural del Greenwich Village, sin convertirlo en una postal nostálgica. Hay roces con la industria, con sus contemporáneos y consigo mismo. El Dylan que aparece aquí es tan fascinante como escurridizo.
A Complete Unknown es más sugerente que explicativa, más sensorial que cronológica. Para algunos puede resultar frustrante, pero es precisamente en esa indefinición donde se siente más auténtica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El momento central de la película gira en torno al ya mítico concierto de Dylan en el Festival de Newport en 1965, donde aparece con una guitarra eléctrica junto a The Hawks (posteriormente The Band), y recibe una mezcla de abucheos y vítores. Mangold lo filma como una batalla simbólica, no solo entre el pasado y el futuro del folk, sino entre el Dylan público y el privado. No hay una exaltación épica, sino un retrato confuso, ruidoso, visceral. La cámara no toma partido: muestra el desconcierto, la tensión y también el gozo de liberarse del molde.
Uno de los momentos más intensos se da en el diálogo entre Dylan y Pete Seeger, quien en la película encarna una figura casi paternal y decepcionada. No hay insultos ni dramatismo exagerado, solo un desencuentro profundo entre generaciones, entre dos formas de entender la música y el compromiso. Esa escena, más que cualquier monólogo, nos deja ver lo difícil que fue para Dylan romper con lo que representaba, incluso para quienes lo admiraban.
Otro punto destacable es la relación de Dylan con la prensa, mostrada como un desfile de interrogatorios sin alma, en los que el músico responde con evasivas o sarcasmos. El guion logra transmitir el hartazgo de alguien que se ve obligado a explicar lo inexplicable: su evolución artística. Esa tensión culmina en una secuencia en la que un periodista lo acusa de traicionar su causa, y Dylan responde: “¿Qué causa? ¿La tuya o la mía?” Esa línea encapsula todo el espíritu de la película.
El final no ofrece cierre. Dylan sigue adelante, rumbo a otra gira, otra transformación. Mangold elige terminar en movimiento, sin epílogo ni conclusión, reforzando la idea de que Dylan nunca ha sido —ni será— un personaje estático. Es, como sugiere el título, un completo desconocido, incluso para sí mismo.
Uno de los momentos más intensos se da en el diálogo entre Dylan y Pete Seeger, quien en la película encarna una figura casi paternal y decepcionada. No hay insultos ni dramatismo exagerado, solo un desencuentro profundo entre generaciones, entre dos formas de entender la música y el compromiso. Esa escena, más que cualquier monólogo, nos deja ver lo difícil que fue para Dylan romper con lo que representaba, incluso para quienes lo admiraban.
Otro punto destacable es la relación de Dylan con la prensa, mostrada como un desfile de interrogatorios sin alma, en los que el músico responde con evasivas o sarcasmos. El guion logra transmitir el hartazgo de alguien que se ve obligado a explicar lo inexplicable: su evolución artística. Esa tensión culmina en una secuencia en la que un periodista lo acusa de traicionar su causa, y Dylan responde: “¿Qué causa? ¿La tuya o la mía?” Esa línea encapsula todo el espíritu de la película.
El final no ofrece cierre. Dylan sigue adelante, rumbo a otra gira, otra transformación. Mangold elige terminar en movimiento, sin epílogo ni conclusión, reforzando la idea de que Dylan nunca ha sido —ni será— un personaje estático. Es, como sugiere el título, un completo desconocido, incluso para sí mismo.
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