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6,7
11.275
9
20 de diciembre de 2021
20 de diciembre de 2021
91 de 159 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay muchos cineastas de categoría con agallas para escoger un clásico intocable de la historia del cine, atreverse a hacer un remake y salir airoso. Aún menos salir triunfante. Pero Steven Spielberg está hecho de otra pasta, es un genio redomado que ha vuelto a salirse con la suya y vuelve a regalarnos una maravilla cinematográfica. La nueva versión de West Side Story, que llega a las salas 60 años después del estreno de Robert Wise que revolucionó la industria, es un viaje deslumbrante de colores y alegrías, de homenajes al clásico, además de brindar una nueva mirada a una historia que necesitaba un lavado de cara -en este caso literal para la mayoría de intérpretes-.
Aunque los oráculos críticos que rebuznan que la historia original de Wise "era intachable" o "no necesitaba de nuevos maquillajes", Spielberg por fin sitúa la historia en un contexto y escenarios completamente creíbles. Los puertorriqueños son interpretados por actores y actrices latinos, además de introducir de manera verosímil los diálogos en español (y sus acentos). A Anybody se le deja de tratar como a un monstruo y por fin es reconocido como un hombre trans. Los elementos del guión original que habían hecho que la película caducara por los bordes y en su corazón por fin han sido corregidos.
La música del genio Leonard Bernstein y todas las canciones de Stephen Sondheim -quien falleció hace pocas semanas- se mantienen frescas, vivas y deslumbrantes gracias a una puesta en escena excelente, unas coreografías renovadas que recuerdan a los mejores números de la original y a la modernidad que te permiten los recursos actuales como se vió en La La Land. En el momento en que arranca la película, Spielberg consigue una mística que abraza el espectador desde el primer minuto.
Además, el elenco escogido por el director es milimétrico: Ansel Elgort i Rachel Zegler -que es su primer papel en cualquier proyecto- lo bordan. Pero el reparto de secundarios es increible, destacando David Álvarez, Ariana Debose y Mike Faist. El broche de oro es la aparición de Rita Moreno (la Anita original) en un nuevo papel que vertebra la trama a la vez que homenajea el film antiguo. Es inevitable analizar que esta historia de amor, de un amor verdadero que capea temporales familiares y raciales, esta construido en un romanticismo prácticamente dependiente y tóxico. En eso Spielberg no se aleja de Wise ni del musical, pero se enmarca en una corriente que pasa el filtro de la mirada actual. Y eso es una satisfacción inmensa, dadas las circunstancias en las que falló la anterior de hace seis décadas.
Con todos estos elementos sobre la mesa, la West Side Story de 2021 es directa a la hora de calar su mensaje entre canciones: el amor siempre debe prevalecer por encima del odio. Es preciso recalcar que la película no es ni una versión alejada del clásico, ni tampoco una calcomanía digna de los peores remakes de la historia -saludando a Gus Van Sant con su horrible Psycho, por ejemplo-. Es una nueva mirada a una historia marcada por el racismo, por la inmigración que inundó las calles de la Costa Este de Estados Unidos y la violencia que estallaba entre los barrios de Nueva York. Todo, envuelto en la esencia de la tragedia shakesperiana.
Spielberg rescata de Robert Wise esa alegría por celebrar la vida que nos brindan la mayoría de musicales, aunque bailen alrededor de una historia dramática. Su capacidad innata por crear un estilo clásico de cine, sumada a un talento inigualable por crear relato cinematográfico dan un resultado estético, musical y interpretativo de alta categoría. La nueva West Side Story es una verdadera maravilla que reclama que miles de personas acudan a las salas de cine a enamorarse.
Aunque los oráculos críticos que rebuznan que la historia original de Wise "era intachable" o "no necesitaba de nuevos maquillajes", Spielberg por fin sitúa la historia en un contexto y escenarios completamente creíbles. Los puertorriqueños son interpretados por actores y actrices latinos, además de introducir de manera verosímil los diálogos en español (y sus acentos). A Anybody se le deja de tratar como a un monstruo y por fin es reconocido como un hombre trans. Los elementos del guión original que habían hecho que la película caducara por los bordes y en su corazón por fin han sido corregidos.
