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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
9 de noviembre de 2014
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entiendo que se critique hasta la saciedad el vacío argumental de esta película.
Yo entiendo que mucha gente manifieste su repulsión hacia el éxito tan sobrevalorado que tiene James Cameron en el mundo cinematográfico.
Entiendo que la gente no disfrute por el predominio de lo visual y la ausencia de lo emocional.
Entiendo que la gente sienta un cierto desprecio hacia la actuación de Sam Worthington (y comparto ese desprecio).
Entiendo que la gente se aburra, que se espere más de lo que hay o que se espere otra cosa de lo que hay.
Entiendo todo esto y más. He leído multitud de críticas, comentarios y valoraciones de la película, y en muchas de ellas (donde ponen a Avatar como el truño más infumable de la última década) comparto la opinión sobre ciertos aspectos. Pero vamos al grano. Por qué un 9 y no un 4.

Vi Avatar hace tiempo. Fui al cine con un amigo y la vimos en 3D. Salí del cine cabreado. No solo por lo que me costó el cine y las gafas (que por aquel entonces yo no tenía unas en casa), sino porque me sentía como cuando la gente fue a ver la primera película de Torrente: ¿pero qué mierda me han vendido? ¿Por qué Santiago Segura y James Cameron comparten el mismo director de publicidad? Por aquel entonces le habría puesto menos de un 4.

Volví a verla dos años después, aproximadamente. Me dormí en el intento. No entendía por qué la película era tan conocida, tan valorada y tan comentada por la gente. ¿Era precisamente por eso, por ser un truño infumable? Lo más lógico sería pensar que no, dado la recaudación de taquilla y las nominaciones que recibió. Pero a mitad de película no pude aguantar más la excesiva acumulación de tópicos y recursos fáciles de los que hacía alarde la película para desarrollarse. Y odiaba a Worthington con todas mis fuerzas, más que a Sandra Bullock. Y es difícil odiar la actuación de alguien más que la de Sandra Bullock (desde aquí aprovecho y lanzo un mensaje de pésame para Alfonso Cuarón).

Llegamos a 2014. No sé por qué razón y motivo pensé: "quiero ver Avatar". Lo leería en algún lado, posiblemente. Y me puse Avatar. Tres horas más tarde (porque me vi la versión extendida, con dos cojones), tenía argumentos para decir que es una de las mejores películas que he visto:

1. El universo Pandora. Sé que es la vía más fácil para excusarse y decir que Avatar es una buena película, pero va más allá de eso. Me puse desde el punto de vista de Cameron, qué era lo que quería conseguir y qué objetivos tenía en mente a la hora de realizar la película. El primero, imagino, sería la propia satisfacción personal. Numerosos genios han creado universos ficticios que han creado afición, que han cautivado al público. Creo que, de alguna manera u otra, Cameron lo consigue. Cuando terminas de ver Avatar (independientemente de si te ha gustado o no), acabas volviendo al mundo de Pandora, pero en tu mente. No te deja indiferente. Y sabes que, aunque la película sea mala, Pandora es una creación exquisita. Todo lo que rodea el mundo de los Na'vi es espectacular. Hay lenguas, costumbres, tradiciones, una nueva forma de ver el mundo, de entenderlo y de valorarlo. Hay un contraste entre el mundo humano y el mundo de Pandora que nos lleva a otro argumento que refuerza mi valoración positiva hacia la película...

