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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
3 de mayo de 2020
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Atlantis es un deleite para aquellos que nos consideramos defensores de las tomas sobradamente largas, estáticas y de aparente inacción. 28 planos le bastan al ucraniano Valentyn Vasyanovych para mostrarnos su visión apocalíptica del Donbáss de la posguerra, situando la historia en un hipotético 2025 en el que Ucrania ha salido victoriosa del conflicto armado con Rusia. Las secuelas irreparables por las que transita la película, sin embargo, dejan claro que en la práctica, aquello de “vencedores y vencidos” no es más que una mera ilusión historiográfica.

El relato sigue a Sergiy, un soldado (se intuye que con TEPT) en su intento desolado por sobrevivir entre las cenizas. Tras el impactante suicidio de su compañero y el cierre de la fábrica en la que trabaja, el destino coloca al protagonista en un curro de repartidor de agua potable (sí, la devastación y contaminación del territorio son tan desmesuradas que hasta el recurso más esencial escasea).

Un día, mientras conduce su camión por un sendero de tierra enfangada en otra fecha más de lluvia incesante, atisba un vehículo detenido en el arcén. Dos personas le piden ayuda para remolcarlo, y Sergiy, con el automatismo desapasionado que le caracteriza, accede sin dudarlo. Este es su primer encuentro con Katya, una arqueóloga que junto a su grupo Black Tulip se dedica a exhumar, con intención de identificarlos, cadáveres anónimos de la estela de fosas que dejó la guerra tras de sí. Sergiy se une al voluntariado y parece sentir que por primera vez hace algo que vale la pena. Trabajando junto a Katya, el sombrío paisaje que los rodea ya tiene un cariz esperanzador, o como mínimo, de aceptación de la fatalidad.

Salto ya al apartado más destacable de la cinta: su dirección de fotografía (también a cargo del propio Vasyanovych) y su puesta en escena:

Dado que en los últimos quince años la tecnología ha evolucionado, entre infinitos aspectos, en forma de cámaras digitales mucho más compactas que antaño, efectos especiales imperceptibles, y cabezales de gimbal extremadamente precisos, no es de extrañar la proliferación en el cine de “cámaras libres” repletas de virguerías y movimientos imposibles. Lo que hace Vasyanovych en Atlantis es justamente lo contrario: planta la cámara en un plano abierto y deja que sean los elementos redistribuyéndose, entrando y saliendo del plano, los responsables de generar movimiento, los responsables del montaje interno. Literalmente, el ucraniano utiliza un solo plano por secuencia (y sí, aunque la cámara esté quieta también son planos secuencia). Todas las tomas, excepto dos, son estáticas: la cámara ejerce de instrumento puramente testimonial y observador, y en cierta manera recuerda a la etapa más primigenia del cine.

Evidentemente, esto genera un notorio distanciamiento con el espectador (durante el visionado pienso en Roy Andersson) pero entona perfectamente con la atmosfera grisácea y desolada de la más que factible Ucrania de 2025. La aparente naturalidad de los cuadros, no obstante, esconde en sí misma un trabajo minucioso de planificación de las escenas. El director se recrea jugando con la redistribución de los términos (cada plano se recompone varias veces) y exprimiendo el jugo de la profundidad de campo y el formato panorámico. Podríamos decir que Vasyanovych tiene un ojo muy pictórico: de cada toma salen cinco o seis composiciones dignas de postal, o más acorde a nuestra era, dignas de fondo de pantalla.

Me parece curioso que el bueno de Valentyn no sólo dirija y fotografíe Atlantis. También la escribe, la produce y la monta. Desconozco si es por puro alarde de ego autoral o por falta de recursos económicos, pero está claro que si uno está estrictamente al mando de los procesos más relevantes de la película se asegura que una única visión sobre la misma (la suya) prevalezca intacta.

Para terminar quiero hablar de la cierta circularidad que presenta Atlantis a través del recurso de la cámara térmica, utilizado solamente en el primer plano de la película y en el penúltimo. El concepto de uno a otro, eso sí, está completamente resignificado. En el del principio tenemos una muestra de la violencia crudísima de la guerra. Tres soldados rematan a un enemigo moribundo y lo entierran en una zanja recién cavada. El naranja térmico del sepultado queda totalmente apagado por el frío azul de la tierra que lo cubre. Es una imagen desagradable por su aspereza, pero potentísima (y sorprendentemente creativa). En el plano del final, en cambio, digamos que la cámara térmica se usa para explicitar el calorcito post-coital entre Sergiy y Katya, que se abrazan generando una masa naranja. Es como si la calidez que se entierra al inicio surgiera de nuevo al final... Y ahí los tenemos. Dos personajes que aún habiendo aceptado un destino paupérrimo con poca o nula perspectiva de mejora, se sienten más esperanzados que nunca.