La música del genio Leonard Bernstein y todas las canciones de Stephen Sondheim -quien falleció hace pocas semanas- se mantienen frescas, vivas y deslumbrantes gracias a una puesta en escena excelente, unas coreografías renovadas que recuerdan a los mejores números de la original y a la modernidad que te permiten los recursos actuales como se vió en La La Land. En el momento en que arranca la película, Spielberg consigue una mística que abraza el espectador desde el primer minuto.
Además, el elenco escogido por el director es milimétrico: Ansel Elgort i Rachel Zegler -que es su primer papel en cualquier proyecto- lo bordan. Pero el reparto de secundarios es increible, destacando David Álvarez, Ariana Debose y Mike Faist. El broche de oro es la aparición de Rita Moreno (la Anita original) en un nuevo papel que vertebra la trama a la vez que homenajea el film antiguo. Es inevitable analizar que esta historia de amor, de un amor verdadero que capea temporales familiares y raciales, esta construido en un romanticismo prácticamente dependiente y tóxico. En eso Spielberg no se aleja de Wise ni del musical, pero se enmarca en una corriente que pasa el filtro de la mirada actual. Y eso es una satisfacción inmensa, dadas las circunstancias en las que falló la anterior de hace seis décadas.
Con todos estos elementos sobre la mesa, la West Side Story de 2021 es directa a la hora de calar su mensaje entre canciones: el amor siempre debe prevalecer por encima del odio. Es preciso recalcar que la película no es ni una versión alejada del clásico, ni tampoco una calcomanía digna de los peores remakes de la historia -saludando a Gus Van Sant con su horrible Psycho, por ejemplo-. Es una nueva mirada a una historia marcada por el racismo, por la inmigración que inundó las calles de la Costa Este de Estados Unidos y la violencia que estallaba entre los barrios de Nueva York. Todo, envuelto en la esencia de la tragedia shakesperiana.
Spielberg rescata de Robert Wise esa alegría por celebrar la vida que nos brindan la mayoría de musicales, aunque bailen alrededor de una historia dramática. Su capacidad innata por crear un estilo clásico de cine, sumada a un talento inigualable por crear relato cinematográfico dan un resultado estético, musical y interpretativo de alta categoría. La nueva West Side Story es una verdadera maravilla que reclama que miles de personas acudan a las salas de cine a enamorarse.

6,0
1.016
7
29 de abril de 2019
29 de abril de 2019
37 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Campanades a morts fan un crit per la guerra dels tres fills que han perdut, les tres campanes negres". Esta canción de Lluis Llach homenajea los obreros asesinados por las balas, las porras y los golpes del Estado represor que cometió una masacre en 1976 en Vitoria. En una España donde las mejillas de los franquistas aún estaban llenas de lágrimas por la muerte del dictador, el País Vasco hervía para preparar una huelga general obrera. Bajo estas premisas arranca "Vitoria, 3 de marzo", la primera película de Victor Cabaco y co-protagonizada por Amaia Aberasturi y Mikel Iglesias, el único actor catalán.
La película se presenta como un thriller y no como un documental. Sin embargo, la cinta nos regala una diversidad de imágenes reales de la época y uno de los puntos clave que visten la trama: las grabaciones policiales de las cargas en Vitoria aquel 3 de marzo. Cabaco presenta un conjunto de personajes corales que visten una ficción que va cogiendo un ritmo vertiginoso hasta emular lo más real y verídico: 4.000 trabajadores celebran una asamblea en la iglesia de San Francisco de Asís en el País Vasco y son asaltados por la policía española.
El mensaje es dual y muy claro: conciencia política y recuperación de la memoria histórica. La cámara baja hasta los ojos de los dos jóvenes coprotagonistas para dar una nueva y fresca visión a las películas de la Transición. Ya no es un relato hecho por y para los viejos señores de gafas de pasta y cigarro pegado a los dedos. Cabaco y sus actores buscan vertebrar un relato a partir de todos los personajes y no sólo con los dos jóvenes. Esta coralidad enriquece la historia, que al presentar una ficción y no un documental, la dramatización es mucho más necesaria. Sin embargo, al principio falta un ritmo algo más elevado. Como una piedra bajando por una pendiente, la trama rueda hasta coger un ritmo vertiginoso. Y desemboca en un final sensacional.
