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6,6
28.455
6
10 de mayo de 2016
10 de mayo de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi 50 años después del estreno del clásico animado homónimo de Disney, Jon Favreau se pone detrás de las cámaras para traer de nuevo a la vida la historia de Mowgli y compañía en un live-action que deslumbra visualmente por su realismo pero que, en lo argumental, poco tiene que decir.
Es encomiable el trabajo del departamento de efectos visuales a la hora de dar vida a unos animales y una selva tan realistas y llenos de personalidad, teniendo en cuenta que la totalidad del fin se rodó en estudio sobre pantalla azul y que Neel Sethi fue el único actor real, siendo este su primer papel en un largometraje, cumpliendo su tarea con creces (y es que no es nada fácil actuar ante “la nada”). Además, el director logra mover la cámara con mucha efectividad y, aunque peca de algunos tics del cine palomitero, realiza un gran trabajo a la hora de llevarnos a la selva y mostrarla en todo su esplendor, en recorrer las copas de los árboles a un ritmo vertiginoso o colarnos en los lugares más inhóspitos y peligrosos.
¿Pero el guión está a la altura de semejante titán visual? La respuesta es que, a ratos, sí, pero cuando llega el momento de arriesgar, la cinta decide detenerse para quedarse en su zona de confort, por no hablar de los constantes homenajes al original que lastran bastante el resultado final. Y es que cuando éste remake se aleja de la versión animada, es cuando mejor funciona: los momentos más realistas y tétricos son los que más vida le dan al conjunto. Sin embargo, rápidamente aparece una situación o personaje del original que nos recuerda que estamos ante una película para toda la familia y hay que repartir contenido para gente de todas las edades… Lo que, para mí, resienta bastante la experiencia. No es un desastre ni mucho menos, pero resulta un tanto desnivelado en algunos momentos, como el que comento en la zona de spoilers.
En definitiva, es una película impactante en lo visual y entretiene de lo lindo, convirtiéndola en una opción muy a tener en cuenta para pasar un buen rato, pero no arriesga demasiado en lo narrativo, lo que supone un lastre que la impide sobresalir por completo.
Es encomiable el trabajo del departamento de efectos visuales a la hora de dar vida a unos animales y una selva tan realistas y llenos de personalidad, teniendo en cuenta que la totalidad del fin se rodó en estudio sobre pantalla azul y que Neel Sethi fue el único actor real, siendo este su primer papel en un largometraje, cumpliendo su tarea con creces (y es que no es nada fácil actuar ante “la nada”). Además, el director logra mover la cámara con mucha efectividad y, aunque peca de algunos tics del cine palomitero, realiza un gran trabajo a la hora de llevarnos a la selva y mostrarla en todo su esplendor, en recorrer las copas de los árboles a un ritmo vertiginoso o colarnos en los lugares más inhóspitos y peligrosos.
¿Pero el guión está a la altura de semejante titán visual? La respuesta es que, a ratos, sí, pero cuando llega el momento de arriesgar, la cinta decide detenerse para quedarse en su zona de confort, por no hablar de los constantes homenajes al original que lastran bastante el resultado final. Y es que cuando éste remake se aleja de la versión animada, es cuando mejor funciona: los momentos más realistas y tétricos son los que más vida le dan al conjunto. Sin embargo, rápidamente aparece una situación o personaje del original que nos recuerda que estamos ante una película para toda la familia y hay que repartir contenido para gente de todas las edades… Lo que, para mí, resienta bastante la experiencia. No es un desastre ni mucho menos, pero resulta un tanto desnivelado en algunos momentos, como el que comento en la zona de spoilers.
En definitiva, es una película impactante en lo visual y entretiene de lo lindo, convirtiéndola en una opción muy a tener en cuenta para pasar un buen rato, pero no arriesga demasiado en lo narrativo, lo que supone un lastre que la impide sobresalir por completo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El mejor ejemplo de este desnivel a la hora de establecer el tono es la escena del Rey Louie: Se presenta al personaje con un aspecto terrorífico, un orangután que quiere hacerse con el control de la selva y cuenta con un ejército a su disposición para lograrlo. Además, se juega con la iluminación (o mejor dicho, con la ausencia de ella) para darle un aspecto aún más siniestro y rodearlo de un aura de misterio. Consiguen incluso un toque de cine negro, convirtiendo a Louie en un don, en “el padrino” de la jungla. Pero, cuando estamos a punto de llegar al clímax de la escena y la tensión se puede cortar con un cuchillo, lo que nos encontramos es un verdadero anti-climax cuando el simio gigante comienza a entonar el famoso “Quiero ser como tú”. Si bien al personaje animado la canción le venía como un guante y encajaba con el tono de la película, aquí está metido con calzador y estropea por completo la atmósfera creada.