2. ... y es la crítica social. Es alucinante. El ser humano es un alienígena en territorio comanche, en terreno desconocido. Y, por extensión, ¿qué hace el ser humano cuando se encuentra en terreno desconocido? Conquistarlo, olvidando así las ideologías que la propia sociedad occidental ha tratado de imponer durante siglos y siglos. El hombre destroza, arrasa y destruye todo lo que rodea a la cultura Na'vi para su propio beneficio, para su satisfacción personal. Es poner en peligro vidas ajenas por el agrado a uno mismo. Nos agrada destruir, nos complace conquistar. Primero estudiamos a otros distintos a nuestra raza y, después, la existencia de un universo lleno de ambición y avaricia nos convierte en presos del egoísmo. Somos cortos de miras. James Cameron se ríe en nuestra cara y hace que sintamos compasión por los Na'vi. Hace que repudiemos al ser humano. Nos hace pensar, nos hace reflexionar. Nos vende una historia comercial, sí. Pero todos amamos a los Na'vi y odiamos a los humanos en Avatar. ¿Tiene mérito? Bueno, eso ya depende de cada uno. Desde mi punto de vista, es el punto fuerte de Avatar.

¿El guión es horrible, cogido con pinzas y lleno de tópicos? Sí.
¿Se profundiza en los personajes y en sus personalidades? No.
¿Es normal que la gente sienta odio por esta película? Sí.

Me da igual. A mí me encanta. Es la demostración de que el cine comercial también crea grandes tesoros.
8 de octubre de 2014 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como en cualquier estreno de una gran película, me siento en la butaca y espero impaciente al comienzo de la película. Los tres minutos iniciales buscan distraer al espectador poniendo, como antaño, los créditos del film al comienzo del mismo. La primera escena, y con ella la primera mirada de ambos protagonistas, ya da pie a especulaciones sobre la personalidad de cada uno. Sobre por qué había que hacer una historia con dos detectives y no partir de la premisa de utilizar tan solo a uno.
En lo narrativo, poco se puede decir. Pocas cosas quedan ya por inventar en el cine, tanto español como internacional, y si hay algo que no hayamos conocido que pueda filmarse, no se da el caso con esta película. Sin embargo, Alberto Rodríguez hace uso de un argumento interesante, atractivo y jugoso, con la idea de captar la atención del espectador durante la mayor parte del desarrollo de la película. Varias cosas me recordaron a un genio que antaño conquistó cada sala de cine en la que proyectó sus obras maestras. Quizá no tuviera nada que ver con la trama –o sí–, pero The Birds y Psycho aparecen homenajeadas en el film: las gaviotas que vuelan alrededor del lugar del crimen durante toda la película, y el hecho de encontrar los cadáveres al poco de iniciar la película. Quizás la idea de tratarse de una película de suspense o que incluya en uno de sus pilares la influencia del mejor cine negro puede ser la respuesta a tal homenaje. Es posible que Rodríguez supiera la complejidad que supone tejer a la perfección una trama del calibre de La isla mínima, pero demuestra en cada escena la habilidad que tiene para hilar cada pequeño fragmento de la historia hasta alcanzar un final cerrado y sin roturas. Cerrado y completo. Sin heridas.
Técnicamente, la película está dotada de una calidad poco habitual en el cine español. La puesta en escena logra introducir al espectador en un espacio gris, ocre, asolado, lleno de dudas y de incertidumbre, que hace partícipe al público del misterio que intentan resolver Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez. La dirección de fotografía se acerca a lo que podría ser el comienzo de un nuevo auge para el cine español dentro de las producciones europeas. La idea de rodar en un espacio tan llano, tan desértico, tan alejado del mundo industrial y, a la vez, tan extraño, es todo un acierto para la resolución final de la película. La abundancia de primeros planos, de movimientos de cámara bruscos en persecuciones como la carrera nocturna de Raúl Arévalo persiguiendo el coche blanco del violador (para mí, la mejor escena de la película) o de transiciones de plano tan lentas y pausadas en el transcurso de la historia, también es todo un acierto, no solo por la unión que consigue generar entre la película y el público que la visualiza, sino por el grado de compromiso al que se enfrenta una producción de tal calibre frente a la costumbre cinematográfica de ver películas más convencionales, todas grabadas de la misma forma, siguiendo un mismo esquema, un mismo eje técnico y visual.
La historia alude a un contexto histórico también poco habitual en el cine, comprometido y polémico desde siempre, que, a la vez, resulta ser lo más atractivo de toda la película. Alberto Rodríguez ubica su argumento en pleno inicio de la democracia española, sitúa a dos policías ideológicamente opuestos en dicho argumento y, a raíz de ahí, construye dos historias paralelas, sirviéndose del pretexto histórico para mostrar al público la evolución de dos personajes completamente distintos. Es algo que halagar, pues, estando juntos ambos protagonistas, lo que importa es la personalidad que cada uno impone sobre el otro y, cuando se separan, el asunto realmente importante es la razón por la que están juntos en el mismo sitio e investigando el mismo caso: los asesinatos de Carmen y Estrella.
Durante varias escenas, Alberto Rodríguez consigue ponerme en tensión; otras, en cambio, me invita a una reflexión sobre las ideologías de los personajes que, vistas desde un segundo plano de la película, surgen por sí solas en la mente de cada espectador y crean ese espacio en la mente reservado para cada película que explica siempre por qué tanto Arévalo como Gutiérrez actúan de la manera en que lo hacen. Es ese “y ahora hace eso porque piensa así…” lo que demuestra la complejidad de la trama y el grado de dificultad que consigue vencer el director al presentar una historia tan enfrentada entre sí.
La película acaba y me levanto de mi butaca. El cine español pocas veces me había dejado tan buen sabor de boca, tan buenas sensaciones de cara al futuro. Me marcho del cine. Llego a mi casa todavía con la miel en los labios y comienzo a escribir esta reflexión, analizando y pensando cada escena como si de un pequeño puzle se tratara. Y me acuerdo de una en especial. La escena final, que concluye con un “todo bien, ¿no?” de Javier Gutiérrez.
Pues sí, Alberto Rodríguez, en La isla mínima todo bien.
Chapeau.
11 de octubre de 2014 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Hasta dónde es capaz de llegar el ingenio humano a la hora de construir las piezas de lo que pudiera ser la obra maestra de un autor? Pues bien, aquí lo tenemos representado de la mejor manera posible. El ingenio de Hitchcock representa, en su totalidad, la propia figura del cineasta, que se sirve de lo mejor de su carrera cinematográfica para regalarle al público de los 60 una obra que pasará a la historia del cine del terror y del suspense.