El clímax de "Vitoria, 3 de marzo" está tan bien logrado que el espectador permanecerá con un mal cuerpo durante un buen rato. La película es un grito de denuncia y un puñetazo sobre la mesa. Se reclama que se vuelva a poner la masacre de Vitoria sobre esta mesa, exigiendo un perdón que nunca pidió a nadie por las cinco muertes y más de 150 heridos. Este espíritu traspasa por todos los rincones de la película, que tiene una clara intención de respetar los hechos y no dramatizar en exceso las escenas de las cargas.
Los jóvenes que vean la película podrán empatizar con los papeles de Aberasturi y Iglesias, los dos polos opuestos de una conciencia política. Ella, joven, políticamente virgen, va adquiriendo una conciencia obrera, social y política a través del metraje. Él, desarrollado en mil batallas sociales y políticas a pesar de su juventud, verá cómo llegar hasta el final puede tener consecuencias. Los dos actores firman una interpretación sólida y muy creíble, aunque en ciertos momentos la juventud se hace patente en ciertas escenas que no terminan de convencer.
"Vitoria, 3 de marzo" es necesaria. Es obligada. Es frustrante porque han hecho falta 43 años para hacer una película como ésta. La sangre que salpicó las calles de la capital vasca no la limpió nadie. Los golpes de porra, la violencia policial y una represión aberrante no pidió perdón nadie. La justicia argentina hace años que pide la extradición de los ministros franquistas Martín Villa y Osorio para rendir cuentas. La ciudad exige, pide responsabilidades. Y esta película, por fin, podrá llevar a todo el Estado y en diversas partes del mundo, la historia de un histórico 3 de marzo.
La película se presenta como un thriller y no como un documental. Sin embargo, la cinta nos regala una diversidad de imágenes reales de la época y uno de los puntos clave que visten la trama: las grabaciones policiales de las cargas en Vitoria aquel 3 de marzo. Cabaco presenta un conjunto de personajes corales que visten una ficción que va cogiendo un ritmo vertiginoso hasta emular lo más real y verídico: 4.000 trabajadores celebran una asamblea en la iglesia de San Francisco de Asís en el País Vasco y son asaltados por la policía española.
El mensaje es dual y muy claro: conciencia política y recuperación de la memoria histórica. La cámara baja hasta los ojos de los dos jóvenes coprotagonistas para dar una nueva y fresca visión a las películas de la Transición. Ya no es un relato hecho por y para los viejos señores de gafas de pasta y cigarro pegado a los dedos. Cabaco y sus actores buscan vertebrar un relato a partir de todos los personajes y no sólo con los dos jóvenes. Esta coralidad enriquece la historia, que al presentar una ficción y no un documental, la dramatización es mucho más necesaria. Sin embargo, al principio falta un ritmo algo más elevado. Como una piedra bajando por una pendiente, la trama rueda hasta coger un ritmo vertiginoso. Y desemboca en un final sensacional.
El clímax de "Vitoria, 3 de marzo" está tan bien logrado que el espectador permanecerá con un mal cuerpo durante un buen rato. La película es un grito de denuncia y un puñetazo sobre la mesa. Se reclama que se vuelva a poner la masacre de Vitoria sobre esta mesa, exigiendo un perdón que nunca pidió a nadie por las cinco muertes y más de 150 heridos. Este espíritu traspasa por todos los rincones de la película, que tiene una clara intención de respetar los hechos y no dramatizar en exceso las escenas de las cargas.
Los jóvenes que vean la película podrán empatizar con los papeles de Aberasturi y Iglesias, los dos polos opuestos de una conciencia política. Ella, joven, políticamente virgen, va adquiriendo una conciencia obrera, social y política a través del metraje. Él, desarrollado en mil batallas sociales y políticas a pesar de su juventud, verá cómo llegar hasta el final puede tener consecuencias. Los dos actores firman una interpretación sólida y muy creíble, aunque en ciertos momentos la juventud se hace patente en ciertas escenas que no terminan de convencer.