Este es el caso más sangrante pero, durante toda la película, hay homenajes que lastran la narración (Ka no aporta demasiado, salvo introducir a Baloo) o momentos que comienzan siendo algo turbios pero terminan bastante suavizados. Y lo entiendo, es una superproducción para todas las edades, pero el resultado es un tanto desigual.
Este es el caso más sangrante pero, durante toda la película, hay homenajes que lastran la narración (Ka no aporta demasiado, salvo introducir a Baloo) o momentos que comienzan siendo algo turbios pero terminan bastante suavizados. Y lo entiendo, es una superproducción para todas las edades, pero el resultado es un tanto desigual.

5,2
18.682
2
13 de julio de 2013
13 de julio de 2013
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cambiar las normas de un género asentado es complicado a la par que arriesgado. Tienes que ser consciente de que todo el mundo conoce las reglas del juego y construir unos nuevos cimientos sobre los que edificar tu historia es una tarea complicada, aunque no imposible. Años atrás, Danny Boyle demostró en ’28 días después’ (’28 Days After’, 2002) que, en lo que a relatos de zombies se refiere, aún se podía dar una vuelta de tuerca más con resultados positivos. Hubo, claro está, quienes echando bilis por la boca afirmaban que esto no eran zombies (y de hecho tenían razón, pues parafraseando a Enjuto Mojamuto, no eran zombies sino infectados) y que era un insulto al género, pero el éxito de esta nueva idea es un hecho y ha sido imitada en numerosas ocasiones. ¿La razón? Que las nuevas reglas establecidas tenían sentido dentro de su propio universo. Ahora, en plena sobreexplotación de los no-muertos, nos llega ‘Memorias de un zombie adolescente’ (‘Warm Bodies’, 2013) intentando añadir algo de originalidad a un género mascado en exceso, pero fracasa estrepitosamente. Ahora, los zombies son capaces de sentir y son conscientes de su propia desgracia. Bajo esta idea, tan absurda como interesante, se intenta realizar un “drama cómico-romántico” en el que se cometen dos graves errores: primero, la película se toma demasiado en serio a sí misma y, segundo y aún más grave, no es coherente en ningún momento y las normas que establece en un principio son pisoteadas a lo largo y ancho del metraje.
Tras su notable trabajo en ‘50/50’ (2011), Jonathan Levine se encarga de escribir y dirigir la historia de ‘R’ (Nicholas Hoult), un joven zombie que mediante voz en off nos relatará su día a día como no muerto y nos mostrará cómo la llama de la vida vuelve a encenderse en él tras conocer a la novia de una de sus victimas, Julie (Teresa Palmer). Así, comenzará una extraña relación entre los dos que hará que ‘R’ se sienta cada vez más humano.
Es un hecho, el argumento de la cinta es absurdo hasta límites insospechados. Pero en buenas manos, puede dar mucho juego y se puede hacer una comedia de calidad. Los avances lo prometían, incluso se intuía una parodia de la saga Crepúsculo (cuya premisa no es muy distinta a la que aquí se plantea), pero al final acaba quedándose a su misma altura o incluso peor.
Empezando por el principio, el propio ‘R’ establece las normas: es un muerto viviente lento, torpe, que se guía por su instinto depredador y que sólo es capaz de emitir una palabra entre decenas de gruñidos, pero es consciente de lo que ocurre en todo momento y de sí mismo. Si esta presentación sucede durante los 5 primeros minutos de la cinta, a partir del minuto 6 empiezan las incongruencias: ahora me muevo torpemente y soy incapaz de realizar movimientos coordinados, pero al momento cojo y te pongo en marcha un tocadiscos con toda la delicadeza del mundo o me pongo a correr como alma que lleva el diablo; ahora me lanzo a por el primer ser humano que veo, aunque no quiera, porque mi instinto me supera y no puedo controlarlo, pero al momento soy el ser más dócil del mundo y no pruebo la carne humana ni por asomo; ahora sólo puedo comunicarme mediante gruñidos, pero al momento soy capaz de hablar por los codos. Y así, durante los 97 minutos que dura la película, veremos cómo sin ninguna lógica las capacidades de los zombies cambian a conveniencia del guión hasta provocar la vergüenza ajena. Y si, he dicho “zombies” y no “zombie”, porque resulta que ‘R’ no era especial y el resto también puede hacer este tipo de cosas según le apetezca al guionista.