La historia en sí no representa una innovación más allá de lo que Hitchcock había ofrecido hasta ese momento, pues se sirve de sus propios tópicos para engañar al espectador, una vez más, mediante el uso del McGuffin o técnicas visuales que nadie más sería capaz de realizar en los años 60. Lo realmente importante en esta película es el trasfondo psicológico que trata, el enorme talento visual del cineasta y el por qué de la importancia posterior de Psycho en todo el cine americano y europeo.

En ese primer sentido, Anthony Perkins representa a la perfección la importancia de la psicología en el papel de un personaje. Un hombre con dos caras: inocente, pero misterioso; agradable y, a la vez, terrorífico; sumiso y, a la vez, dominante. Lo representa todo. Representa los valores del mejor cine de terror y representa la calidad interpretativa del actor para inculcar en el público cada rasgo de Norman Bates, es decir, para hacer de Norman Bates un personaje profundamente humano, un "todos y cada uno de nosotros" en cada escena, en cada secuencia, en cada intervención. Janet Leigh también está a la altura con la interpretación de su personaje, pero, al igual que cualquiera que asistiera al cine y se sentase en la butaca y observara a Anthony Perkins, se muestra sumisa a la interpretación de Anthony Perkins y ve su reflejo en él en cada diálogo que entablan juntos.