"Vitoria, 3 de marzo" es necesaria. Es obligada. Es frustrante porque han hecho falta 43 años para hacer una película como ésta. La sangre que salpicó las calles de la capital vasca no la limpió nadie. Los golpes de porra, la violencia policial y una represión aberrante no pidió perdón nadie. La justicia argentina hace años que pide la extradición de los ministros franquistas Martín Villa y Osorio para rendir cuentas. La ciudad exige, pide responsabilidades. Y esta película, por fin, podrá llevar a todo el Estado y en diversas partes del mundo, la historia de un histórico 3 de marzo.
3 de mayo de 2022
3 de mayo de 2022
93 de 170 usuarios han encontrado esta crítica útil
La madurez en la que se mueve la saga cinematográfica de Marvel es ya incuestionable. "Doctor Strange in the Multiverse of Madness" es la película que constata que la Casa de las Ideas es capaz de alcanzar cotas de excelencia en el mercado de los blockbusters y de los superhéroes -su monopolio- en un gran despliegue de todos los elementos que puede regalar el género. Divertida, alocada y oscura (sí, en el sentido más terrorífico que permite el adjetivo cinematográfico-, la nueva entrega del personaje que interpreta a Benedict Cumberbatch se adentra en la complejidad que solo permiten los cómics.
Marvel no alcanzaba esa profundidad en el argumento -requiere seguir el hilo y compromiso con todas las historias anteriores- desde Infinity War y Endgame. No es un producto para recién llegados ni para personas ajenas a las dinámicas de los cómics: la profundidad y el recorrido de los personajes rompe el metraje, viene de lejos e irá para largo. Además, su trabajo no es ese, el de venir a explicarte su origen y su pasado en la película número veintitantas. Su trabajo es recorrer aventuras. Y en esto, Sam Raimi, es de los mejores.
La nueva entrega del Marvel Cinematic Universe (MCU) conecta directamente con las historias de la línea principal de los Avengers y de la última película de Spider-Man. Raimi -que dirigió las tres obras originales del superhéroe arácnido, con Tobey Maguire como protagonista- se suelta en esta aventura que aproxima, por primera vez, la saga a un tono mucho más terrorífico y oscuro.
El director requiere reflejos e implicación por parte del espectador en uno de los guiones más alocados y que van más rápido de todo el MCU. Las sorpresas están aseguradas (muchas de ellas inesperadas, que es de agradecer) y la frescura que requería y necesitaba el conjunto de filmes de superhéroes de Marvel después de las infames historias contemporáneas anteriores a Spider-Man y posteriores a Endgame.
Es un disfrute permanente para todos aquellos que tienen mínimas nociones del universo de Marvel y una delicia absoluta para quienes logran entender, contextualizar y notar las referencias que provienen de historias de los cómics, pinceladas de Raimi y arrebatos humorísticos, siempre presentes. El coprotagonismo de Elizabeth Olsen con Cumberbatch nos regala una de las mejores parejas -tanto por historia, por profundidad de los personajes como por capacidades interpretativas- de toda la dinastía marveliana.
La Bruja Escarlata por fin disfruta de la potencia que pedía el personaje, tomando el relevo de la miniserie de Disney+ donde logró madurez en su recorrido. La Casa de las Ideas nos presenta una novedad, Xochitl Gomez, que es parte imprescindible de la trama, pero a ratos parece un personaje que pasaba por ahí. Que nadie se asuste: cameos, sorpresas y giros de guion los hay (y muchos).
Es el camino que debe seguir Marvel. Nutrirse de las historias más potentes de los cómics permite a la trama avanzar en un despliegue de recursos visuales y de efectos especiales como ninguna otra saga taquillera puede conseguir hoy en día. "Doctor Strange en la Multiverse of Madness" es pura diversión y una nueva fórmula a tener en cuenta por parte de la multinacional. Porque funciona a la perfección.
Marvel no alcanzaba esa profundidad en el argumento -requiere seguir el hilo y compromiso con todas las historias anteriores- desde Infinity War y Endgame. No es un producto para recién llegados ni para personas ajenas a las dinámicas de los cómics: la profundidad y el recorrido de los personajes rompe el metraje, viene de lejos e irá para largo. Además, su trabajo no es ese, el de venir a explicarte su origen y su pasado en la película número veintitantas. Su trabajo es recorrer aventuras. Y en esto, Sam Raimi, es de los mejores.