Se oye el cantar de los pájaros por primera vez.
14 de marzo de 2018
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿La directora y la protagonista de una saga quinceañera confeccionando un thriller de espionaje? Admito una curiosidad chispeante en el estómago. Después de un par de semanas en cartelera me decido por ir a verla. Lawrence me espera desde el póster con su postura fría, un flequillo recto y bañada de rojo violento.

En el trascurso de las siguientes dos horas la pantalla se inunda de intriga y tensión: una espía rusa (o gorrión) es reclutada contra su voluntad. Sin alternativa posible, debe descubrir el nombre de un topo que pasa información secreta a los Estados Unidos. El conflicto interno de la protagonista aparecerá cuando el americano (y por ende enemigo) al que tiene que investigar para conseguir dicho nombre se descubra como un tipo sensible, de confianza y, evidentemente, muy apuesto.

Red Sparrow cumple bien su función de thriller, o como mínimo hasta que quedan 30 minutos de película. La atmósfera resultante del uso de la música y de la estructura del guion es digna, como si de una cuerda que se tensa con cada minuto que pasa se tratara. Dominika se ve sumida en la espiral de mentiras, verdades a medias y patriotismo impuesto que compone el atrayente relato. Las escenas de violencia, además, son explícitas y están rodadas con un gran sentido (quizá demasiado para algunos) de la espectacularidad. Hasta aquí todo bien: decente, elegante, violenta. Como el rojo del póster.

Pero llega un momento en que la cuerda, en lugar de permanecer lo suficientemente tensa o incluso de ir aflojándose para concluir el relato de forma honesta, se rompe. Los giros del guion de la parte final de la película son forzados y diría hasta tramposos. Es cierto que se recoge la información que la película ha ido sembrando sobre el plan último de Dominika (el vaso, el pasaporte, la cuenta bancaria…), pero en el desarrollo mismo de la trama, la siembra se presenta de una manera demasiado descafeinada, insuficiente. Juega a sorprender (y lo hace), pero para mí las vueltas de tuerca finales se balancean en el fino límite de la engañifa guionil.

Aun así el balance total es positivo. Teniendo en cuenta sus irregularidades, Red Sparrow se disfruta porque está rodada con gracia y porque Jennifer Lawrence, que afortunadamente ha tomado la decisión de participar en proyectos que realmente le interesan y de calidad, está espléndida. Esperemos que el gorrión siga volando alto.
26 de abril de 2020
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Termina la película y me es inevitable reprimir cierta risa interior y socarrona: pienso en la cósmica decepción que debe suponer Proxima para aquel fan acérrimo de la sci-fi que, todavía sin haberse recuperado del chasco que le supuso Ad Adstra, decide darle al play al tercer filme de Alice Winocour con afán (o intención terapéutica) de aventuras siderales y hazañas interplanetarias. No le culpo; todos hemos sido víctimas de las falsas promesas de la publicidad en algún momento u otro de nuestras vidas.

Proxima, la última ganadora del Premio Especial del Jurado de San Sebastián, nos cuenta la historia de Sarah y de su dilema esencial. Por un lado es la astronauta implacable que se entrena para el acontecimiento más importante de su carrera profesional: una misión tripulada con destino a Marte. Por otro, es la madre (divorciada) protectora de Stella, de apenas siete años, con la que siente un fuerte vínculo emocional. La preocupación y la angustia de Sarah viene, pues, tanto por tener que despedirse de su hija por un largo período de tiempo (quizá indefinido) como por los efectos que su ausencia puede causar en el crecimiento de la cría. Sentimientos de culpabilidad en forma de pensamientos amenazantes para renunciar a la misión y cuidar de ella seguro que se le pasarán por la cabeza, pero no dará un brazo a torcer tan fácilmente. Es un personaje complejo, profundo y con multitud de aristas e inquietudes verosímiles. Hace que la recodificación del mito del cowboy en astronauta parezca una tendencia pasadísima de moda. A años luz quedan, en cuanto al planteamiento paradójicamente terrenal de Proxima, los Gravity, Interstellar, The Martian y compañía.