Del talento de Hitchcock para innovar y sorprender con cada título de su carrera cinematográfica tampoco se puede decir mucho más que no se haya dicho. Sus escenas han pasado a la historia como tópicos de donde han bebido futuros cineastas y, por lo tanto, ha quedado relegado al papel del "padre" del cine norteamericano y europeo posterior a los 70. Hitch jugaba con cada escena y le daba la importancia necesaria para que el espectador supiera que cualquier movimiento de Norman era fundamental para entender el resto de la película, o cualquier mirada entre ambos protagonistas era tan crucial que nadie en la sala podía despegar los ojos de la pantalla si quería saber cómo finalizaba la película. La idea de cargarse a la protagonista a la media hora de comenzar la película fue otra jugada maestra de Alfred Hitchcock que, si bien puede resultar de lo más atrevida, supuso un punto de inflexión para entender que en la película existe un antes y un después en el que cada espectador se siente reflejado cuando ve la película.

Todos estos aspectos se unen en uno solo para explicar por qué Psycho ha sido fundamental en el desarrollo del cine posterior: es una película completa, de los pies a la cabeza. No existen peros, no hay dudas, no hay objeciones, no hay problemas ni errores. Todo está medido al milímetro. Todo está cuidado, desde la iluminación hasta la elección de vestuario de los actores. Desde la primera escena hasta la última. Cada una de las secuencias de Psycho ha sido clave en producciones posteriores, desde el género dramático hasta las comedias con situaciones de secuestro o asesinatos. Cada manipulación de Hitchcock en el desarrollo de la película ha sido esencial para entender por qué Psycho es su "gran" obra maestra. Cualquier adjetivo no describiría tan fielmente lo que supone ver por primera vez la escena de la ducha, el desenlace final en la mansión de Norman Bates o el propio monólogo de Norman Bates en la oficina de la policía, así como las técnicas audiovisuales que emplea Hitchcock y que nadie mejor que él habría sabido plasmar en la época.

Una maravilla, de los pies a la cabeza.

Nada más que decir. Psycho es el cine en estado puro. Hitchcock es el cine en estado puro.
9 de noviembre de 2014 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Deja volar tu imaginación. Bienvenido al universo Pixar, donde todo pasa, donde todo es posible. Up te sumerge a lo más profundo del corazón y saca lo mejor de uno mismo, el lado más humano. Supone la vuelta a la niñez con la madurez de un adulto. Perspectivas distintas que, sin embargo, se juntan en una pequeña obra maestra que tiene como protagonistas ambos extremos de la vida. Carl, un pobre anciano sin nada que perder, pero con una gran pérdida, la de Ellie, y la del sueño de ambos. Solitario, pesimista, independiente, decide embarcarse en su propia aventura personal. Russell, un niño sin escrúpulos, aventurero, revolucionario y, sobre todo, inocente, decide acompañar a Carl hasta lo más profundo de nuestras almas.

En ella encontramos una fotografía de escándalo, sublime, donde la animación le pega una hostia a la realidad y funde su tortazo con escenas llenas de magia, donde lo que importa es saber sentir y disfrutar, y no solo ver. Los paisajes de Venezuela abren un abanico de colores, de selvas, de desiertos, de montañas y de cataratas que provocan vértigo al espectador por la belleza que esconden en cada secuencia. La historia, como la casa, se mantiene sola, volando por la mente de cada uno de nosotros y pulverizando las críticas a los detalles más insignificantes para entender Up como un todo, como una visión de la realidad que ninguno ve y que todos entendemos. Realmente poco importa lo que se cuente; importa la belleza con la que la historia es contada. y no puede ser más bella si no es a través de los ojos de Carl, el viejo que nos conquistó la sonrisa y nos robó el corazón durante los diez primeros minutos de la película. Una auténtica oda al mejor cine mudo, lleno de emociones que traspasan la coraza humana y provoca lágrimas en los más insensibles.

Cada vez que Pixar consigue cosas así yo me alegro. Por el cine. Por ver esto como una realidad, como algo posible. Como una máquina de hacer cumplir sueños. Como si todos y cada uno de los globos de Up jamás pudiesen pincharse y el mundo de Pixar, en las nubes, pudiera seguir así muchísimo más tiempo. Up define lo que significa triunfar en el cine, no solo para el resto, sino para sí mismo. Hacer posible un trabajo de este calibre es algo que muy poca gente puede disfrutar hoy en día.