La nueva entrega del Marvel Cinematic Universe (MCU) conecta directamente con las historias de la línea principal de los Avengers y de la última película de Spider-Man. Raimi -que dirigió las tres obras originales del superhéroe arácnido, con Tobey Maguire como protagonista- se suelta en esta aventura que aproxima, por primera vez, la saga a un tono mucho más terrorífico y oscuro.
El director requiere reflejos e implicación por parte del espectador en uno de los guiones más alocados y que van más rápido de todo el MCU. Las sorpresas están aseguradas (muchas de ellas inesperadas, que es de agradecer) y la frescura que requería y necesitaba el conjunto de filmes de superhéroes de Marvel después de las infames historias contemporáneas anteriores a Spider-Man y posteriores a Endgame.
Es un disfrute permanente para todos aquellos que tienen mínimas nociones del universo de Marvel y una delicia absoluta para quienes logran entender, contextualizar y notar las referencias que provienen de historias de los cómics, pinceladas de Raimi y arrebatos humorísticos, siempre presentes. El coprotagonismo de Elizabeth Olsen con Cumberbatch nos regala una de las mejores parejas -tanto por historia, por profundidad de los personajes como por capacidades interpretativas- de toda la dinastía marveliana.
La Bruja Escarlata por fin disfruta de la potencia que pedía el personaje, tomando el relevo de la miniserie de Disney+ donde logró madurez en su recorrido. La Casa de las Ideas nos presenta una novedad, Xochitl Gomez, que es parte imprescindible de la trama, pero a ratos parece un personaje que pasaba por ahí. Que nadie se asuste: cameos, sorpresas y giros de guion los hay (y muchos).
Es el camino que debe seguir Marvel. Nutrirse de las historias más potentes de los cómics permite a la trama avanzar en un despliegue de recursos visuales y de efectos especiales como ninguna otra saga taquillera puede conseguir hoy en día. "Doctor Strange en la Multiverse of Madness" es pura diversión y una nueva fórmula a tener en cuenta por parte de la multinacional. Porque funciona a la perfección.

5,4
4.828
6
6 de octubre de 2023
6 de octubre de 2023
26 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paco Plaza ha inaugurado el Festival de Sitges 2023 con una cátedra de cine de terror clásico como pocos cineastas pueden impartir en España. Casualidad o hermandad, el director valenciano ha dado el pistoletazo de salida de la muestra de este año justo una edición después de que lo hiciera Jaume Balagueró con Venus, con quien también firmó la saga de culto "REC". Plaza, de la mano de Netflix, ha presentado "Hermana Muerte", precuela de la más que celebrada "Verónica" (2017), que llega dos años después de la exitosa "La abuela" (2021). El filme de estreno es un popurrí de elementos que confabulan una notable historia de venganza, crisis de fe, feminismo, maternidad y posguerra.
A partir de estos elementos, Plaza dibuja un relato en el que el espectador acompaña a la hermana Narcisa, encarnada por una Aria Bedmar que se estrena en un largometraje tras buenas apariciones en televisión y teatro. Muchos recordarán a esta actriz y bailarina por su papel en la miniserie de "El Cuerpo en Llamas" sobre el crimen de la Guardia Urbana. En este viaje, sin embargo, Bedmar interpreta a una joven novicia que llega a un convento en pleno apogeo del franquismo. El simbolismo de la religión ha sido siempre un tema central en el género del terror, pero Plaza -como también Balagueró en muchas de sus obras- consigue explorar los matices sin caer en clichés, aportando una perspectiva nueva a unos escenarios masticadísimos.
Primero, el metraje avanza a través de las dudas de Narcisa, que cuando era pequeña fue bendecida con la visión de la Virgen, y ahora sufre una crisis religiosa en los cimientos de su propia existencia. Luego, transcurre a través del convento en el que comienzan a pasar cosas realmente extrañas. Con esta dualidad, el director valenciano se adentra en un viaje terrorífico gracias al guion de Jorge Guerricaechevarría, lleno de momentos clásicos de tensión y terror, en los que el espectador sufrirá la claustrofobia de las paredes frías, blancas y faltos de vida que rodean todo el complejo. Aun así, Guerricaechevarria, uno de los clásicos guionistas para el reconocido cineasta Alex de la Iglesia, también regala perlas cómicas al espectador.