Aunque la disyuntiva profesión–vida personal ya ha sido abordada en el cine (así de sopetón me viene a la cabeza la celebrada filmografía de Damien Chazelle), la película de Winocour viene con un valor añadido: además del sentido más estrictamente literal de la cinta (la escisión maternofilial) Proxima ofrece una precisa lectura de enclave de género. Muy evidente, sí, pero no por ello menos interesante. Es en esta representación no-sutil pero tampoco exagerada del patriarcado dónde la directora se luce, exponiendo muy acertadamente cómo las estructuras de poder siguen siendo eminentemente masculinas incluso en una cuna del “avance” (tecnológico) como lo es un centro espacial. Es cierto que hay algún que otro chascarrillo quizá demasiado expreso en el primer tramo del filme (especialmente de la mano del personaje de Matt Dillon), pero en general la cineasta se desenvuelve de forma ágil para retratar la violencia estructural de la que es víctima la protagonista.

(sigo en spoilers porque comento un par de aspectos concretos de la trama)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me gustan especialmente dos situaciones: una es la fase inicial de los entrenamientos, donde vemos, primero, cómo Sarah es desvirtuada por sus compañeros masculinos. Le recomiendan que opte por un plan de ejercicio más light (sin tener siquiera idea de sus capacidades físicas) y se atreven incluso a tildarla de “turista espacial”. A raíz de esta situación desagradable, notamos cómo se ve obligada a esforzarse más que Mike y Anton en los ejercicios, solo para demostrar que es tan o más válida que ellos cuando, sobre el papel, todos están igual de bien preparados. Conforme avance la película y aumente la confianza entre los tres astronautas ambos recapacitarán sobre su postura sexista, pero no sin el sobreesfuerzo inicial de Sarah por el simple hecho de ser mujer, que ya ha quedado patente. Este mini-arco evolutivo de los personajes secundarios es un claro ejemplo de la madurez de la realizadora, al igual que lo es la confección del personaje del padre (altamente comprensivo con la situación y dispuesto a colaborar), al no incrustarlos en simples obstáculos-cliché para la protagonista.

La segunda situación que he encontrado tremendamente acertada es más bien un detalle sutil (de hecho es una línea de diálogo) pero afiladamente perspicaz. Tiene lugar incluso antes que los entrenamientos, cuando Sarah llega por primera vez a Star City y una mujer le hace un pequeño tour por las instalaciones. En un momento dado, la madre de Stella se queda parada delante de la foto de una astronauta (Tereshkova) y la anfitriona le explica que un cráter de la Luna fue bautizado en honor a ella, pero que es uno de los de su cara oculta. Perfecta metáfora de la poca visibilidad femenina en lo que a materia espacial se refiere. La directora nos deja claras las diferencias entre ser un astronauta y ser una astronauta.

En cuanto a lo visual creo que es clave que la película sea europea y no norteamericana. Principalmente por la contención formal, en tanto que poco espectacular, que exigen los presupuestos del Viejo Continente frente a los de los yanquis. Esto se traduce en, probablemente, localizaciones reales antes que en grandes decorados de estudio. La central espacial de Proxima, sin ir más lejos, no es para nada de diseño futurista, ni flashy, ni siquiera parece moderna. Es, por el contrario, de un realismo y una austeridad que desarman. Todo parece plausible y rotundamente veraz. El apartado estético de la película consigue que se sienta sumamente cercana, y que la emoción se genere desde los propios personajes y no tanto por el uso de recursos formales impositivos.

Con todo, la coguionista de la aclamada Mustang logra no caer en el melodrama excesivo ni en el panfleto maniqueo. A caballo entre la emotividad y la denuncia (o más bien, la exposición), erige un homenaje ya no solo a las mujeres-madres-astronautas que se explicitan en los créditos, sino a todas aquellas mujeres que se ven o han visto obligadas a decidir entre su maternidad y su vocación profesional. Una reflexión, al fin y al cabo, sobre un sentimiento de culpa autoimpuesto que las hace creer válidas solo en sus roles maternales.