Y aquí no acaba la cosa. Por otro lado, tenemos la relación amorosa, tan insulsa como risible. Si sobre el papel resulta difícil creer que un ser humano y un zombie puedan ser pareja, en la película lo es aún más. Además, la película sufre el típico caso de “los protagonistas se enamoran porque se tienen que enamorar” (es decir, se enamoran como se podrían ir a tomar unos mojitos a la plaza de su pueblo. No hay una progresión lógica en la que se vean crecer sus sentimientos, si no que tenemos la escena del consabido flechazo y poco más) y los actores poco pueden hacer por mostrar nada en la piel de estos personajes tan pobres y mal escritos. De hecho, me divierte pensar en Jonathan Levine dirigiendo a los actores: “Bien, eres un zombie… tienes que mirar al vacío… bueno, ahora no, que ahora tienes que mirar a la chica y poner cara de enamorado… no tanto, que se supone que estás muerto… Vale, ahora tienes que andar, bien lento, que te cueste… un poco más rápido… no te pases… Ahora vamos a grabar tu diálogo… ¿Qué por qué antes no podías hablar y ahora si? Em…uh… ¡Luces, cámara, acción!”
En definitiva, lo que parecía que iba a ser una comedia divertida e irónica y una parodia de las películas románticas para adolescentes, ha acabado siendo un despropósito mayúsculo. Los gags no tienen gracia, el romance es un sinsentido, los personajes son idiotas y, lo más importante y que no me cansaré de repetir, establece unas normas para luego pasárselas por el arco de triunfo en conveniencia de la historia. Un claro ejemplo de cómo no se tienen que hacer las cosas.
Tras su notable trabajo en ‘50/50’ (2011), Jonathan Levine se encarga de escribir y dirigir la historia de ‘R’ (Nicholas Hoult), un joven zombie que mediante voz en off nos relatará su día a día como no muerto y nos mostrará cómo la llama de la vida vuelve a encenderse en él tras conocer a la novia de una de sus victimas, Julie (Teresa Palmer). Así, comenzará una extraña relación entre los dos que hará que ‘R’ se sienta cada vez más humano.
Es un hecho, el argumento de la cinta es absurdo hasta límites insospechados. Pero en buenas manos, puede dar mucho juego y se puede hacer una comedia de calidad. Los avances lo prometían, incluso se intuía una parodia de la saga Crepúsculo (cuya premisa no es muy distinta a la que aquí se plantea), pero al final acaba quedándose a su misma altura o incluso peor.
Empezando por el principio, el propio ‘R’ establece las normas: es un muerto viviente lento, torpe, que se guía por su instinto depredador y que sólo es capaz de emitir una palabra entre decenas de gruñidos, pero es consciente de lo que ocurre en todo momento y de sí mismo. Si esta presentación sucede durante los 5 primeros minutos de la cinta, a partir del minuto 6 empiezan las incongruencias: ahora me muevo torpemente y soy incapaz de realizar movimientos coordinados, pero al momento cojo y te pongo en marcha un tocadiscos con toda la delicadeza del mundo o me pongo a correr como alma que lleva el diablo; ahora me lanzo a por el primer ser humano que veo, aunque no quiera, porque mi instinto me supera y no puedo controlarlo, pero al momento soy el ser más dócil del mundo y no pruebo la carne humana ni por asomo; ahora sólo puedo comunicarme mediante gruñidos, pero al momento soy capaz de hablar por los codos. Y así, durante los 97 minutos que dura la película, veremos cómo sin ninguna lógica las capacidades de los zombies cambian a conveniencia del guión hasta provocar la vergüenza ajena. Y si, he dicho “zombies” y no “zombie”, porque resulta que ‘R’ no era especial y el resto también puede hacer este tipo de cosas según le apetezca al guionista.