Reviviría ver Up por primera vez hasta la saciedad, una y otra vez. Reviviría los diez primeros minutos de la película, el amor entre Carl y Ellie, el amor entre Carl y Russell, el amor entre el cine y la fotografía, el amor entre Pixar y el público. La conexión entre lo que es bueno y lo que el público aprecia como bueno. La diferencia entre ver una película y ver Up. La diferencia entre hablar de Pixar y hablar de cualquier otro.

Lo reviviría y nunca me cansaría. Y creo que esa es la esencia de Up.
28 de octubre de 2014 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya, vaya, vaya. Se lo tenía callado David Fincher...

Gone Girl es buena. Es trepidante, es agobiante. Es excepcional y sobresaliente en algunos tramos de la película, y lo suficientemente entretenida en otros. Atrapa al espectador, lo encoge en su butaca y le hace sufrir hasta límites insospechados. Es dura y cruel en diversas partes, y profundamente humana en otras. Gone Girl tiene un guión bien llevado a cabo (aunque después hablaremos de ello), sin fisuras ni errores, sabiendo lo difícil que es llevar a la perfección un argumento tan complejo como este. La dirección de fotografía, a cargo de Jeff Cronenweth, es sublime, creando un ambiente frío y lúgubre, gris y oscuro que, de alguna manera, se adapta y alude a las emociones que transmiten Nick y Amy a lo largo de todo el film. La elección de actores es muy acertada, sobre todo con Neil Patrick Harris, quien demuestra que, a pesar de llevar a sus espaldas una losa tan grande como la de Barney Stinson (un personaje que contrasta fuertemente con la película que nos presenta Fincher), puede resultar una pieza fundamental en el juego del director a la hora de llevar la película a su mayor clímax.

Es decir, de alguna manera u otra, David Fincher consigue su propósito. Quiere agobiar al espectador. Quiere que el espectador dude en todo momento de alguno de los dos protagonistas, o sienta empatía por uno de ellos para que la decepción sea mayor, u odio por otro para que la sorpresa sea más grata, o todo a la vez. El caso es que lo consigue. Cuando vi a Ben Affleck como protagonista de una película con un argumento tan profundo, pensé que sería un desastre. No ha sido así. Es lo más gratificante que me llevo de ella. Ben Affleck puede actuar de manera notable. Puede sobresalir a lo largo de la película. Puede tener momentos de decaída que levanta con una actuación más que buena. Está en su papel y no defrauda. Y eso siempre se agradece. Y hay que darle las gracias a Fincher, quien, una vez más, lo consigue. Consigue que el espectador, gracias a todo lo mencionado anteriormente y en conclusión, sienta empatía por Ben Affleck. Y todos sabemos lo difícil que es empatizar con una actuación de Ben Affleck.

¿Entonces? ¿Por qué un 7?

Por el tiempo. El guión es bueno, sí, y no tiene errores, sí. Pero provoca que la película sea larga. Y si una película es larga, se vuelve tediosa, difícil de ver, densa, abrupta. David Fincher se ha entretenido en aspectos de la película que yo habría suprimido y que no habrían modificado en absoluto el argumento y la conclusión de la película. En definitiva, David Fincher podría haber hecho de Gone Girl una obra maestra si hubiera reducido la duración de su nueva obra. No lo hizo y se quedó en el camino. No es que haya fracasado con su nueva producción, pero yo me quedé con una sensación un tanto amarga al salir del cine. No es que a la película le faltase algo. Es que a la película le sobraban cosas.

Sin dejar de elogiar la capacidad narrativa de Fincher, Gone Girl supone el fracaso de una posible obra maestra, que pudo haberlo sido pero que, por culpa de la duración, me dejó helado y desorientado y finalmente, quedó en una película notable, que se recuerda y se recomienda, pero que no se siente.
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