Un grito sin alzar la voz.
16 de enero de 2017 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película no apta para todo el mundo, lo reconozco. Malick se deshace de lo narrativo para convertirlo en poético. Lo consigue a través del apabullante aspecto visual y las metáforas que éste representa (la palabra se sustituye por la imagen), y el montaje discontinuo según la idea. El espectador que solo quiera pasar el rato no la va a disfrutar en absoluto, se le hará tremendamente aburrida. Ahora bien, a quien le guste ver cine que pida una mirada atenta y activa del espectador seguramente vaya a gozarlo viendo 'El árbol de la vida'.

Para nombrar lo que a mí me han parecido defectos diré el ya comentado desaprovechamiento de Sean Penn y la excesiva redundancia del acompañamiento sonoro, que aunque pueda ser necesario para la creación de la atmósfera mítica/poética me ha acabado cansando un poco.

Podrá gustarte más, llegándola a nombrar la 2001 del siglo XXI; o podrá gustarte menos, llegando a despotricar de ella y de todos a quienes les gusta hasta niveles asombrosos. El único juez válido en esta materia será el Tiempo, quien acabará catalogando 'El árbol de la vida' como una auténtica obra maestra o como un simple trabajo superfluo y terriblemente pretencioso.
3 de enero de 2018 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Habiendo terminado el último capítulo de la interesante “Orphan Black” me gustaría analizar, en líneas generales (una vez me haya secado la llorera) las virtudes y los (importantes) defectos de esta peculiar aventura repleta de “sestras”.

Empezaré con algo ya sabido por todos, y es que el inicio de “Orphan Black” está muy por encima del nivel que ofrece temporadas después. La trama, a medida que descubre la escalera ascendente de empresas y magnates implicados en la clonación, se quiere complicar demasiado y acaba con la picha hecha un lío. El resultado son unos diálogos obligadamente sobreexplicativos llenos de verborrea científica con la intención de dar a entender cómo de parda la han liado estos frikis de la genética.

Con tal de equilibrar la frialdad de la balanza, la serie utiliza una serie de recursos que pueden funcionar para su público objetivo, pero, sintiéndolo mucho, debo decir que son tramposos a más no poder. Dejando de lado los recurrentes maniqueísmos y los bastante previsibles trazos del guion (salvando algún que otro punto de giro realmente inesperado), la generación de la emoción (impuesta) en “Orphan Black” se respalda principalmente en su montaje y en su banda sonora.

El montaje, en primer lugar, hace un mal uso (es directamente un abuso) de los cliffhangers. A todos nos gusta un cliffhanger que genere ese ansia impacientada por las ganas de ver el siguiente episodio, y eso es, porque, en efecto, normalmente están situados en un final de temporada, o apurando, en algún final de capítulo. Pero lo que hacen aquí los creadores es utilizarlos incluso en el devenir de un mismo capítulo: te encuentras en una escena climática y de repente ¡zas!, corte y a otra cosa; ya retomaremos luego. Mal. Si solo así es como consigues mantener al espectador enganchado y en tensión, es que algo no estás haciendo bien.

Y en segundo lugar, la banda sonora ejerce directamente de dictadora de la emoción. Por banda sonora me refiero a la música, pero sobre todo, a los efectos de sonido. A nivel auditivo, la serie prácticamente no respira en ningún momento. Encuentro graves, agudos crescendos y acentuaciones dramáticas incluso cuando un personaje enciende el interruptor de la luz (esto es real). De esta forma es cómo se guía constantemente la emotividad del espectador hacia el paradero deseado y se anula la posibilidad de un juicio propio. No estoy diciendo que estos recursos sonoros no se puedan usar para generar tensión o lo que el director quiera, ni mucho menos, pero como en el caso anterior, del uso aquí se hace un abuso (y bastante exagerado).

Pero pasemos a lo bueno, porque por otra parte, “Orphan Black” cuenta también con virtudes. A mí me gustaría recalcar una en concreto: Tatiana Maslany. La canadiense hace un trabajo jodidamente espectacular para encarnar a todas y cada una de las clones. Y lo clava, para que mentiros. En ocasiones cuesta creer que se trate de una misma actriz interpretando hasta 4 o 5 papeles en una misma escena. Los personajes no es que sean muy complicados ya que, a excepción del arco que tiene Rachel, son bastante arquetípicos. Pero eso no quiere decir en absoluto que sean más sencillos de interpretar. Así que chapó.

Para resumir:

Lo mejor: La(s) interpretación(es) de Tatiana Maslany
Lo peor: El abuso de recursos técnicos sensacionalistas
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