Poco a poco descubriremos que las monjas esconden secretos de un período funesto -el del asalto a los conventos por parte de los republicanos, algo significativo que se escenifica con la barbarie- que se vertebra en dos ejes: la defensa de la maternidad en la peor de las circunstancias (¿qué hay peor que acabar siendo madre en un convento de monjas radicales en pleno franquismo?) y la búsqueda de la fe que permita a la protagonista volver a creer.
De ritmo pausado, con pocos sustos y golpes baratos, el guión es solvente, pero sencillo. No es terror experimental -movimiento a la vanguardia del género actual- ni tampoco es una película de serie B. Es un clásico en estado puro. Plaza, juguetón, utiliza los simbolismos y elementos del convento para vertebrar esa sensación de ahogo, de persecución, de opresión y secretismo. Cuesta muchísimo no hacer comparativas con las diversas obras modernas de terror que se han construido en torno a las monjas, e incluso con los filmes anteriores de Plaza, pero la película entretiene hasta el final. Bedmar se consolida como una gran promesa cinematográfica, pero la aparición de Almudena Amor -una protagonista recorriente de las películas del valenciano- eleva la actuación general de Hermana Muerte. Mención de honor con letras de oro para el conjunto de niñas que aparecen en la película.
Plaza es un artesano del cine de terror clásico, enamorado de ciertos elementos que salen recurrentemente en sus obras -habría que estudiar con profundidad el uso de los eclipses en sus películas, algo que también repite Balagueró-, pero Hermana Muerte no tiene el efecto que provocó Verónica. Explorar la historia anterior de la monja abuela y ciega que aparece en el filme de 2017 es una buena idea, pero podría haber resultado en una historia mucho más interesante. Intentar llenar los vacíos de la historia original no era del todo necesario, pero tampoco es un hecho sobrante. Sin embargo, la película puede derivar en varias lecturas: la más superficial, de entretenimiento, que ni decepciona ni enamora; y la que provoca mayor repulsión o debate, en torno a la figura de las monjas, del secretismo, de la posguerra, de las violaciones a los conventos o de la maternidad. La venganza, entendida desde la rabia o desde la justicia divina, es otro factor interesante que se desprende de la historia.
A partir de estos elementos, Plaza dibuja un relato en el que el espectador acompaña a la hermana Narcisa, encarnada por una Aria Bedmar que se estrena en un largometraje tras buenas apariciones en televisión y teatro. Muchos recordarán a esta actriz y bailarina por su papel en la miniserie de "El Cuerpo en Llamas" sobre el crimen de la Guardia Urbana. En este viaje, sin embargo, Bedmar interpreta a una joven novicia que llega a un convento en pleno apogeo del franquismo. El simbolismo de la religión ha sido siempre un tema central en el género del terror, pero Plaza -como también Balagueró en muchas de sus obras- consigue explorar los matices sin caer en clichés, aportando una perspectiva nueva a unos escenarios masticadísimos.
Primero, el metraje avanza a través de las dudas de Narcisa, que cuando era pequeña fue bendecida con la visión de la Virgen, y ahora sufre una crisis religiosa en los cimientos de su propia existencia. Luego, transcurre a través del convento en el que comienzan a pasar cosas realmente extrañas. Con esta dualidad, el director valenciano se adentra en un viaje terrorífico gracias al guion de Jorge Guerricaechevarría, lleno de momentos clásicos de tensión y terror, en los que el espectador sufrirá la claustrofobia de las paredes frías, blancas y faltos de vida que rodean todo el complejo. Aun así, Guerricaechevarria, uno de los clásicos guionistas para el reconocido cineasta Alex de la Iglesia, también regala perlas cómicas al espectador.
Poco a poco descubriremos que las monjas esconden secretos de un período funesto -el del asalto a los conventos por parte de los republicanos, algo significativo que se escenifica con la barbarie- que se vertebra en dos ejes: la defensa de la maternidad en la peor de las circunstancias (¿qué hay peor que acabar siendo madre en un convento de monjas radicales en pleno franquismo?) y la búsqueda de la fe que permita a la protagonista volver a creer.