Y aquí no acaba la cosa. Por otro lado, tenemos la relación amorosa, tan insulsa como risible. Si sobre el papel resulta difícil creer que un ser humano y un zombie puedan ser pareja, en la película lo es aún más. Además, la película sufre el típico caso de “los protagonistas se enamoran porque se tienen que enamorar” (es decir, se enamoran como se podrían ir a tomar unos mojitos a la plaza de su pueblo. No hay una progresión lógica en la que se vean crecer sus sentimientos, si no que tenemos la escena del consabido flechazo y poco más) y los actores poco pueden hacer por mostrar nada en la piel de estos personajes tan pobres y mal escritos. De hecho, me divierte pensar en Jonathan Levine dirigiendo a los actores: “Bien, eres un zombie… tienes que mirar al vacío… bueno, ahora no, que ahora tienes que mirar a la chica y poner cara de enamorado… no tanto, que se supone que estás muerto… Vale, ahora tienes que andar, bien lento, que te cueste… un poco más rápido… no te pases… Ahora vamos a grabar tu diálogo… ¿Qué por qué antes no podías hablar y ahora si? Em…uh… ¡Luces, cámara, acción!”
En definitiva, lo que parecía que iba a ser una comedia divertida e irónica y una parodia de las películas románticas para adolescentes, ha acabado siendo un despropósito mayúsculo. Los gags no tienen gracia, el romance es un sinsentido, los personajes son idiotas y, lo más importante y que no me cansaré de repetir, establece unas normas para luego pasárselas por el arco de triunfo en conveniencia de la historia. Un claro ejemplo de cómo no se tienen que hacer las cosas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No puedo acabar la crítica sin mencionar algunos momentos incoherentes y sonrojantes, como la mayoría que protagoniza el amigo del protagonista (que de estar quieto con cara de palo pasa a gesticular como una persona normal y hasta a conducir perfectamente), cuando ‘R’ se lleva a Juliet al avión (con el resto de zombies, sin que ninguno ataque a la chica), lo bien que se resguardan (con música a todo volumen y paseos en coche, que hay que ser discretos), las ocasiones en las que ella quiere escapar, lo tiene todo a favor y, aún así, no hace nada (¿Tienes un coche durante todo el tiempo y sólo se te ocurre usarlo para escapar después de que haya pasado tu padre con todo un ejercito delante de tus narices?) o que el padre de Juliet conozca a ‘R’ y no se sorprenda en lo más mínimo de que pueda hablar. Es como si tiraras una pequeña bola de nieve colina abajo en una montaña completamente nevada: al final acaba siendo gigante y destroza todo a su paso.
Sobre la moraleja final (ese paralelismo con la vida real, en la que todos estamos perdidos, somos fríos y cada vez menos humanos y sólo el amor puede salvarnos) mejor no decir nada. Y de John Malkovich tampoco.
Eso si, entre tanta basura, ha habido un detalle que me ha gustado bastante. Hay ciertas ideas bastante buenas en la cinta (aunque todas lleven a nada), pero sobretodo me ha parecido muy interesante la reflexión de Juliet después de que su novio sea asesinado. En ella, se explica por qué su muerte no le afecta tanto como debería, y es que después de todo lo que han vivido, toda la miseria, la destrucción y los seres queridos que han perdido (incluida su propia madre), ya poco es capaz de afectarla y se hace a la idea de que en cualquier momento puede perder a cualquiera, está concienciada de que cualquier desgracia puede pasar. En muchas películas vemos como los personajes pierden a seres queridos pero no les afecta en lo más mínimo (o, como mucho, se les cae la típica lágrima falsa y punto), pero aquí se han esforzado en dar una explicación a esa reacción y es bastante creíble. Si se hubiera trabajado tan bien el resto...
Sobre la moraleja final (ese paralelismo con la vida real, en la que todos estamos perdidos, somos fríos y cada vez menos humanos y sólo el amor puede salvarnos) mejor no decir nada. Y de John Malkovich tampoco.
Eso si, entre tanta basura, ha habido un detalle que me ha gustado bastante. Hay ciertas ideas bastante buenas en la cinta (aunque todas lleven a nada), pero sobretodo me ha parecido muy interesante la reflexión de Juliet después de que su novio sea asesinado. En ella, se explica por qué su muerte no le afecta tanto como debería, y es que después de todo lo que han vivido, toda la miseria, la destrucción y los seres queridos que han perdido (incluida su propia madre), ya poco es capaz de afectarla y se hace a la idea de que en cualquier momento puede perder a cualquiera, está concienciada de que cualquier desgracia puede pasar. En muchas películas vemos como los personajes pierden a seres queridos pero no les afecta en lo más mínimo (o, como mucho, se les cae la típica lágrima falsa y punto), pero aquí se han esforzado en dar una explicación a esa reacción y es bastante creíble. Si se hubiera trabajado tan bien el resto...
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