De ritmo pausado, con pocos sustos y golpes baratos, el guión es solvente, pero sencillo. No es terror experimental -movimiento a la vanguardia del género actual- ni tampoco es una película de serie B. Es un clásico en estado puro. Plaza, juguetón, utiliza los simbolismos y elementos del convento para vertebrar esa sensación de ahogo, de persecución, de opresión y secretismo. Cuesta muchísimo no hacer comparativas con las diversas obras modernas de terror que se han construido en torno a las monjas, e incluso con los filmes anteriores de Plaza, pero la película entretiene hasta el final. Bedmar se consolida como una gran promesa cinematográfica, pero la aparición de Almudena Amor -una protagonista recorriente de las películas del valenciano- eleva la actuación general de Hermana Muerte. Mención de honor con letras de oro para el conjunto de niñas que aparecen en la película.
Plaza es un artesano del cine de terror clásico, enamorado de ciertos elementos que salen recurrentemente en sus obras -habría que estudiar con profundidad el uso de los eclipses en sus películas, algo que también repite Balagueró-, pero Hermana Muerte no tiene el efecto que provocó Verónica. Explorar la historia anterior de la monja abuela y ciega que aparece en el filme de 2017 es una buena idea, pero podría haber resultado en una historia mucho más interesante. Intentar llenar los vacíos de la historia original no era del todo necesario, pero tampoco es un hecho sobrante. Sin embargo, la película puede derivar en varias lecturas: la más superficial, de entretenimiento, que ni decepciona ni enamora; y la que provoca mayor repulsión o debate, en torno a la figura de las monjas, del secretismo, de la posguerra, de las violaciones a los conventos o de la maternidad. La venganza, entendida desde la rabia o desde la justicia divina, es otro factor interesante que se desprende de la historia.

6,6
17.703
5
21 de noviembre de 2021
21 de noviembre de 2021
28 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un arrebato de sinceridad, la persona que me acompañaba a ver la película me espetó una frase condenatoria al salir de verla: "No entiendo nada". Su perplejidad no surgía porque la trama fuera complicada, ni nada por el estilo, sino todo lo contrario. LAST NIGHT IN SOHO acaba sublimándose a sí misma en un espectáculo estúpido de decisiones mal tomadas y grandes ideas mal ejecutadas. Edgar Wright plantea una mística y una estética sublimes que me engancharon en los primeros minutos desde que se encendió la pantalla. A partir de aquí, todo es una caída hacia adelante, una perpetua mueca de insatisfacción ante la falta de cohesión de una historia que se me acaba tornando insípida e infantil.
Thomasin McKenzie me parece una enorme actriz, que interpreta un magnífico papel en su posado de chica perdida, aislada. Cuesta muchísimo más creerse el papel de Anya Taylor-Joy, que aún su gran mimetización por el entorno de ese Londres hollywoodiense de los años 60, su personaje se descompone en giros de guion que cojean por todas partes. Indescriptible lo insustancial que parece Matt Smith después de haber gozado con él como Felipe de Edimburgo en "The Crown". En definitiva, ingredientes para el éxito tiene, pero el misterio del Soho es más bien un cigarro: al principio parece atractivo, queda bien y se puede fumar a gusto. Luego se vuelve incómodo, agota las manos y te puedes quemar los labios si no lo apuras. Decepcionante.
Thomasin McKenzie me parece una enorme actriz, que interpreta un magnífico papel en su posado de chica perdida, aislada. Cuesta muchísimo más creerse el papel de Anya Taylor-Joy, que aún su gran mimetización por el entorno de ese Londres hollywoodiense de los años 60, su personaje se descompone en giros de guion que cojean por todas partes. Indescriptible lo insustancial que parece Matt Smith después de haber gozado con él como Felipe de Edimburgo en "The Crown". En definitiva, ingredientes para el éxito tiene, pero el misterio del Soho es más bien un cigarro: al principio parece atractivo, queda bien y se puede fumar a gusto. Luego se vuelve incómodo, agota las manos y te puedes quemar los labios si no lo apuras. Decepcionante.
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